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Quienes hemos vivido lo suficiente, no podemos sino constatar que casi todos los dirigentes sociales de cierta edad han sufrido una convulsa mutación moral

Mutaciones morales

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Dar la vuelta a la tortilla. Así le decíamos en los tiempos de la represión a los fines que nos movía a la juventud descontenta, ansiosa de libertades. La utopía al poder, coreábamos, tal vez influenciados por el Mayo Francés, o aún no nos hartábamos de repetir el famoso “otro mundo es posible”. Nos referíamos, claro, a un mejor reparto de la Justicia y la riqueza, a una expresión más franca –con perdón- o menos mojigata de la libertad y a una representatividad social que se correspondiera con las corrientes de pensamiento del momento, de la evolución del Hombre como especie. Eran tiempos, después de todo, en que mayoritariamente la juventud universal renunciaba a las guerras como método de solución de problemas políticos, en que ya se tomaba conciencia del horror que significaba el reparto injusto de los poderes, en que se comenzaba a comprender que debíamos vivir de un modo más natural y próximo a la naturaleza y menos industrial, y en que se volvía en cierta forma sobre nuestros pasos tratando de recuperar el pasado, para retomar la línea natural del tiempo allá donde extraviamos el rumbo. La sobrepoblación preocupaba, como preocupaba el hambre a que estaba sometida buena parte de los países del Tercer Mundo y como preocupaba el belicismo de una elite que hacía fortunas con guerras en las que morían los desheredados de los distintos países para sostener el medio de vida de los ricos y poderosos de esos mismos países en que se los marginaba.

Aullaba Viet.Nam, rugía el Yom Kippur, ardía Latinoamérica bajo las botas de cruentas dictaduras, Francia se convulsionaba por dos sociedades incompatibles que vivían de espaldas una a la otra y Checoslovaquia sucumbía en la Primavera de Praga; pero la juventud occidental vibraba entusiasmada por la esperanza, repartiéndose entre lo hippy e ideologías que instalaran un mundo posible de paz entre una humanidad despedazada por las guerras. Muchos, muchísimos jóvenes eran huérfanos de la mayor matanza que había experimentado la especie, la II Guerra Mundial, y se negaban a que siguieran sangrando y muriendo generaciones de pobres para que una elite viviera como ajena en un orden de poder y riqueza exclusivos. También en España, de entre las tinieblas de una dictadura atroz surgía una nueva generación que iba tomando las calles y universidades, regresando por los sones del folk –Quilapayún, Inti IIllimani, Jorge Cafrune, Los Sabandeños, Agua Viva, etc.- a un deseo de paz y libertad que rompiera la macabra secuencia del poder que pretendía someter no sólo las voluntades, sino también las almas. Jóvenes que creíamos, pensábamos, sabíamos que era posible otro mundo y otro orden más equitativo y habitable, y no pocos cantautores condensaron estas loables aspiraciones en letras más que en canciones: Víctor Manuel, Rafael Amor, Juan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Raimon, Luis Llach, Aute y tantos memorables otros.

No hay que esforzarse demasiado para revisar las hemerotecas del momento y poder comprobar por uno mismo quién estaba en las filas de un orden y de otro, el de la progresía y el del inmovilismo más reaccionario. A poco que uno se esfuerce, no es difícil encontrar brazo en alto, lo mismo en actos oficiales que en correrías y algaradas callejeras, a muchos de los actuales dirigentes de la derecha (PP) y de la supuesta izquierda (PSOE), no faltando quiénes fueron incluso personajillos dentro de grupos tales como los Guerrilleros de Cristo Rey, Falange, OJE o incluso la Sección Femenina. Otros, sin embargo, no es difícil descubrirlos tanto en fotografías como en escritos escandalosos o escandalizados en los diarios de la época –Pueblo, Informaciones, El Sol, etc.-, organizando protestas desde su posición más o menos saneada, siendo ejemplo para muchos e incluso sufriendo persecuciones policiales o aceptando con honorable entereza penas de cárcel dictadas por el TOP.

Algo debió pasar, sin embargo, para producir una mutación indeseada. Tal vez fueran por causa de los efectos dimanantes de las bombas atómicas que consumaron los genocidios de Hiroshima y Nagashaki, o consecuencia de las ingentes radiaciones liberadas por las incontables pruebas atómicas que hacían por doquier las potencias que ahora no quieren compartir club con otros países nuevos, si un efecto de los químicos que desde entonces envenenan vacunas y alimentos, si quizás la constatación de que se había quedado sin Dios este rincón del paraíso y ya todo valía, o si aún una borrachera de libertad, una vez que se consiguió establecer inter nos sin sangres. El caso es que logramos, efectivamente, dar la vuelta a la tortilla, y como en la película Las Verdes Praderas, tenemos que decir hoy como Alfredo Landa decía en ella: “y una vez que lo tuve, supe que no era esto lo que quería.” No; no era esto lo que quería, seguramente no es lo que queríamos. Hoy, aquellos que levantaban el brazo para significarse ante el dictador, y aún los que apaleaban “rojos” o “melenudos” por calles, universidades y discotecas, o fueron “flechas” de la OJE o promujeres de la Sección Femenina, copan los puestos dirigentes tanto del PP como del PSOE, e incluso son considerados vacas sagradas en sus respectivos partidos, hostiles en apariencia y colegas en la tiniebla.

Se ha dado la vuelta a la tortilla, y seguimos clavados, fijos, quietos ante la misma podredumbre. Los recalcitrantes izquierdistas fueron deambulando hasta radicarse a la derecha de la Derecha, y hasta algunos derechistas se han establecido con la mayor comodidad en la izquierda de la Izquierda, cual si nadie creyera en nada, sino que unos querían ser alguien a la sombra de Franco y ahora pretender seguirlo siendo en democracia (con las mismas maneras porque la cabra siempre tira al monte), y los otros eran contestación y contra y no quieren perder sus papelones de contestatarios de quienes quiera que sea que tengan el poder. El mundo, en fin, ha dado un vuelco, ha mutado enormemente para seguir exactamente igual, con las mismas guerras y miserias y exactamente las mismas matanzas –léase Iraq, Afganistán, esYugoslavia, etc.-, hambrunas y problemas. Pero eran una cosa entonces, y lo son ahora, sólo que se han cambiado los papeles... o las chaquetas. Incluso la mayoría de los cantautores, ante tal confusión, han enmudecido para siempre.

Pero no han mutado sólo de apariencia, sino de riguroso fondo. Quien fue terrorista, aboga ahora por la paz; quien apaleador de “rojos” y “melenudos”, se deja el pelo largo y encabeza testimonialmente (ahora) partidos de izquierda; quienes defensores de morales rigurosas y principios cristianos, han convertido a este país en un antro de putas y pervertidos y arriman tugurios de vicio y miseria para ponerlo al alcance de todas las almas, especialmente las más jóvenes y puras; y quien español radical, es independentista. El mundo, quién sabe si los dioses, se ha vuelto loco, o sencillamente será que las libertades conseguidas les han facultado para quitarse las caretas y lo único que querían entonces y ahora es poder al precio que sea, incluso del la corrupción moral más infecta.

El resultado, de cualquier forma, es el que es, y sólo puede valorarse una cuestión por los frutos que produce. Han destruido mi país, han corrompido a las gentes, han confundido los principios y ahora están malvendiendo al país mismo con todo lo que contiene. El Mal, en su expresión más rotunda y clásica, campea libremente por los páramos de España, conducido férreamente por sus más fieles servidores. A uno, de todo esto, le queda un regusto de estafa, de engaño, de timo; pero no porque se lo imagine, sino porque lo ha sido con todas las de la ley, nunca mejor dicho. Todo, todo se ha torcido. Son lo que son por mayoría, pero convendría dejar bien claro que el Infierno no se enfría porque se entre en él en manada, y es justamente al Infierno donde estos perversos están tratando de conducirnos. Y no es una metáfora.

Mutaciones morales

Quienes hemos vivido lo suficiente, no podemos sino constatar que casi todos los dirigentes sociales de cierta edad han sufrido una convulsa mutación moral
Ángel Ruiz Cediel
jueves, 13 de septiembre de 2012, 06:48 h (CET)
Dar la vuelta a la tortilla. Así le decíamos en los tiempos de la represión a los fines que nos movía a la juventud descontenta, ansiosa de libertades. La utopía al poder, coreábamos, tal vez influenciados por el Mayo Francés, o aún no nos hartábamos de repetir el famoso “otro mundo es posible”. Nos referíamos, claro, a un mejor reparto de la Justicia y la riqueza, a una expresión más franca –con perdón- o menos mojigata de la libertad y a una representatividad social que se correspondiera con las corrientes de pensamiento del momento, de la evolución del Hombre como especie. Eran tiempos, después de todo, en que mayoritariamente la juventud universal renunciaba a las guerras como método de solución de problemas políticos, en que ya se tomaba conciencia del horror que significaba el reparto injusto de los poderes, en que se comenzaba a comprender que debíamos vivir de un modo más natural y próximo a la naturaleza y menos industrial, y en que se volvía en cierta forma sobre nuestros pasos tratando de recuperar el pasado, para retomar la línea natural del tiempo allá donde extraviamos el rumbo. La sobrepoblación preocupaba, como preocupaba el hambre a que estaba sometida buena parte de los países del Tercer Mundo y como preocupaba el belicismo de una elite que hacía fortunas con guerras en las que morían los desheredados de los distintos países para sostener el medio de vida de los ricos y poderosos de esos mismos países en que se los marginaba.

Aullaba Viet.Nam, rugía el Yom Kippur, ardía Latinoamérica bajo las botas de cruentas dictaduras, Francia se convulsionaba por dos sociedades incompatibles que vivían de espaldas una a la otra y Checoslovaquia sucumbía en la Primavera de Praga; pero la juventud occidental vibraba entusiasmada por la esperanza, repartiéndose entre lo hippy e ideologías que instalaran un mundo posible de paz entre una humanidad despedazada por las guerras. Muchos, muchísimos jóvenes eran huérfanos de la mayor matanza que había experimentado la especie, la II Guerra Mundial, y se negaban a que siguieran sangrando y muriendo generaciones de pobres para que una elite viviera como ajena en un orden de poder y riqueza exclusivos. También en España, de entre las tinieblas de una dictadura atroz surgía una nueva generación que iba tomando las calles y universidades, regresando por los sones del folk –Quilapayún, Inti IIllimani, Jorge Cafrune, Los Sabandeños, Agua Viva, etc.- a un deseo de paz y libertad que rompiera la macabra secuencia del poder que pretendía someter no sólo las voluntades, sino también las almas. Jóvenes que creíamos, pensábamos, sabíamos que era posible otro mundo y otro orden más equitativo y habitable, y no pocos cantautores condensaron estas loables aspiraciones en letras más que en canciones: Víctor Manuel, Rafael Amor, Juan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Raimon, Luis Llach, Aute y tantos memorables otros.

No hay que esforzarse demasiado para revisar las hemerotecas del momento y poder comprobar por uno mismo quién estaba en las filas de un orden y de otro, el de la progresía y el del inmovilismo más reaccionario. A poco que uno se esfuerce, no es difícil encontrar brazo en alto, lo mismo en actos oficiales que en correrías y algaradas callejeras, a muchos de los actuales dirigentes de la derecha (PP) y de la supuesta izquierda (PSOE), no faltando quiénes fueron incluso personajillos dentro de grupos tales como los Guerrilleros de Cristo Rey, Falange, OJE o incluso la Sección Femenina. Otros, sin embargo, no es difícil descubrirlos tanto en fotografías como en escritos escandalosos o escandalizados en los diarios de la época –Pueblo, Informaciones, El Sol, etc.-, organizando protestas desde su posición más o menos saneada, siendo ejemplo para muchos e incluso sufriendo persecuciones policiales o aceptando con honorable entereza penas de cárcel dictadas por el TOP.

Algo debió pasar, sin embargo, para producir una mutación indeseada. Tal vez fueran por causa de los efectos dimanantes de las bombas atómicas que consumaron los genocidios de Hiroshima y Nagashaki, o consecuencia de las ingentes radiaciones liberadas por las incontables pruebas atómicas que hacían por doquier las potencias que ahora no quieren compartir club con otros países nuevos, si un efecto de los químicos que desde entonces envenenan vacunas y alimentos, si quizás la constatación de que se había quedado sin Dios este rincón del paraíso y ya todo valía, o si aún una borrachera de libertad, una vez que se consiguió establecer inter nos sin sangres. El caso es que logramos, efectivamente, dar la vuelta a la tortilla, y como en la película Las Verdes Praderas, tenemos que decir hoy como Alfredo Landa decía en ella: “y una vez que lo tuve, supe que no era esto lo que quería.” No; no era esto lo que quería, seguramente no es lo que queríamos. Hoy, aquellos que levantaban el brazo para significarse ante el dictador, y aún los que apaleaban “rojos” o “melenudos” por calles, universidades y discotecas, o fueron “flechas” de la OJE o promujeres de la Sección Femenina, copan los puestos dirigentes tanto del PP como del PSOE, e incluso son considerados vacas sagradas en sus respectivos partidos, hostiles en apariencia y colegas en la tiniebla.

Se ha dado la vuelta a la tortilla, y seguimos clavados, fijos, quietos ante la misma podredumbre. Los recalcitrantes izquierdistas fueron deambulando hasta radicarse a la derecha de la Derecha, y hasta algunos derechistas se han establecido con la mayor comodidad en la izquierda de la Izquierda, cual si nadie creyera en nada, sino que unos querían ser alguien a la sombra de Franco y ahora pretender seguirlo siendo en democracia (con las mismas maneras porque la cabra siempre tira al monte), y los otros eran contestación y contra y no quieren perder sus papelones de contestatarios de quienes quiera que sea que tengan el poder. El mundo, en fin, ha dado un vuelco, ha mutado enormemente para seguir exactamente igual, con las mismas guerras y miserias y exactamente las mismas matanzas –léase Iraq, Afganistán, esYugoslavia, etc.-, hambrunas y problemas. Pero eran una cosa entonces, y lo son ahora, sólo que se han cambiado los papeles... o las chaquetas. Incluso la mayoría de los cantautores, ante tal confusión, han enmudecido para siempre.

Pero no han mutado sólo de apariencia, sino de riguroso fondo. Quien fue terrorista, aboga ahora por la paz; quien apaleador de “rojos” y “melenudos”, se deja el pelo largo y encabeza testimonialmente (ahora) partidos de izquierda; quienes defensores de morales rigurosas y principios cristianos, han convertido a este país en un antro de putas y pervertidos y arriman tugurios de vicio y miseria para ponerlo al alcance de todas las almas, especialmente las más jóvenes y puras; y quien español radical, es independentista. El mundo, quién sabe si los dioses, se ha vuelto loco, o sencillamente será que las libertades conseguidas les han facultado para quitarse las caretas y lo único que querían entonces y ahora es poder al precio que sea, incluso del la corrupción moral más infecta.

El resultado, de cualquier forma, es el que es, y sólo puede valorarse una cuestión por los frutos que produce. Han destruido mi país, han corrompido a las gentes, han confundido los principios y ahora están malvendiendo al país mismo con todo lo que contiene. El Mal, en su expresión más rotunda y clásica, campea libremente por los páramos de España, conducido férreamente por sus más fieles servidores. A uno, de todo esto, le queda un regusto de estafa, de engaño, de timo; pero no porque se lo imagine, sino porque lo ha sido con todas las de la ley, nunca mejor dicho. Todo, todo se ha torcido. Son lo que son por mayoría, pero convendría dejar bien claro que el Infierno no se enfría porque se entre en él en manada, y es justamente al Infierno donde estos perversos están tratando de conducirnos. Y no es una metáfora.

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