Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Hablemos sin tapujos | Feminismo
“La revolución feminista ha convertido a la mujer en ese tipo de hombre que a mí me entristecía cuando era joven, ese que tenía que trabajar de nueve a cinco de manera aburrida y nunca era dueño de su destino. Ahí es donde acabó su revolución, su asalto al poder.” Norman Mailer

La cansina y repetitiva reivindicación feminista

|

Nos encontramos, en lo que podríamos definir como un traspaso de poderes, el verdadero sentido a las desproporcionadas e insensatas reivindicaciones del rancio feminismo progresista. La humanidad va evolucionando, a paso rápido, hacia un nuevo tipo de sociedad, impulsada por lo que, desde hace años, se conoce como el despertar de las mujeres al revisionismo de lo que, durante los siglos pasados, desde que el hombre adquirió conciencia de que se distinguía, en algo más que en su flaqueza física, del resto de las bestias de toda la creación, ha venido siendo el rol de los hombres. La revolución de las faldas en contra del tradicional poder de los pantalones. Jorge Sand se puede decir que fue una de las primeras feministas capaz de escandalizar a mis compatriotas mallorquines de Valldemosa, gentes sencillas, aferradas a sus costumbres ancestrales y muy celosos de sus creencias religiosas que, de repente, se veían enfrentadas a lo que, para ellos, debió ser una especie de brujería, cuando la pudieron contemplar en todo su desenfado, su desafío al poder machista, enfundada en unos estrechos pantalones que no dejaban nada a la imaginación de los más recalcitrantes pecadores de aquellos lares.

Se puede decir que los primeros movimientos feministas fueron los del siglo XIX y principios del XX, que nada tenían que ver con los actuales movimientos ultra reivindicativos de las feministas de hogaño. Las primeras feministas empezaron por pedir algo, tan simple y de sentido común, como que se les concediera el poder votar. Fueron las llamadas sufragistas que, como la inglesa Emmeline Pankhurst Goulden, fundadora de la “Unión Social y Política de las Mujeres” o las, también inglesas, Emily Davies y Lidia Becker entre otras muchas o las norteamericanas Susan B Anthony y Elisazbeth Cady Stanton; mujeres que encabezaron aquellos primeros movimientos de rebelión. Todas ellas junto a otras muchas lucharon bravamente por los derechos de la mujer que, por aquel entonces, se limitaban a reclamar el derecho al sufragio y a tener la posibilidad de acceder a la cultura, algo que, por aquellos tiempos, parecía ser un privilegio exclusivo de los hombres.

En España, algo retardada en este tema respecto al resto de países vecinos, tenemos a dos ilustres representantes, doña Emilia Pardo Bazán y doña Concepción Arenal, la primera insigne escritora y la segunda experta penalista, algo muy poco corriente por aquellos tiempos. Sin embargo, ninguna de estas precursoras de la reclamación de los derechos de la mujer, pensó que ellos iban a significar la renuncia a los roles femeninos (maternidad, cuidado de la familia, manera de vestir ni alteración de las costumbres heredades de sus antepasados). Sin embargo, lo que en un tiempo y durante años fueron legítimas aspiraciones de las mujeres a las que, desde las mismas leyes o dentro de la concepción de aquella sociedad, se les daba un papel secundario; también es cierto que, pasados los años, cuando, prácticamente han conseguido todo lo que han venido reclamando, parece ser que hay un sector de feministas recalcitrantes que ya no se conforman con tener los mismos derechos y oportunidades que los hombres, sino que pretenden convertir la “cruzada feminista” en algo más, en una venganza y humillación para el género masculino, con la intención de relegarlos a un segundo plano.

La palabra “machismo” se ha institucionalizado y ya no sólo la utilizan, con verdadera fruición, cuando se trata de hablar de los malos tratos infringidos por algunos hombres a sus compañeras o amigas, sino que ya se ha convertido en una expresión habitual que las mujeres utilizan, como comodín, cada vez que se enfrentan con un hombre por cualquier otra cuestión en la que vea que lleva las de perder. La habitual bronca de tráfico, la controversia en una tertulia o la discusión callejera por un tropezón cualquiera, siempre acaba, cuando se produce entre hombres y mujeres, con el epíteto definitivo, concluyente y peyorativo de “machista”, tenga o no razón quien es el destinatario de semejante calificativo.

No sólo han imitado a los hombres en su manera de vestir ( hoy se ven más pantalones que faldas entre el sector femenino) renunciando a uno de sus más tradicionales atuendos del género, sino que todas estas feministas de nuevas generaciones, diferencia de las primeras a las que antes nos hemos recibido, generalmente pertenecientes a las clases más cultas y destacadas de la sociedad, son miembros y miembras ( como diría la ministra socialista Bibiana Aído), de partidos de izquierdas, de miembros desgarrados de la sociedad y de este mejunje lesbiano-social que forma parte importante del sector más crítico del feminismo recalcitrante. Este es el núcleo más intransigente, más intolerante y, por supuesto, más crítico y sádico que con más fiereza, ahínco y persistencia está empeñado en conseguir la victoria total contra sus “enemigos” los hombres. Es evidente que muchas de ellas ya no los necesitan como complementos sexuales, habiéndolos sustituidos por sucedáneos que, a diferencia de lo que ocurría en tiempos pasados, no reciben el rechazo unánime de la sociedad, sino que han conseguido su aceptación y, según podemos comprobar, su consagración (perdón por la expresión) como miembros de pleno derecho de la élite social.

Están empeñadas en continuar su campaña de acoso y derribo contra el sexo contrario aunque es evidente que, la mayoría de mujeres, todavía sigue prefiriendo, con matices, eso sí, el tradicional cortejo, el camino de la insinuación y el placer de ser conquistada; es obvio que, lo que antes se calificaba como mari-machos, bolleras o autosuficientes, que de todo hay en la viña del Señor, hoy en día se han erigidas en la Inquisición contra el sexo masculino, al que no dudan en estigmatizar, descalificar y, en muchas ocasiones, hasta osan pretender que están en un plano superior a él. Bien, señores, pues que se queden con sus ideas y que sigan en su “varonización”, sirva el palabro para definir este empeño absurdo de estas mujeres, que han renunciado a su maternidad, a su papel de mujer, a sus funciones de ama de casa y de cuidadora de niños; en su empeño de parecerse a los varones, algo que, incluso, intentan perfeccionar con cambios de sexo, engolamiento de la voz y fumando más que aquellos a los que parecen aborrecer, un vicio en el que parece ser que, en la actualidad, ya han conseguido adelantar a sus rivales los hombres.

No obstante, podemos argumentar que, gracias a estos cambios; a la cantidad de mujeres que han dejado las labores hogareñas para entrar en el campo de los trabajos, tradicionalmente adjudicados a los varones, la población española ha entrado en fase de decrecimiento, algo que, durante años, ha quedado disimulado gracias a la masiva inmigración que ha venido soportando España. Tampoco podemos dejar de constatar que, la falta de la madre en el hogar conyugal ( ya sé que suena a ridículo esta expresión, pero no tengo otra) las nuevas generaciones de jóvenes sufren unos trastornos, una falta de educación, unos vicios ( drogas, borracheras, sexo adelantado etc.) que, para nosotros, mucho tienen que ver con la ausencia de los padres del hogar, algo que incluso, en muchos casos, se prorroga en los fines de semana, de forma que los hijos apenas ven a sus padres y, sus experiencias y dudas, generalmente las vienen solucionando con sus amigos u otras personas con las que se relacionan fuera del ámbito familiar.

Nadie se alarma, dicen que es cosa de los nuevos tiempos y que todo se puede justificar en nombre de la “libertad”; una libertad que, para muchos, se entiende como la filosofía relativista que nos vienen predicando desde las izquierdas más radicales, como un medio de llevar al país hacia lo que ellos entienden como “descristianizar” la nación y la eliminación de la moral y la ética tradicionales, para implantar esta libertad que, para algunos, no es más que libertinaje, de la que ya hemos empezado a experimentar las primeras muestras en estos espectáculos zafios y denigrantes, que tanto se prodigan, especialmente en las grandes urbes españolas, en las que gais y lesbianas se muestran tal y como son, sin muestra alguna de pudor ni moderación, al estilo más perverso de aquella cultura disoluta de la Roma más perversa y denigrada.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, algunos sentimos como si los pantalones que continuamos vistiendo estuvieran a punto de cambiar de destino, para quedar relegados al humillante kild escocés, al que no quisiéramos tener que acostumbrarnos a utilizar, alguna vez, si estas feministas revanchistas llegaran a ponernos la bota en el pescuezo.

La cansina y repetitiva reivindicación feminista

“La revolución feminista ha convertido a la mujer en ese tipo de hombre que a mí me entristecía cuando era joven, ese que tenía que trabajar de nueve a cinco de manera aburrida y nunca era dueño de su destino. Ahí es donde acabó su revolución, su asalto al poder.” Norman Mailer
Miguel Massanet
domingo, 27 de noviembre de 2016, 14:30 h (CET)
Nos encontramos, en lo que podríamos definir como un traspaso de poderes, el verdadero sentido a las desproporcionadas e insensatas reivindicaciones del rancio feminismo progresista. La humanidad va evolucionando, a paso rápido, hacia un nuevo tipo de sociedad, impulsada por lo que, desde hace años, se conoce como el despertar de las mujeres al revisionismo de lo que, durante los siglos pasados, desde que el hombre adquirió conciencia de que se distinguía, en algo más que en su flaqueza física, del resto de las bestias de toda la creación, ha venido siendo el rol de los hombres. La revolución de las faldas en contra del tradicional poder de los pantalones. Jorge Sand se puede decir que fue una de las primeras feministas capaz de escandalizar a mis compatriotas mallorquines de Valldemosa, gentes sencillas, aferradas a sus costumbres ancestrales y muy celosos de sus creencias religiosas que, de repente, se veían enfrentadas a lo que, para ellos, debió ser una especie de brujería, cuando la pudieron contemplar en todo su desenfado, su desafío al poder machista, enfundada en unos estrechos pantalones que no dejaban nada a la imaginación de los más recalcitrantes pecadores de aquellos lares.

Se puede decir que los primeros movimientos feministas fueron los del siglo XIX y principios del XX, que nada tenían que ver con los actuales movimientos ultra reivindicativos de las feministas de hogaño. Las primeras feministas empezaron por pedir algo, tan simple y de sentido común, como que se les concediera el poder votar. Fueron las llamadas sufragistas que, como la inglesa Emmeline Pankhurst Goulden, fundadora de la “Unión Social y Política de las Mujeres” o las, también inglesas, Emily Davies y Lidia Becker entre otras muchas o las norteamericanas Susan B Anthony y Elisazbeth Cady Stanton; mujeres que encabezaron aquellos primeros movimientos de rebelión. Todas ellas junto a otras muchas lucharon bravamente por los derechos de la mujer que, por aquel entonces, se limitaban a reclamar el derecho al sufragio y a tener la posibilidad de acceder a la cultura, algo que, por aquellos tiempos, parecía ser un privilegio exclusivo de los hombres.

En España, algo retardada en este tema respecto al resto de países vecinos, tenemos a dos ilustres representantes, doña Emilia Pardo Bazán y doña Concepción Arenal, la primera insigne escritora y la segunda experta penalista, algo muy poco corriente por aquellos tiempos. Sin embargo, ninguna de estas precursoras de la reclamación de los derechos de la mujer, pensó que ellos iban a significar la renuncia a los roles femeninos (maternidad, cuidado de la familia, manera de vestir ni alteración de las costumbres heredades de sus antepasados). Sin embargo, lo que en un tiempo y durante años fueron legítimas aspiraciones de las mujeres a las que, desde las mismas leyes o dentro de la concepción de aquella sociedad, se les daba un papel secundario; también es cierto que, pasados los años, cuando, prácticamente han conseguido todo lo que han venido reclamando, parece ser que hay un sector de feministas recalcitrantes que ya no se conforman con tener los mismos derechos y oportunidades que los hombres, sino que pretenden convertir la “cruzada feminista” en algo más, en una venganza y humillación para el género masculino, con la intención de relegarlos a un segundo plano.

La palabra “machismo” se ha institucionalizado y ya no sólo la utilizan, con verdadera fruición, cuando se trata de hablar de los malos tratos infringidos por algunos hombres a sus compañeras o amigas, sino que ya se ha convertido en una expresión habitual que las mujeres utilizan, como comodín, cada vez que se enfrentan con un hombre por cualquier otra cuestión en la que vea que lleva las de perder. La habitual bronca de tráfico, la controversia en una tertulia o la discusión callejera por un tropezón cualquiera, siempre acaba, cuando se produce entre hombres y mujeres, con el epíteto definitivo, concluyente y peyorativo de “machista”, tenga o no razón quien es el destinatario de semejante calificativo.

No sólo han imitado a los hombres en su manera de vestir ( hoy se ven más pantalones que faldas entre el sector femenino) renunciando a uno de sus más tradicionales atuendos del género, sino que todas estas feministas de nuevas generaciones, diferencia de las primeras a las que antes nos hemos recibido, generalmente pertenecientes a las clases más cultas y destacadas de la sociedad, son miembros y miembras ( como diría la ministra socialista Bibiana Aído), de partidos de izquierdas, de miembros desgarrados de la sociedad y de este mejunje lesbiano-social que forma parte importante del sector más crítico del feminismo recalcitrante. Este es el núcleo más intransigente, más intolerante y, por supuesto, más crítico y sádico que con más fiereza, ahínco y persistencia está empeñado en conseguir la victoria total contra sus “enemigos” los hombres. Es evidente que muchas de ellas ya no los necesitan como complementos sexuales, habiéndolos sustituidos por sucedáneos que, a diferencia de lo que ocurría en tiempos pasados, no reciben el rechazo unánime de la sociedad, sino que han conseguido su aceptación y, según podemos comprobar, su consagración (perdón por la expresión) como miembros de pleno derecho de la élite social.

Están empeñadas en continuar su campaña de acoso y derribo contra el sexo contrario aunque es evidente que, la mayoría de mujeres, todavía sigue prefiriendo, con matices, eso sí, el tradicional cortejo, el camino de la insinuación y el placer de ser conquistada; es obvio que, lo que antes se calificaba como mari-machos, bolleras o autosuficientes, que de todo hay en la viña del Señor, hoy en día se han erigidas en la Inquisición contra el sexo masculino, al que no dudan en estigmatizar, descalificar y, en muchas ocasiones, hasta osan pretender que están en un plano superior a él. Bien, señores, pues que se queden con sus ideas y que sigan en su “varonización”, sirva el palabro para definir este empeño absurdo de estas mujeres, que han renunciado a su maternidad, a su papel de mujer, a sus funciones de ama de casa y de cuidadora de niños; en su empeño de parecerse a los varones, algo que, incluso, intentan perfeccionar con cambios de sexo, engolamiento de la voz y fumando más que aquellos a los que parecen aborrecer, un vicio en el que parece ser que, en la actualidad, ya han conseguido adelantar a sus rivales los hombres.

No obstante, podemos argumentar que, gracias a estos cambios; a la cantidad de mujeres que han dejado las labores hogareñas para entrar en el campo de los trabajos, tradicionalmente adjudicados a los varones, la población española ha entrado en fase de decrecimiento, algo que, durante años, ha quedado disimulado gracias a la masiva inmigración que ha venido soportando España. Tampoco podemos dejar de constatar que, la falta de la madre en el hogar conyugal ( ya sé que suena a ridículo esta expresión, pero no tengo otra) las nuevas generaciones de jóvenes sufren unos trastornos, una falta de educación, unos vicios ( drogas, borracheras, sexo adelantado etc.) que, para nosotros, mucho tienen que ver con la ausencia de los padres del hogar, algo que incluso, en muchos casos, se prorroga en los fines de semana, de forma que los hijos apenas ven a sus padres y, sus experiencias y dudas, generalmente las vienen solucionando con sus amigos u otras personas con las que se relacionan fuera del ámbito familiar.

Nadie se alarma, dicen que es cosa de los nuevos tiempos y que todo se puede justificar en nombre de la “libertad”; una libertad que, para muchos, se entiende como la filosofía relativista que nos vienen predicando desde las izquierdas más radicales, como un medio de llevar al país hacia lo que ellos entienden como “descristianizar” la nación y la eliminación de la moral y la ética tradicionales, para implantar esta libertad que, para algunos, no es más que libertinaje, de la que ya hemos empezado a experimentar las primeras muestras en estos espectáculos zafios y denigrantes, que tanto se prodigan, especialmente en las grandes urbes españolas, en las que gais y lesbianas se muestran tal y como son, sin muestra alguna de pudor ni moderación, al estilo más perverso de aquella cultura disoluta de la Roma más perversa y denigrada.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, algunos sentimos como si los pantalones que continuamos vistiendo estuvieran a punto de cambiar de destino, para quedar relegados al humillante kild escocés, al que no quisiéramos tener que acostumbrarnos a utilizar, alguna vez, si estas feministas revanchistas llegaran a ponernos la bota en el pescuezo.

Noticias relacionadas

El cisne negro de Biden sería la protesta de los estudiantes universitarios contra la invasión de Gaza en las Universidades de Columbia y la UCLA y su violento desalojo por la policía, movimiento de protesta que por mimetismo podría extenderse al resto de Universidades de Estados Unidos, rememorando las protestas de 1968 contra la guerra de Vietnam.

Un 14 de mayo de 1935 el Comité Pro-Paz en América advertía que la guerra del Chaco era una amenaza para la democracia en todo el continente. Este comité se había constituido en la ciudad argentina de Córdoba, y lo integraban poetas e intelectuales de varias nacionalidades.

El presidente Sánchez ha hablado estos días de la necesidad de un plan de regeneración democrática, que considera “uno de los desafíos más trascendentes”, para lo que propondrá “medidas y acciones para reforzar y prestigiar la democracia”. Pero ¿de qué regeneración democrática hablamos?

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto