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“El tiempo no perdona nada de lo que se ha hecho sin él” F.J. Fayolle

300 días estérilmente desperdiciados

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Evidentemente el señor Rajoy, en apariencia, se ha salido con la suya; ha conseguido que el PSOE, medio descompuesto, herido de gravedad y con un problema identitario que amenaza con crear un cisma entre partidarios del no y los que, una mayoría, a regañadientes y con el miedo en el cuerpo ante los nefastos resultados que amenazarían al partido en el caso de que se celebraran unas terceras elecciones, apoyan una abstención. Pero somos muchos los ciudadanos, los que hemos votado siempre al PP, que nos sentimos defraudados por el hecho de que el afán por gobernar, la premura en buscar a toda costa una posibilidad de volver a la presidencia del Gobierno y lo que, a nuestro juicio es lo peor, la falta de un cálculo, carente de influencias partidistas y componentes subjetivistas, respecto a las consecuencias que va a tener para el país el acceder a un gobierno que va a depender del resto de partidos, incluso de Ciudadanos, para poder tomar resoluciones lo que, evidentemente, le va a impedir aplicar las políticas del PP y se va a ver conminado a ceder en materias importantes que pueden ser trascendentes para el conjunto del pueblo español.

Existen, en este momento, en España, temas de tal importancia que cualquier decisión en falso, acuerdo erróneo o componenda política que no se ajuste, con exactitud, al tratamiento adecuado, puede repercutir negativamente en nuestra economía, en el empleo, en nuestras relaciones exteriores, en nuestra financiación y, en definitiva, en nuestra calidad de vida. Tenemos la inquietante impresión de que, el señor Rajoy, está convencido de que va a ser capaz de gobernar gracias a su supuesta habilidad negociadora; que va a ser él el que lleve la voz cantante en sus negociaciones con los partidos de la oposición, la mayoría de ellos imbuidos de una animadversión congénita hacia la derecha y, en especial, hacia la figura de Mariano Rajoy. En cierta manera corremos el riesgo de incurrir en el mismo error del señor Rodríguez Zapatero, que estaba tan convencido de sus facultades y de la bondad de sus juicios que, sin apenas enterarse, nos llevó a todos al borde de la quiebra soberana.

Puede que la visión que tenemos algunos ciudadanos de a pie sea algo simplista, pero el que el PP no haya sabido sacar provecho de este momento de suma debilidad del principal partido de la oposición, el PSOE, al que, la mayoría de las encuestas le auguraban un fracaso sonado en unas nuevas elecciones, de las propias discrepancias dentro del partido podemita, donde los enfrentamientos entre Errejón e Iglesias son evidentes; de las posibilidades de que, las diversas formaciones, de las que está formado Podemos, lleguen a optar por una diáspora, como es el caso de Ada Colau en Cataluña o de las Mareas en Galicia, y la propia falta de sincronización, en la dirección del partido, respecto a una posible reestructuración, como consecuencia inmediata de la decepción por no haber conseguido sus objetivos en las elecciones pasadas, algo que parece que no han sabido superar; nos parece un error garrafal.

Una parte de la dirección del PP supo ver, en todas estas señales, la posibilidad de sacar un mejor provecho si, en lugar de insistir en acceder al gobierno en una clara situación de inferioridad, de estar sometidos a la anunciada campaña de acoso y derribo por parte de la oposición y de verse boicoteados en todas las iniciativas que propongan, algo que les augura una legislatura de continuos fracasos, de humillantes derrotas y, con toda seguridad, de verse obligados a tener que aceptar leyes que, en modo alguno, coincidan con los valores, tradiciones o fundamentos del partido al que representan; hubiesen optado por unas nuevas elecciones.

Existen importantes cuestiones pendientes de solucionar y, todas ellas, salvo una pocas, las posturas defendidas por el PP son diametralmente opuestas de las de los otros partidos con los que va a tener que negociar, lo que augura que, al estar en minoría, va a tener que ceder en cuestiones que pueden traernos, a los españoles, importantes problemas, no sólo de orden interior, sino que también en lo que respeta a nuestras relaciones internacionales, especialmente con nuestros colegas de la UE. Lo cierto es que, después de 300 días de interinidad, de gobierno en funciones, del “no” continuado de los socialistas y de la postura versátil de Ciudadanos y de su líder, el señor Rivera; cuando podríamos haber dado un paso adelante acudiendo a las terceras elecciones, por todos tan repudiadas, pero, de las cuales era el PP el quien tendría la oportunidad de aumentar su ventaja respecto a sus adversarios, de modo que, con el apoyo de Ciudadanos ( un partido que parece que ya ha alcanzado su techo electoral y da evidentes señales de ir a menos, lo que facilitaría que los humos de los que ha ahecho gala el señor Rivera, se aplacasen y se prestara a llegar a acuerdos de gobernabilidad sin tantas exigencias como las que ha planteado en su actual acuerdo con el PP).

España, en la actualidad, tiene pendientes de resolver una serie de temas de alto voltaje que, a causa de la imposibilidad de que, el gobierno en funciones, pudiera afrontarlos directamente, por no estar legitimado para ello, han tenido que permanecer en barbecho en espera de que se resolviera la contrariedad de la investidura del nuevo presidente del Gobierno. Ahora, con la elección de don Mariano, estará por ver qué nuevo Ejecutivo va a tener que nombrar para evitar antipatías, ya reconocidas, con los miembros de los distintos partidos con los que van a tener que bregar. Es obvio que se deberán poner sobre el tapete negociador asuntos tan espinosos como la aprobación de los PGE del 2018; solucionar el candente tema de las pensiones, en unos momentos en los que los medios del Fondo de Reserva para las pensiones está en sólo 13.000 millones de euros, lo que pone en cuestión la capacidad de la Seguridad Social para hacer frente sus compromisos de pago con los pensionistas y la posible inclusión en los PGE de una nueva partida destinada a cubrir el déficit previsible del capítulo de pensiones, algo que, como es fácil deducir, representará nuevos impuestos para la gente.

Otro de los miuras con los que, el nuevo gobierno, va a tener que lidiar`, es con la cuestión territorial, en cuyo capítulo se van a tener que superarse las evidentes diferencias respecto a la cuestión nacionalista catalana, donde la propuesta federalista del PSOE va a tener que medirse con la sostenida por Podemos que aboga por permitir referéndums para que, cada autonomía, pueda decidir si quiere permanecer unida a España o separase de ella. ¿Qué posibilidades tiene el PP de continuar defendiendo, a capa y espada, el tema de la unidad de España? Evidentemente que dispone de un As en la manga, que radica en su mayoría absoluta en el Senado, lo que le va a permitir detener cualquier intento de acudir a leyes que vayan en dicho sentido o reformas de la Constitución. Pero esto significaría, con toda seguridad, una guerra a muerte entre los partidarios de ceder ante el nacionalismo excluyente o los partidarios de aplicar la Constitución.

Hablar de enseñanza es nombrar la soga en casa del ahorcado. En España ha sido imposible que, desde que se instauró la democracia, los distintos partidos se pusieran de acuerdo respecto a un modelo único de enseñanza. Ello queda agravado al haberse transferido esta materia a las distintas autonomías, lo que se ha revelado como uno de los mayores errores cometidos por el Estado, al no prever que esta materia se convertiría en la principal arma de los separatistas para influir en la juventud y reclutar adeptos para la causa independentista. No parece que un gobierno débil y una oposición integrada por distintas sensibilidades, desde los partidarios de convertir las aulas en centros de adoctrinamiento de la juventud a los que desearían que la política sólo fuera una asignatura más y no interfiriera en el normal desarrollo de la enseñanza del alumnado, esté en condiciones de abordar con éxito este tema.

Tampoco parece que, un gobierno breve, como será el del señor Rajoy, esté en condiciones de hacer respetar las instituciones, mantener el orden en las calles y velar por el normal funcionamiento de las Instituciones, evitando que se conviertan en baluartes de las distintas opciones políticas en perjuicio de la seguridad jurídica de los ciudadanos, de la propiedad privada y de la normalidad laboral. Es obvio que los anuncios que, desde Podemos o del mismo señor Garzón de IU, hacen prever que no se van a conformar con desarrollar la actividad parlamentaria en el ámbito del Parlamento, sino que van a querer ganar credibilidad entre sus correligionarios, actuando en lo que mejor saben hacer: creando el caos en las ciudades, quemando contenedores; agrediendo a las fuerzas del orden; cercando edificios públicos e impidiendo el normal desempeño de los encargados de hacer valer las leyes.

Claro que, la mejora que se iba experimentando en el tema del desempleo, de modo que, en contra de lo que venía sucediendo en años anteriores, en los que cada día iban al paro del orden de 1500 trabajadores; en la actualidad se ha invertido la tendencia y son más de 1500 los parados que consiguen un trabajo de modo que, en cada uno de los últimos años pasan de 300.000 a 500.000 anuales, los desempleados que consiguen encontrar un empleo. No obstante, dependerá de las medidas que se tomen en adelante, de cómo se enfoque esta previsible revisión de la reforma laboral de la que parece que, el señor Rajoy, está dispuesto a tratar con los partidos de izquierdas, lo que no puede traer más que problemas; en primer lugar con Europa, que insiste en que se profundice en el desarrollo de los compromisos que adquirimos respecto a la reforma y, la evidencia de que los partidos de izquierdas, empezando por el PSOE quieren restablecer los convenios colectivos de ámbito nacional o provincial en los que, como es conocido, los sindicatos, ahora en horas bajas, podían conseguir su financiación, a la vez que conseguirían intervenir en la organización y vigilancia de todas las empresas sujetas a tales convenios, algo que, en la actualidad, les es imposible hacer.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos el convencimiento de que, esta investidura de Rajoy, no será más que “pan para hoy y hambre para mañana”. Si se hubiera ido a unas elecciones en el mes de diciembre, como daba la impresión de que, finalmente, iba a suceder, el señor Rajoy y todo el PP tenían grandes posibilidades de sacar unos resultados mucho mejores, que se fijaban en los 150 escaños, que ya los acercaban a la mayoría absoluta, con lo que les bastaba con la colaboración de Ciudadanos, depender para nada del PSOE, que, como ya viene anunciando desde antes de las votaciones, se abstendrá de votar, pero anuncia una legislatura dura contra el gobierno del PP, que se va a vérselas y deseárselas para poder eludir, si es que lo consigue, este cordón sanitario que le tienen preparado desde la oposición. Quisiéramos equivocarnos, pero estamos convencidos de que, difícilmente, van a conseguir llegar al final de la legislatura en estas condiciones. En todo caso ¿ha sido necesario dejar pasar en situación de interinidad, 300 días, para acabar como se ha acabado? O témpora ¡O mores!

300 días estérilmente desperdiciados

“El tiempo no perdona nada de lo que se ha hecho sin él” F.J. Fayolle
Miguel Massanet
miércoles, 26 de octubre de 2016, 01:41 h (CET)
Evidentemente el señor Rajoy, en apariencia, se ha salido con la suya; ha conseguido que el PSOE, medio descompuesto, herido de gravedad y con un problema identitario que amenaza con crear un cisma entre partidarios del no y los que, una mayoría, a regañadientes y con el miedo en el cuerpo ante los nefastos resultados que amenazarían al partido en el caso de que se celebraran unas terceras elecciones, apoyan una abstención. Pero somos muchos los ciudadanos, los que hemos votado siempre al PP, que nos sentimos defraudados por el hecho de que el afán por gobernar, la premura en buscar a toda costa una posibilidad de volver a la presidencia del Gobierno y lo que, a nuestro juicio es lo peor, la falta de un cálculo, carente de influencias partidistas y componentes subjetivistas, respecto a las consecuencias que va a tener para el país el acceder a un gobierno que va a depender del resto de partidos, incluso de Ciudadanos, para poder tomar resoluciones lo que, evidentemente, le va a impedir aplicar las políticas del PP y se va a ver conminado a ceder en materias importantes que pueden ser trascendentes para el conjunto del pueblo español.

Existen, en este momento, en España, temas de tal importancia que cualquier decisión en falso, acuerdo erróneo o componenda política que no se ajuste, con exactitud, al tratamiento adecuado, puede repercutir negativamente en nuestra economía, en el empleo, en nuestras relaciones exteriores, en nuestra financiación y, en definitiva, en nuestra calidad de vida. Tenemos la inquietante impresión de que, el señor Rajoy, está convencido de que va a ser capaz de gobernar gracias a su supuesta habilidad negociadora; que va a ser él el que lleve la voz cantante en sus negociaciones con los partidos de la oposición, la mayoría de ellos imbuidos de una animadversión congénita hacia la derecha y, en especial, hacia la figura de Mariano Rajoy. En cierta manera corremos el riesgo de incurrir en el mismo error del señor Rodríguez Zapatero, que estaba tan convencido de sus facultades y de la bondad de sus juicios que, sin apenas enterarse, nos llevó a todos al borde de la quiebra soberana.

Puede que la visión que tenemos algunos ciudadanos de a pie sea algo simplista, pero el que el PP no haya sabido sacar provecho de este momento de suma debilidad del principal partido de la oposición, el PSOE, al que, la mayoría de las encuestas le auguraban un fracaso sonado en unas nuevas elecciones, de las propias discrepancias dentro del partido podemita, donde los enfrentamientos entre Errejón e Iglesias son evidentes; de las posibilidades de que, las diversas formaciones, de las que está formado Podemos, lleguen a optar por una diáspora, como es el caso de Ada Colau en Cataluña o de las Mareas en Galicia, y la propia falta de sincronización, en la dirección del partido, respecto a una posible reestructuración, como consecuencia inmediata de la decepción por no haber conseguido sus objetivos en las elecciones pasadas, algo que parece que no han sabido superar; nos parece un error garrafal.

Una parte de la dirección del PP supo ver, en todas estas señales, la posibilidad de sacar un mejor provecho si, en lugar de insistir en acceder al gobierno en una clara situación de inferioridad, de estar sometidos a la anunciada campaña de acoso y derribo por parte de la oposición y de verse boicoteados en todas las iniciativas que propongan, algo que les augura una legislatura de continuos fracasos, de humillantes derrotas y, con toda seguridad, de verse obligados a tener que aceptar leyes que, en modo alguno, coincidan con los valores, tradiciones o fundamentos del partido al que representan; hubiesen optado por unas nuevas elecciones.

Existen importantes cuestiones pendientes de solucionar y, todas ellas, salvo una pocas, las posturas defendidas por el PP son diametralmente opuestas de las de los otros partidos con los que va a tener que negociar, lo que augura que, al estar en minoría, va a tener que ceder en cuestiones que pueden traernos, a los españoles, importantes problemas, no sólo de orden interior, sino que también en lo que respeta a nuestras relaciones internacionales, especialmente con nuestros colegas de la UE. Lo cierto es que, después de 300 días de interinidad, de gobierno en funciones, del “no” continuado de los socialistas y de la postura versátil de Ciudadanos y de su líder, el señor Rivera; cuando podríamos haber dado un paso adelante acudiendo a las terceras elecciones, por todos tan repudiadas, pero, de las cuales era el PP el quien tendría la oportunidad de aumentar su ventaja respecto a sus adversarios, de modo que, con el apoyo de Ciudadanos ( un partido que parece que ya ha alcanzado su techo electoral y da evidentes señales de ir a menos, lo que facilitaría que los humos de los que ha ahecho gala el señor Rivera, se aplacasen y se prestara a llegar a acuerdos de gobernabilidad sin tantas exigencias como las que ha planteado en su actual acuerdo con el PP).

España, en la actualidad, tiene pendientes de resolver una serie de temas de alto voltaje que, a causa de la imposibilidad de que, el gobierno en funciones, pudiera afrontarlos directamente, por no estar legitimado para ello, han tenido que permanecer en barbecho en espera de que se resolviera la contrariedad de la investidura del nuevo presidente del Gobierno. Ahora, con la elección de don Mariano, estará por ver qué nuevo Ejecutivo va a tener que nombrar para evitar antipatías, ya reconocidas, con los miembros de los distintos partidos con los que van a tener que bregar. Es obvio que se deberán poner sobre el tapete negociador asuntos tan espinosos como la aprobación de los PGE del 2018; solucionar el candente tema de las pensiones, en unos momentos en los que los medios del Fondo de Reserva para las pensiones está en sólo 13.000 millones de euros, lo que pone en cuestión la capacidad de la Seguridad Social para hacer frente sus compromisos de pago con los pensionistas y la posible inclusión en los PGE de una nueva partida destinada a cubrir el déficit previsible del capítulo de pensiones, algo que, como es fácil deducir, representará nuevos impuestos para la gente.

Otro de los miuras con los que, el nuevo gobierno, va a tener que lidiar`, es con la cuestión territorial, en cuyo capítulo se van a tener que superarse las evidentes diferencias respecto a la cuestión nacionalista catalana, donde la propuesta federalista del PSOE va a tener que medirse con la sostenida por Podemos que aboga por permitir referéndums para que, cada autonomía, pueda decidir si quiere permanecer unida a España o separase de ella. ¿Qué posibilidades tiene el PP de continuar defendiendo, a capa y espada, el tema de la unidad de España? Evidentemente que dispone de un As en la manga, que radica en su mayoría absoluta en el Senado, lo que le va a permitir detener cualquier intento de acudir a leyes que vayan en dicho sentido o reformas de la Constitución. Pero esto significaría, con toda seguridad, una guerra a muerte entre los partidarios de ceder ante el nacionalismo excluyente o los partidarios de aplicar la Constitución.

Hablar de enseñanza es nombrar la soga en casa del ahorcado. En España ha sido imposible que, desde que se instauró la democracia, los distintos partidos se pusieran de acuerdo respecto a un modelo único de enseñanza. Ello queda agravado al haberse transferido esta materia a las distintas autonomías, lo que se ha revelado como uno de los mayores errores cometidos por el Estado, al no prever que esta materia se convertiría en la principal arma de los separatistas para influir en la juventud y reclutar adeptos para la causa independentista. No parece que un gobierno débil y una oposición integrada por distintas sensibilidades, desde los partidarios de convertir las aulas en centros de adoctrinamiento de la juventud a los que desearían que la política sólo fuera una asignatura más y no interfiriera en el normal desarrollo de la enseñanza del alumnado, esté en condiciones de abordar con éxito este tema.

Tampoco parece que, un gobierno breve, como será el del señor Rajoy, esté en condiciones de hacer respetar las instituciones, mantener el orden en las calles y velar por el normal funcionamiento de las Instituciones, evitando que se conviertan en baluartes de las distintas opciones políticas en perjuicio de la seguridad jurídica de los ciudadanos, de la propiedad privada y de la normalidad laboral. Es obvio que los anuncios que, desde Podemos o del mismo señor Garzón de IU, hacen prever que no se van a conformar con desarrollar la actividad parlamentaria en el ámbito del Parlamento, sino que van a querer ganar credibilidad entre sus correligionarios, actuando en lo que mejor saben hacer: creando el caos en las ciudades, quemando contenedores; agrediendo a las fuerzas del orden; cercando edificios públicos e impidiendo el normal desempeño de los encargados de hacer valer las leyes.

Claro que, la mejora que se iba experimentando en el tema del desempleo, de modo que, en contra de lo que venía sucediendo en años anteriores, en los que cada día iban al paro del orden de 1500 trabajadores; en la actualidad se ha invertido la tendencia y son más de 1500 los parados que consiguen un trabajo de modo que, en cada uno de los últimos años pasan de 300.000 a 500.000 anuales, los desempleados que consiguen encontrar un empleo. No obstante, dependerá de las medidas que se tomen en adelante, de cómo se enfoque esta previsible revisión de la reforma laboral de la que parece que, el señor Rajoy, está dispuesto a tratar con los partidos de izquierdas, lo que no puede traer más que problemas; en primer lugar con Europa, que insiste en que se profundice en el desarrollo de los compromisos que adquirimos respecto a la reforma y, la evidencia de que los partidos de izquierdas, empezando por el PSOE quieren restablecer los convenios colectivos de ámbito nacional o provincial en los que, como es conocido, los sindicatos, ahora en horas bajas, podían conseguir su financiación, a la vez que conseguirían intervenir en la organización y vigilancia de todas las empresas sujetas a tales convenios, algo que, en la actualidad, les es imposible hacer.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos el convencimiento de que, esta investidura de Rajoy, no será más que “pan para hoy y hambre para mañana”. Si se hubiera ido a unas elecciones en el mes de diciembre, como daba la impresión de que, finalmente, iba a suceder, el señor Rajoy y todo el PP tenían grandes posibilidades de sacar unos resultados mucho mejores, que se fijaban en los 150 escaños, que ya los acercaban a la mayoría absoluta, con lo que les bastaba con la colaboración de Ciudadanos, depender para nada del PSOE, que, como ya viene anunciando desde antes de las votaciones, se abstendrá de votar, pero anuncia una legislatura dura contra el gobierno del PP, que se va a vérselas y deseárselas para poder eludir, si es que lo consigue, este cordón sanitario que le tienen preparado desde la oposición. Quisiéramos equivocarnos, pero estamos convencidos de que, difícilmente, van a conseguir llegar al final de la legislatura en estas condiciones. En todo caso ¿ha sido necesario dejar pasar en situación de interinidad, 300 días, para acabar como se ha acabado? O témpora ¡O mores!

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