Ser intelectualmente sincero es característica destacable de personas honradas,
conocedoras de la historia y, en consecuencia, personas equilibradas y equidistantes.
Entrar en la sala de los espejos y contemplar las “tortuosas” transformaciones
corporales, a unos les produce risas por eso de la ridiculez, a otros les enseña que es
mejor hablar mirándose a la cara sin desviaciones artificiales.
Obcecarse en vivir la realidad como una negación del “otro” es privarse a sí mismo del
respeto que lleva consigo la libertad.
Jugar en el tema de la corrupción a ser jueces Instructores, jueces Presidentes de Sala y
Jurados Populares, combinando todo ello con la utilización de los Medios de
Comunicación, unos objetivos, otros interesados y la mayoría populistas, es llevar a
que la “verdad” sea utilizada en la medida y proporción de la capacidad que tenga
para fulminar al adversario.
Escuchar al señor LEGUINA es aprender a ser demócrata, ecuánime, realista y honrado.
Las trifulcas políticas, sin apenas altura intelectual, nos están ofreciendo el desgraciado
camino del partidismo personalista que, rodeado de una forofa, pagada y bien
organizada “cla”, va encumbrándose a los altares basura de la política gremial interesada.
“La verdad os hará libres”, que guio la educación de muchos políticos, ahora llamados
históricos, está siendo borrada por la estupidez sórdida de la modernidad negativa e
inquisitorial de politiqueros al uso o medida de sus propios intereses y los intereses de
aquellos que les rodean.
Elogio breve a don JOAQUÍN LEGUINA, precedente, con otros muchos compañeros, de lo que
debe ser un político y ejemplo a seguir por aquellos que equivocan la social democracia con el
reparto equitativo de sillones, sillas y taburetes y que además se atribuyen el derecho de
juzgar, sentenciar y ejecutar toda realidad que no les beneficie.
¡Gracias!, señor LEGUINA… ¡Gracias!