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Aquél día, quince de junio de 1977, hacía menos calor que en este “ferrojunio” del 2017. Menos temperatura en la atmósfera pero la misma o superior en el ambiente

Yo estuve allí

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Todos esperábamos con ilusión aquellas primeras elecciones que iban a dar paso a la democracia (dentro de lo que cabe). Un grupo de amigos (que como siempre, me tocó comandar, “en comunidad no enseñes tu habilidad”) nos encargamos de crear una especie de oficina de control de la información de las mesas y nombramiento de apoderados e interventores en la capital y los distintos pueblos de la provincia de Málaga por cuenta de la UCD, a petición de nuestro amigo Pepe García, que fue proclamado diputado en aquellas elecciones..

Montamos el chiringuito lejos de las oficinas centrales de calle Larios para evitar interferencias. Paco Villodres, único candidato al Senado por la UCD elegido posteriormente, nos cedió un despacho en la calle Duquesa de Parcent que convertimos por poco dinero y con mucha imaginación, en una oficina electoral al estilo de las que habíamos visto en las películas americanas.

Nuestra misión era conectar con todos los pueblos y localizar alguien que nos informara de los mítines, primero y los resultados de las urnas, después. Aun no se habían perdido las viejas malas costumbres. Alguno de los corresponsales cerraba la conversación con un “a tus órdenes” que chirriaba en nuestros oídos.

Aquél jueves, 14 de junio de 1977, me eché a la calle muy temprano provisto de una credencial de apoderado importante que me permitía acceder a todos los colegios. Me dediqué a visitar los que pude. Las colas eran más grandes que las de promesas del Cautivo. Recuerdo el colegio Bergamín, en la Avenida de Barcelona, que estaba a punto de ser objeto de un motín o asonada. Los policías daban de vez en cuando un par de chillidos que llevaban un poco de orden al tumulto. No llegó la sangre al río. Finalmente pudo votar todo el que quiso.

Los candidatos de la UCD habían evaluado bastante mal las encuestas de voto. Se las prometían muy felices, en especial algún candidato al Senado. A medida que nos llegaban los informes la euforia fue decreciendo. Los que se daban cuenta de sus escasas posibilidades iban desapareciendo de las sedes. Al final nos quedamos casi solos, pero enteros. Salvo alguno que no supo digerir la realidad.

Los pueblos más grandes informaban; los más pequeños, donde había ganado de calle el PSOE, ni siquiera se molestaron en llamar. A las doce cerramos el chiringuito, con más pena que gloria, y volvimos a nuestros domicilios. Tan solo me volví a reunir con el staff de la UCD en una comida, celebrada días después en las faldas del castillo de Gibralfaro, a la que asistieron los elegidos y tres o cuatro personas más en la que reconocieron nuestro trabajo.

Allí acabó mi implicación política. Después me volvieron a llamar para diversas ocupaciones a las que me negué en rotundo. Tan solo participé de aquellas Unidades de Acción Ciudadana que se montaron al estilo de las asociaciones de vecinos. Tuvieron una vida corta. Tan solo sirvieron para traer la antena del UHF a Málaga, suceso que expliqué en otro artículo.

Mi buena noticia de hoy me la ofrecen ese grupo de entusiastas de todos los partidos e ideología que entendimos la posibilidad de dar rienda suelta a nuestra libertad de elegir a nuestros políticos y defenestrarlos si no lo hacen bien. Éramos de una generación que no había vivido la guerra incivil y nos encontrábamos poco contaminados por el rencor. Ahora parece que se reverdecen los viejos odios. Nos conocíamos casi todos. Habíamos estudiado o trabajado juntos. Hablábamos con naturalidad de nuestras ideas y decidimos, en vez de enseñar los puños y las manos abiertas de distinta forma, bajarlas y acercarnos los unos a los otros para poner en marcha los “otros cuarenta años” más fructíferos de la historia de España.

Ojala volvamos a la concordia y el reconocimiento desde el respeto. A podernos mirar sin odio y a tener unos políticos que nos unan. No que nos enfrenten los unos con los otros. Así debe ser. Aquél día yo estuve allí.

Yo estuve allí

Aquél día, quince de junio de 1977, hacía menos calor que en este “ferrojunio” del 2017. Menos temperatura en la atmósfera pero la misma o superior en el ambiente
Manuel Montes Cleries
lunes, 19 de junio de 2017, 00:02 h (CET)
Todos esperábamos con ilusión aquellas primeras elecciones que iban a dar paso a la democracia (dentro de lo que cabe). Un grupo de amigos (que como siempre, me tocó comandar, “en comunidad no enseñes tu habilidad”) nos encargamos de crear una especie de oficina de control de la información de las mesas y nombramiento de apoderados e interventores en la capital y los distintos pueblos de la provincia de Málaga por cuenta de la UCD, a petición de nuestro amigo Pepe García, que fue proclamado diputado en aquellas elecciones..

Montamos el chiringuito lejos de las oficinas centrales de calle Larios para evitar interferencias. Paco Villodres, único candidato al Senado por la UCD elegido posteriormente, nos cedió un despacho en la calle Duquesa de Parcent que convertimos por poco dinero y con mucha imaginación, en una oficina electoral al estilo de las que habíamos visto en las películas americanas.

Nuestra misión era conectar con todos los pueblos y localizar alguien que nos informara de los mítines, primero y los resultados de las urnas, después. Aun no se habían perdido las viejas malas costumbres. Alguno de los corresponsales cerraba la conversación con un “a tus órdenes” que chirriaba en nuestros oídos.

Aquél jueves, 14 de junio de 1977, me eché a la calle muy temprano provisto de una credencial de apoderado importante que me permitía acceder a todos los colegios. Me dediqué a visitar los que pude. Las colas eran más grandes que las de promesas del Cautivo. Recuerdo el colegio Bergamín, en la Avenida de Barcelona, que estaba a punto de ser objeto de un motín o asonada. Los policías daban de vez en cuando un par de chillidos que llevaban un poco de orden al tumulto. No llegó la sangre al río. Finalmente pudo votar todo el que quiso.

Los candidatos de la UCD habían evaluado bastante mal las encuestas de voto. Se las prometían muy felices, en especial algún candidato al Senado. A medida que nos llegaban los informes la euforia fue decreciendo. Los que se daban cuenta de sus escasas posibilidades iban desapareciendo de las sedes. Al final nos quedamos casi solos, pero enteros. Salvo alguno que no supo digerir la realidad.

Los pueblos más grandes informaban; los más pequeños, donde había ganado de calle el PSOE, ni siquiera se molestaron en llamar. A las doce cerramos el chiringuito, con más pena que gloria, y volvimos a nuestros domicilios. Tan solo me volví a reunir con el staff de la UCD en una comida, celebrada días después en las faldas del castillo de Gibralfaro, a la que asistieron los elegidos y tres o cuatro personas más en la que reconocieron nuestro trabajo.

Allí acabó mi implicación política. Después me volvieron a llamar para diversas ocupaciones a las que me negué en rotundo. Tan solo participé de aquellas Unidades de Acción Ciudadana que se montaron al estilo de las asociaciones de vecinos. Tuvieron una vida corta. Tan solo sirvieron para traer la antena del UHF a Málaga, suceso que expliqué en otro artículo.

Mi buena noticia de hoy me la ofrecen ese grupo de entusiastas de todos los partidos e ideología que entendimos la posibilidad de dar rienda suelta a nuestra libertad de elegir a nuestros políticos y defenestrarlos si no lo hacen bien. Éramos de una generación que no había vivido la guerra incivil y nos encontrábamos poco contaminados por el rencor. Ahora parece que se reverdecen los viejos odios. Nos conocíamos casi todos. Habíamos estudiado o trabajado juntos. Hablábamos con naturalidad de nuestras ideas y decidimos, en vez de enseñar los puños y las manos abiertas de distinta forma, bajarlas y acercarnos los unos a los otros para poner en marcha los “otros cuarenta años” más fructíferos de la historia de España.

Ojala volvamos a la concordia y el reconocimiento desde el respeto. A podernos mirar sin odio y a tener unos políticos que nos unan. No que nos enfrenten los unos con los otros. Así debe ser. Aquél día yo estuve allí.

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