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Opinión
Etiquetas | Hablemos sin tapujos | Cataluña
“Es vano empeño tratar de buscar a las artes del engaño su punto flaco, mientras que los hombres hallen placer en ser engañados” J.Locke

¿A qué estamos jugando, señores?

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Mientras, en Cataluña, una multitud de víctimas del engaño colectivo que los nacionalistas, fabricantes de la Historia espuria de este antiguo condado catalán, nacido de los reyes francos de los que dependían, perteneciente por incorporación posterior al reino de Aragón, se ha dejado arrastrar, como llevan ya años haciéndolo, por las repetidas promesas de los que los llevan engañando, con una asiduidad merecedora de mejores fines, año tras año, sin que, al parecer, los que caen repetidamente en semejante trampa se percaten de que, quienes les hacen promesas de independentismo y de escindirse de España, nunca consiguen llevar a cabo sus propósitos aunque, cada vez, precisamente en el 11 de septiembre, vuelvan a insistir en repetir la misma promesa cuando llega la mágica fecha de esta fiesta nacional, curiosamente escogida en aquel fatídico día en el que las tropas del Borbón, Felipe V, derrotaron al defensor de la plaza de Barcelona, Rafael Casanovas, allá por el año 1714; el resto de España sigue pendiente de la investidura del nuevo presidente del gobierno, mientras la amenaza de una escisión pende sobre la nación española.

Parece una comedia de los despropósitos a la que los españoles, los ciudadanos de a pie, estamos asistiendo atónitos, mientras algunos signos de los peligros que se avecinan para nuestra nación, si no se soluciona cuanto antes esta situación de interinidad, están avanzando las consecuencias que pueden llegar a representar para España que, si antes no se han producido, ha sido a causa de la inercia que las acertadas políticas económicas puestas en marcha por el gobierno del PP, habían prolongado en el tiempo, a pesar de los esfuerzos de una oposición intransigente y dirigida por una serie de líderes de escasa capacidad, de modos fanáticos y de objetivos constitutivos de las peores acciones que se pudieran tomar, para mantener el buen rumbo que se le había impreso a nuestra economía y a la recuperación del comercio y de la industria, que se venía notando en los años de la última legislatura.

Da la sensación de que, si alguien se hubiera propuesto un plan para conseguir hundir nuestra nación y poner en grave peligro el bienestar de los españoles, no hubiera podido hacerlo mejor. Dos convocatorias electorales con resultados parecidos y con un claro vencedor, en lugar de hacer reflexionar a los distintos dirigentes de los respectivos partidos políticos, lo único que han conseguido es distanciarlos cada vez más, acentuar las diferencias entre ellos y alejar cualquier posibilidad de entendimientos, mientras unos con otros se miran recelosos en espera de la próxima maniobra para acabar de entorpecer cualquier atisbo de acuerdo. Todos afirman no desear unas terceras elecciones pero, en el fondo, todos esperan que se produzcan y siguen en sus trece, manteniendo su postura irreductible; aún sabiendo que, con ello, la única solución que le queda a España es la convocatoria de unos vergonzosos e imprevisibles nuevos comicios para el mes de diciembre ( el 18 o el 25).

Unas Cortes a medio gas y unos parlamentarios que cobran sus sueldos sin dar golpe al agua, acaban de dibujar este estrambótico panorama político que, incomprensiblemente, en apenas unos pocos años ha conseguido trastocar a un país floreciente, próspero, laborioso, bien considerado internacionalmente, con una economía lanzada y con un comercio interior capaz de dar trabajo a los pequeños comercios y a las grandes superficies; en virtud de dos legislaturas de mal gobierno y de pésima gestión de nuestras finanzas, a lo que se le añadió una crisis internacional que puso en evidencia las carencias de un sistema económico basado, mayoritariamente, en la especulación y en los créditos fáciles otorgados por entidades de crédito, que confiaban que la inflación no tendría fin y que los precios de las viviendas y del suelo nunca alcanzarían el tope, que muchos técnicos en la materia venían anunciando como insostenibles, sin que nadie tomara sus advertencias en consideración, arrastrados por el torbellino de las ganancias fáciles y el enriquecimiento a corto plazo.

Llegó el correctivo, el susto de la llegada de lo inesperado produjo la reacción contraria, los trabajos escasearon, el gasto privado se contrajo, el desempleo empezó a crecer de forma desmesurada y la empresas, como si fueran racimos de pasas, empezaron a caer una tras otra devoradas por las fauces de la crisis que, entró a saco en nuestro país, apoyada por una burbuja inmobiliaria que fue dejando a los pies de las quiebras a miles de empresas de la construcción y, como secuela de la misma, a todas aquellas que, de alguna forma, estaban relacionadas con ella, acabando por afectar a todos los sectores de la economía del país. Cuando ya dábamos por seguro la quiebra soberana y el vernos obligados a acudir al rescate por parte de la Comisión Europea, el FMI y el BCE, llegaron los del PP y con esfuerzo, asumiendo decisiones poco populares y luchando con Europa para conseguir infundir confianza en nuestra recuperación, se logró parar la embestida e iniciar una lenta, complicada, costosa y sacrificada mejora que, andando el tiempo, ha ido mejorando hasta llegar a una situación en la que todos los datos económicos y financieros señalaban hacia una pronta y efectiva recuperación, que anunciaba un retorno a la normalidad y a la recuperación de los puestos de trabajo.

Pero la maldición sobre nuestro país no se había superado y salieron de sus cubiles los lobos que, durante la parte más crítica de la recesión, se mantuvieron en silencio, sin aullar ni dar apoyo a aquellos que luchaban a brazo partido para sacar a la nación del abismo en el que, los socialistas, la habían dejado. Partidos surgidos de las cloacas del comunismo bolivariano; separatistas que vieron, en la debilidad de una España en recuperación, una presa fácil en la que hincarle el diente de la rebeldía y la espada de la ruptura, que empezaron a crear la atmósfera propicia para fomentar el separatismo y toda una rémora de formaciones como la ANC o el Omnium Cultural, juntamente con otros como los comunistas extremos de la CUP, que contribuyeron a que, cada día que pasaba, el sentimiento separatista en contra de lo español, en una Cataluña propicia a este sentimiento, se fuera arraigando, cada vez con mayor virulencia, creando el odio hacia España y el desprecio, con tintas de xenofobia, hacia los españoles del resto de autonomías.

Hemos llegado a un punto tal que, el pueblo español, ve a nuestra nación bajo la espada de Damocles, pendiente del fino hilo del destino, expuestos a que estos aprendices de brujo que se están disputando el poder, cometan alguna de las barrabasadas que tienen en mente y den al traste con lo poco que está quedando de sensatez en quienes nos gobiernan, trunquen el endeble camino que nos lleva hacia la recuperación y nos hagan caer a plomo en el abismo del que, apenas hace algo más de cuatro años, nos salvaron in extremis los señores del PP. Es posible que, los ciudadanos, no tengamos la percepción lo suficientemente clara de la situación en la que nos encontramos, pero lo cierto es que, desde el extranjero y ya son varios los periódicos ingleses y americanos que lo vienen recogiendo, se están apercibiendo del peligro de que España se desvíe del camino que llevaba, que se desentienda de las advertencias de Bruselas e intente, como sucedió con los griegos, una aventura por su cuenta en la que nos situemos en frente de la UE, en un intento de librarnos de los compromisos que tenemos contraídos con ellos o negándonos a sumir los nuevos que nos vienen pidiendo, para que podamos seguir gozando de sus ayudas, de sus subvenciones y de sus créditos; de modo que los inversores sigan confiando en nosotros, compren nuestra deuda pública y nos mantengan los intereses reducidos, para la renovación de nuestra deuda, que hemos conseguido desde que la prima de riesgo se puso e unos niveles razonables.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la sensación de que estamos pasando por una etapa de la historia de nuestra nación en la que, los intereses del pueblo español han caído en manos de una serie de advenedizos, egoístas y ávidos de poder, que impiden que sigamos el camino que habíamos emprendido, con sacrificios, evidentemente, pero el único viable y con garantías de que nos conduzca al destino que nos conviene, que no es otro que el de seguir trabajando, junto a nuestros aliados de la CE, para que, todos, consigamos forjar una UE fuerte y unida, superando el desempleo que nos sigue castigando y con la vista puesta en nuestros enemigos comunes: los del EI o Daesh.

¿A qué estamos jugando, señores?

“Es vano empeño tratar de buscar a las artes del engaño su punto flaco, mientras que los hombres hallen placer en ser engañados” J.Locke
Miguel Massanet
martes, 13 de septiembre de 2016, 08:29 h (CET)
Mientras, en Cataluña, una multitud de víctimas del engaño colectivo que los nacionalistas, fabricantes de la Historia espuria de este antiguo condado catalán, nacido de los reyes francos de los que dependían, perteneciente por incorporación posterior al reino de Aragón, se ha dejado arrastrar, como llevan ya años haciéndolo, por las repetidas promesas de los que los llevan engañando, con una asiduidad merecedora de mejores fines, año tras año, sin que, al parecer, los que caen repetidamente en semejante trampa se percaten de que, quienes les hacen promesas de independentismo y de escindirse de España, nunca consiguen llevar a cabo sus propósitos aunque, cada vez, precisamente en el 11 de septiembre, vuelvan a insistir en repetir la misma promesa cuando llega la mágica fecha de esta fiesta nacional, curiosamente escogida en aquel fatídico día en el que las tropas del Borbón, Felipe V, derrotaron al defensor de la plaza de Barcelona, Rafael Casanovas, allá por el año 1714; el resto de España sigue pendiente de la investidura del nuevo presidente del gobierno, mientras la amenaza de una escisión pende sobre la nación española.

Parece una comedia de los despropósitos a la que los españoles, los ciudadanos de a pie, estamos asistiendo atónitos, mientras algunos signos de los peligros que se avecinan para nuestra nación, si no se soluciona cuanto antes esta situación de interinidad, están avanzando las consecuencias que pueden llegar a representar para España que, si antes no se han producido, ha sido a causa de la inercia que las acertadas políticas económicas puestas en marcha por el gobierno del PP, habían prolongado en el tiempo, a pesar de los esfuerzos de una oposición intransigente y dirigida por una serie de líderes de escasa capacidad, de modos fanáticos y de objetivos constitutivos de las peores acciones que se pudieran tomar, para mantener el buen rumbo que se le había impreso a nuestra economía y a la recuperación del comercio y de la industria, que se venía notando en los años de la última legislatura.

Da la sensación de que, si alguien se hubiera propuesto un plan para conseguir hundir nuestra nación y poner en grave peligro el bienestar de los españoles, no hubiera podido hacerlo mejor. Dos convocatorias electorales con resultados parecidos y con un claro vencedor, en lugar de hacer reflexionar a los distintos dirigentes de los respectivos partidos políticos, lo único que han conseguido es distanciarlos cada vez más, acentuar las diferencias entre ellos y alejar cualquier posibilidad de entendimientos, mientras unos con otros se miran recelosos en espera de la próxima maniobra para acabar de entorpecer cualquier atisbo de acuerdo. Todos afirman no desear unas terceras elecciones pero, en el fondo, todos esperan que se produzcan y siguen en sus trece, manteniendo su postura irreductible; aún sabiendo que, con ello, la única solución que le queda a España es la convocatoria de unos vergonzosos e imprevisibles nuevos comicios para el mes de diciembre ( el 18 o el 25).

Unas Cortes a medio gas y unos parlamentarios que cobran sus sueldos sin dar golpe al agua, acaban de dibujar este estrambótico panorama político que, incomprensiblemente, en apenas unos pocos años ha conseguido trastocar a un país floreciente, próspero, laborioso, bien considerado internacionalmente, con una economía lanzada y con un comercio interior capaz de dar trabajo a los pequeños comercios y a las grandes superficies; en virtud de dos legislaturas de mal gobierno y de pésima gestión de nuestras finanzas, a lo que se le añadió una crisis internacional que puso en evidencia las carencias de un sistema económico basado, mayoritariamente, en la especulación y en los créditos fáciles otorgados por entidades de crédito, que confiaban que la inflación no tendría fin y que los precios de las viviendas y del suelo nunca alcanzarían el tope, que muchos técnicos en la materia venían anunciando como insostenibles, sin que nadie tomara sus advertencias en consideración, arrastrados por el torbellino de las ganancias fáciles y el enriquecimiento a corto plazo.

Llegó el correctivo, el susto de la llegada de lo inesperado produjo la reacción contraria, los trabajos escasearon, el gasto privado se contrajo, el desempleo empezó a crecer de forma desmesurada y la empresas, como si fueran racimos de pasas, empezaron a caer una tras otra devoradas por las fauces de la crisis que, entró a saco en nuestro país, apoyada por una burbuja inmobiliaria que fue dejando a los pies de las quiebras a miles de empresas de la construcción y, como secuela de la misma, a todas aquellas que, de alguna forma, estaban relacionadas con ella, acabando por afectar a todos los sectores de la economía del país. Cuando ya dábamos por seguro la quiebra soberana y el vernos obligados a acudir al rescate por parte de la Comisión Europea, el FMI y el BCE, llegaron los del PP y con esfuerzo, asumiendo decisiones poco populares y luchando con Europa para conseguir infundir confianza en nuestra recuperación, se logró parar la embestida e iniciar una lenta, complicada, costosa y sacrificada mejora que, andando el tiempo, ha ido mejorando hasta llegar a una situación en la que todos los datos económicos y financieros señalaban hacia una pronta y efectiva recuperación, que anunciaba un retorno a la normalidad y a la recuperación de los puestos de trabajo.

Pero la maldición sobre nuestro país no se había superado y salieron de sus cubiles los lobos que, durante la parte más crítica de la recesión, se mantuvieron en silencio, sin aullar ni dar apoyo a aquellos que luchaban a brazo partido para sacar a la nación del abismo en el que, los socialistas, la habían dejado. Partidos surgidos de las cloacas del comunismo bolivariano; separatistas que vieron, en la debilidad de una España en recuperación, una presa fácil en la que hincarle el diente de la rebeldía y la espada de la ruptura, que empezaron a crear la atmósfera propicia para fomentar el separatismo y toda una rémora de formaciones como la ANC o el Omnium Cultural, juntamente con otros como los comunistas extremos de la CUP, que contribuyeron a que, cada día que pasaba, el sentimiento separatista en contra de lo español, en una Cataluña propicia a este sentimiento, se fuera arraigando, cada vez con mayor virulencia, creando el odio hacia España y el desprecio, con tintas de xenofobia, hacia los españoles del resto de autonomías.

Hemos llegado a un punto tal que, el pueblo español, ve a nuestra nación bajo la espada de Damocles, pendiente del fino hilo del destino, expuestos a que estos aprendices de brujo que se están disputando el poder, cometan alguna de las barrabasadas que tienen en mente y den al traste con lo poco que está quedando de sensatez en quienes nos gobiernan, trunquen el endeble camino que nos lleva hacia la recuperación y nos hagan caer a plomo en el abismo del que, apenas hace algo más de cuatro años, nos salvaron in extremis los señores del PP. Es posible que, los ciudadanos, no tengamos la percepción lo suficientemente clara de la situación en la que nos encontramos, pero lo cierto es que, desde el extranjero y ya son varios los periódicos ingleses y americanos que lo vienen recogiendo, se están apercibiendo del peligro de que España se desvíe del camino que llevaba, que se desentienda de las advertencias de Bruselas e intente, como sucedió con los griegos, una aventura por su cuenta en la que nos situemos en frente de la UE, en un intento de librarnos de los compromisos que tenemos contraídos con ellos o negándonos a sumir los nuevos que nos vienen pidiendo, para que podamos seguir gozando de sus ayudas, de sus subvenciones y de sus créditos; de modo que los inversores sigan confiando en nosotros, compren nuestra deuda pública y nos mantengan los intereses reducidos, para la renovación de nuestra deuda, que hemos conseguido desde que la prima de riesgo se puso e unos niveles razonables.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la sensación de que estamos pasando por una etapa de la historia de nuestra nación en la que, los intereses del pueblo español han caído en manos de una serie de advenedizos, egoístas y ávidos de poder, que impiden que sigamos el camino que habíamos emprendido, con sacrificios, evidentemente, pero el único viable y con garantías de que nos conduzca al destino que nos conviene, que no es otro que el de seguir trabajando, junto a nuestros aliados de la CE, para que, todos, consigamos forjar una UE fuerte y unida, superando el desempleo que nos sigue castigando y con la vista puesta en nuestros enemigos comunes: los del EI o Daesh.

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’A porta gayola’. Entre taurinos, forma de recibir al toro cuando sale al ruedo. Wikipedia añade que es el lance en el que el torero espera al toro de rodillas enfrente de la puerta de toriles; antes de que el animal salga, y cuando se produce la embestida, lo burla con una larga cambiada. Espectacular y peligrosa, pues el animal puede salir deslumbrado y arrollar al torero sin ver ni obedecer al capote.

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