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El miedo del poder a la discrepancia

Indignos entre los indignados

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Para el poder ya estaba durando demasiado tiempo la toma del espacio público de calles y plazas por el movimiento del 15-M. La conversión de las plazas ciudadanas en ágora pública en la que poder discutir con libertad sobre los temas que interesan a los ciudadanos y que, generalmente, no son tomados en cuenta ni discutidos por los representantes elegidos democráticamente en los espacios políticos acotados al efecto no era del gusto de los profesionales de la política que con el rabillo del ojo iban mirando cómo cada día más las gentes ponían en cuestión el trabajo que debían realizar desde el escaño. Las formaciones políticas intentaban llevar el agua a su molino y ninguna de ellas se atrevía a cuestionar públicamente el derecho ciudadano a debatir sobre cuestiones de interés general que ningún partido se ha atrevido hasta el momento a debatir en los foros políticos oficiales.

El paso del tiempo era la única arma que los políticos profesionales tenían a mano para que el movimiento ciudadano quedará desactivado, pero el tiempo pasaba y los que habían tomado la calle seguían en las mismas dejando en evidencia cada día con sus propuestas y discusiones todo aquello que los partidos han ido soslayando durante mucho tiempo. Los indignados le sacaban los colores al poder político con propuestas sensatas y factibles, se atrevían a poner en solfa las disposiciones que durante una Transición llevada a cabo una vez muerto el dictador pero todavía con el miedo al rumor de sables que salía de las Salas de Armas de los cuarteles se habían ido dictando para que, parodiando a Lampedusa, “algo cambiara para que todo siguiera igual”.

Y llegó lo que muchos nos temíamos, aparecieron mezclados entre los “indignados” elementos que aprovechan cualquier movilización ciudadana para intentar sacar rentabilidad de ella y un movimiento que había despertado las simpatías de más del 75 % de la ciudadanía vio, con estupor, cómo la paz que hasta la fecha había reinado en sus movilizaciones convertía sus protestas en asonada guerrera que daba armas al poder y a cierta parte de la prensa para intentar desarmar sus protestas bajo la excusa de la violencia en las calles.

Esto convencido de que más de un político profesional se frotó las manos y secretamente sonrió para sus adentros al ver que en aquel “ a río revuelto ganancia de pescadores” aparecía la excusa perfecta para denostar a los que durante semanas habían criticado la forma de actuar de unos políticos que una vez tomada posesión del cargo olvidan el programa y se dedican a defender sus propios intereses o los de eso tan etéreo que hemos dado en llamar “el mercado” y que no deja de ser el capitalismo feroz y salvaje representado por la gran banca y que es quien dicta las líneas en las que escriben los políticos. El miedo hace guardar la viña y las cepas de algunos políticos comenzaban a oler a pavor ante lo que podía suceder si cada día era cuestionada en plena calle su actuación.

Es necesario condenar toda violencia, pero toda y no sólo la que el otro día hizo llegar a Artur Mas y otros políticos en helicóptero y furgones de los “mossos” al Parlament de Catalunya. Hay otra violencia más sutil que ningún político ha condenado hasta la fecha, todavía está por ver que la clase política condene la usura violenta que suponen las cargas que los bancos imponen a sus clientes, nadie desde las filas políticas ha condenado el capitalismo hambriento de euros que nos ha llevado a la actual situación de crisis sino que desde las instituciones políticas a los responsables de ello se le ha dado ayuda con dinero sacado de los impuestos que pagamos, nadie ha condenado los despidos salvajes en empresas que a pesar de aumentar sus cuantiosos beneficios siguen condenando al paro a miles de sus trabajadores como piensa hacer Telefónica, nadie, desde la política, piensa ni toma medidas contra los leoninos contratos de las hipotecas que obligan a sus tomadores a continuar debiendo el dinero que el banco les prestó incluso después de que les quiten la casa, nadie desde los cómodos escaños de los Parlamentos ha tomado una decisión real y efectiva para paliar la situación de tantos miles de jóvenes que no encuentran trabajo. Todas estas situaciones también son una violencia, una violencia real ejercida contra las personas, pero a nuestra clase política tan sólo parece preocuparles llegar sanos y salvos al escaño, a lo que, naturalmente, tienen derecho ya que al fin y al cabo fueron elegidos democráticamente.

Pero el temor se ha instalado entre la clase política que hasta la fecha no se había visto tan cuestionada en la calle, y para hacer pasar por indignos a los indignados parece que todo vale y les ha venido de perillas la aparición de los profesionales de la violencia callejera que nada tienen que ver con los pacíficos ciudadanos que tomaron las plazas para mostrar su protesta ante unos políticos que no les representan. Y en este todo vale contra los ciudadanos hay puntos nada claros, estos días se han visto en Internet unos videos en los que se muestra como un grupo de “mossos d’esquadra” de paisano y con más pinta de porteros de discoteca que de indignados estaban en medio de la refriega que se montó ante el Parlament catalán, también en los hechos de Valencia aparece otro elemento calentando al personal con sus arengas y que tampoco parece ser de los que han pasado días y noches en las calles expresando pacíficamente su protesta. No sería la primera vez en que los políticos utilizan a las fuerzas del orden como elemento provocador para de esta manera desestabilizar aquello que no conviene a sus propósitos, naturalmente desde el poder niegan estas circunstancias pero en esta época la tecnología ayuda a descubrir claramente a los provocadores infiltrados que no es cosa nueva ya que en mi época de estudiante en las asambleas de Facultad era fácil descubrir a los elementos de Defensa Universitaria, colaboradores de la policía, entre los estudiantes reunidos.

Hoy seremos muchos los que estaremos en la calle expresando el deseo de que la democracia no sea tan sólo el derecho a voto, un derecho que los que ya peinamos canas sabemos lo mucho que costó tener. Queremos que los políticos, de una manera definitiva, sepan y reconozcan con sus actos que les hemos elegido para que defiendan nuestros derechos y no los de los amos del dinero que es lo que parece que vienen haciendo desde hace tiempo, queremos leyes para ciudadanos no para súbditos y queremos ser todos iguales ante la Ley no sólo en el Boletín Oficial sino también en la realidad. Mientras con nuestros impuestos se salva el culo a la banca la familia Botín durante muchos años tiene su dinero en Suiza, ni tan siquiera han tenido la honradez de acumular miles de millones en su Banco de Santander, para evitar esto y para que los culpables vayan a la cárcel también queremos leyes, dejar impunes acciones como ésta también es violencia, mucha más violencia que gritar a los políticos, al fin y al cabo ser criticados por los votantes va en el sueldo que cada mes cobran con toda seguridad.

Indignos entre los indignados

El miedo del poder a la discrepancia
Rafa Esteve-Casanova
sábado, 18 de junio de 2011, 18:27 h (CET)
Para el poder ya estaba durando demasiado tiempo la toma del espacio público de calles y plazas por el movimiento del 15-M. La conversión de las plazas ciudadanas en ágora pública en la que poder discutir con libertad sobre los temas que interesan a los ciudadanos y que, generalmente, no son tomados en cuenta ni discutidos por los representantes elegidos democráticamente en los espacios políticos acotados al efecto no era del gusto de los profesionales de la política que con el rabillo del ojo iban mirando cómo cada día más las gentes ponían en cuestión el trabajo que debían realizar desde el escaño. Las formaciones políticas intentaban llevar el agua a su molino y ninguna de ellas se atrevía a cuestionar públicamente el derecho ciudadano a debatir sobre cuestiones de interés general que ningún partido se ha atrevido hasta el momento a debatir en los foros políticos oficiales.

El paso del tiempo era la única arma que los políticos profesionales tenían a mano para que el movimiento ciudadano quedará desactivado, pero el tiempo pasaba y los que habían tomado la calle seguían en las mismas dejando en evidencia cada día con sus propuestas y discusiones todo aquello que los partidos han ido soslayando durante mucho tiempo. Los indignados le sacaban los colores al poder político con propuestas sensatas y factibles, se atrevían a poner en solfa las disposiciones que durante una Transición llevada a cabo una vez muerto el dictador pero todavía con el miedo al rumor de sables que salía de las Salas de Armas de los cuarteles se habían ido dictando para que, parodiando a Lampedusa, “algo cambiara para que todo siguiera igual”.

Y llegó lo que muchos nos temíamos, aparecieron mezclados entre los “indignados” elementos que aprovechan cualquier movilización ciudadana para intentar sacar rentabilidad de ella y un movimiento que había despertado las simpatías de más del 75 % de la ciudadanía vio, con estupor, cómo la paz que hasta la fecha había reinado en sus movilizaciones convertía sus protestas en asonada guerrera que daba armas al poder y a cierta parte de la prensa para intentar desarmar sus protestas bajo la excusa de la violencia en las calles.

Esto convencido de que más de un político profesional se frotó las manos y secretamente sonrió para sus adentros al ver que en aquel “ a río revuelto ganancia de pescadores” aparecía la excusa perfecta para denostar a los que durante semanas habían criticado la forma de actuar de unos políticos que una vez tomada posesión del cargo olvidan el programa y se dedican a defender sus propios intereses o los de eso tan etéreo que hemos dado en llamar “el mercado” y que no deja de ser el capitalismo feroz y salvaje representado por la gran banca y que es quien dicta las líneas en las que escriben los políticos. El miedo hace guardar la viña y las cepas de algunos políticos comenzaban a oler a pavor ante lo que podía suceder si cada día era cuestionada en plena calle su actuación.

Es necesario condenar toda violencia, pero toda y no sólo la que el otro día hizo llegar a Artur Mas y otros políticos en helicóptero y furgones de los “mossos” al Parlament de Catalunya. Hay otra violencia más sutil que ningún político ha condenado hasta la fecha, todavía está por ver que la clase política condene la usura violenta que suponen las cargas que los bancos imponen a sus clientes, nadie desde las filas políticas ha condenado el capitalismo hambriento de euros que nos ha llevado a la actual situación de crisis sino que desde las instituciones políticas a los responsables de ello se le ha dado ayuda con dinero sacado de los impuestos que pagamos, nadie ha condenado los despidos salvajes en empresas que a pesar de aumentar sus cuantiosos beneficios siguen condenando al paro a miles de sus trabajadores como piensa hacer Telefónica, nadie, desde la política, piensa ni toma medidas contra los leoninos contratos de las hipotecas que obligan a sus tomadores a continuar debiendo el dinero que el banco les prestó incluso después de que les quiten la casa, nadie desde los cómodos escaños de los Parlamentos ha tomado una decisión real y efectiva para paliar la situación de tantos miles de jóvenes que no encuentran trabajo. Todas estas situaciones también son una violencia, una violencia real ejercida contra las personas, pero a nuestra clase política tan sólo parece preocuparles llegar sanos y salvos al escaño, a lo que, naturalmente, tienen derecho ya que al fin y al cabo fueron elegidos democráticamente.

Pero el temor se ha instalado entre la clase política que hasta la fecha no se había visto tan cuestionada en la calle, y para hacer pasar por indignos a los indignados parece que todo vale y les ha venido de perillas la aparición de los profesionales de la violencia callejera que nada tienen que ver con los pacíficos ciudadanos que tomaron las plazas para mostrar su protesta ante unos políticos que no les representan. Y en este todo vale contra los ciudadanos hay puntos nada claros, estos días se han visto en Internet unos videos en los que se muestra como un grupo de “mossos d’esquadra” de paisano y con más pinta de porteros de discoteca que de indignados estaban en medio de la refriega que se montó ante el Parlament catalán, también en los hechos de Valencia aparece otro elemento calentando al personal con sus arengas y que tampoco parece ser de los que han pasado días y noches en las calles expresando pacíficamente su protesta. No sería la primera vez en que los políticos utilizan a las fuerzas del orden como elemento provocador para de esta manera desestabilizar aquello que no conviene a sus propósitos, naturalmente desde el poder niegan estas circunstancias pero en esta época la tecnología ayuda a descubrir claramente a los provocadores infiltrados que no es cosa nueva ya que en mi época de estudiante en las asambleas de Facultad era fácil descubrir a los elementos de Defensa Universitaria, colaboradores de la policía, entre los estudiantes reunidos.

Hoy seremos muchos los que estaremos en la calle expresando el deseo de que la democracia no sea tan sólo el derecho a voto, un derecho que los que ya peinamos canas sabemos lo mucho que costó tener. Queremos que los políticos, de una manera definitiva, sepan y reconozcan con sus actos que les hemos elegido para que defiendan nuestros derechos y no los de los amos del dinero que es lo que parece que vienen haciendo desde hace tiempo, queremos leyes para ciudadanos no para súbditos y queremos ser todos iguales ante la Ley no sólo en el Boletín Oficial sino también en la realidad. Mientras con nuestros impuestos se salva el culo a la banca la familia Botín durante muchos años tiene su dinero en Suiza, ni tan siquiera han tenido la honradez de acumular miles de millones en su Banco de Santander, para evitar esto y para que los culpables vayan a la cárcel también queremos leyes, dejar impunes acciones como ésta también es violencia, mucha más violencia que gritar a los políticos, al fin y al cabo ser criticados por los votantes va en el sueldo que cada mes cobran con toda seguridad.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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