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“Había tres clases de prostitutas […], cantonera o buscona…” José Deleito y Piñuela

La casta de las busconas

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Es evidente que lo que ha sido considerado como el “oficio más viejo del mundo” ha entrado en crisis. No ha podido resistir la furibunda competencia a la que ha venido siendo sometida la “honorable” clase de las llamadas “mujeres de la vida” desde que los nuevos vientos de amoralidad y laicidad han venido sustituyendo a lo que, la escritora catalana Care Santos, premio Nadal (Destino), define como “mujeres educadas bajo el franquismo, en una sociedad retrógrada, católica por imposición y machista" refiriéndose a una generación de mujeres a las que les tocó vivir los convulsos años 30 aunque, el franquismo, nada más se impuso cuando el general Franco, en abril de 1939 consiguió concluir la Guerra civil española con la victoria sobre los comunistas de la II República.

Ante todo deberíamos distinguir entre las distintas modalidades que forman esta antigua y especialmente glosada profesión, a cargo de escritores, poetas y puritanos; cada uno desde su especial punto de vista, pero siempre considerándolas como miembros del lumpen o clase social marginada que, no obstante, se han mantenido a través de los tiempos y pese a los ataques del clero, de los puritanos, y de los moralistas intransigentes, de modo que sus enemigos nunca han conseguido que dejaran de ejercer su actividad por mucho celo que hayan puesto en intentar conseguirlo. Han sobrevivido a todas las persecuciones a que han sido sometidas, como aliviadoras del sexo masculino cuando éste ha precisado de su compañía y, en tiempos más recientes, tampoco algunas “marimachos” han despreciado requerir sus servicios si han sentido necesidad de ello. Ahora se ha pretendido dignificar esta profesión y se las denomina como “trabajadoras del sexo” lo que, como es evidente, no deja lugar a falsas interpretaciones respecto a la actividad a la que se dedican.

En el afán de regularizarlo todo, de dignificar cualquier oficio, de entender como aceptable y digno todo lo que, con anterioridad estaba vedado, era objeto de escándalo y estaba prohibido, tanto por la Iglesia como por la propia sociedad, todos los que pretenden implantar en nuestro país la amoralidad, el libertinaje, la promiscuidad, la homosexualidad o cualquier otro tipo de desviaciones sexuales, como algo perfectamente permisible y considerado como nuevas fórmulas de relacionarse los humanos que, a su criterio, deben de ser aceptadas como un “enriquecimiento” de la sociedad moderna. En realidad, comparado con algunas de las nuevas fórmulas de uniones que hoy se consideran legítimas, las prostitutas se pueden considerar como un grupo que merece el reconocimiento de las clases sociales más moralizantes.

Lo que ocurre es que, si en algún momento la casta de las meretrices, busconas, prostitutas, putarrancas, entretenidas, rameras, cortesanas, furcias etc. ha estado corriendo el peligro de desaparecer, sin duda alguna es en la actualidad, cuando se está empezando a producir un cambio radical en el sexo femenino que ha decidido librarse de todas las ataduras morales, costumbristas, religiosas y sociales para, aprovechándose del rechazo al machismo, de las reivindicaciones feministas de la igualdad de roles y de la desinhibición del tabú del sexo; ha decidido tomar la iniciativa, ser ellas las conquistadoras, provocar y ofrecerse como cebo al varón, sin esperar a que sea él que se adelante a hacer la proposición. Han conseguido que los chicos no tengan que esforzarse en conquistarlas, les han facilitado de tal manera la tarea que, en ocasiones, son ellos los que las rechazan, asqueados de tanta provocación. La superabundancia de la “oferta”, como sucede en economía, hace que el precio de la mercancía baje y que, la variedad que se le ofrece al varón, le permite tener opción a decidir, lo que sitúa a las que menos “cotizan” en este mercado en la necesidad de recurrir a métodos más expeditivos que se reflejan en dar más facilidades a quienes buscan encontrar “carnaza” más barata y con menos compromiso. Es lo que hay. ¿Cómo pueden competir unas pobres mujeres que quieren vender su cuerpo, muchas de ellas sin cultura alguna, obligadas por proxenetas a cubrir turnos de 12 horas, con una sociedad femenina y feminista, dispuesta a ofrecerse gratis et amore, simplemente porque su naturaleza les pide guerra?

Claro que siempre existirán las que tienen más suerte, las que ya han conseguido el estatus de “artista”, después de un “duro” aprendizaje en la “academia” de la vida, que suele comenzar por un embaucador que les alaba sus cualidades, les habla de grandes posibilidades y de ganar mucho dinero. Se comienza por pequeños papeles en coros de revistas, siempre bajo el control del “enterado de turno”, se aceptan los lucrativos contratos para filmar algo de porno, se introducen en el ambiente de la farándula, aparecen algunas veces en pequeños sketches de unos minutos y se hace alguna publicidad. Hete aquí a las artistas, sin cualidad alguna ni preparación, eso sí, con un buen aspecto físico, en disposición de hacer carrera si consigue que se fije en ella algún capitoste baboso que se ofrezca a apadrinarla (ya tenemos al tipo de furcia a la que antes se la conocía como entretenida).

Los ejemplos que todas las TV nos ofrecen de semejantes ejemplares, mujeres que llegan a conseguir una fama transitoria y que acaban, al cabo de un tiempo, dominadas por las drogas y en la más dura miseria, son lo suficientemente explícitos para que tengamos conocimiento de lo que les suele ocurrir a toda esta serie de advenedizas, manejadas a su antojo por quienes han decidido explotarlas hasta que ya nadie se fija en ellas, en cuyo momento las abandonan a su suerte. Los tiempos cambian, aunque, en definitiva, los ciclos de la vida, sean en un tipo más permisivo y libertario de sociedad como si se dan en otro más tradicional, siguen pautas muy parecidas. Sin embargo, los efectos que una clase de sociedad en la que reine un desprecio por los principios morales, una burla por las consecuencias de los actos ( el caso de las que abortan para evitar las incomodidades de parir un hijo y, no obstante, no toman las precauciones para impedir el embarazo); la degradación a la que llegan las que convierten su sexo en un vicio, sin importarles practicarlo en cualquier lugar, la permisividad de la sociedad ante semejantes espectáculos; la falta de autoridad de los padres para impedirles a sus hijos que caigan en semejantes conductas; el consumo de drogas y de alcohol desmesurado y sin control etc. no indican otra cosa que una sociedad que, carente de sensatez y dominada por el ansia de placer y de una independencia morbosa, arrastra al país a su propia destrucción, precisamente por no respetar todos aquellos principios, leyes y costumbres que son básicos para regular una sana convivencia y encauzar al pueblo por los caminos del esfuerzo, el estudio, el trabajo, el rendimiento y el afán de conocimientos; virtudes, todas ellas, sin las cuales es imposible que una nación prospere y sea capaz de garantizar una vida digna para sus ciudadanos.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos con una cierta nostalgia que los cambios que ha experimentado nuestra nación, desde que las izquierdas se hicieron con el poder y ante la censurable pasividad del PP, que ha tenido la ocasión de rectificar los errores del gobierno anterior, nos vemos obligados a admitir que el comportamiento de una parte de la ciudadanía, la laxitud de las costumbres, la pérdida de los frenos morales y éticos, han abocado a nuestra sociedad a caer en lo que se podría considerar como una denigración de lo que han venido siendo los pilares de nuestra civilización cristiano-romana que, durante siglos, ha sido la que ha garantizado nuestra existencia como nación.

La casta de las busconas

“Había tres clases de prostitutas […], cantonera o buscona…” José Deleito y Piñuela
Miguel Massanet
martes, 21 de febrero de 2017, 00:00 h (CET)
Es evidente que lo que ha sido considerado como el “oficio más viejo del mundo” ha entrado en crisis. No ha podido resistir la furibunda competencia a la que ha venido siendo sometida la “honorable” clase de las llamadas “mujeres de la vida” desde que los nuevos vientos de amoralidad y laicidad han venido sustituyendo a lo que, la escritora catalana Care Santos, premio Nadal (Destino), define como “mujeres educadas bajo el franquismo, en una sociedad retrógrada, católica por imposición y machista" refiriéndose a una generación de mujeres a las que les tocó vivir los convulsos años 30 aunque, el franquismo, nada más se impuso cuando el general Franco, en abril de 1939 consiguió concluir la Guerra civil española con la victoria sobre los comunistas de la II República.

Ante todo deberíamos distinguir entre las distintas modalidades que forman esta antigua y especialmente glosada profesión, a cargo de escritores, poetas y puritanos; cada uno desde su especial punto de vista, pero siempre considerándolas como miembros del lumpen o clase social marginada que, no obstante, se han mantenido a través de los tiempos y pese a los ataques del clero, de los puritanos, y de los moralistas intransigentes, de modo que sus enemigos nunca han conseguido que dejaran de ejercer su actividad por mucho celo que hayan puesto en intentar conseguirlo. Han sobrevivido a todas las persecuciones a que han sido sometidas, como aliviadoras del sexo masculino cuando éste ha precisado de su compañía y, en tiempos más recientes, tampoco algunas “marimachos” han despreciado requerir sus servicios si han sentido necesidad de ello. Ahora se ha pretendido dignificar esta profesión y se las denomina como “trabajadoras del sexo” lo que, como es evidente, no deja lugar a falsas interpretaciones respecto a la actividad a la que se dedican.

En el afán de regularizarlo todo, de dignificar cualquier oficio, de entender como aceptable y digno todo lo que, con anterioridad estaba vedado, era objeto de escándalo y estaba prohibido, tanto por la Iglesia como por la propia sociedad, todos los que pretenden implantar en nuestro país la amoralidad, el libertinaje, la promiscuidad, la homosexualidad o cualquier otro tipo de desviaciones sexuales, como algo perfectamente permisible y considerado como nuevas fórmulas de relacionarse los humanos que, a su criterio, deben de ser aceptadas como un “enriquecimiento” de la sociedad moderna. En realidad, comparado con algunas de las nuevas fórmulas de uniones que hoy se consideran legítimas, las prostitutas se pueden considerar como un grupo que merece el reconocimiento de las clases sociales más moralizantes.

Lo que ocurre es que, si en algún momento la casta de las meretrices, busconas, prostitutas, putarrancas, entretenidas, rameras, cortesanas, furcias etc. ha estado corriendo el peligro de desaparecer, sin duda alguna es en la actualidad, cuando se está empezando a producir un cambio radical en el sexo femenino que ha decidido librarse de todas las ataduras morales, costumbristas, religiosas y sociales para, aprovechándose del rechazo al machismo, de las reivindicaciones feministas de la igualdad de roles y de la desinhibición del tabú del sexo; ha decidido tomar la iniciativa, ser ellas las conquistadoras, provocar y ofrecerse como cebo al varón, sin esperar a que sea él que se adelante a hacer la proposición. Han conseguido que los chicos no tengan que esforzarse en conquistarlas, les han facilitado de tal manera la tarea que, en ocasiones, son ellos los que las rechazan, asqueados de tanta provocación. La superabundancia de la “oferta”, como sucede en economía, hace que el precio de la mercancía baje y que, la variedad que se le ofrece al varón, le permite tener opción a decidir, lo que sitúa a las que menos “cotizan” en este mercado en la necesidad de recurrir a métodos más expeditivos que se reflejan en dar más facilidades a quienes buscan encontrar “carnaza” más barata y con menos compromiso. Es lo que hay. ¿Cómo pueden competir unas pobres mujeres que quieren vender su cuerpo, muchas de ellas sin cultura alguna, obligadas por proxenetas a cubrir turnos de 12 horas, con una sociedad femenina y feminista, dispuesta a ofrecerse gratis et amore, simplemente porque su naturaleza les pide guerra?

Claro que siempre existirán las que tienen más suerte, las que ya han conseguido el estatus de “artista”, después de un “duro” aprendizaje en la “academia” de la vida, que suele comenzar por un embaucador que les alaba sus cualidades, les habla de grandes posibilidades y de ganar mucho dinero. Se comienza por pequeños papeles en coros de revistas, siempre bajo el control del “enterado de turno”, se aceptan los lucrativos contratos para filmar algo de porno, se introducen en el ambiente de la farándula, aparecen algunas veces en pequeños sketches de unos minutos y se hace alguna publicidad. Hete aquí a las artistas, sin cualidad alguna ni preparación, eso sí, con un buen aspecto físico, en disposición de hacer carrera si consigue que se fije en ella algún capitoste baboso que se ofrezca a apadrinarla (ya tenemos al tipo de furcia a la que antes se la conocía como entretenida).

Los ejemplos que todas las TV nos ofrecen de semejantes ejemplares, mujeres que llegan a conseguir una fama transitoria y que acaban, al cabo de un tiempo, dominadas por las drogas y en la más dura miseria, son lo suficientemente explícitos para que tengamos conocimiento de lo que les suele ocurrir a toda esta serie de advenedizas, manejadas a su antojo por quienes han decidido explotarlas hasta que ya nadie se fija en ellas, en cuyo momento las abandonan a su suerte. Los tiempos cambian, aunque, en definitiva, los ciclos de la vida, sean en un tipo más permisivo y libertario de sociedad como si se dan en otro más tradicional, siguen pautas muy parecidas. Sin embargo, los efectos que una clase de sociedad en la que reine un desprecio por los principios morales, una burla por las consecuencias de los actos ( el caso de las que abortan para evitar las incomodidades de parir un hijo y, no obstante, no toman las precauciones para impedir el embarazo); la degradación a la que llegan las que convierten su sexo en un vicio, sin importarles practicarlo en cualquier lugar, la permisividad de la sociedad ante semejantes espectáculos; la falta de autoridad de los padres para impedirles a sus hijos que caigan en semejantes conductas; el consumo de drogas y de alcohol desmesurado y sin control etc. no indican otra cosa que una sociedad que, carente de sensatez y dominada por el ansia de placer y de una independencia morbosa, arrastra al país a su propia destrucción, precisamente por no respetar todos aquellos principios, leyes y costumbres que son básicos para regular una sana convivencia y encauzar al pueblo por los caminos del esfuerzo, el estudio, el trabajo, el rendimiento y el afán de conocimientos; virtudes, todas ellas, sin las cuales es imposible que una nación prospere y sea capaz de garantizar una vida digna para sus ciudadanos.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos con una cierta nostalgia que los cambios que ha experimentado nuestra nación, desde que las izquierdas se hicieron con el poder y ante la censurable pasividad del PP, que ha tenido la ocasión de rectificar los errores del gobierno anterior, nos vemos obligados a admitir que el comportamiento de una parte de la ciudadanía, la laxitud de las costumbres, la pérdida de los frenos morales y éticos, han abocado a nuestra sociedad a caer en lo que se podría considerar como una denigración de lo que han venido siendo los pilares de nuestra civilización cristiano-romana que, durante siglos, ha sido la que ha garantizado nuestra existencia como nación.

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