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Etiquetas | Hablemos sin tapujos | Cataluña
De ponerse en camino. De hacer camino. De sentirse camino. De caminar con la compasión como apoyo. Hay que dejarse cultivar para poder crecer en nuevos horizontes, mediante el redescubrimiento de cada cual colectivamente. Tenemos que hermanarnos. Por ello, hace falta desterrar de nuestros abecedarios cualquier muestra de indiferencia o pasividad. Para empezar, quizás debamos bajar de los pedestales para propiciar lenguajes conciliadores y verdaderamente auténticos. No podemos seguir desvirtuándolo todo. Ya está bien de tanta farsa, de tanto sufrimiento injusto, en contextos sociales hipócritas, que todo lo relativizan, hasta la propia verdad, unas veces desentendiéndose de ella, otra rechazándola. En consecuencia, es el momento de hablar profundo y claro, de ejercer la moderación y de evitar el aumento de tensiones, más allá de todas las heridas y de nuestras discordias. Nos hace falta confluir armónicamente, los unos en los otros, y así poder avanzar hacia otras atmósferas de alcance más universal entre saberes y operatividad. Por otra parte, no se debe dificultar con muros, ni tampoco con armas, el andar de tantas mujeres y hombres valientes que arriesgan a diario sus vidas alrededor del mundo por la paz y la protección de vidas. Respetémonos como ciudadanos, como hombres del planeta, como humanidad en definitiva. Venga a nosotros, a todas las lenguas y razas, la cultura del abrazo. Vociferémosla y empleémonos a fondo en ella. Son tantas las personas necesitadas de ayuda humanitaria que, hasta una simple caricia, nos ayuda a disminuir las hostilidades que, entre todos, nos hemos generado. Es una lástima que los seres más indefensos, como pueden ser los niños, se conviertan en objetivo de conflictos, sin piedad alguna. Esta brutalidad no puede normalizarse. Estamos obligados a intervenir y a comprometernos por otro cosmos más habitable, o sí quieren, más de todos y de nadie. Salgamos de este estado salvaje y no activemos relaciones de conveniencia, sino de convivencia con la fuerza del amor. Seamos responsables y que, lo que cuente para nosotros, sea el ser humano sobre todo lo demás. Para desgracia nuestra, nos hemos dejado adoctrinar por intereses mundanos, y así no podemos establecer alianzas, que conllevan ser un todo y para todos. A veces nos movemos tan endiosados que olvidamos que nos necesitamos y que requerimos de la cooperación colectiva. Por eso, es saludable siempre reflexionar, reunirse y unirse alrededor de colectivos en los que impere la justicia y la coherencia de planteamientos. Ahí están los ejemplarizantes setenta años de contribuciones al desarrollo económico y social de América Latina y el Caribe, toda una escuela de pensamiento especializada en el examen de las tendencias económicas y sociales a mediano y largo plazo, siguiendo los cambios de la realidad económica, social y política, regional y mundial. Desde luego, en esa cultura del abrazo que hemos de activar a todas horas de nuestra vida, el mundializado planeta requiere de moradores y líderes capaces de superar las diferencias, junto a sistemas educativos que den prioridad a las personas como agentes de paz. Sin duda, el poder transformador de la educación es vital, sólo hay que ver, como día tras día, cambia la suerte de muchas personas gracias a las oportunidades que ofrece el aprendizaje. Desde luego, si en verdad queremos cambiar las mentalidades y progresar, hay que trabajar en este sentido socializador. Nadie se puede quedar en las barreras de la ignorancia. Será discriminatorio y desprovisto de moral. Nos conviene, por tanto, esforzarnos en proyectos reintegradores, pues todos hemos de planificar conjuntamente el futuro, bajo una estética colaboración solidaria. Esto nos exige que revisemos seriamente nuestro estilo de vida, que ha de ser cuando menos más de genuina donación, tanto hacia la naturaleza como hacia nuestro espíritu de relación. Precisamente, una de las pobrezas más hondas que sufrimos, es la falta de vínculos para poder hermanarnos en esa gran familia humana que todos demandamos por innata necesidad. No olvidemos que nada somos sin los demás. Pensemos que no hay avance pleno sin esa concordia de aportes generosos en favor del desarrollo de todas las culturas y de todos los cultos. ¡Abracémonos hasta transformarnos en alma! Seguramente sea cuando el mundo cambie, porque será cuando bajaremos a la realidad que nos circunda; la de nuestra propia conciencia, que es aquello por lo que vivimos, pensamos y sentimos.

Puigdemont sueña con lo imposible. Nazismo a la catalana

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Por extraño que pudiera parecernos, esta supuesta victoria que se atribuye el separatismo catalán, pese a que la formación política que consiguió más votos en las últimas autonómicas fue el partido de Inés Arrimadas, Ciudadanos; el hecho de que sumando los escaños del nuevo partido del señor Puigdemont, Junts per Cataluña, y los conseguidos por ERC vuelvan a representar la mayoría dentro de lo que sería el nuevo Parlament catalán, vuelve a resucitar, prácticamente con los mismos titulares, el problema de un gobierno de la Generalitat integrado por una mayoría separatista con un Parlamento, pendiente de quien lo vaya a presidir, en el que, pese a los avances del partido de C´s en Cataluña, la realidad es que los del partido de Rivera no van a conseguir una representación lo suficientemente fuerte para poder imponer sus criterios en un feudo de mayoría nacionalista.; le hace pensar a este nuevo Napoleón del separatismo catalán, Carles Puigdemont, en que las posibilidades de entrar en España esquivando la Justicia, tomando en cuenta que sólo tiene una puerta: la de alcanzar un acuerdo con el Gobierno que le permita negociar una salida pactada para volver a Cataluña sin peligro de ser encarcelado para poder ocupar su puesto de Presidente de la Generalitat del que, según su manera de presentar el asunto “fue desposeído ilegítimamente por la aplicación del 155 de la Constitución.” No es que creamos que este sujeto, en estado preparanóico, esté muy preocupado por la independencia de Cataluña, o que esté poseído por un afán de alcanzar el poder a toda costa otra vez, recobrando todo aquel prestigio del que tuvo que abdicar cuando huyó, de forma torticera, de la Justicia española, algo que se debe reconocer que no hizo el señor Oriol Junqueras, que sigue encarcelando después de más de un mes de su detención; lo que demuestra que ha sabido ser más consecuente con sus ideas y más valiente a la hora de defenderlas.


Dejémonos de cuentos, lo que, en verdad, tiene al señor Puigdemont fuera de sí, lo que le obliga a improvisar en cada momento, buscando nuevas salidas, inventando hipotéticas soluciones o apelando a imaginarios acuerdos que sólo se pueden entender en una mente cerrada en su egoísmo personal. Esta es, en realidad, la razón que lo que le hace permanecer anclado en Bélgica, sin atreverse a viajar fuera de dicho país, por miedo a que una orden internacional de captura lo pusiera, atado de pies y manos, a disposición de la Justicia española. Su aparente frialdad no es ni más ni menos que lo que ahora se define como “un postureo” que le permite seguir siendo considerado como un ´héroe” ante las turbas del independentismo catalán, un ídolo (con pies de barro)sobre el que aún, sin ceder al descorazonamiento, siguen confiando cientos de miles de catalanes que han sido refractarios a aceptar lo que, hoy en día, es la realidad de la autonomía catalana, después de conocidos los resultados de la votación del 1 de O y ante la más que posible reproducción de la misma situación que existía en Cataluña antes de la aplicación en ella del 155 de la Constitución. Más de 2308 empresas ya han huido de esta comunidad, la mayoría importantes empresas que no han querido quedar atrapadas en un gobierno sin ninguna garantía jurídica, que se va a tener que financiar mediante el aumento de los impuestos cuando ya, en la actualidad, es el que más grava las rentas de sus ciudadanos.


Puede que pueda mantener engañados a aquellos más fanatizados. Los sectarios incapaces de aceptar que están equivocados y que, aquello en lo que sueñan, no va a tener lugar nunca mientras haya españoles que sean capaces de impedir que, la voluntad de una parte, una pequeña parte de la población española, se empeñe en provocar la división de una nación que ha sabido evitarlo durante los más de quinientos años de permanecer unida. Pero el señor Puigdemont sigue pensando que puede conseguir forzar una negociación directa con el Gobierno de la nación española de la que, seguramente estará confiando en que su capacidad dialéctica y su facilidad de expresión conseguirían que serían capaces de derretir este muro de hormigón armado en el que se ha convertid don Mariano Rajoy. No quiere que se forme un gobierno en el que le pudiera suplir cualquiera de sus secuaces y, menos todavía presidido, aunque fuera a título temporal, por el que fue su segundo en el mando hasta que declararon la independencia y, a los pocos segundos, dejaron sin efecto aquella declaración.


En realidad, lo que de verdad está esperando, desde su refugio dorado en Bélgica, hasta donde le va llegando la financiación de todos aquellos que lo viene apoyando y no solamente de las cuestaciones que pudieran hacer sus agentes entre los ciudadanos ( algo que no es tan fácil como se pudiera suponer) sino desde aquellos magnates que vienen apoyando el independentismo pensando que, si se llegara a producir la separación de Cataluña de España, serían los primeros en disponer de los apoyos del gobierno catalán; no es que se lleguen a acuerdos con ERC o que se pudiera formar un tripartito con otras fuerzas política afines, incluso con el señor Iceta del PSC, no, en manera alguna, don Carlos quiere regresar triunfal a Cataluña, entrando en Barcelona como lo hacían los generales del Imperio Romano cuando, después de salir vencedores en sus batallas contra los francos, sajones o los germánicos, entraban en Roma montados en una cuadriga con un esclavo detrás, que sostenía sobre su cabeza una corona de laurel como símbolo de la grandeza de sus gestas guerreras.


Pero hay algo que es lo que, si ahondáramos en sus pensamientos más reservados, puede que el único que lo sepa sea su abogado, le viene preocupando hasta el punto de no aceptar ninguna solución que, previamente, no contemple que él pueda eludir la Justicia española para poder regresar a Cataluña. Su sacrificio por su “patria”, su “heroísmo en beneficio de la causa” o su entrega sin condiciones a la policía, para afrontar las consecuencias de un juicio penal en España, es evidente que no es tanta, como tampoco lo es su supuesto heroísmo y su amor a Cataluña independiente sí, todo ello, le significa pasarse una serie de años en la cárcel por los diversos delitos penales que pesan sobre él.

No hay nada peor para estos supuestos “salvadores de la patria” que caer en el ridículo, que mostrar su cobardía, que permitir que aquellos que formaron parte de sus complots sean detenidos, para responder de sus acciones, mientras ellos, cobardemente, se ausentan huyendo al extranjero, con la excusa de que, a salvo en un país cuidosamente elegido por su poca propensión a extraditar a los que ellos consideran refugiados “políticos” aunque, en realidad, los delitos de los que está acusado el señor Puigdemont, estén claramente tipificados en el CP español como merecedores de condenas más graves. No sabemos lo que, desde la cárcel en la que está alojado su compañero de fatigas, el señor Junqueras, un independentista que no ha parado, desde que lo encarcelaron, de anunciar a todo el mundo que él es un hombre devoto, religioso y persona de paz; no obstante, lo que no ha reconocido es que ha sido uno de los que ha incitado con mayor virulencia y pasión a sus partidarios para luchar en las calles a favor su la independencia de Cataluña. Debería leerse aquella parte de los Evangelios en los que Jesús les contesta a los que pretendían que se pronunciase sobre el delicado problema de los impuestos romanos: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” Es evidente que don Oriol no se leyó esta última parte cuando animó a los catalanes a que se enfrentaran a la Constitución y al Estado español que, por añadidura, no es ni una dictadura ni tiene nada que ver con la época del general Franco, una época en la que, por cierto, me hubiera gustado ver quién, de todos estos monigotes que hoy se han hecho dueños de las Cortes y de la Generalitat catalana, se hubiera atrevido a decir las barbaridades que hoy se permiten decir, sin que nadie se atreva a contradecirlos. Valientes de opereta.


No quieren unas nuevas elecciones ni, los que salieron elegidos de entre los que se fugaron de España, `parecen estar dispuestos a renunciar a sus escaños pero… ninguno de ellos, está dispuesto a pagar el tributo de estar unos años a cargo del Estado en una de las cómodas prisiones que les aguardan para cuando regresen. Y el señor Puigdemont va a tener que aceptar que, aunque el Gobierno quisiera negociar con él, que no es el caso, en España hay muchos millones de españoles que verían con muy malos ojos que, la nación española, se humillase a tratar con una serie de delincuentes que han tenido la osadía de levantarse contra la democracia española. Cuando las cosas se llevan a los extremos, como ha sido el desafío catalán en contra del resto de España, cuando se insulta a los españoles y se les acusa de robar a los catalanes o cuando en una autonomía no se respetan los derechos que tienen todos los españoles en el resto de España a disponer de una educación en castellano cuando es la Constitución quien lo declara paladinamente; los que incurren en tamaños desafueros deben aceptar que, el resto de los españoles, pueda defenderse de sus maldades utilizando los mecanismo que la Constitución de 1978 pone a disposición de los gobernantes, para acabar con cualquier intento de sedición que se les pudiera ocurrir a aquellos que llevan años desafiando la ley, incumpliendo las sentencias de los tribunales españoles y oponiéndose a aceptar aquellas leyes que han considerado que no les convenía aceptarlas. Todo ello tiene un precio que, ahora que ya es tarde para rectificar, deberán empezar a aceptar que van a tener que pagar. ¡Ah! Y recordarle al señor Puigdemont algo que parece que ha olvidado: en España, mal que le pese, existe la independencia entre los distintos poderes del Estado. La posibilidad de que el Gobierno llegase a un acuerdo con el señor Puigdemont no implicaría que la acción de los tribunales no siguiese con libertad los distintos procedimientos sancionadores que pudieran existir contra su persona. Faltaría más.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos cuesta admitir que, entre toda esta gentuza que se atreve a rebelarse contra España, no la haya que sea más letrada, que se sepa pronunciarse con más propiedad y con más respeto hacia los tribunales. El abogado del señor Junqueras, de cuyo nombre no quiero acordarme, a la salida del TS, después de que el investigado Junqueras compareciera para ser interrogado por los magistrados sobre la posibilidad de que se concediera la libertad condiciones; a las puertas del mismo tribunal, con una temeridad impropia de un señor que debiera estar acostumbrado a estas lides, hablo de que “habían ido a discutir la posibilidad de una libertad condicional” ¿En qué mundo vive este letrado cuando se atreve a decir que ha estado discutiendo con el Tribunal, cuando lo único que podía hacer era exponer las razones de su petición y escuchar las preguntas de los magistrados que, en ningún caso podían, ser discutidas por este presuntuoso profesional? Y es que el populismo imperante permite que cualquiera pueda decir lo que le plazca sin que, como sucedía antes, nadie le pida responsabilidades por lo que ha dicho.

Puigdemont sueña con lo imposible. Nazismo a la catalana

De ponerse en camino. De hacer camino. De sentirse camino. De caminar con la compasión como apoyo. Hay que dejarse cultivar para poder crecer en nuevos horizontes, mediante el redescubrimiento de cada cual colectivamente. Tenemos que hermanarnos. Por ello, hace falta desterrar de nuestros abecedarios cualquier muestra de indiferencia o pasividad. Para empezar, quizás debamos bajar de los pedestales para propiciar lenguajes conciliadores y verdaderamente auténticos. No podemos seguir desvirtuándolo todo. Ya está bien de tanta farsa, de tanto sufrimiento injusto, en contextos sociales hipócritas, que todo lo relativizan, hasta la propia verdad, unas veces desentendiéndose de ella, otra rechazándola. En consecuencia, es el momento de hablar profundo y claro, de ejercer la moderación y de evitar el aumento de tensiones, más allá de todas las heridas y de nuestras discordias. Nos hace falta confluir armónicamente, los unos en los otros, y así poder avanzar hacia otras atmósferas de alcance más universal entre saberes y operatividad. Por otra parte, no se debe dificultar con muros, ni tampoco con armas, el andar de tantas mujeres y hombres valientes que arriesgan a diario sus vidas alrededor del mundo por la paz y la protección de vidas. Respetémonos como ciudadanos, como hombres del planeta, como humanidad en definitiva. Venga a nosotros, a todas las lenguas y razas, la cultura del abrazo. Vociferémosla y empleémonos a fondo en ella. Son tantas las personas necesitadas de ayuda humanitaria que, hasta una simple caricia, nos ayuda a disminuir las hostilidades que, entre todos, nos hemos generado. Es una lástima que los seres más indefensos, como pueden ser los niños, se conviertan en objetivo de conflictos, sin piedad alguna. Esta brutalidad no puede normalizarse. Estamos obligados a intervenir y a comprometernos por otro cosmos más habitable, o sí quieren, más de todos y de nadie. Salgamos de este estado salvaje y no activemos relaciones de conveniencia, sino de convivencia con la fuerza del amor. Seamos responsables y que, lo que cuente para nosotros, sea el ser humano sobre todo lo demás. Para desgracia nuestra, nos hemos dejado adoctrinar por intereses mundanos, y así no podemos establecer alianzas, que conllevan ser un todo y para todos. A veces nos movemos tan endiosados que olvidamos que nos necesitamos y que requerimos de la cooperación colectiva. Por eso, es saludable siempre reflexionar, reunirse y unirse alrededor de colectivos en los que impere la justicia y la coherencia de planteamientos. Ahí están los ejemplarizantes setenta años de contribuciones al desarrollo económico y social de América Latina y el Caribe, toda una escuela de pensamiento especializada en el examen de las tendencias económicas y sociales a mediano y largo plazo, siguiendo los cambios de la realidad económica, social y política, regional y mundial. Desde luego, en esa cultura del abrazo que hemos de activar a todas horas de nuestra vida, el mundializado planeta requiere de moradores y líderes capaces de superar las diferencias, junto a sistemas educativos que den prioridad a las personas como agentes de paz. Sin duda, el poder transformador de la educación es vital, sólo hay que ver, como día tras día, cambia la suerte de muchas personas gracias a las oportunidades que ofrece el aprendizaje. Desde luego, si en verdad queremos cambiar las mentalidades y progresar, hay que trabajar en este sentido socializador. Nadie se puede quedar en las barreras de la ignorancia. Será discriminatorio y desprovisto de moral. Nos conviene, por tanto, esforzarnos en proyectos reintegradores, pues todos hemos de planificar conjuntamente el futuro, bajo una estética colaboración solidaria. Esto nos exige que revisemos seriamente nuestro estilo de vida, que ha de ser cuando menos más de genuina donación, tanto hacia la naturaleza como hacia nuestro espíritu de relación. Precisamente, una de las pobrezas más hondas que sufrimos, es la falta de vínculos para poder hermanarnos en esa gran familia humana que todos demandamos por innata necesidad. No olvidemos que nada somos sin los demás. Pensemos que no hay avance pleno sin esa concordia de aportes generosos en favor del desarrollo de todas las culturas y de todos los cultos. ¡Abracémonos hasta transformarnos en alma! Seguramente sea cuando el mundo cambie, porque será cuando bajaremos a la realidad que nos circunda; la de nuestra propia conciencia, que es aquello por lo que vivimos, pensamos y sentimos.
Miguel Massanet
lunes, 8 de enero de 2018, 09:01 h (CET)

Por extraño que pudiera parecernos, esta supuesta victoria que se atribuye el separatismo catalán, pese a que la formación política que consiguió más votos en las últimas autonómicas fue el partido de Inés Arrimadas, Ciudadanos; el hecho de que sumando los escaños del nuevo partido del señor Puigdemont, Junts per Cataluña, y los conseguidos por ERC vuelvan a representar la mayoría dentro de lo que sería el nuevo Parlament catalán, vuelve a resucitar, prácticamente con los mismos titulares, el problema de un gobierno de la Generalitat integrado por una mayoría separatista con un Parlamento, pendiente de quien lo vaya a presidir, en el que, pese a los avances del partido de C´s en Cataluña, la realidad es que los del partido de Rivera no van a conseguir una representación lo suficientemente fuerte para poder imponer sus criterios en un feudo de mayoría nacionalista.; le hace pensar a este nuevo Napoleón del separatismo catalán, Carles Puigdemont, en que las posibilidades de entrar en España esquivando la Justicia, tomando en cuenta que sólo tiene una puerta: la de alcanzar un acuerdo con el Gobierno que le permita negociar una salida pactada para volver a Cataluña sin peligro de ser encarcelado para poder ocupar su puesto de Presidente de la Generalitat del que, según su manera de presentar el asunto “fue desposeído ilegítimamente por la aplicación del 155 de la Constitución.” No es que creamos que este sujeto, en estado preparanóico, esté muy preocupado por la independencia de Cataluña, o que esté poseído por un afán de alcanzar el poder a toda costa otra vez, recobrando todo aquel prestigio del que tuvo que abdicar cuando huyó, de forma torticera, de la Justicia española, algo que se debe reconocer que no hizo el señor Oriol Junqueras, que sigue encarcelando después de más de un mes de su detención; lo que demuestra que ha sabido ser más consecuente con sus ideas y más valiente a la hora de defenderlas.


Dejémonos de cuentos, lo que, en verdad, tiene al señor Puigdemont fuera de sí, lo que le obliga a improvisar en cada momento, buscando nuevas salidas, inventando hipotéticas soluciones o apelando a imaginarios acuerdos que sólo se pueden entender en una mente cerrada en su egoísmo personal. Esta es, en realidad, la razón que lo que le hace permanecer anclado en Bélgica, sin atreverse a viajar fuera de dicho país, por miedo a que una orden internacional de captura lo pusiera, atado de pies y manos, a disposición de la Justicia española. Su aparente frialdad no es ni más ni menos que lo que ahora se define como “un postureo” que le permite seguir siendo considerado como un ´héroe” ante las turbas del independentismo catalán, un ídolo (con pies de barro)sobre el que aún, sin ceder al descorazonamiento, siguen confiando cientos de miles de catalanes que han sido refractarios a aceptar lo que, hoy en día, es la realidad de la autonomía catalana, después de conocidos los resultados de la votación del 1 de O y ante la más que posible reproducción de la misma situación que existía en Cataluña antes de la aplicación en ella del 155 de la Constitución. Más de 2308 empresas ya han huido de esta comunidad, la mayoría importantes empresas que no han querido quedar atrapadas en un gobierno sin ninguna garantía jurídica, que se va a tener que financiar mediante el aumento de los impuestos cuando ya, en la actualidad, es el que más grava las rentas de sus ciudadanos.


Puede que pueda mantener engañados a aquellos más fanatizados. Los sectarios incapaces de aceptar que están equivocados y que, aquello en lo que sueñan, no va a tener lugar nunca mientras haya españoles que sean capaces de impedir que, la voluntad de una parte, una pequeña parte de la población española, se empeñe en provocar la división de una nación que ha sabido evitarlo durante los más de quinientos años de permanecer unida. Pero el señor Puigdemont sigue pensando que puede conseguir forzar una negociación directa con el Gobierno de la nación española de la que, seguramente estará confiando en que su capacidad dialéctica y su facilidad de expresión conseguirían que serían capaces de derretir este muro de hormigón armado en el que se ha convertid don Mariano Rajoy. No quiere que se forme un gobierno en el que le pudiera suplir cualquiera de sus secuaces y, menos todavía presidido, aunque fuera a título temporal, por el que fue su segundo en el mando hasta que declararon la independencia y, a los pocos segundos, dejaron sin efecto aquella declaración.


En realidad, lo que de verdad está esperando, desde su refugio dorado en Bélgica, hasta donde le va llegando la financiación de todos aquellos que lo viene apoyando y no solamente de las cuestaciones que pudieran hacer sus agentes entre los ciudadanos ( algo que no es tan fácil como se pudiera suponer) sino desde aquellos magnates que vienen apoyando el independentismo pensando que, si se llegara a producir la separación de Cataluña de España, serían los primeros en disponer de los apoyos del gobierno catalán; no es que se lleguen a acuerdos con ERC o que se pudiera formar un tripartito con otras fuerzas política afines, incluso con el señor Iceta del PSC, no, en manera alguna, don Carlos quiere regresar triunfal a Cataluña, entrando en Barcelona como lo hacían los generales del Imperio Romano cuando, después de salir vencedores en sus batallas contra los francos, sajones o los germánicos, entraban en Roma montados en una cuadriga con un esclavo detrás, que sostenía sobre su cabeza una corona de laurel como símbolo de la grandeza de sus gestas guerreras.


Pero hay algo que es lo que, si ahondáramos en sus pensamientos más reservados, puede que el único que lo sepa sea su abogado, le viene preocupando hasta el punto de no aceptar ninguna solución que, previamente, no contemple que él pueda eludir la Justicia española para poder regresar a Cataluña. Su sacrificio por su “patria”, su “heroísmo en beneficio de la causa” o su entrega sin condiciones a la policía, para afrontar las consecuencias de un juicio penal en España, es evidente que no es tanta, como tampoco lo es su supuesto heroísmo y su amor a Cataluña independiente sí, todo ello, le significa pasarse una serie de años en la cárcel por los diversos delitos penales que pesan sobre él.

No hay nada peor para estos supuestos “salvadores de la patria” que caer en el ridículo, que mostrar su cobardía, que permitir que aquellos que formaron parte de sus complots sean detenidos, para responder de sus acciones, mientras ellos, cobardemente, se ausentan huyendo al extranjero, con la excusa de que, a salvo en un país cuidosamente elegido por su poca propensión a extraditar a los que ellos consideran refugiados “políticos” aunque, en realidad, los delitos de los que está acusado el señor Puigdemont, estén claramente tipificados en el CP español como merecedores de condenas más graves. No sabemos lo que, desde la cárcel en la que está alojado su compañero de fatigas, el señor Junqueras, un independentista que no ha parado, desde que lo encarcelaron, de anunciar a todo el mundo que él es un hombre devoto, religioso y persona de paz; no obstante, lo que no ha reconocido es que ha sido uno de los que ha incitado con mayor virulencia y pasión a sus partidarios para luchar en las calles a favor su la independencia de Cataluña. Debería leerse aquella parte de los Evangelios en los que Jesús les contesta a los que pretendían que se pronunciase sobre el delicado problema de los impuestos romanos: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” Es evidente que don Oriol no se leyó esta última parte cuando animó a los catalanes a que se enfrentaran a la Constitución y al Estado español que, por añadidura, no es ni una dictadura ni tiene nada que ver con la época del general Franco, una época en la que, por cierto, me hubiera gustado ver quién, de todos estos monigotes que hoy se han hecho dueños de las Cortes y de la Generalitat catalana, se hubiera atrevido a decir las barbaridades que hoy se permiten decir, sin que nadie se atreva a contradecirlos. Valientes de opereta.


No quieren unas nuevas elecciones ni, los que salieron elegidos de entre los que se fugaron de España, `parecen estar dispuestos a renunciar a sus escaños pero… ninguno de ellos, está dispuesto a pagar el tributo de estar unos años a cargo del Estado en una de las cómodas prisiones que les aguardan para cuando regresen. Y el señor Puigdemont va a tener que aceptar que, aunque el Gobierno quisiera negociar con él, que no es el caso, en España hay muchos millones de españoles que verían con muy malos ojos que, la nación española, se humillase a tratar con una serie de delincuentes que han tenido la osadía de levantarse contra la democracia española. Cuando las cosas se llevan a los extremos, como ha sido el desafío catalán en contra del resto de España, cuando se insulta a los españoles y se les acusa de robar a los catalanes o cuando en una autonomía no se respetan los derechos que tienen todos los españoles en el resto de España a disponer de una educación en castellano cuando es la Constitución quien lo declara paladinamente; los que incurren en tamaños desafueros deben aceptar que, el resto de los españoles, pueda defenderse de sus maldades utilizando los mecanismo que la Constitución de 1978 pone a disposición de los gobernantes, para acabar con cualquier intento de sedición que se les pudiera ocurrir a aquellos que llevan años desafiando la ley, incumpliendo las sentencias de los tribunales españoles y oponiéndose a aceptar aquellas leyes que han considerado que no les convenía aceptarlas. Todo ello tiene un precio que, ahora que ya es tarde para rectificar, deberán empezar a aceptar que van a tener que pagar. ¡Ah! Y recordarle al señor Puigdemont algo que parece que ha olvidado: en España, mal que le pese, existe la independencia entre los distintos poderes del Estado. La posibilidad de que el Gobierno llegase a un acuerdo con el señor Puigdemont no implicaría que la acción de los tribunales no siguiese con libertad los distintos procedimientos sancionadores que pudieran existir contra su persona. Faltaría más.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos cuesta admitir que, entre toda esta gentuza que se atreve a rebelarse contra España, no la haya que sea más letrada, que se sepa pronunciarse con más propiedad y con más respeto hacia los tribunales. El abogado del señor Junqueras, de cuyo nombre no quiero acordarme, a la salida del TS, después de que el investigado Junqueras compareciera para ser interrogado por los magistrados sobre la posibilidad de que se concediera la libertad condiciones; a las puertas del mismo tribunal, con una temeridad impropia de un señor que debiera estar acostumbrado a estas lides, hablo de que “habían ido a discutir la posibilidad de una libertad condicional” ¿En qué mundo vive este letrado cuando se atreve a decir que ha estado discutiendo con el Tribunal, cuando lo único que podía hacer era exponer las razones de su petición y escuchar las preguntas de los magistrados que, en ningún caso podían, ser discutidas por este presuntuoso profesional? Y es que el populismo imperante permite que cualquiera pueda decir lo que le plazca sin que, como sucedía antes, nadie le pida responsabilidades por lo que ha dicho.

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