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Criticar la “judicialización de la política” es pretender blindarla ante la ley

El separatismo busca eludir el imperio de la Ley

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En ocasiones tenemos la sensación de que algunos estudiamos leyes en unas universidades donde se enseñaban las asignaturas de Derecho de una forma, diametralmente, distinta a aquellas en las que, algunos de los abogados que forman parte del elenco de políticos separatistas catalanes, recibieron su licenciatura en leyes. Cuesta entender a un señor Homs cuando formula sus alegatos ante el tribunal que entiende de su caso y se observa que parece que se encuentra en un limbo de irrealidades, intentando convencer a los que han de juzgarle por delitos muy concretos, recogidos en el CP y en la Constitución española, como si se encontrara ante un tribunal de ignorantes, de personas a las que se las puede engañar con cuentos chinos, alegorías nacionalistas y absurdas interpretaciones del concepto de democracia o, por el contrario, lo que está intentando representar es una comedia, tomándose a chirigota el juicio en el que está encausado o, incluso, se haya llegado a creer que, realmente, este tipo de defensa en la se niega la vigencia de las leyes de cuyo incumplimiento se le acusa, va a ser lo suficientemente efectiva para librarle de ser condenado.

Cabe que, el señor Homs, pretenda hacer un brindis al Sol para, aceptando de antemano el que va a ser condenado a inhabilitación, quiera aprovechar la ocasión para hacerse el héroe, la persona que se inmola en defensa de una causa, continuando con esta inmensa farsa con la que, lo que queda de CDC y el apoyo del resto de separatistas, están representando ante sus conciudadanos y, de paso, intentar provocar que la condena sea el fulminante que levante en masa al pueblo catalán. En este aspecto no estamos tan seguros de que, aparte de unos miles de fanáticos que siempre están dispuestos a destrozar escaparates y quemar autobuses, el resto de este escaso 50% que son partidarios de la independencia de Cataluña, sea capaz de movilizarse,11 hasta el punto de que sea necesario que el Estado tome medidas extraordinarias para imponer la paz. En realidad, todo este espectáculo que pretende dar don Francisco (perdón: Francesc) Homs, desde su punto de vista, no es más que una calculada táctica, seguramente ampliamente discutida y elaborada con sus compañeros de equipo, mediante la cual, sabiendo que las condenas van a ser más simbólicas que otra cosa, se podría decir que hasta “intentan” provocarlas para sacar provecho electoral de ellas.

Si piensan que están en buen camino para alcanzar la independencia ¿por qué no aprovecharse de esta circunstancia si, con ello, son capaces de encender la mecha que ellos estiman que va a ser capaz de levantar a todo el pueblo catalán en contra del “odiado estado español”, que los tiene oprimidos? No obstante, aun reconociendo que el sentimiento catalanista está muy arraigado en el pueblo catalán, se debe distinguir entre los que estarían dispuestos a llegar a la separación de Cataluña de España y aquellos otros que siguen estando muy aferrados al nacionalismo, a la lengua catalana y a sus costumbres ancestrales, que creen que están mal tratados por el resto de los españoles pero que, no está nada claro que, llegado el momento de pronunciarse por abandonar España para lanzarse a una ventura que, casi todos ellos ven como absurda, muy peligrosa y con posibles fatales consecuencias para el pueblo catalán; llegaran a decidirse a dar un paso semejante.

Tanto el señor Mas, como el señor Homs, la señora Forcadell y todos estos que se han lanzado a la aventura independentista, desafiando abiertamente al Estado y a las leyes y tribunales nacionales, saben que han entrado, motu proprio, en un camino sin retorno porque, como hizo Hernán Cortés, ya han quemado las naves del diálogo, que les hubieran permitido, de no haber avanzado tanto terreno en su obsesión por conseguir el referéndum ilegal, conseguir una mejor financiación y, seguramente, alguna otra concesión y que, ahora, en estos momentos de extrema tirantez, salvo un milagro, es prácticamente imposible que puede llegarse a un acuerdo, salvo, y aquí queremos hacer hincapié, por las consecuencias que podrían producir si ello sucediera, que alguno de los dos bandos en liza, acabara por rendir las banderas y se plegara a las peticiones del adversario.

Si ello llegara a producirse mucho nos tememos que, fuera quien fuera el que decidiera ceder en sus pretensiones, tendría muy difícil el poder explicarles a sus seguidores, los separatistas catalanes, en el caso de que el Govern catalán renunciara a la celebración de la consulta por el sí o el no a la independencia, conformándose con cesiones económicas menores o, en el caso del Gobierno de España si, bajo mano o mediante acuerdos secretos, llegara a prometer a los políticos catalanes algo que no estuviera en condiciones de que los españoles, de las comunidades del resto de España, estuvieran de acuerdo en que se les otorgara. En ese caso, como es muy posible que ocurra, especialmente en el caso de Cataluña, puede que lo que un periodista catalán, el señor Puigverd, normalmente muy atinado en sus comentarios, ha calificado de “tremendismo” el que, en España, haya muchos políticos del PP y del PSOE que pidan la aplicación del artículo 155 de la Constitución porque, señor Puigverd, ¿qué tipo de diálogo, a esta altura de la cuestión, puede hacer que los separatistas renuncien a sus objetivos o, todavía más imposible, que un gobierno como el español, cediera en una cuestión que pone en juego la unidad de la nación española? En este estado de la cuestión ya no caben los paños calientes, por mucho que haya algunos que insistan en ello.

Cuando la belicosa, señora Rahola, no para de lanzar dardos, desde su columna en La Vanguardia, calificando de necios e incapaces a los políticos españoles, porque no ceden ante el tema del referéndum catalán, acusándolos de patrioteros y de querer cargarse al pueblo catalán; no hace otra cosa que mostrarse ella misma como la misma efigie de aquello de lo que acusa a España, cuando ella misma lleva años, desde que ingresó en ERC, pretendiendo, con su nacionalismo catalán extremista, que se ceda ante todas las peticiones, cualesquiera que fueran, de los catalanes y ahora, quejándose de lo que ella califica, desde su punto de vista, de actuación “a la defensiva” del Gobierno español; al que acusa de “no encontrar los caminos de la política”. Se olvida, la moza, de decirnos, ya que parece tan enterada, cuáles son para ella estos caminos que nadie, si no ella, parece haber descubierto. Seguramente le gustaría que el señor Rajoy, al que todos califican de “inmovilista”, permitiera a Cataluña que impusiera sus condiciones, que les entregasen las llaves del resto de autonomías españolas; al menos las de la valenciana, la balear y la aragonesa, para que pudieran llevar a cabo su sueño de “unificació dels paísos catalans” aunque la Historia nunca les dio razones para que aspiraran a semejante disparate.

¿No sería mejor que, esta judicialización de los desaguisados perpetrados por los directivos del CDC y los miembros del Parlamento catalán, que usted califica de disparate, hubieran evitado salirse de la ley, tal y como era su obligación? O es que, muy señora mía, para usted los presuntos delitos que se llevan a cabo en contra del ordenamiento jurídico vigente, cuando se tratara de los nacionalistas catalanes no debieran de ser sancionados por los jueces y tribunales del Estado. Seguramente, si siguiéramos esta teoría suya, los casos del señor Millet o los de la familia Pujol o los otros que van surgiendo respecto a la financiación ilegal de CDC, por haberse producido en Cataluña, debieran de gozar de impunidad. Sí, es cierto que cuando se trata de la presunta financiación ilegal del PP, todos están dispuestos a que se le apliquen las máximas condenas y sanciones, algo que ya no parece que suceda cuando hablamos de los casos de los señores Griñán y Chaves o de los cientos de imputados por la juez Alaya que, su sucesora en su juzgado, ha ido permitiendo que prescribieran o los ha mandado a casa sin ninguna sanción, todo con el visto bueno y el silencio de aquellos que debieron de haber puesto el grito en el Cielo ante tamaña componenda.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que, todos aquellos que se indignan y acusan de que hay una judicialización de la política, lo único que les sucede es que se ven acorralados por la acción independiente de los tribunales que, llegado el momento, lo mismo encausan a unos de derechas que, si es preciso, inician actuaciones contra aquellos otros que, como el caso del independentismo catalán, no tienen empacho en reconocer la comisión de los hechos que se les achacan, insistiendo que volverían a incurrir en ellos si se volviera a dar la ocasión. Y ¿a eso es lo que llaman la judicialización de la política? Algunos pensamos que, después de tantos años en los que esta Justicia no actuó con la debida diligencia, ahora, cuando precisamente se ha espabilado y viene actuando contra cualquiera que haya infringido la Ley, es cuando todos deberíamos alegrarnos de que así ocurriera. ¿O no?

El separatismo busca eludir el imperio de la Ley

Criticar la “judicialización de la política” es pretender blindarla ante la ley
Miguel Massanet
jueves, 2 de marzo de 2017, 00:07 h (CET)
En ocasiones tenemos la sensación de que algunos estudiamos leyes en unas universidades donde se enseñaban las asignaturas de Derecho de una forma, diametralmente, distinta a aquellas en las que, algunos de los abogados que forman parte del elenco de políticos separatistas catalanes, recibieron su licenciatura en leyes. Cuesta entender a un señor Homs cuando formula sus alegatos ante el tribunal que entiende de su caso y se observa que parece que se encuentra en un limbo de irrealidades, intentando convencer a los que han de juzgarle por delitos muy concretos, recogidos en el CP y en la Constitución española, como si se encontrara ante un tribunal de ignorantes, de personas a las que se las puede engañar con cuentos chinos, alegorías nacionalistas y absurdas interpretaciones del concepto de democracia o, por el contrario, lo que está intentando representar es una comedia, tomándose a chirigota el juicio en el que está encausado o, incluso, se haya llegado a creer que, realmente, este tipo de defensa en la se niega la vigencia de las leyes de cuyo incumplimiento se le acusa, va a ser lo suficientemente efectiva para librarle de ser condenado.

Cabe que, el señor Homs, pretenda hacer un brindis al Sol para, aceptando de antemano el que va a ser condenado a inhabilitación, quiera aprovechar la ocasión para hacerse el héroe, la persona que se inmola en defensa de una causa, continuando con esta inmensa farsa con la que, lo que queda de CDC y el apoyo del resto de separatistas, están representando ante sus conciudadanos y, de paso, intentar provocar que la condena sea el fulminante que levante en masa al pueblo catalán. En este aspecto no estamos tan seguros de que, aparte de unos miles de fanáticos que siempre están dispuestos a destrozar escaparates y quemar autobuses, el resto de este escaso 50% que son partidarios de la independencia de Cataluña, sea capaz de movilizarse,11 hasta el punto de que sea necesario que el Estado tome medidas extraordinarias para imponer la paz. En realidad, todo este espectáculo que pretende dar don Francisco (perdón: Francesc) Homs, desde su punto de vista, no es más que una calculada táctica, seguramente ampliamente discutida y elaborada con sus compañeros de equipo, mediante la cual, sabiendo que las condenas van a ser más simbólicas que otra cosa, se podría decir que hasta “intentan” provocarlas para sacar provecho electoral de ellas.

Si piensan que están en buen camino para alcanzar la independencia ¿por qué no aprovecharse de esta circunstancia si, con ello, son capaces de encender la mecha que ellos estiman que va a ser capaz de levantar a todo el pueblo catalán en contra del “odiado estado español”, que los tiene oprimidos? No obstante, aun reconociendo que el sentimiento catalanista está muy arraigado en el pueblo catalán, se debe distinguir entre los que estarían dispuestos a llegar a la separación de Cataluña de España y aquellos otros que siguen estando muy aferrados al nacionalismo, a la lengua catalana y a sus costumbres ancestrales, que creen que están mal tratados por el resto de los españoles pero que, no está nada claro que, llegado el momento de pronunciarse por abandonar España para lanzarse a una ventura que, casi todos ellos ven como absurda, muy peligrosa y con posibles fatales consecuencias para el pueblo catalán; llegaran a decidirse a dar un paso semejante.

Tanto el señor Mas, como el señor Homs, la señora Forcadell y todos estos que se han lanzado a la aventura independentista, desafiando abiertamente al Estado y a las leyes y tribunales nacionales, saben que han entrado, motu proprio, en un camino sin retorno porque, como hizo Hernán Cortés, ya han quemado las naves del diálogo, que les hubieran permitido, de no haber avanzado tanto terreno en su obsesión por conseguir el referéndum ilegal, conseguir una mejor financiación y, seguramente, alguna otra concesión y que, ahora, en estos momentos de extrema tirantez, salvo un milagro, es prácticamente imposible que puede llegarse a un acuerdo, salvo, y aquí queremos hacer hincapié, por las consecuencias que podrían producir si ello sucediera, que alguno de los dos bandos en liza, acabara por rendir las banderas y se plegara a las peticiones del adversario.

Si ello llegara a producirse mucho nos tememos que, fuera quien fuera el que decidiera ceder en sus pretensiones, tendría muy difícil el poder explicarles a sus seguidores, los separatistas catalanes, en el caso de que el Govern catalán renunciara a la celebración de la consulta por el sí o el no a la independencia, conformándose con cesiones económicas menores o, en el caso del Gobierno de España si, bajo mano o mediante acuerdos secretos, llegara a prometer a los políticos catalanes algo que no estuviera en condiciones de que los españoles, de las comunidades del resto de España, estuvieran de acuerdo en que se les otorgara. En ese caso, como es muy posible que ocurra, especialmente en el caso de Cataluña, puede que lo que un periodista catalán, el señor Puigverd, normalmente muy atinado en sus comentarios, ha calificado de “tremendismo” el que, en España, haya muchos políticos del PP y del PSOE que pidan la aplicación del artículo 155 de la Constitución porque, señor Puigverd, ¿qué tipo de diálogo, a esta altura de la cuestión, puede hacer que los separatistas renuncien a sus objetivos o, todavía más imposible, que un gobierno como el español, cediera en una cuestión que pone en juego la unidad de la nación española? En este estado de la cuestión ya no caben los paños calientes, por mucho que haya algunos que insistan en ello.

Cuando la belicosa, señora Rahola, no para de lanzar dardos, desde su columna en La Vanguardia, calificando de necios e incapaces a los políticos españoles, porque no ceden ante el tema del referéndum catalán, acusándolos de patrioteros y de querer cargarse al pueblo catalán; no hace otra cosa que mostrarse ella misma como la misma efigie de aquello de lo que acusa a España, cuando ella misma lleva años, desde que ingresó en ERC, pretendiendo, con su nacionalismo catalán extremista, que se ceda ante todas las peticiones, cualesquiera que fueran, de los catalanes y ahora, quejándose de lo que ella califica, desde su punto de vista, de actuación “a la defensiva” del Gobierno español; al que acusa de “no encontrar los caminos de la política”. Se olvida, la moza, de decirnos, ya que parece tan enterada, cuáles son para ella estos caminos que nadie, si no ella, parece haber descubierto. Seguramente le gustaría que el señor Rajoy, al que todos califican de “inmovilista”, permitiera a Cataluña que impusiera sus condiciones, que les entregasen las llaves del resto de autonomías españolas; al menos las de la valenciana, la balear y la aragonesa, para que pudieran llevar a cabo su sueño de “unificació dels paísos catalans” aunque la Historia nunca les dio razones para que aspiraran a semejante disparate.

¿No sería mejor que, esta judicialización de los desaguisados perpetrados por los directivos del CDC y los miembros del Parlamento catalán, que usted califica de disparate, hubieran evitado salirse de la ley, tal y como era su obligación? O es que, muy señora mía, para usted los presuntos delitos que se llevan a cabo en contra del ordenamiento jurídico vigente, cuando se tratara de los nacionalistas catalanes no debieran de ser sancionados por los jueces y tribunales del Estado. Seguramente, si siguiéramos esta teoría suya, los casos del señor Millet o los de la familia Pujol o los otros que van surgiendo respecto a la financiación ilegal de CDC, por haberse producido en Cataluña, debieran de gozar de impunidad. Sí, es cierto que cuando se trata de la presunta financiación ilegal del PP, todos están dispuestos a que se le apliquen las máximas condenas y sanciones, algo que ya no parece que suceda cuando hablamos de los casos de los señores Griñán y Chaves o de los cientos de imputados por la juez Alaya que, su sucesora en su juzgado, ha ido permitiendo que prescribieran o los ha mandado a casa sin ninguna sanción, todo con el visto bueno y el silencio de aquellos que debieron de haber puesto el grito en el Cielo ante tamaña componenda.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que, todos aquellos que se indignan y acusan de que hay una judicialización de la política, lo único que les sucede es que se ven acorralados por la acción independiente de los tribunales que, llegado el momento, lo mismo encausan a unos de derechas que, si es preciso, inician actuaciones contra aquellos otros que, como el caso del independentismo catalán, no tienen empacho en reconocer la comisión de los hechos que se les achacan, insistiendo que volverían a incurrir en ellos si se volviera a dar la ocasión. Y ¿a eso es lo que llaman la judicialización de la política? Algunos pensamos que, después de tantos años en los que esta Justicia no actuó con la debida diligencia, ahora, cuando precisamente se ha espabilado y viene actuando contra cualquiera que haya infringido la Ley, es cuando todos deberíamos alegrarnos de que así ocurriera. ¿O no?

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