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Ángel Ruiz Cediel
Tribuna de opinión
Ángel Ruiz Cediel
Si no hay una reacción contraria a un hecho o situación aberrante, sólo puede esperarse que la situación continúe degenerando
Desde que por el artículo 33 –imposición del poder político- se entró en Europa, cada día estamos peor en todos los ámbitos.
La mejor literatura no se encuentra, necesariamente, ni en los autores más conocidos ni en las obras más vendidas
Soy un lector empedernido, aunque por novelista, no demasiado de narrativa, por aquello de evitar influencias. A veces, sin embargo, me entrego a la lectura de alguna de ellas, de ésas de las que algunos me recomiendan con encomio, por ver si hallo en esa peripecia de la imaginación y la sintaxis de otro una visión enriquecedora del arte y aun de la existencia.
La división de fuerzas, la disgregación de potencias, es la política social preferida del Nuevo Orden
Decía uno de mis personajes en “Una flor en el Infierno” que “nacionalismo es una palabra que debería escribirse con Z”. Y debería ser así, al modo y manera de Nazi, porque la Historia nos adiestra y enseña sobre las nefandas consecuencias de los nacionalismos.
Quienes hemos vivido lo suficiente, no podemos sino constatar que casi todos los dirigentes sociales de cierta edad han sufrido una convulsa mutación moral
Dar la vuelta a la tortilla. Así le decíamos en los tiempos de la represión a los fines que nos movía a la juventud descontenta, ansiosa de libertades. La utopía al poder, coreábamos, tal vez influenciados por el Mayo Francés, o aún no nos hartábamos de repetir el famoso “otro mundo es posible”.
Así, como quien no quiere la cosa, entre risas y soberbia fue la provecta Esperanza Aguirre y se arrancó en un alarde de endiosamiento con la gracia de desear la muerte de todos los arquitectos, incluso solicitando para ellos la reposición de la pena de capital porque, en el delirante decir de su lengua diz que bífida, “sus obras sobreviven a las defunciones de los arquitectos.
Me lo decía mi madre cuando era un chaval: “Desconfía, hijo, de los que hablan bien de sí mismos; pero desconfía mucho más de aquél a quien el poder enaltece.” La vida es como una carrera.
Un país no son sus bancos y empresas en un territorio en el que habitan los ciudadanos, sino sólo el conjunto de los ciudadanos y los territorios en los que viven. Lo de los bancos y las empresas nada tienen que ver con él, porque ellos se mueven por intereses pecuniarios, y el dinero es apátrida, sirve en todas partes y no tiene filiación de ninguna clase.
Corría el año 54 del pasado siglo, más o menos, cuando casi al tiempo que en Francia se condenaba a muerte por guillotina a Gastón Dominici por la muerte de la Drumond, en Swansea, Reino Unido, se condenó a la pena capital a otro individuo por un el asesinato de alguien de quien no apareció el cadáver y sin que hubiera testigo alguno de tal supuesto delito.
En un pasado no tan remoto, justo anterior al nefando invento de los deshumanizados porteros automáticos, las porteras eran, en cierta forma, la argamasa que unía a la comunidad de vecinos de un edificio, atezando entre ellos la información individual referente a los inquilinos de cada vivienda.
Frases como “jamás se usará esta técnica con humanos”, “esta técnica debiera explorarse para solucionar cierto tipo de enfermedades humanas”, y “¿y por qué no utilizar esta técnica con humanos?”, por curioso que parezcan pertenecen a la misma persona, uno de los genetistas que se hicieron famosos al clonar a la oveja Dolly, y de quien ni siquiera voy a dar el nombre porque sus métodos me parecen aberrantes y él mismo me parece un monstruo que no debiera ser considerado como miembro de la especie humana.

La guerra es un gran negocio. Siempre lo ha sido, ya sea por causas estratégicas o intereses comerciales. No hace falta estar doctorado en Historia para comprenderlo.
Niego rotundamente la definición clásica de izquierdas y derechas, porque son un anacronismo que no tiene la menor representación y validez en los tiempos que vivimos.
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