WASHINGTON -- VALE, el rescate de la General Motors y de Chrysler no fue socialista en el sentido clásico: el estado no expropió las empresas. Su reforma se llevó a cabo en gran parte a través de intervenciones difíciles de gestión capitalista.
Pero, sí, fue socialismo -- o "capitalismo de estado" a lo mejor – porque el estado asumió temporalmente la dirección de las empresas en las que nadie del sector privado estaba dispuesto a meter el dinero suficiente para evitar que se fueran a la ruina. Hoy, las empresas prosperan.
Más que eso: la industria automovilística ejemplifica la forma en la que los sindicatos son los que mejor pueden proteger los intereses de sus afiliados al tiempo que también garantizan la viabilidad de las empresas que los tienen contratados.
Este mes, el sindicato de trabajadores del automóvil y General Motors alcanzaron un principio de acuerdo a cuatro años que va a sumar o salvar alrededor de 6.500 puestos de trabajo, proporcionando a la plantilla 5.000 dólares en incentivos y mejorando un acuerdo de reparto de beneficios.
Observe ese incremento en la participación en beneficios. Sindicato y empresa pretenden alinear los intereses de plantilla y accionistas. La idea debería ser tan americana como un Chevy o un Ford: cuando a una empresa le van bien las cosas, a su plantilla también le debería de ir bien.
El enfoque negociador del sindicato de trabajadores del automóvil desmiente la noción de que a los sindicatos no les interesa el bienestar de las empresas cuyas plantillas representan. Por el contrario, el sindicato hizo extraordinarias concesiones para mantener abierta la industria automovilística radicada en Detroit. Ahora sus miembros pueden reclamar con justicia una parte de esos beneficios.
"Cuando General Motors estaba con el agua al cuello, nuestros afiliados compartieron el sacrificio", dice Bob King, secretario sindical. "Ahora que la empresa vuelve a presentar beneficios, nuestros afiliados quieren compartir el éxito".
¿Alguien tiene algún problema con eso?
Y las empresas rescatadas han vuelto, como diría Dick Cheney, a lo grande. En agosto, General Motors anunció que los beneficios de su segundo trimestre se habían duplicado, hasta los 2.500 millones de dólares. Por poner eso en contexto, General Motors presentaba pérdidas en abril de 2010 por valor de 4.300 millones de dólares. Los ingresos en GM crecen un 19%, hasta los 39.400 millones de dólares.
En una economía en horas bajas, la industria automovilística nos da buenas noticias. Y estas buenas noticias fueron patrocinadas en parte por el gobierno de los Estados Unidos de América, pagadas por contribuyentes como usted y como yo.
Nosotros los contribuyentes también tenemos recompensa. Un montón de dinero invertido en las empresas será reembolsado al estado, y hay más: las plantillas ampliadas pagan impuestos (y dejan de necesitar la prestación por desempleo). La enorme red de empresas auxiliares seguirá abierta. Todos los implicados podrán comprar bienes y servicios que devolverán a otros al mercado laboral.
La moraleja es que hay dos formas de enfocar los problemas en los que inevitablemente incurre el capitalismo. Una consiste en simular que hay reglas de hierro que nos prohíben hacer cualquier cosa. Se supone que hemos de tener fe en que una mano invisible pondrá las cosas en su sitio con el tiempo; en el ínterin, tenemos que aceptar cualquier revés que pueda darnos la mano invisible.
Franklin Roosevelt describió la otra manera en 1932: "Nuestros líderes Republicanos nos dicen que las leyes económicas -- sagradas, inalienables, inmutables -- despiertan el pánico que nadie puede prevenir. Pero mientras parlotean de leyes económicas, hay hombres y mujeres que pasan hambre. Hemos de tirar del hecho de que las leyes económicas no son dictadas por la naturaleza. Son dictadas por seres humanos".
Una vez que los seres humanos se liberan de las cadenas impuestas por la idea de que todas las leyes económicas son "naturales", descubren la capacidad de cambiar las cosas y pueden utilizar las herramientas del gobierno democrático para hacerlo cuando todo lo demás fracasa.
No teníamos que aceptar por fuerza el colapso de nuestras empresas automovilísticas nacionales, y no tenemos que aceptar que la Reserva Federal no tiene recursos para dar a la economía el empujón que le hace falta. No hay razones para creer que el gobierno federal es incapaz de invertir más en centros escolares, infraestructuras y demás bienes públicos para levantar el futuro y dar más dinero a los consumidores ya. No tenemos que depender de conceder privilegios fiscales a los ricos y luego limitarnos a ofrecer oraciones encendidas para que inviertan parte de ese dinero en la creación de empleo.
Podemos aspirar a controlar nuestro destino, o podemos convertir la mano invisible en un Dios que nos ordena permanecer impotentes.