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Nos impusieron la monarquía por miedo a las urnas

La modélica restauración de la monarquía

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Desde un principio supimos que nos la habían colado de rigodón, pero no sabíamos cómo. Han tenido que pasar veintiún años para que la televisión pública “descalificara” el documento gráfico que nos lo aclarara. Anoche, gracias a la Sexta, nos caímos del guindo. En este país, la ciudadanía siempre ha ido por delante de sus gobernantes y, detrás de ellos, las revelaciones de las intrigas palaciegas.

Ahora podemos entender la contumaz oposición de la derecha a reconocer el derecho a la autodeterminación de los pueblos. En la cocina posfranquista se eliminó de la carta el referéndum para decidir sobre la forma de gobierno y se incluyó en el menú del día la monarquía, por una sola razón: porque la élite posfranquista que detentaba el gobierno de los pucheros temía que a los comensales se les antojara la república y, claro, no estaba el horno para esos pollos. ¿Qué iba a ser, si no, de la herencia de Franco? ¿Cómo decirle al Borbón que tendría que volver a tomar el camino de Roma (como su abuelo) o el de Estoril (como su padre)? ¿Cómo explicarles a los generales que la República, a la que habían vencido con las armas, ahora les iba a vencer a ellos en las urnas? ¿Cómo desmantelar todos los aparatos del Estado franquista sin desmantelarlos realmente (como finalmente se hizo) si en lugar del heredero de Franco poníamos al heredero de Negrín al frente de la Jefatura de Estado? Y tampoco se consensuó el modelo territorial, sencillamente porque no existían gobiernos ni parlamentos autonómicos a los que interpelar.

En cuestión de pocos meses, en los círculos de poder se pasó del mantra “los españoles no están preparados para la democracia” al otro, “el pueblo español ha demostrado una gran madurez democrática”. Milagro epistemológico de primer orden obrado a consecuencia de la mayoritaria aprobación popular del menú constitucional en el que se incluye la monarquía, la economía de mercado y, aunque de manera vaga y confusa, un modelo territorial de perfil centralista; y digo de una manera vaga y confusa porque en el texto constitucional no se mencionan las comunidades o nacionalidades que conforman el país, únicamente se dice que serán aquellas que en un futuro se sumen a él. Llamativa singularidad de la Constitución del 78, que pretende unir naciones carentes de cualquier tipo de gobernanza autonómica; se empezó la casa por el tejado y así estamos, que nos faltan los cimientos.

A la derecha le gusta la democracia cuando esta le garantiza el blindaje de sus privilegios y hegemonía cultural, moral y espiritual. Si no, no. En 1978 los privilegios y la hegemonía estaban en manos de los franquistas, por consiguiente, la Constitución blindó a los poderes fácticos del franquismo. Por lo que parece razonable pensar que la única manera de actualizarnos y regenerarnos democráticamente sería abriendo el debate político que se cerró en falso, a espaldas de los españoles y por temor a las urnas, en 1978.

La modélica restauración de la monarquía

Nos impusieron la monarquía por miedo a las urnas
Mario López
sábado, 19 de noviembre de 2016, 11:59 h (CET)
Desde un principio supimos que nos la habían colado de rigodón, pero no sabíamos cómo. Han tenido que pasar veintiún años para que la televisión pública “descalificara” el documento gráfico que nos lo aclarara. Anoche, gracias a la Sexta, nos caímos del guindo. En este país, la ciudadanía siempre ha ido por delante de sus gobernantes y, detrás de ellos, las revelaciones de las intrigas palaciegas.

Ahora podemos entender la contumaz oposición de la derecha a reconocer el derecho a la autodeterminación de los pueblos. En la cocina posfranquista se eliminó de la carta el referéndum para decidir sobre la forma de gobierno y se incluyó en el menú del día la monarquía, por una sola razón: porque la élite posfranquista que detentaba el gobierno de los pucheros temía que a los comensales se les antojara la república y, claro, no estaba el horno para esos pollos. ¿Qué iba a ser, si no, de la herencia de Franco? ¿Cómo decirle al Borbón que tendría que volver a tomar el camino de Roma (como su abuelo) o el de Estoril (como su padre)? ¿Cómo explicarles a los generales que la República, a la que habían vencido con las armas, ahora les iba a vencer a ellos en las urnas? ¿Cómo desmantelar todos los aparatos del Estado franquista sin desmantelarlos realmente (como finalmente se hizo) si en lugar del heredero de Franco poníamos al heredero de Negrín al frente de la Jefatura de Estado? Y tampoco se consensuó el modelo territorial, sencillamente porque no existían gobiernos ni parlamentos autonómicos a los que interpelar.

En cuestión de pocos meses, en los círculos de poder se pasó del mantra “los españoles no están preparados para la democracia” al otro, “el pueblo español ha demostrado una gran madurez democrática”. Milagro epistemológico de primer orden obrado a consecuencia de la mayoritaria aprobación popular del menú constitucional en el que se incluye la monarquía, la economía de mercado y, aunque de manera vaga y confusa, un modelo territorial de perfil centralista; y digo de una manera vaga y confusa porque en el texto constitucional no se mencionan las comunidades o nacionalidades que conforman el país, únicamente se dice que serán aquellas que en un futuro se sumen a él. Llamativa singularidad de la Constitución del 78, que pretende unir naciones carentes de cualquier tipo de gobernanza autonómica; se empezó la casa por el tejado y así estamos, que nos faltan los cimientos.

A la derecha le gusta la democracia cuando esta le garantiza el blindaje de sus privilegios y hegemonía cultural, moral y espiritual. Si no, no. En 1978 los privilegios y la hegemonía estaban en manos de los franquistas, por consiguiente, la Constitución blindó a los poderes fácticos del franquismo. Por lo que parece razonable pensar que la única manera de actualizarnos y regenerarnos democráticamente sería abriendo el debate político que se cerró en falso, a espaldas de los españoles y por temor a las urnas, en 1978.

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