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O cómodesgranar a quién se ama

Toreros y cazadores

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Existe un denominador común entre cazadores y toreros. Es obvio que hay más y su evidencia se ve, se toca, se oye y hasta se huele, porque el miedo y el dolor es lo que tienen: que el cerebro muestra ante ellos una permeabilidad que a todos llega, sólo que algunos únicamente les conceden importancia cuando son propios y desprecian los ajenos.

Pero el hecho compartido que motiva este texto resulta especialmente estremecedor y nauseabundo porque encarna la prueba de cómo hay seres humanos que cuando así les conviene, no tienen reparos en echar mano de la perversión moral para degenerar conceptos de por si dignos.

Lidiadores y monteros afirman una y otra vez, sin titubeos ni sonrojos, que ellos aman y respetan a sus víctimas. Por supuesto que no emplean este sustantivo, víctimas, para referirse a ellas, pero como el lenguaje aún siendo moldeable presenta límites a partir de los cuales es inviolable, lo que está claro es que algunas acepciones de este término se ajustan perfectamente a la relación entre un escopetero y un corzo o entre un matador y un toro. Víctimas entonces, no amigos ni adversarios. No disputan un desafío elegido voluntariamente por ambos ni se encuentran en igualdad de oportunidades. No son contrincantes, sino verdugo y condenado con papeles previamente asignados.

Entiendo el amor por activa como el compartir lo bueno y lo malo, generosidad, colaboración, cuidado, tolerancia y cariño demostrado. Por pasiva como admiración, respeto y defensa. Pero ni en una descripción ni en otra me siento capaz de encajar el plomo y el acero como manifestaciones de ese sentimiento. El primero horada y abrasa, el segundo horada y desgarra. Ambos provocan sufrimiento y los dos matan. ¿Respetar es infligir terror y padecimiento?, ¿amar es arrebatar la vida? Sólo un psicópata o un hipócrita sin el menor sentido de la decencia podría proclamar que esos son los sentimientos que le unen a quien no duda en martirizar y asesinar.

Voltaire dijo: “Hay quienes sólo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos”.

Estaba en lo cierto. Cazadores y toreros se ajustan a la reflexión del ilustrado francés. No aman a los animales de cuyo tormento y muerte son responsables porque para ellos constituyen meros instrumentos válidos para obtener un fin. No voy a decir que les produzca placer verles padecer. No, no es eso. Simplemente su miedo o su dolor no les inquieta ni conmueve, al igual que nos pasa cuando se nos rompe el destornillador a los que sí establecemos distinciones entre la utilización de un ser vivo con capacidad para sentir y una herramienta. La diferencia entre unos y otros radica en que nosotros no situamos en la misma categoría a un animal que a un utensilio. Es cuestión de ética. O de sensibilidad. O de raciocinio. De lo que no hay duda es de que sí es un asunto de justicia.

Entiendo, porque así es la naturaleza humana, que actos cargados de degradación necesitan por parte de sus autores o valedores de argumentos que los justifiquen ante la sociedad. Aunque se trate como en este caso de acciones legales. También lo es la pena de muerte en algunos países y eso no la convierte en noble ni en inevitable. Por eso sus defensores enarbolaran mil y una razones para apoyarla, pero al final no dejarán de ser explicaciones torticeras fabricadas a la medida de un fin reprobable por lo cruel y dañino de sus consecuencias. Sí, comprendo que lo hagan, pero no puedo ir más allá porque no cabe – o no debería hacerlo - la empatía ante la violencia ejercida sobre otras criaturas. Tal actitud sólo podría recibir el calificativo de complicidad y entonces, nada nos diferenciaría de los violentos.

Termino con otra frase, en este caso del Poeta Thomas Stearns Eliot: “Entre la idea y la realidad, entre los actos y el gesto, cae la sombra”. En este caso, la sombra es tortura y sangre, la sombra es dolor y muerte. Porque aunque la idea proclamada sea el afecto y el gesto vendido la admiración, la realidad se llama proyectil y cuchillo, y el gesto puya, banderilla, estoque y puntilla. O viceversa. Poco importa, pues en ambos casos, cazador y torero no son más que despiadados sayones para aquellos a los que juran amar. Qué sobrecogedora combinación de egoísmo, sadismo y falsedad.

Toreros y cazadores

O cómodesgranar a quién se ama
Julio Ortega Fraile
jueves, 11 de agosto de 2011, 06:35 h (CET)
Existe un denominador común entre cazadores y toreros. Es obvio que hay más y su evidencia se ve, se toca, se oye y hasta se huele, porque el miedo y el dolor es lo que tienen: que el cerebro muestra ante ellos una permeabilidad que a todos llega, sólo que algunos únicamente les conceden importancia cuando son propios y desprecian los ajenos.

Pero el hecho compartido que motiva este texto resulta especialmente estremecedor y nauseabundo porque encarna la prueba de cómo hay seres humanos que cuando así les conviene, no tienen reparos en echar mano de la perversión moral para degenerar conceptos de por si dignos.

Lidiadores y monteros afirman una y otra vez, sin titubeos ni sonrojos, que ellos aman y respetan a sus víctimas. Por supuesto que no emplean este sustantivo, víctimas, para referirse a ellas, pero como el lenguaje aún siendo moldeable presenta límites a partir de los cuales es inviolable, lo que está claro es que algunas acepciones de este término se ajustan perfectamente a la relación entre un escopetero y un corzo o entre un matador y un toro. Víctimas entonces, no amigos ni adversarios. No disputan un desafío elegido voluntariamente por ambos ni se encuentran en igualdad de oportunidades. No son contrincantes, sino verdugo y condenado con papeles previamente asignados.

Entiendo el amor por activa como el compartir lo bueno y lo malo, generosidad, colaboración, cuidado, tolerancia y cariño demostrado. Por pasiva como admiración, respeto y defensa. Pero ni en una descripción ni en otra me siento capaz de encajar el plomo y el acero como manifestaciones de ese sentimiento. El primero horada y abrasa, el segundo horada y desgarra. Ambos provocan sufrimiento y los dos matan. ¿Respetar es infligir terror y padecimiento?, ¿amar es arrebatar la vida? Sólo un psicópata o un hipócrita sin el menor sentido de la decencia podría proclamar que esos son los sentimientos que le unen a quien no duda en martirizar y asesinar.

Voltaire dijo: “Hay quienes sólo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos”.

Estaba en lo cierto. Cazadores y toreros se ajustan a la reflexión del ilustrado francés. No aman a los animales de cuyo tormento y muerte son responsables porque para ellos constituyen meros instrumentos válidos para obtener un fin. No voy a decir que les produzca placer verles padecer. No, no es eso. Simplemente su miedo o su dolor no les inquieta ni conmueve, al igual que nos pasa cuando se nos rompe el destornillador a los que sí establecemos distinciones entre la utilización de un ser vivo con capacidad para sentir y una herramienta. La diferencia entre unos y otros radica en que nosotros no situamos en la misma categoría a un animal que a un utensilio. Es cuestión de ética. O de sensibilidad. O de raciocinio. De lo que no hay duda es de que sí es un asunto de justicia.

Entiendo, porque así es la naturaleza humana, que actos cargados de degradación necesitan por parte de sus autores o valedores de argumentos que los justifiquen ante la sociedad. Aunque se trate como en este caso de acciones legales. También lo es la pena de muerte en algunos países y eso no la convierte en noble ni en inevitable. Por eso sus defensores enarbolaran mil y una razones para apoyarla, pero al final no dejarán de ser explicaciones torticeras fabricadas a la medida de un fin reprobable por lo cruel y dañino de sus consecuencias. Sí, comprendo que lo hagan, pero no puedo ir más allá porque no cabe – o no debería hacerlo - la empatía ante la violencia ejercida sobre otras criaturas. Tal actitud sólo podría recibir el calificativo de complicidad y entonces, nada nos diferenciaría de los violentos.

Termino con otra frase, en este caso del Poeta Thomas Stearns Eliot: “Entre la idea y la realidad, entre los actos y el gesto, cae la sombra”. En este caso, la sombra es tortura y sangre, la sombra es dolor y muerte. Porque aunque la idea proclamada sea el afecto y el gesto vendido la admiración, la realidad se llama proyectil y cuchillo, y el gesto puya, banderilla, estoque y puntilla. O viceversa. Poco importa, pues en ambos casos, cazador y torero no son más que despiadados sayones para aquellos a los que juran amar. Qué sobrecogedora combinación de egoísmo, sadismo y falsedad.

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