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La distopía capitalista colapsa

El capitalismo a cara descubierta

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Un mal día te levantaste con los oídos taponados. Desde hacía tiempo se fue acumulando el cerumen en tus pabellones auditivos sin que tú le prestaras la menor atención e, inexorablemente, aquella execración (alentada por tu propia indiferencia) acabó dejándote medio sordo. La primera impresión fue traumática, pasaste el día intentando quitarte los tapones de los oídos, sin ningún éxito. Pasaron días, semanas, meses y, de manera imperceptible, poco a poco, te fuiste acostumbrando a ello. Al punto de que llegaste al convencimiento de que todo cuanto oías era lo que se tenía que oír, que el ruido del mundo no era otro que el que llegaba a tus tímpanos.

Pasaron los años, muchos años, y, por el propio acartonamiento de la senectud, al igual que se te cayeron los dientes, el cerumen se desprendió de tus oídos. De repente, para ti, el ruido del mundo sonaba con estruendo y portaba mensajes luminosos, verdades dolorosas que hasta entonces no pudiste imaginar.

Hoy siento como si mis oídos, después de largos años de sordera, se hubieran liberado de aquella dolorosa escoria que no me dejaba oír más allá de mis orejas. Por fin se me ha abierto la última puerta que me cerraba la entrada a ese último espacio que conecta con todos los demás conocidos para mostrarte la simple y llana realidad, hasta entonces tan arcana.

La política ha muerto. Y mientras duró, solo lo hizo para servir de tablero al ajedrez al que secularmente han venido jugando los amos del mundo, en el que la inmensa mayoría de los seres humanos han servido de piezas.

Durante toda la historia, los amos han jugado al ajedrez en el tablero de la política o en el campo de batalla para repartirse la tierra. Para ganar la partida, ninguno de ellos ha dudado jamás en sacrificar los peones (el común de la gente), los caballos y alfiles (sus capataces), las torres (sus gestores), a la reina (su mujer de paja).

La inmensa mayoría de los seres humanos ha dejado sus vidas en oficios, ciencias, tecnologías, artes, con tres únicos objetivos: ganarse el sustento, mejorar la condición humana y saber. Los amos no, el único anhelo de los amos ha sido (y es) someter al resto, valerse de ellos para asegurarse una vida de ensueño, sin importarles la suerte de los otros. De tal manera que, con el tiempo, han desarrollado un odio visceral al común de la gente. Desprecian a todo aquel que no sea de su condición, utilizan a la gente cuando les es necesario y, cuando no, la condenan a la miseria. Cuando, por ejemplo, vieron una gran ocasión de negocio en la construcción, no duraron en privilegiar a los profesionales del gremio, no les escandalizó que una buena parte de la juventud dejara los estudios, comprometiendo su futuro, para coger la llana. Estallada la burbuja inmobiliaria, los trabajadores que, sin saberlo, la hicieron posible, acabaron en la ruina.

La acumulación de capital tiene como única finalidad ética el sostenimiento de la economía productiva, la generación de puestos de trabajo y, en última instancia, el fortalecimiento del estado de bienestar. El capitalismo financiero ha dado al traste con todo ello, pues su único objetivo es maximizar la desigualdad, el superlativo enriquecimiento de unos pocos a costa del miserable empobrecimiento de la inmensa mayoría, el acopio de todas las fuentes de riqueza, la destrucción masiva de los puestos de trabajo por medio de la tecnología.

Los ricos son felices viendo como el resto se pelea jugando a la política, una política inocua para ellos. Es desolador observar la tibieza de hasta los más radicales políticos del planeta que, en el mejor de los casos, apenas serán capaces de arrebatarles las más miserables migas del pastel. Hoy el 1 % de los seres humanos atesora el 90 % de la riqueza del planeta. Y la cosa va a más. A la política se le ha pasado el arroz, la única solución para la especie humana es que el capitalismo reviente. Aunque, evidentemente, los primeros en padecer sus consecuencias serán, una vez más, los pobres.

Muchos expertos dicen que el colapso del euro está al caer y que antes de 2020 el sistema se irá a la mierda. Bonita distopía. Y, por cierto, no hay algoritmo imposible.

El capitalismo a cara descubierta

La distopía capitalista colapsa
Mario López
miércoles, 4 de enero de 2017, 00:15 h (CET)
Un mal día te levantaste con los oídos taponados. Desde hacía tiempo se fue acumulando el cerumen en tus pabellones auditivos sin que tú le prestaras la menor atención e, inexorablemente, aquella execración (alentada por tu propia indiferencia) acabó dejándote medio sordo. La primera impresión fue traumática, pasaste el día intentando quitarte los tapones de los oídos, sin ningún éxito. Pasaron días, semanas, meses y, de manera imperceptible, poco a poco, te fuiste acostumbrando a ello. Al punto de que llegaste al convencimiento de que todo cuanto oías era lo que se tenía que oír, que el ruido del mundo no era otro que el que llegaba a tus tímpanos.

Pasaron los años, muchos años, y, por el propio acartonamiento de la senectud, al igual que se te cayeron los dientes, el cerumen se desprendió de tus oídos. De repente, para ti, el ruido del mundo sonaba con estruendo y portaba mensajes luminosos, verdades dolorosas que hasta entonces no pudiste imaginar.

Hoy siento como si mis oídos, después de largos años de sordera, se hubieran liberado de aquella dolorosa escoria que no me dejaba oír más allá de mis orejas. Por fin se me ha abierto la última puerta que me cerraba la entrada a ese último espacio que conecta con todos los demás conocidos para mostrarte la simple y llana realidad, hasta entonces tan arcana.

La política ha muerto. Y mientras duró, solo lo hizo para servir de tablero al ajedrez al que secularmente han venido jugando los amos del mundo, en el que la inmensa mayoría de los seres humanos han servido de piezas.

Durante toda la historia, los amos han jugado al ajedrez en el tablero de la política o en el campo de batalla para repartirse la tierra. Para ganar la partida, ninguno de ellos ha dudado jamás en sacrificar los peones (el común de la gente), los caballos y alfiles (sus capataces), las torres (sus gestores), a la reina (su mujer de paja).

La inmensa mayoría de los seres humanos ha dejado sus vidas en oficios, ciencias, tecnologías, artes, con tres únicos objetivos: ganarse el sustento, mejorar la condición humana y saber. Los amos no, el único anhelo de los amos ha sido (y es) someter al resto, valerse de ellos para asegurarse una vida de ensueño, sin importarles la suerte de los otros. De tal manera que, con el tiempo, han desarrollado un odio visceral al común de la gente. Desprecian a todo aquel que no sea de su condición, utilizan a la gente cuando les es necesario y, cuando no, la condenan a la miseria. Cuando, por ejemplo, vieron una gran ocasión de negocio en la construcción, no duraron en privilegiar a los profesionales del gremio, no les escandalizó que una buena parte de la juventud dejara los estudios, comprometiendo su futuro, para coger la llana. Estallada la burbuja inmobiliaria, los trabajadores que, sin saberlo, la hicieron posible, acabaron en la ruina.

La acumulación de capital tiene como única finalidad ética el sostenimiento de la economía productiva, la generación de puestos de trabajo y, en última instancia, el fortalecimiento del estado de bienestar. El capitalismo financiero ha dado al traste con todo ello, pues su único objetivo es maximizar la desigualdad, el superlativo enriquecimiento de unos pocos a costa del miserable empobrecimiento de la inmensa mayoría, el acopio de todas las fuentes de riqueza, la destrucción masiva de los puestos de trabajo por medio de la tecnología.

Los ricos son felices viendo como el resto se pelea jugando a la política, una política inocua para ellos. Es desolador observar la tibieza de hasta los más radicales políticos del planeta que, en el mejor de los casos, apenas serán capaces de arrebatarles las más miserables migas del pastel. Hoy el 1 % de los seres humanos atesora el 90 % de la riqueza del planeta. Y la cosa va a más. A la política se le ha pasado el arroz, la única solución para la especie humana es que el capitalismo reviente. Aunque, evidentemente, los primeros en padecer sus consecuencias serán, una vez más, los pobres.

Muchos expertos dicen que el colapso del euro está al caer y que antes de 2020 el sistema se irá a la mierda. Bonita distopía. Y, por cierto, no hay algoritmo imposible.

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