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Hago recuento y ya no leo algunos nombres, pero no siento por ello resentimiento ni tristeza. Ciertos vacíos en mi agenda me aportan tanto conocimiento como tranquilidad.
"¿Te acuerdas de Julio? Pues le dio por meterse en eso de la defensa de los animales. Sí hombre, los que están en contra de las corridas de toros, de los circos, de los zoológicos. Vamos, que rechazan hasta los cinturones de piel o el corderito lechal al horno. En fin, que ahora es uno de esos que reclaman no sé qué de derechos para los animales".
Y Julio, a sus ojos de cuerdos, mudó en una suerte de lunático transitando por universos de ladridos, rebuznos y mugidos, como aquejado de una demencia súbita que, en aquellos que le apreciaron, inspira más lástima que temor o aversión.
¿Loco por masticar la tristeza que adivino en la mirada de un perro abandonado?, ¿chiflado por sangrar lágrimas cuando un toro llora sangre?, ¿perturbado porque me dejen marcas en la conciencia los barrotes que se clavan en el cuerpo de un cerdo estabulado?, ¿desequilibrado por escuchar, por ver, por no girar la cabeza y olvidar?, ¿alienado por creer que tradicional y cabal no siempre son sinónimos?
La sensatez que añoráis en mí y que dais por perdida se llamaba ceguera, sordera, individualismo y cobardía.
Entiendo que algunos os hayáis alejado, pues la verdad es que en mi "dolencia" sí hay peligro de contagio. Sólo es necesario bajar las defensas del egoismo y de la ignorancia, para dejarse contaminar por la empatía con el padecimiento de otros seres. Pero esa "enfermedad" tiene una consecuencia llamada renuncia, un verbo que muchos prefieren no conjugar preocupados como están en alimentar más su yo físico que su yo moral.
Mi agenda "no animalista" pesa menos que antes, sí, pero los nombres que permanecen en ella han adquirido el carácter indeleble de lo auténtico, sin reproches ni juicios de valor. Y en la nueva, habitan otros que desprenden tal luz, que gracias a ellos se han venido a iluminar los claroscuros del Julio que unos cuantos ya no reconocéis.
A quienes estamos convencidos de la iniquidad intrínseca de Sánchez, no nos va a confundir la supuesta “carta de amor” de este cateto personaje a su Begoña amada, redactada de su “puño y letra” (con sus tradicionales errores y faltas gramaticales) y exceso de egolatría.
Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...
Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
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