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La democracia ha perdido el habla

El día en el que el mundo enmudeció

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Hoy no es una jornada cualquiera: Trump se ha impuesto en las últimas elecciones presidenciales celebradas en los Estados (des)Unidos y no sabemos qué nos deparará su mandato a partir del próximo 20 de enero. El calendario suele estar repleto de días intrascendentes, reposados, asépticos. ¡Ay de esos días ordinarios que nos proporcionan la serenidad que merecemos y no valoramos de forma suficiente! Esos no tienen el honor de formar parte del álbum de los momentos más representativos del bagaje de la humanidad que últimamente está sumida en una crisis permanente de buen talante y valores admirables. En ese libro nuestro, apaisado, que toma forma a partir de hojas endebles que sorprendentemente todo lo aguantan, encontramos el día o los días no fechados y sí discutidos de la creación; el día del encuentro de dos mundos con ocasión del descubrimiento de América, emotivo pese al controvertido proceso de conquista allí desarrollado; el día de la infamia que Roosevelt refirió al ataque nipón sobre Pearl Harbour si bien cualquier día de guerra o atentado terrorista merece esa contundente etiqueta; el día de la reconciliación sudafricana o berlinesa para fomento de una armonía y unidad que descuidamos frecuentemente… y ahora el día del enmudecimiento.

Por lo pronto, con la victoria de Trump hemos quedado mudos y la democracia ha perdido el habla también. Al menos, de momento. El cese de la voz por el pasmo producido por el terremoto que ha supuesto el vencimiento del magnate de hoteles y casinos, es la primera consecuencia de una etapa nueva que se espera prolija en inquietudes. La superioridad del republicano extravagante ha sido respaldada por una mayoría ajustada en número de votos, pero holgada en número de delegados que hemos de aceptar y respetar. Otra cosa es compartir la forma y el fondo de este peculiar hombre de negocios venido a político y su desconcertante programa de ideas. Su triunfo, que muchos no creíamos posible esperando que ganaran la prudencia y la sensatez, supone otra bofetada más para con la democracia de buen juicio. Y ya van demasiadas. Hace bastante tiempo que la forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos que atesoran la soberanía se hunde por las numerosas goteras y otras vías de agua que hacen mella en su estructura. ¿A qué responde este desmoronamiento? Los individuos abrazan algunas soluciones descabelladas con asombrosa presteza y, sin embargo, repudian la reflexión meditada no pocas veces. El impulso, el hastío y el recelo frente a la moderación, el interés común y la confianza. Dos facetas en un mismo ser. La democracia racional y libre de connotaciones populistas y proteccionistas, se enfrenta a un curso político 2016/2017 marcado por citas electorales de extraordinaria magnitud. La primera de ellas, el examen estadounidense del 08 de noviembre que dejamos atrás ayer mismo, se ha saldado con un sonoro suspenso. Quedan por delante las elecciones generales en Francia y Alemania del próximo año, y no cabe duda que el triunfo del deslenguado Trump alentará los movimientos extremistas en el débil corazón de Europa. En la caída en que está inmersa la forma de sociedad que practica la igualdad de derechos y la solidaridad, ¿dónde queda el suelo? Resulta difícil saberlo, pero la perforación de estratos que parecían infranqueables con ocasión de manifestaciones y estrategias que insultan a la mujer, que vilipendian al inmigrante, que desprecian el libre comercio, que rechazan el incremento del salario mínimo, que amenazan la reforma sanitaria de Obama y que recuperan el eslogan de América para los americanos sin desmerecer las artes del amigo zar, no vaticina nada bueno por parte del Sr. Donald. Las torpezas, los gruñidos y hasta el enfurecimiento del Pato Donald pueden parecernos simpáticos por lo desmedido y lo absurdo de su reacción. Por otra parte, resultan inofensivos. Así las cosas, las provocaciones y las salidas de tono del nuevo Donald que viene a ocupar las pantallas de los televisores del mundo entero y a incidir en nosotros, ni tienen gracia ni tienen justificación. Y a diferencia de las del personaje de Disney, sí pueden acarrearnos consecuencias desagradables.

Este 09 de noviembre de 2016, el éxito de Trump en las urnas nos ha hecho callar porque su victoria, inesperada, nos ha pillado por sorpresa. Digerirla nos llevará a guardar silencio, mientras ahora el rojo se desata en los mercados financieros y las conjeturas sobre su presidencia venidera bullen con frenesí. Tras el silencio pensativo, empleemos las palabras acertadas para mostrar a Trump y sus afines cuál es la democracia que merece la pena vivir.

El día en el que el mundo enmudeció

La democracia ha perdido el habla
Emilio Amezcua
jueves, 10 de noviembre de 2016, 00:41 h (CET)
Hoy no es una jornada cualquiera: Trump se ha impuesto en las últimas elecciones presidenciales celebradas en los Estados (des)Unidos y no sabemos qué nos deparará su mandato a partir del próximo 20 de enero. El calendario suele estar repleto de días intrascendentes, reposados, asépticos. ¡Ay de esos días ordinarios que nos proporcionan la serenidad que merecemos y no valoramos de forma suficiente! Esos no tienen el honor de formar parte del álbum de los momentos más representativos del bagaje de la humanidad que últimamente está sumida en una crisis permanente de buen talante y valores admirables. En ese libro nuestro, apaisado, que toma forma a partir de hojas endebles que sorprendentemente todo lo aguantan, encontramos el día o los días no fechados y sí discutidos de la creación; el día del encuentro de dos mundos con ocasión del descubrimiento de América, emotivo pese al controvertido proceso de conquista allí desarrollado; el día de la infamia que Roosevelt refirió al ataque nipón sobre Pearl Harbour si bien cualquier día de guerra o atentado terrorista merece esa contundente etiqueta; el día de la reconciliación sudafricana o berlinesa para fomento de una armonía y unidad que descuidamos frecuentemente… y ahora el día del enmudecimiento.

Por lo pronto, con la victoria de Trump hemos quedado mudos y la democracia ha perdido el habla también. Al menos, de momento. El cese de la voz por el pasmo producido por el terremoto que ha supuesto el vencimiento del magnate de hoteles y casinos, es la primera consecuencia de una etapa nueva que se espera prolija en inquietudes. La superioridad del republicano extravagante ha sido respaldada por una mayoría ajustada en número de votos, pero holgada en número de delegados que hemos de aceptar y respetar. Otra cosa es compartir la forma y el fondo de este peculiar hombre de negocios venido a político y su desconcertante programa de ideas. Su triunfo, que muchos no creíamos posible esperando que ganaran la prudencia y la sensatez, supone otra bofetada más para con la democracia de buen juicio. Y ya van demasiadas. Hace bastante tiempo que la forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos que atesoran la soberanía se hunde por las numerosas goteras y otras vías de agua que hacen mella en su estructura. ¿A qué responde este desmoronamiento? Los individuos abrazan algunas soluciones descabelladas con asombrosa presteza y, sin embargo, repudian la reflexión meditada no pocas veces. El impulso, el hastío y el recelo frente a la moderación, el interés común y la confianza. Dos facetas en un mismo ser. La democracia racional y libre de connotaciones populistas y proteccionistas, se enfrenta a un curso político 2016/2017 marcado por citas electorales de extraordinaria magnitud. La primera de ellas, el examen estadounidense del 08 de noviembre que dejamos atrás ayer mismo, se ha saldado con un sonoro suspenso. Quedan por delante las elecciones generales en Francia y Alemania del próximo año, y no cabe duda que el triunfo del deslenguado Trump alentará los movimientos extremistas en el débil corazón de Europa. En la caída en que está inmersa la forma de sociedad que practica la igualdad de derechos y la solidaridad, ¿dónde queda el suelo? Resulta difícil saberlo, pero la perforación de estratos que parecían infranqueables con ocasión de manifestaciones y estrategias que insultan a la mujer, que vilipendian al inmigrante, que desprecian el libre comercio, que rechazan el incremento del salario mínimo, que amenazan la reforma sanitaria de Obama y que recuperan el eslogan de América para los americanos sin desmerecer las artes del amigo zar, no vaticina nada bueno por parte del Sr. Donald. Las torpezas, los gruñidos y hasta el enfurecimiento del Pato Donald pueden parecernos simpáticos por lo desmedido y lo absurdo de su reacción. Por otra parte, resultan inofensivos. Así las cosas, las provocaciones y las salidas de tono del nuevo Donald que viene a ocupar las pantallas de los televisores del mundo entero y a incidir en nosotros, ni tienen gracia ni tienen justificación. Y a diferencia de las del personaje de Disney, sí pueden acarrearnos consecuencias desagradables.

Este 09 de noviembre de 2016, el éxito de Trump en las urnas nos ha hecho callar porque su victoria, inesperada, nos ha pillado por sorpresa. Digerirla nos llevará a guardar silencio, mientras ahora el rojo se desata en los mercados financieros y las conjeturas sobre su presidencia venidera bullen con frenesí. Tras el silencio pensativo, empleemos las palabras acertadas para mostrar a Trump y sus afines cuál es la democracia que merece la pena vivir.

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