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Bienvenidos al nuevo Washington normal: interminables rondas de asalto legislativo

Nuestra política de violencia controlada

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WASHINGTON - . Tal vez sea excesivamente pesimista -- pesimismo alimentado por la extenuación del momento. A lo mejor, habiendo estado al borde de la parálisis política y el colapso económico, esos Republicanos que llevaron las cosas al extremo esta vez sean castigados a la siguiente.

Tal vez, pero voy a seguir siendo pesimista. Una parte quería el coche, tenía el arma y no tenía miedo a usarla -- sin duda no el miedo suficiente. La otra era la que llevaba al crío en el asiento trasero.

Los que culpan a los Demócratas o al Presidente Obama de ser negociadores blandos no tienen en cuenta el carácter fundamentalmente asimétrico de la negociación actual. No se puede practicar el arte de lo plausible con un movimiento fiscal que insiste en arreglarlo todo de una sola forma: solo con recortes del gasto público.

Los puntales de la crisis inminente son múltiples. El actual acuerdo del gasto -- el alcanzado al borde del cierre del estado -- expira en septiembre. La ampliación de la prestación por desempleo se agota a final de año. Expira la rebaja temporal de las retenciones de las nóminas.

Se supone que el supercomité dividido de forma ecuánime y fácilmente paralizable presentará sus conclusiones justo antes de Acción de Gracias. Se supone que el Congreso someterá a votación las recomendaciones hacia Navidades. En ausencia de acuerdo, el mecanismo que activa los recortes -- recortes en todas las instancias, del gasto nacional a la defensa -- se pondrá en marcha poco después de Año Nuevo.

Afortunadamente, se tomará su tiempo -- los recortes no entrarán en vigor hasta 2013. Mientras tanto, flotando sobre el resto del ejercicio 2012 estará la expiración de las bajadas tributarias Bush, o más precisamente, de la ampliación por parte de Obama de las bajadas tributarias Bush.

No faltarán rehenes, y no hay razones para imaginar que los secuestradores no estarán sino envalentonados. En todo caso, el temor es que la práctica se extienda más allá del terreno fiscal. Ejemplo en la picota: la negativa de los Republicanos del Senado a refrendar a cualquier responsable de la nueva agencia del consumidor de productos económicos a menos que el código sea alterado a su gusto.

La sorpresa no fue que la sangre llegara al río. Siempre llega. Si Sasha y Malia hacen sus deberes con días de antelación, son niñas poco corrientes. Washington, como el resto del mundo, trabaja con plazos.

La sorpresa fue que las leyes corrientes de la física política, de fuerzas gravitacionales opuestas que se cancelan entre sí, quedaran suspendidas en apariencia. Por lo general estos conflictos se desarrollan de forma coreografiada, hacia un final predecible de última hora. Esto no fue tan minué como violencia controlada.

Escribo esto de manera algo tímida, en calidad de alguien que estuvo convencida de que la necesidad de elevar el techo de la deuda podría ser una acción útil que obligaría a adoptar medidas. Pero subestimé el tirón del movimiento de protesta fiscal y el control infranqueable de la ideología contraria a los impuestos en el seno del Partido Republicano moderno.

Los funcionarios de la administración están convencidos de que la implacable aritmética de los presupuestos, combinada con la amenaza del mecanismo que dispara los recortes y la caducidad de las bajadas tributarias, acabarán convenciendo a los Republicanos de tirar la toalla con los impuestos. Aciertan en las cifras: la moraleja de los presupuestos de los legisladores Republicanos es que controlar la deuda sin fuentes adicionales de recaudación exige recortes de magnitud impensable.

Pero la opinión generalizada del Partido Republicano es la que niega este cálculo básico. El responsable de la oposición en el Senado Mitch McConnell decía al periodista Neil Cavuto en Fox News que ni el presidente de la Cámara John Boehner ni él van a nombrar a ningún miembro para la nueva instancia que esté abierto a subir los impuestos -- y que incluso si se despiden de esa intención de forma inesperada, un acuerdo de esa naturaleza nunca superará la Cámara.

Puede que esto sea lo que los Republicanos tienen que decir hasta que deje de convenirles. Después de todo, el presidente de la Cámara coqueteó con la noción en privado. Pero el correctivo recibido por Boehner a manos de su propio partido no sugiere que le vayan a quedar ganas de repetir.

Existe un grupo duro en Washington formado por Republicanos y Demócratas deseosos de escapar de la ortodoxia del partido que asfixia las soluciones: nada de impuestos en la derecha, nada de tocar las pensiones en la izquierda.

Los políticos tienden a ver el vaso medio lleno -- ¿cómo podrían insistir en lo contrario? En las conversaciones mantenidas con los legisladores de las dos formaciones durante los últimos días, muchos expresaron esperanza en que el renovado hincapié público en la deuda haya generado demanda de medidas futuras.

Pero esto se acompañaba del matiz recurrente de acusada preocupación porque el sistema político moderno siga siendo capaz de evitar futuras incursiones en el límite. El Presidente Obama cuestionaba si el país "tendrá un sistema político triple A a la altura de nuestra calificación triple A".

Si hubiera una agencia de calificación de sistemas políticos, rebajaría su previsión a negativa.

Nuestra política de violencia controlada

Bienvenidos al nuevo Washington normal: interminables rondas de asalto legislativo
Ruth Marcus
martes, 9 de agosto de 2011, 06:56 h (CET)
WASHINGTON - . Tal vez sea excesivamente pesimista -- pesimismo alimentado por la extenuación del momento. A lo mejor, habiendo estado al borde de la parálisis política y el colapso económico, esos Republicanos que llevaron las cosas al extremo esta vez sean castigados a la siguiente.

Tal vez, pero voy a seguir siendo pesimista. Una parte quería el coche, tenía el arma y no tenía miedo a usarla -- sin duda no el miedo suficiente. La otra era la que llevaba al crío en el asiento trasero.

Los que culpan a los Demócratas o al Presidente Obama de ser negociadores blandos no tienen en cuenta el carácter fundamentalmente asimétrico de la negociación actual. No se puede practicar el arte de lo plausible con un movimiento fiscal que insiste en arreglarlo todo de una sola forma: solo con recortes del gasto público.

Los puntales de la crisis inminente son múltiples. El actual acuerdo del gasto -- el alcanzado al borde del cierre del estado -- expira en septiembre. La ampliación de la prestación por desempleo se agota a final de año. Expira la rebaja temporal de las retenciones de las nóminas.

Se supone que el supercomité dividido de forma ecuánime y fácilmente paralizable presentará sus conclusiones justo antes de Acción de Gracias. Se supone que el Congreso someterá a votación las recomendaciones hacia Navidades. En ausencia de acuerdo, el mecanismo que activa los recortes -- recortes en todas las instancias, del gasto nacional a la defensa -- se pondrá en marcha poco después de Año Nuevo.

Afortunadamente, se tomará su tiempo -- los recortes no entrarán en vigor hasta 2013. Mientras tanto, flotando sobre el resto del ejercicio 2012 estará la expiración de las bajadas tributarias Bush, o más precisamente, de la ampliación por parte de Obama de las bajadas tributarias Bush.

No faltarán rehenes, y no hay razones para imaginar que los secuestradores no estarán sino envalentonados. En todo caso, el temor es que la práctica se extienda más allá del terreno fiscal. Ejemplo en la picota: la negativa de los Republicanos del Senado a refrendar a cualquier responsable de la nueva agencia del consumidor de productos económicos a menos que el código sea alterado a su gusto.

La sorpresa no fue que la sangre llegara al río. Siempre llega. Si Sasha y Malia hacen sus deberes con días de antelación, son niñas poco corrientes. Washington, como el resto del mundo, trabaja con plazos.

La sorpresa fue que las leyes corrientes de la física política, de fuerzas gravitacionales opuestas que se cancelan entre sí, quedaran suspendidas en apariencia. Por lo general estos conflictos se desarrollan de forma coreografiada, hacia un final predecible de última hora. Esto no fue tan minué como violencia controlada.

Escribo esto de manera algo tímida, en calidad de alguien que estuvo convencida de que la necesidad de elevar el techo de la deuda podría ser una acción útil que obligaría a adoptar medidas. Pero subestimé el tirón del movimiento de protesta fiscal y el control infranqueable de la ideología contraria a los impuestos en el seno del Partido Republicano moderno.

Los funcionarios de la administración están convencidos de que la implacable aritmética de los presupuestos, combinada con la amenaza del mecanismo que dispara los recortes y la caducidad de las bajadas tributarias, acabarán convenciendo a los Republicanos de tirar la toalla con los impuestos. Aciertan en las cifras: la moraleja de los presupuestos de los legisladores Republicanos es que controlar la deuda sin fuentes adicionales de recaudación exige recortes de magnitud impensable.

Pero la opinión generalizada del Partido Republicano es la que niega este cálculo básico. El responsable de la oposición en el Senado Mitch McConnell decía al periodista Neil Cavuto en Fox News que ni el presidente de la Cámara John Boehner ni él van a nombrar a ningún miembro para la nueva instancia que esté abierto a subir los impuestos -- y que incluso si se despiden de esa intención de forma inesperada, un acuerdo de esa naturaleza nunca superará la Cámara.

Puede que esto sea lo que los Republicanos tienen que decir hasta que deje de convenirles. Después de todo, el presidente de la Cámara coqueteó con la noción en privado. Pero el correctivo recibido por Boehner a manos de su propio partido no sugiere que le vayan a quedar ganas de repetir.

Existe un grupo duro en Washington formado por Republicanos y Demócratas deseosos de escapar de la ortodoxia del partido que asfixia las soluciones: nada de impuestos en la derecha, nada de tocar las pensiones en la izquierda.

Los políticos tienden a ver el vaso medio lleno -- ¿cómo podrían insistir en lo contrario? En las conversaciones mantenidas con los legisladores de las dos formaciones durante los últimos días, muchos expresaron esperanza en que el renovado hincapié público en la deuda haya generado demanda de medidas futuras.

Pero esto se acompañaba del matiz recurrente de acusada preocupación porque el sistema político moderno siga siendo capaz de evitar futuras incursiones en el límite. El Presidente Obama cuestionaba si el país "tendrá un sistema político triple A a la altura de nuestra calificación triple A".

Si hubiera una agencia de calificación de sistemas políticos, rebajaría su previsión a negativa.

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