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Cuando los necios juegan a ser Dios, su creación no puede ser otra que una aberración

El árbol de la vida

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Frases como “jamás se usará esta técnica con humanos”, “esta técnica debiera explorarse para solucionar cierto tipo de enfermedades humanas”, y “¿y por qué no utilizar esta técnica con humanos?”, por curioso que parezcan pertenecen a la misma persona, uno de los genetistas que se hicieron famosos al clonar a la oveja Dolly, y de quien ni siquiera voy a dar el nombre porque sus métodos me parecen aberrantes y él mismo me parece un monstruo que no debiera ser considerado como miembro de la especie humana. Ya se sabe que la verdad y la razón varían con el tiempo, y que, aun políticamente entendida, la verdad puede ser una cosa… y su contraria, según. La manipulación depende, en la mayoría de los casos, de lo habituados que están los individuos a las situaciones; por ejemplo, a usted probablemente le parecería en su niñez una falta terrible insultar a alguien, hasta que creció y se familiarizó con los insultos mundanos, dándole la impresión ahora de que aquello era una venialidad –siendo hoy lo mismo que entonces- sin la menor importancia, y pudiendo ahora usted incluso blasfemar como si tal cosa. Cuestión de costumbres, ya le digo. Y esto pasa con todo.

A finales del pasado mes junio nos enteramos de que ya había en el mundo una buena cantidad de niños manipulados genéticamente –los EEUU y EEUUropa son así, qué le vamos a hacer-, de modo que ahora no se trata ni de un “jamás”, ni de un “explorar”, ni siquiera de un “¿y por qué no?” Se trata, ya lo ven, de una realidad sin paliativos. Nada inesperado, por otra parte, pues de sobra era sabido incluso por los retardados –tanto más por los científicos que enfáticamente lo negaban-, que esto iba a pasar. Una realidad –la de estos nacimientos de niños modificados genéticamente (de varios padres y alguna que otra madre cada niño)- que no es ni mucho menos la realidad total o absoluta de cuando sucede, porque si esto es lo que conocemos, pueden suponerse ya, tal y como de sobra saben cómo funciona el mundo, la cantidad incontable de aberraciones que habrá por ahí y la enorme cantidad de barbaries de todo tipo que habrá escondidas en cuarteles y laboratorios, y aun las que de tapadillo o a la chita callando estarán perpetrando los “sabios” de la ciencia (y los ejércitos) en sus niditos de sabiduría.

Si usted ha tenido la desgracia de tener un hijo con un problema de nacimiento que sólo podía ser reparado en parte o solucionado por un “donante perfecto”, y para ello ha sometido a un segundo o tercer hijo suyo a una manipulación genética para que se pudiera solucionar este problema, sin duda estará de acuerdo con estas prácticas; y también lo estarán quienes de alguna manera se han beneficiado de ciertas características de estas manipulaciones, como tener hijos “imposibles”, y aun con ciertas características intrínsecas, siquiera sea nada más que la elección previa de sexo o del color de sus ojos. Sin embargo, cuando se habla de modificar el ADN, no se puede pedir que la Ciencia conozca o sepa de algunas cosas e ignore otras. Es tan absurdo como intentar leer un texto viendo a propia intención algunas letras y querer no ver las demás. Una vez abierta la caja de Pandora, ya no hay marcha atrás, imposible. Lo hecho, hecho está.

Sobre el papel o en la teoría las cosas tienen las manías de presentarse ni como son ni como pueden llegar a ser. La teoría decía que la manipulación genética de los alimentos evitaría plagas y enfermedades, resolviéndose así el problema del hambre en el mundo, entre otras lindezas. La realidad es tan otra que raya lo criminal. No sólo se han modificado irreversiblemente los ADN de los productos agrícolas, sino que ahora sus simientes sirven sólo para una temporada –se autodestruyen si en un plazo dado no germinan, y sus frutos resultantes no sirven como semillas-, y además contaminan a los productos naturales de tal modo que toda la producción mundial de alimentos está cayendo de la parte de Monsanto, entre otras asociaciones comerciales diabólicas. Lo peor del caso, viene ahora en que la naturaleza se ha reorganizado, y resulta que, a medida que los pólenes de los productos transgénicos devoran y eliminan a las productos naturales, se van haciendo vulnerables no sólo a nuevas plagas, sino también a las mismas que hasta ayer eran resistentes, porque los insectos y las bacterias son capaces nuevamente de vencer como si tal cosa las barreras genéticas que habían puesto artificialmente los dementes de Monsanto y demás compañías. Vamos, que lejos de combatir el hambre mundial, van a provocar una hambruna que va a acabar con todos, excepto con los bichos que querían combatir. Es lo que suele suceder cuando a un mono se le da una pistola.

No sólo se han querido modificar las estructuras de ADN de ciertas plantas –y registrarlas como si las hubieran inventado estos asnos-, sino que también, ya digo, se está realizando cada día ensayos de alteración de las estructuras de ADN con animales e incluso con humanos. Puede que algunos crean que esto es nuevo, y los que no, que piensen que son cuestiones de ficción como la cosa ésa de Frankenstein y tal; pero se equivocan: ni es nuevo, ni es ficción. Por órdenes de Stalin –según supimos en 2005-, un demente ruso intentó en 1926 crear un híbrido entre mono y hombre. Un político, propiamente. Poco avanzada estaba por entonces la genética, y la cosa salió como salió, no pudiendo llegarse más lejos que llenar de híbridos el politburó. Sin embargo, gracias al esfuerzo mundial que a finales/principio de los s. XIX-XX promovieron los satánicos por desentrañar el genoma humano, se dibujó por primera vez el Árbol de la Vida, y con esta fuente de información se fueron desentrañando los de todas las especies del planeta, facultándose que aquí los listos de los cojones quisieran desarrollar cerdos de seis patas para que no faltaran jamones; los tontos del culo de allá, quisieron desarrollar pescadillas con sabor a churrasco de buey; y los retrasados profundos de la controvertidísima inteligencia militar –véase qué barbaridades juntas-, quisieron desarrollar hombres con cualidades animales, según para qué aspecto del combate se tratara, procurándose así un ejército perfecto. Algo que, en mayor o menor medida, está sucediendo en todos los laboratorios de todas las grandes potencias. No hay nada de ficción en las obras de todos estos dementes inhumanos, sino pura y simple realidad.

Ya le digo que a usted, si está en cualquiera de los dos supuestos que expuse antes, todo esto le parecerá una cuestión sobre la que ni siquiera desea reflexionar, al menos no más allá de que usted ha resuelto un problema que suponía un gran sufrimiento. Sin embargo, ya lo ve, nada hay gratis en la vida: todo bien encierra un gran mal, y todo mal un gran bien. La cuestión es cuánto de cada cosa hay en este caso. Sabemos por la oveja Dolly, que lo que comenzó siendo una cuestión de comic – era hermana de su madre y madre de su abuela- terminó con un envejecimiento prematuro y unos achaques terribles a la edad de una ovejita como Lucera, bien jovencita; y sabemos que las desmedidas ambiciones de Monsanto y compañía por apropiarse de todos los alimentos de todo el mundo –si usted es español, ya sabe que vive en el paraíso de los transgénicos, porque aquí poco queda ya que sea natural-, consiguió en primera instancia frutos preciosos, lindos a la vista, sin semillas y de una imagen tan saludable que parecían invitar al consumo, aunque ahora sabemos que producen –o son susceptibles de estar produciendo- numerosas enfermedades en los consumidores de tan bellas ambrosías y que, a la no tan larga, van a acabar con los productos naturales a la vez que sucumben en las plagas que pretendían combatir. Un pan como una hostias, en fin.

De la misma forma sabemos que los ejércitos siempre han querido soldados que vean mejor, que sean más resistentes a la fatiga, que obedezcan más, que coman menos, que sean más impiadosos y sádicos, que lo mismo les dé llevarse por delante a combatientes enemigos que a los alumnos de primaria de un colegio, y que están haciendo lo posible por obtener estas criaturas mediante ingeniería genética, mucho más que probablemente utilizando los óvulos y los espermas de todos esos padres y madres ansiosas de tener criaturas por vía in vitro –tarro-, ya que por medios naturales no pueden. Bueno, pues puede que estos ansiosos padres utilicen uno o dos embriones -vaya usted a saber de quién y si están modificados ya o no- para lograr esa ansiada mater-paternidad; pero a los demás los van a convertir en madelmanes degollaniños, o sí o sí. Lo sabemos, porque no paran de aparecer noticias por ahí –de las que no salen en los diarios del sistema ni en los telediarios de entretenimiento social-, como sabemos que últimamente se están haciendo toda clase de ensayos para producir híbridos entre los seres humanos y buena parte de las especies animales del planeta. Me estoy refiriendo a ensayos que se están realizando desde hace bastantes años en laboratorios de mucho prestigio, universidades y empresas (además, claro, de ejércitos), por supuesto sin tomar en cuanta siquiera a ese italiano demente que va por ahí presumiendo de haberlos creado ya. Puede que el resultado, entendido con humor, sean políticos –hombre/asno-, o puede que lo que quieran es encontrar un método para que una elite pueda prescindir de la especie y encargarse una recua de criaturas según sus conveniencias del momento.

El Árbol de la Vida fue –se creen- desentrañado, y lo mismo estos necios quieren hacer bonsáis que jugar a jardineros; pero ya sabemos que, como digo en el subtítulo, cuando los necios juegan a ser Dios, su creación no puede ser otra que una aberración. Sin embargo, el paso está dado y el conocimiento está al alcance tanto de buenos como de malos, sin distinciones de ninguna clase. Ya es imparable, y, así las cosas y por el derrotero que tomaron todos los demás conocimientos de la Ciencia –energía nuclear, microbiología, ingeniería naval o aeronáutica, etc.-, ya se pueden suponer que la genética será nada más –o fundamentalmente- que un arma de guerra con todos sus potenciales. Y ahora, a esas personas que estaban en aquellos dos supuestos de antes, les pregunto: ¿les parece que lo suyo, el remedio de sus males, era el fin que perseguía este conocimiento, o nada más que una excusa para perseguir impunemente lo otro?... ¿Qué generará más dolor, el mal de no poder combatir esos problemas que mencionábamos, o el que va a tener que sufrir el mundo como consecuencia de todo esto?...

En fin, así es el hombre. Ya se ve que sin que les modifiquen genéticamente los hay que son peores que las ratas, y una enorme cantidad de ellos como esa especie que entre los animales ni siquiera existe: auténticos y genuinos joputas. El Árbol de la Vida, para estos últimos, es el lugar que ni pintiparado como para columpiarse como monos -con perdón de los simios-.

El árbol de la vida

Cuando los necios juegan a ser Dios, su creación no puede ser otra que una aberración
Ángel Ruiz Cediel
miércoles, 5 de septiembre de 2012, 07:06 h (CET)
Frases como “jamás se usará esta técnica con humanos”, “esta técnica debiera explorarse para solucionar cierto tipo de enfermedades humanas”, y “¿y por qué no utilizar esta técnica con humanos?”, por curioso que parezcan pertenecen a la misma persona, uno de los genetistas que se hicieron famosos al clonar a la oveja Dolly, y de quien ni siquiera voy a dar el nombre porque sus métodos me parecen aberrantes y él mismo me parece un monstruo que no debiera ser considerado como miembro de la especie humana. Ya se sabe que la verdad y la razón varían con el tiempo, y que, aun políticamente entendida, la verdad puede ser una cosa… y su contraria, según. La manipulación depende, en la mayoría de los casos, de lo habituados que están los individuos a las situaciones; por ejemplo, a usted probablemente le parecería en su niñez una falta terrible insultar a alguien, hasta que creció y se familiarizó con los insultos mundanos, dándole la impresión ahora de que aquello era una venialidad –siendo hoy lo mismo que entonces- sin la menor importancia, y pudiendo ahora usted incluso blasfemar como si tal cosa. Cuestión de costumbres, ya le digo. Y esto pasa con todo.

A finales del pasado mes junio nos enteramos de que ya había en el mundo una buena cantidad de niños manipulados genéticamente –los EEUU y EEUUropa son así, qué le vamos a hacer-, de modo que ahora no se trata ni de un “jamás”, ni de un “explorar”, ni siquiera de un “¿y por qué no?” Se trata, ya lo ven, de una realidad sin paliativos. Nada inesperado, por otra parte, pues de sobra era sabido incluso por los retardados –tanto más por los científicos que enfáticamente lo negaban-, que esto iba a pasar. Una realidad –la de estos nacimientos de niños modificados genéticamente (de varios padres y alguna que otra madre cada niño)- que no es ni mucho menos la realidad total o absoluta de cuando sucede, porque si esto es lo que conocemos, pueden suponerse ya, tal y como de sobra saben cómo funciona el mundo, la cantidad incontable de aberraciones que habrá por ahí y la enorme cantidad de barbaries de todo tipo que habrá escondidas en cuarteles y laboratorios, y aun las que de tapadillo o a la chita callando estarán perpetrando los “sabios” de la ciencia (y los ejércitos) en sus niditos de sabiduría.

Si usted ha tenido la desgracia de tener un hijo con un problema de nacimiento que sólo podía ser reparado en parte o solucionado por un “donante perfecto”, y para ello ha sometido a un segundo o tercer hijo suyo a una manipulación genética para que se pudiera solucionar este problema, sin duda estará de acuerdo con estas prácticas; y también lo estarán quienes de alguna manera se han beneficiado de ciertas características de estas manipulaciones, como tener hijos “imposibles”, y aun con ciertas características intrínsecas, siquiera sea nada más que la elección previa de sexo o del color de sus ojos. Sin embargo, cuando se habla de modificar el ADN, no se puede pedir que la Ciencia conozca o sepa de algunas cosas e ignore otras. Es tan absurdo como intentar leer un texto viendo a propia intención algunas letras y querer no ver las demás. Una vez abierta la caja de Pandora, ya no hay marcha atrás, imposible. Lo hecho, hecho está.

Sobre el papel o en la teoría las cosas tienen las manías de presentarse ni como son ni como pueden llegar a ser. La teoría decía que la manipulación genética de los alimentos evitaría plagas y enfermedades, resolviéndose así el problema del hambre en el mundo, entre otras lindezas. La realidad es tan otra que raya lo criminal. No sólo se han modificado irreversiblemente los ADN de los productos agrícolas, sino que ahora sus simientes sirven sólo para una temporada –se autodestruyen si en un plazo dado no germinan, y sus frutos resultantes no sirven como semillas-, y además contaminan a los productos naturales de tal modo que toda la producción mundial de alimentos está cayendo de la parte de Monsanto, entre otras asociaciones comerciales diabólicas. Lo peor del caso, viene ahora en que la naturaleza se ha reorganizado, y resulta que, a medida que los pólenes de los productos transgénicos devoran y eliminan a las productos naturales, se van haciendo vulnerables no sólo a nuevas plagas, sino también a las mismas que hasta ayer eran resistentes, porque los insectos y las bacterias son capaces nuevamente de vencer como si tal cosa las barreras genéticas que habían puesto artificialmente los dementes de Monsanto y demás compañías. Vamos, que lejos de combatir el hambre mundial, van a provocar una hambruna que va a acabar con todos, excepto con los bichos que querían combatir. Es lo que suele suceder cuando a un mono se le da una pistola.

No sólo se han querido modificar las estructuras de ADN de ciertas plantas –y registrarlas como si las hubieran inventado estos asnos-, sino que también, ya digo, se está realizando cada día ensayos de alteración de las estructuras de ADN con animales e incluso con humanos. Puede que algunos crean que esto es nuevo, y los que no, que piensen que son cuestiones de ficción como la cosa ésa de Frankenstein y tal; pero se equivocan: ni es nuevo, ni es ficción. Por órdenes de Stalin –según supimos en 2005-, un demente ruso intentó en 1926 crear un híbrido entre mono y hombre. Un político, propiamente. Poco avanzada estaba por entonces la genética, y la cosa salió como salió, no pudiendo llegarse más lejos que llenar de híbridos el politburó. Sin embargo, gracias al esfuerzo mundial que a finales/principio de los s. XIX-XX promovieron los satánicos por desentrañar el genoma humano, se dibujó por primera vez el Árbol de la Vida, y con esta fuente de información se fueron desentrañando los de todas las especies del planeta, facultándose que aquí los listos de los cojones quisieran desarrollar cerdos de seis patas para que no faltaran jamones; los tontos del culo de allá, quisieron desarrollar pescadillas con sabor a churrasco de buey; y los retrasados profundos de la controvertidísima inteligencia militar –véase qué barbaridades juntas-, quisieron desarrollar hombres con cualidades animales, según para qué aspecto del combate se tratara, procurándose así un ejército perfecto. Algo que, en mayor o menor medida, está sucediendo en todos los laboratorios de todas las grandes potencias. No hay nada de ficción en las obras de todos estos dementes inhumanos, sino pura y simple realidad.

Ya le digo que a usted, si está en cualquiera de los dos supuestos que expuse antes, todo esto le parecerá una cuestión sobre la que ni siquiera desea reflexionar, al menos no más allá de que usted ha resuelto un problema que suponía un gran sufrimiento. Sin embargo, ya lo ve, nada hay gratis en la vida: todo bien encierra un gran mal, y todo mal un gran bien. La cuestión es cuánto de cada cosa hay en este caso. Sabemos por la oveja Dolly, que lo que comenzó siendo una cuestión de comic – era hermana de su madre y madre de su abuela- terminó con un envejecimiento prematuro y unos achaques terribles a la edad de una ovejita como Lucera, bien jovencita; y sabemos que las desmedidas ambiciones de Monsanto y compañía por apropiarse de todos los alimentos de todo el mundo –si usted es español, ya sabe que vive en el paraíso de los transgénicos, porque aquí poco queda ya que sea natural-, consiguió en primera instancia frutos preciosos, lindos a la vista, sin semillas y de una imagen tan saludable que parecían invitar al consumo, aunque ahora sabemos que producen –o son susceptibles de estar produciendo- numerosas enfermedades en los consumidores de tan bellas ambrosías y que, a la no tan larga, van a acabar con los productos naturales a la vez que sucumben en las plagas que pretendían combatir. Un pan como una hostias, en fin.

De la misma forma sabemos que los ejércitos siempre han querido soldados que vean mejor, que sean más resistentes a la fatiga, que obedezcan más, que coman menos, que sean más impiadosos y sádicos, que lo mismo les dé llevarse por delante a combatientes enemigos que a los alumnos de primaria de un colegio, y que están haciendo lo posible por obtener estas criaturas mediante ingeniería genética, mucho más que probablemente utilizando los óvulos y los espermas de todos esos padres y madres ansiosas de tener criaturas por vía in vitro –tarro-, ya que por medios naturales no pueden. Bueno, pues puede que estos ansiosos padres utilicen uno o dos embriones -vaya usted a saber de quién y si están modificados ya o no- para lograr esa ansiada mater-paternidad; pero a los demás los van a convertir en madelmanes degollaniños, o sí o sí. Lo sabemos, porque no paran de aparecer noticias por ahí –de las que no salen en los diarios del sistema ni en los telediarios de entretenimiento social-, como sabemos que últimamente se están haciendo toda clase de ensayos para producir híbridos entre los seres humanos y buena parte de las especies animales del planeta. Me estoy refiriendo a ensayos que se están realizando desde hace bastantes años en laboratorios de mucho prestigio, universidades y empresas (además, claro, de ejércitos), por supuesto sin tomar en cuanta siquiera a ese italiano demente que va por ahí presumiendo de haberlos creado ya. Puede que el resultado, entendido con humor, sean políticos –hombre/asno-, o puede que lo que quieran es encontrar un método para que una elite pueda prescindir de la especie y encargarse una recua de criaturas según sus conveniencias del momento.

El Árbol de la Vida fue –se creen- desentrañado, y lo mismo estos necios quieren hacer bonsáis que jugar a jardineros; pero ya sabemos que, como digo en el subtítulo, cuando los necios juegan a ser Dios, su creación no puede ser otra que una aberración. Sin embargo, el paso está dado y el conocimiento está al alcance tanto de buenos como de malos, sin distinciones de ninguna clase. Ya es imparable, y, así las cosas y por el derrotero que tomaron todos los demás conocimientos de la Ciencia –energía nuclear, microbiología, ingeniería naval o aeronáutica, etc.-, ya se pueden suponer que la genética será nada más –o fundamentalmente- que un arma de guerra con todos sus potenciales. Y ahora, a esas personas que estaban en aquellos dos supuestos de antes, les pregunto: ¿les parece que lo suyo, el remedio de sus males, era el fin que perseguía este conocimiento, o nada más que una excusa para perseguir impunemente lo otro?... ¿Qué generará más dolor, el mal de no poder combatir esos problemas que mencionábamos, o el que va a tener que sufrir el mundo como consecuencia de todo esto?...

En fin, así es el hombre. Ya se ve que sin que les modifiquen genéticamente los hay que son peores que las ratas, y una enorme cantidad de ellos como esa especie que entre los animales ni siquiera existe: auténticos y genuinos joputas. El Árbol de la Vida, para estos últimos, es el lugar que ni pintiparado como para columpiarse como monos -con perdón de los simios-.

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