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La pregunta no debería ser si lo haría, sino si sabe que ya lo está haciendo.

La obsolescencia programada o cómo las empresas fabrican productos con fecha de caducidad

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Tras más de 9 años de investigación, el empresario español Benito Muros junto a un grupo de ingenieros internacionales, ha desarrollado la tecnología y la fórmula necesarias para fabricar una bombilla que tiene una duración de por vida. Con esta lámpara de luz, que será comercializada en breve, Muros no solo pretende revolucionar el mercado, sino también acabar con la “obsolescencia programada”, una práctica comercial cada día más habitual y que consiste en diseñar productos para que se estropeen pasado un determinado tiempo de uso.

¿Compraría un móvil si supiera que está programado para dejar de funcionar tras 200 horas de uso? ¿Y una bombilla que se va a fundir tras 500 horas de utilización? La pregunta no debería ser si lo haría, sino si sabe que ya lo está haciendo.

Lavadoras, bombillas, baterías de móviles, medias de mujer... Gran parte de los productos que compramos en la actualidad están hechos para que dejen de funcionar pasado un determinando tiempo. De esta forma, sus fabricantes obligan al consumidor a comprar un producto nuevo, incrementando sus ingresos y, por tanto, sus beneficios.

Esa programación del fin de la vida útil de un producto se denomina obsolescencia programada o planificada y no solo perjudica a nuestro bolsillo sino que pone en peligro la sostenibilidad del planeta al suponer un derroche constante de recursos.

La bombilla
El 21 de octubre de 1879, Thomas Alva Edison presentaba una lámpara práctica y viable que permanecía encendida durante 48 horas ininterrumpidas. Unos meses después, las autoridades estadounidenses le concedieron la patente del que se considera uno de los inventos más útiles de la historia.

Han pasado casi dos siglos y, hoy en día, las lámparas de luz siguen siendo el motor de nuestra sociedad. Las hay en todas partes: En nuestra casa, en nuestro trabajo, en la calle, en los aeropuertos...

Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde que Edison patentó su invento, cabría pensar que las bombillas que utilizamos hoy en día son mejores que las de antaño. Pero no. Son peores. Y no porque no tengamos la capacidad necesaria para hacerlas más eficaces, sino porque los fabricantes las hacen, a propósito, con una programación de vida limitada.

Cuando la bombilla fabricada por Edison comenzó a comercializarse, se anunciaba a bombo y platillo que, gracias a su filamento de gran estabilidad, tenía una duración de 1.500 horas. Unos años después, en 1924, otros fabricantes anunciaban lámparas con una duración de 2.500 horas.

Hoy en día, sin embargo, una bombilla incandescente convencional tiene aproximadamente unas 1.000 horas de vida, lo que supone, aproximadamente, un año de uso. Es decir, casi 200 años después, con todos los avances que se han producido en el ámbito de la ciencia y la tecnología, no solo no utilizamos bombillas mejores sino que las actuales se estropean antes que las pioneras.

Pero, ¿por qué ocurre esto? Imagine que es un fabricante de principios del siglo XIX, y que sus ingenieros han conseguido crear una bombilla que dura, por ejemplo, 150 años. Al principio, usted estaría feliz, porque sus bombillas se venderían como churros, lo que incrementaría sus ingresos.

Pero, ¿qué ocurriría pasados, pongamos, dos o tres años desde su comercialización? La respuesta es sencilla: Que nadie las compraría y sus ventas caerían en picado. ¿El motivo? Su bombilla sería tan buena que nadie necesitaría comprar otra en más de un siglo.

Es probable que, con el tiempo, su idea, en un principio brillante, dejara de parecérselo. O quizás, incluso, que acabara arrepintiéndose del logro conseguido, teniendo en cuenta que, a la larga, había supuesto el fin de su negocio. Pues eso es lo que les pasó a los fabricantes de bombillas. Pronto descubrieron que prolongar la duración de la vida de las mismas solo supondría el fin de sus lucrativos negocios.

Por eso, un 25 de diciembre de 1924 se reunieron en Ginebra representantes de algunas de las compañías de la industria de las lámparas de luz más importantes del mundo.

Ese día, decidieron crear un cártel mundial para controlar la producción de lámparas de luz que recibió el nombre de “Phoebus”. El objetivo era controlar el mercado de estos productos y garantizar la viabilidad de sus negocios. Entre otras medidas, decidieron que “la vida media de las bombillas de iluminación general no debía ser garantizada u ofrecida por otro valor que no sea las 1.000 horas”. Con el tiempo, el cártel fue denunciado y, en teoría, dejó de funcionar. Pero la práctica que recomendó, reducir a propósito la vida de las bombillas, sigue en vigor hoy en día.

La batería de Apple
Aunque famosas por ser pioneras, las bombillas no son los únicos productos fabricados para quedarse obsoletos en un momento determinado. Hay muchísimos ejemplos más: las medias de mujer, menos resistentes hoy en día que a mediados de siglo, cuando se anunciaban a prueba de carreras; las impresoras, que llevan incorporado un chip que les impide funcionar tras realizar un determinado número de copias...

De hecho, recientemente se habló de un posible caso de obsolescencia programada relacionado con otro de los aparatos electrónicos más vendidos en la actualidad, el reproductor de música iPod, de la compañía americana Apple.

Pocos meses después de salir el primer iPod al mercado, en medio de una tremenda campaña publicitaria, el director de cine estadounidense Casey Neistat y su hermano ponían contra las cuerdas a la compañía de Steve Jobs con la realización de un vídeo en el que se denunciaba la corta vida de las baterías de estos aparatos.

Sostenían que estaban programadas para durar tan solo entre ocho y doce meses. El problema es que la batería estaba soldada al reproductor de música, con lo cual su inutilización obligaría al cliente a tener que cambiar el aparato por otro más nuevo al poco tiempo de haberlo adquirido por un elevado precio.

El corto provocó un verdadero revuelo y a la compañía de la manzana le empezaron a llover las denuncias de clientes. El asunto se zanjó en los tribunales con el compromiso de Apple de asegurar dos años de vida en sus iPods y de crear un departamento de recambios para aquellos modelos que no ofrecían la posibilidad de un cambio de batería.

Surge la duda de si es ético y legal que las empresas fabriquen productos que queden obsoletos a propósito. Y, lo que es peor, que lo hagan con el único objetivo de obtener mayores ingresos. El empresario Benito Muros, propietario de la compañía OEP Electrics, quien asegura haber fabricado una bombilla sin fecha de caducidad, lo tiene claro: “No, no es ético”.

“Los fabricantes que llevan a cabo estas prácticas -asegura-, no se dan cuenta de que están utilizando unas materias primas que cogemos del Tercer Mundo a muy bajo precio, para devolverlos después también al Tercer Mundo en forma de residuos muy peligrosos”. Esto, a su juicio, “pone en peligro la sostenibilidad de un planeta ya mermado de recursos”.

De hecho Muros, quien nos relata los problemas que ha tenido que afrontar para poder comercializar su bombilla -y que según explica incluyen desde amenazas de muerte hasta una campaña de desprestigio en las redes sociales-, va a dedicar sus esfuerzos a concienciar a la sociedad sobre los peligros de la obsolescencia programada. Para ello, ha creado el llamado Movimiento SOP (Sin Obsolescencia Programada).

“Al final son los ciudadanos los que pueden hacer que las cosas cambien”, asegura. El empresario, que ha conseguido que una empresa española, Sistemas MHD, comercialice sus bombillas, tiene la intención de atraer a otros fabricantes, para que se unan a su iniciativa. “Vamos a apoyar todo tipo de productos que se sumen a nuestra filosofía, incluso económicamente”, afirma.

El tiempo nos dirá si con su iniciativa logra cambiar una mentalidad que se encuentra arraigada por su cotidianidad.



La obsolescencia programada o cómo las empresas fabrican productos con fecha de caducidad

La pregunta no debería ser si lo haría, sino si sabe que ya lo está haciendo.
Redacción
lunes, 4 de junio de 2012, 11:34 h (CET)
Tras más de 9 años de investigación, el empresario español Benito Muros junto a un grupo de ingenieros internacionales, ha desarrollado la tecnología y la fórmula necesarias para fabricar una bombilla que tiene una duración de por vida. Con esta lámpara de luz, que será comercializada en breve, Muros no solo pretende revolucionar el mercado, sino también acabar con la “obsolescencia programada”, una práctica comercial cada día más habitual y que consiste en diseñar productos para que se estropeen pasado un determinado tiempo de uso.

¿Compraría un móvil si supiera que está programado para dejar de funcionar tras 200 horas de uso? ¿Y una bombilla que se va a fundir tras 500 horas de utilización? La pregunta no debería ser si lo haría, sino si sabe que ya lo está haciendo.

Lavadoras, bombillas, baterías de móviles, medias de mujer... Gran parte de los productos que compramos en la actualidad están hechos para que dejen de funcionar pasado un determinando tiempo. De esta forma, sus fabricantes obligan al consumidor a comprar un producto nuevo, incrementando sus ingresos y, por tanto, sus beneficios.

Esa programación del fin de la vida útil de un producto se denomina obsolescencia programada o planificada y no solo perjudica a nuestro bolsillo sino que pone en peligro la sostenibilidad del planeta al suponer un derroche constante de recursos.

La bombilla
El 21 de octubre de 1879, Thomas Alva Edison presentaba una lámpara práctica y viable que permanecía encendida durante 48 horas ininterrumpidas. Unos meses después, las autoridades estadounidenses le concedieron la patente del que se considera uno de los inventos más útiles de la historia.

Han pasado casi dos siglos y, hoy en día, las lámparas de luz siguen siendo el motor de nuestra sociedad. Las hay en todas partes: En nuestra casa, en nuestro trabajo, en la calle, en los aeropuertos...

Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde que Edison patentó su invento, cabría pensar que las bombillas que utilizamos hoy en día son mejores que las de antaño. Pero no. Son peores. Y no porque no tengamos la capacidad necesaria para hacerlas más eficaces, sino porque los fabricantes las hacen, a propósito, con una programación de vida limitada.

Cuando la bombilla fabricada por Edison comenzó a comercializarse, se anunciaba a bombo y platillo que, gracias a su filamento de gran estabilidad, tenía una duración de 1.500 horas. Unos años después, en 1924, otros fabricantes anunciaban lámparas con una duración de 2.500 horas.

Hoy en día, sin embargo, una bombilla incandescente convencional tiene aproximadamente unas 1.000 horas de vida, lo que supone, aproximadamente, un año de uso. Es decir, casi 200 años después, con todos los avances que se han producido en el ámbito de la ciencia y la tecnología, no solo no utilizamos bombillas mejores sino que las actuales se estropean antes que las pioneras.

Pero, ¿por qué ocurre esto? Imagine que es un fabricante de principios del siglo XIX, y que sus ingenieros han conseguido crear una bombilla que dura, por ejemplo, 150 años. Al principio, usted estaría feliz, porque sus bombillas se venderían como churros, lo que incrementaría sus ingresos.

Pero, ¿qué ocurriría pasados, pongamos, dos o tres años desde su comercialización? La respuesta es sencilla: Que nadie las compraría y sus ventas caerían en picado. ¿El motivo? Su bombilla sería tan buena que nadie necesitaría comprar otra en más de un siglo.

Es probable que, con el tiempo, su idea, en un principio brillante, dejara de parecérselo. O quizás, incluso, que acabara arrepintiéndose del logro conseguido, teniendo en cuenta que, a la larga, había supuesto el fin de su negocio. Pues eso es lo que les pasó a los fabricantes de bombillas. Pronto descubrieron que prolongar la duración de la vida de las mismas solo supondría el fin de sus lucrativos negocios.

Por eso, un 25 de diciembre de 1924 se reunieron en Ginebra representantes de algunas de las compañías de la industria de las lámparas de luz más importantes del mundo.

Ese día, decidieron crear un cártel mundial para controlar la producción de lámparas de luz que recibió el nombre de “Phoebus”. El objetivo era controlar el mercado de estos productos y garantizar la viabilidad de sus negocios. Entre otras medidas, decidieron que “la vida media de las bombillas de iluminación general no debía ser garantizada u ofrecida por otro valor que no sea las 1.000 horas”. Con el tiempo, el cártel fue denunciado y, en teoría, dejó de funcionar. Pero la práctica que recomendó, reducir a propósito la vida de las bombillas, sigue en vigor hoy en día.

La batería de Apple
Aunque famosas por ser pioneras, las bombillas no son los únicos productos fabricados para quedarse obsoletos en un momento determinado. Hay muchísimos ejemplos más: las medias de mujer, menos resistentes hoy en día que a mediados de siglo, cuando se anunciaban a prueba de carreras; las impresoras, que llevan incorporado un chip que les impide funcionar tras realizar un determinado número de copias...

De hecho, recientemente se habló de un posible caso de obsolescencia programada relacionado con otro de los aparatos electrónicos más vendidos en la actualidad, el reproductor de música iPod, de la compañía americana Apple.

Pocos meses después de salir el primer iPod al mercado, en medio de una tremenda campaña publicitaria, el director de cine estadounidense Casey Neistat y su hermano ponían contra las cuerdas a la compañía de Steve Jobs con la realización de un vídeo en el que se denunciaba la corta vida de las baterías de estos aparatos.

Sostenían que estaban programadas para durar tan solo entre ocho y doce meses. El problema es que la batería estaba soldada al reproductor de música, con lo cual su inutilización obligaría al cliente a tener que cambiar el aparato por otro más nuevo al poco tiempo de haberlo adquirido por un elevado precio.

El corto provocó un verdadero revuelo y a la compañía de la manzana le empezaron a llover las denuncias de clientes. El asunto se zanjó en los tribunales con el compromiso de Apple de asegurar dos años de vida en sus iPods y de crear un departamento de recambios para aquellos modelos que no ofrecían la posibilidad de un cambio de batería.

Surge la duda de si es ético y legal que las empresas fabriquen productos que queden obsoletos a propósito. Y, lo que es peor, que lo hagan con el único objetivo de obtener mayores ingresos. El empresario Benito Muros, propietario de la compañía OEP Electrics, quien asegura haber fabricado una bombilla sin fecha de caducidad, lo tiene claro: “No, no es ético”.

“Los fabricantes que llevan a cabo estas prácticas -asegura-, no se dan cuenta de que están utilizando unas materias primas que cogemos del Tercer Mundo a muy bajo precio, para devolverlos después también al Tercer Mundo en forma de residuos muy peligrosos”. Esto, a su juicio, “pone en peligro la sostenibilidad de un planeta ya mermado de recursos”.

De hecho Muros, quien nos relata los problemas que ha tenido que afrontar para poder comercializar su bombilla -y que según explica incluyen desde amenazas de muerte hasta una campaña de desprestigio en las redes sociales-, va a dedicar sus esfuerzos a concienciar a la sociedad sobre los peligros de la obsolescencia programada. Para ello, ha creado el llamado Movimiento SOP (Sin Obsolescencia Programada).

“Al final son los ciudadanos los que pueden hacer que las cosas cambien”, asegura. El empresario, que ha conseguido que una empresa española, Sistemas MHD, comercialice sus bombillas, tiene la intención de atraer a otros fabricantes, para que se unan a su iniciativa. “Vamos a apoyar todo tipo de productos que se sumen a nuestra filosofía, incluso económicamente”, afirma.

El tiempo nos dirá si con su iniciativa logra cambiar una mentalidad que se encuentra arraigada por su cotidianidad.



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