La confluencia de los efectos de muchos elementos, configura unos conglomerados complejos de características apenas entrevistas. Así sucede con las COSTELACIONES siderales, de las cuales captamos señales debilitadas por el distanciamiento. Situados en la inmensidad del Universo, los indicios captados son insuficientes para la comprensión satisfactoria de los fenómenos incluidos en ese panorama; más aún, para el atisbo de las primeras causas para que las cosas se manifiesten de una determinada manera.
A pesar de la cercanía, en los niveles mundanos funcionan complejas cponstelaciones que no conseguimos esclarecer, ni mucho menos tenerlas controladas. El influjo de los numerosos factores intervinientes, ya de por sí, enmaraña los panoramas habituales. La economía, las culturas, las distancias, las conexiones, los aislamientos, confluyen de manera arbitraria. Por si fuéramos pocos en la función, además de los brotes espontáneos particulares, se añade el comportamiento organizativo de las CONFABULACIONES, esa mano oculta de impresionantes alcances y turbias maquinaciones; que agranda los espacios entre los promotores y los individuos concretos. Vestidos de aparentes liderazgos, se infiltran los verdaderos ogros inflados.
Por abundantes demostraciones que sobrevengan, no cambiamos de criterio tan fácilmente; llamémosle inercia, estupidez o carácter recalcitrante, que dejamos entrever más de la cuenta. Que si el girasol sigue el trayecto del sol, cuando sabemos que oscila por el movimiento de la Tierra y su perspectiva de cómo ve al sol. Nos aferramos a ideas superadas por los descubrimientos. De esa manera se cuela la sensación de IRREMEDIABLE referida a las confabulaciones, como si fueran el resultado de la mera complejidad de las estructuras mundanas. Tenemos muy clara la existencia de quienes promueven las organizaciones inconvenientes, execrables; aunque renunciamos a las respuestas efectivas.
Perdemos el control de las horas, sin apercibirnos a tiempo. Son agrupaciones ajenas quienes determinan el grueso de las actividades individuales, sometidas al ajetreo constante. Atribulados en dicho mundillo, perdemos el dominio sobre lo que hacemos en el tiempo disponible. Quedamos como adormecidos en medio del tráfago agobiante. Por eso necesitamos de aquellos viejos DESPERTADORES panzudos, de abultada presencia y repiqueteo estridente. Dado que las soluciones individuales nunca vendrán promovidas desde los entornos inclementes, porque allí se desprecian las posibles víctimas individuales ocasionadas por sus trajines. A ver si recuperamos el buen revulsivo que nos despierte.
La experiencia cotidiana es muy ilustrativa, con un poco de atención percibimos enseguida que los argumentos apenas sirven, porque nos escuchamos fatal, en una sordera selectiva improcedente. Tampoco la estridencia suele ser suficiente para las reacciones oportunas, el apasionamiento conduce con precipitación. Echamos de menos al CIUDADANO crítico e inteligente, la única reserva disponible para el encauzamiento de la convivencia hacia cotas confortables. El papel revulsivo de los despertadores simbólicos es un anhelo utópico por el momento, quizá por ese consuelo efímero de que las cosas han sido siempre así; aunque la necesidad acucia para que consigamos atemperar los despropósitos actuales.
Las extravagancias copan las cuotas informativas, mezclan la singularidad del genio con las actuaciones estrambóticas carentes de contenidos valiosos; con la balanza inclinada hacia los estrafalarios. Pero, la fama es ambivalente. Ya lo consigna la RAE, insigne o excelente en su especie, sin entrar en la especie correspondiente. Truhanes, señores o meritorios variados, forman parte de la constelación de FAMOSOS. Asunto viejo este, pese a lo cual, olvidamos el carácter de esa ambivalencia, cuyos cambios nos sorprenden de la noche a la mañana. Gente muy popular (Ministros, empresarios, artistas, deportistas), viajan desde sus pedestales a las sentencias condenatorias. Su fama nos mantenía adormilados, con absurdas complacencias.
Rozando de cerca esa querencia del famoseo por las apariencias engañosas, que falsean lo mejor; a diario nos vemos frente a una disyuntiva implacable. La de creernos las apariencias con poca chicha, con frecuencia perversas e incluso delictivas; contrapuesta a la otra versión, la de acomodarnos a la MEDIOCRIDAD, por falta de sustancia en los preparativos de los proyectos públicos o privados. Metidos en alguna de estas tendencias, incide de lleno el desapego con el cual se llevan a la práctica, como si sus decisiones no fueran a repercutir sobre terceros. Esa carencia de criterios bien elaborados, facilita la progresión de los oportunistas, a costa de los perdedores habituales.
Hay tentaciones golosas, es difícil la renuncia a sus prebendas, sobre todo cuando confieren una categoría estable a quienes sucumben a sus primorosas ofertas. Una de las organizaciones sociales tentadoras son las JERARQUÍAS. De entrada tienen un buen planteamiento, el perfil de sus miembros aporta las cualidades convenientes. Aunque divisamos penosas desviaciones tramposas, en las cuales se olvidó el perfil adecuado y los comportamientos no se corresponden con los objetivos anhelados. Los desalmados no deberían acceder a esos puestos; sería precisa la detención de sus encumbramientos a base de los filtros promovidos por la despierta conciencia ciudadana. El saneamiento de las jerarquías es una tarea primordial.
Es asombroso el arte de enmarañarse solas las mentalidades colectivas. Con la intervención de muchas personas inteligentes, es incomprensible la configuración tan absurda de sus obras. Esa distorsión dañina destaca en las tareas LEGISLADORAS de los correspondientes parlamentos. En su composición abundan los conocimientos, las ideas creativas. Por eso se acumulan las preguntas. ¿Porqué no se legisló para que el patrimonio de los grandes corruptos pase a disposición del Estado, al menos en la cuantía escamoteada? Si no se aclaran con la libertad de expresión, parecería lógica la rotunda condena judicial de las mentiras publicadas. Algo parecido sería deseable en defensa del respeto mutuo. La carta libre de los díscolos no se entiende.
En torno al verbo hacer entresaco tres expresiones ilustrativas, que planteadas a fondo darían buenos resultados. ¿Qué hacer? En gran parte de las ocasiones resulta evidente el procedimiento conveniente, quedando la investigación o los argumentos para los debates de cuestiones complejas; pero no hacer nada o la torpeza reiterada, no son de recibo. Es lógico que los proyectos exijan un QUEHACER poroporcionado por parte de los ciudadanos; ese esfuerzo, ese trabajo, precisan de una labor participativa razonada. Por último, ¿Qué hacemos en realidad? Con perplejidad comprobamos la escasez de acciones oportunas. La respuesta a las preguntas hechas ayudará a comprender las situaciones tantas veces cuestionadas a diario.
Si los despertadores actuales no sirven, a pesar de sus notables posibilidades, de sus intrincados artilugios, cobrará relieve el tono contundente de los resortes antiguos. El aturdimiento o el adormecimiento persistentes, contibuyen a la molicie denigrante.