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Estados Unidos fue uno de los últimos países desarrollados en los cuales una mujer surgió con posibilidades reales de convertirse en jefe de estado

La primera mujer en la Casa Blanca

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La historia nos dice que entre los países desarrollados, Estados Unidos estuvo entre los últimos en reconocer el derecho al voto a las mujeres. Lo hizo recién en la década de 1920, cuando ya llevaba décadas aplicándose en países como Nueva Zelanda, Australia, Noruega, Alemania, Suecia, o Austria. No fue extraño ver, pues, triunfador a Obama ante Hillary Clinton en una pasada interna demócrata, a pesar de tratarse de un país donde asesinaron a Martin Luther King por defender los derechos de la minoría afro-americana.

Aunque ya en el siglo XIX habían surgidos movimientos para impulsar a la presidencia a una mujer, en el caso de Victoria Woodhull, lo cierto es que nunca pasaron de ser movimientos políticamente marginales. Hillary es la primera mujer con posibilidades reales, lo cual no es poca cosa, considerando el costo.

Mientras Obama logró la nominación rápidamente, a Hillary, lograr ser candidata demócrata le llevó casi dieciocho años. Pero debemos reconocer que el camino recorrido por las mujeres a lo largo de la historia universal es, proporcionalmente, igual de largo.

Ya a finales del siglo XVIII Francisco de Miranda en una conversación con el alcalde de París, M. Pethion, le había cuestionado la falta de representación de las mujeres en el gobierno francés, a las que sin embargo se les exigía respeto a las leyes que se habían hecho de acuerdo a su voluntad. En aquella misma ciudad de las luces en cuyo arco del triunfo está tallado el nombre del patriota venezolano, había redactado Olimpia de Gauges en 1791 su declaración de los derechos de la mujer, que aún sigue ausente de mención en la mayoría de los libros que hablan maravillas de la revolución francesa. Al igual de lo que a muchos norteamericanos les gustaía hacer con Hillary, sus mismos androcéntricos compañeros de lucha en la revolución francesa enviaron a Olimpia a la guillotina, por la osadía de creer que los derechos ganados para los hombres libres también podrían ser aplicados a las mujeres. Está claro que nadie ni siquiera sueña hoy en comparar a Olimpia con Dantón o Marat, sería todo un ultraje a la historia machista que padecemos.

El primer país en conceder irrestricto derecho al voto a las mujeres, dicen las crónicas, fue Nueva Zelanda en el año 1893, gracias a un movimiento liderado por Kate Sheppard.. De todos modos, los exponentes machistas tomaron sus precauciones para no caer en las temibles garras del sexo opuesto: a las mujeres sólo se les permitía votar pero no presentarse a elecciones. La heroica resistencia misógina duró hasta 1919, cuando tuvieron que capitular y ceder a las neozelandesas el derecho a ser elegidas para cargos políticos.

Algunos casos significativos al respecto se dieron en Nueva Jersey y en Colombia. En New Jersey se autorizó en 1776 el primer sufragio femenino, aunque por un error de interpretación semántica. Se usó la palabra personas en vez de especificar “hombres”, despropósito que los exegetas de la misoginia enmendaron en 1807. Un caso similar aconteció en la provincia de Vélez (hoy departamento colombiano de Santander), donde el sufragio femenino aprobado en 1853 fue revocado en 1857 y sólo se restablecería en 1954, aunque debido a la dictadura de Rojas Pinilla sólo pudo ponerse en práctica desde 1957.

Sucede que los apóstoles y hermeneutas del machismo consideraron siempre identificados el sufragio universal con el sufragio exclusivo de los hombres, por lo que al hablar en general en realidad era implícito que las prerrogativas sólo correspondían al sexo masculino. Tal es así que en 1917 los constituyentes mexicanos no creyeron necesario especificarlo, y conservaron su constitución de 1857 tal cual estaba.

En España el voto femenino se considera uno de los logros de la Segunda República española, pero para vergüenza de la izquierda, la mayor parte del mérito se lleva la escritora y abogada de derechas Clara Campoamor, aunque no se niega que contribuyeron con su prédica la pasionaria Dolores Ibárruri y la anarquista Federica Montseny. Lo cierto es que la única mujer que acompañaba a Campoamor en el Parlamento, la entonces diputada izquierdista y directora de prisiones del Gobierno provisional republicano, Victoria Kent, se opuso tenazmente. Victoria opinaba que sus congéneres no comprendían a fondo las bondades del sistema republicano, y puso como ejemplo en su discurso que fueron muy pocas las mujeres que se echaron a la calle el día 14 de abril, fecha de la proclamación de la II República.

El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragismo femenino y de que Victoria Kent se opusiera hicieron las delicias del machismo español. Azaña describió la sesión como muy divertida y en son de burla añadió: “dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo”. Un periódico se preguntó al día siguiente, el 2 de octubre de 1931: ¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?

La feminista que obtuvo el sufragio para su género en España, que de todos modos sería postergado por casi medio siglo de dictadura, no sacó barata su osadía. Durante la guerra civil española debió huir temiendo ser fusilada por cualquiera de los bandos.

En el Perú el voto sería concedido sin mayores convicciones feministas por el populista general Manuel Odría, y sólo porque creyó que la medida podría favorecerlo en las urnas. Desafortunadamente, este traidor al machismo peruano no pudo presentarse a las elecciones de 1955, debido al sentimiento antidictatorial que generó su gobierno, por lo que el voto femenino terminó favoreciendo a Manuel Prado, quien en aquella oportunidad contó con el respaldo del APRA.

Odría pensó que podría repetir lo sucedido en Argentina, donde en esa época se obtuvo el derecho al voto de las mujeres, aunque la heroína fuera una mujer que representaba la antítesis de luchadoras feministas de su país como Alicia Moreau de Justo, Elvira Dellepiane Rawson o Silvina Ocampo. Se trataba de Eva Perón, a quien las mujeres de la alta sociedad veían como una vulgar mujerzuela, aunque esta apreciación no le restaba envergadura y eficacia a su acción política. Su marido Juan Domingo Perón, uno de los más importantes caudillos de la historia Argentina, ganó las elecciones del 11 de noviembre de 1951 en la que votaron tres millones y medio de mujeres. Ya lo señaló Catherine A. Mackinnon, Marx fue reduccionista al opinar que la historia no avanza con la cabeza sino los pies, porque se olvidó considerar el sexo de su cuerpo.

El largo recorrido de las mujeres por la historia parece estar llegando a un punto de inflexión con Hillary Clinton, la primera mujer que salvo una catástrofe, pronto se echará sobre los hombros nada más y nada menos que el liderazgo político mundial.

El camino no fue sembrado de pétalos de rosas para Hillary, obviamente, y las procaces violaciones a su privacidad son un botón de muestra. Pero no es menos cierto que solo delatan la desesperación de sus adversarios, y confirman la frase maestra de Octavio Paz: Una mujer tendida o erguida, vestida o desnuda, nunca es considerada ella misma.

La primera mujer en la Casa Blanca

Estados Unidos fue uno de los últimos países desarrollados en los cuales una mujer surgió con posibilidades reales de convertirse en jefe de estado
Luis Agüero Wagner
lunes, 5 de septiembre de 2016, 09:07 h (CET)
La historia nos dice que entre los países desarrollados, Estados Unidos estuvo entre los últimos en reconocer el derecho al voto a las mujeres. Lo hizo recién en la década de 1920, cuando ya llevaba décadas aplicándose en países como Nueva Zelanda, Australia, Noruega, Alemania, Suecia, o Austria. No fue extraño ver, pues, triunfador a Obama ante Hillary Clinton en una pasada interna demócrata, a pesar de tratarse de un país donde asesinaron a Martin Luther King por defender los derechos de la minoría afro-americana.

Aunque ya en el siglo XIX habían surgidos movimientos para impulsar a la presidencia a una mujer, en el caso de Victoria Woodhull, lo cierto es que nunca pasaron de ser movimientos políticamente marginales. Hillary es la primera mujer con posibilidades reales, lo cual no es poca cosa, considerando el costo.

Mientras Obama logró la nominación rápidamente, a Hillary, lograr ser candidata demócrata le llevó casi dieciocho años. Pero debemos reconocer que el camino recorrido por las mujeres a lo largo de la historia universal es, proporcionalmente, igual de largo.

Ya a finales del siglo XVIII Francisco de Miranda en una conversación con el alcalde de París, M. Pethion, le había cuestionado la falta de representación de las mujeres en el gobierno francés, a las que sin embargo se les exigía respeto a las leyes que se habían hecho de acuerdo a su voluntad. En aquella misma ciudad de las luces en cuyo arco del triunfo está tallado el nombre del patriota venezolano, había redactado Olimpia de Gauges en 1791 su declaración de los derechos de la mujer, que aún sigue ausente de mención en la mayoría de los libros que hablan maravillas de la revolución francesa. Al igual de lo que a muchos norteamericanos les gustaía hacer con Hillary, sus mismos androcéntricos compañeros de lucha en la revolución francesa enviaron a Olimpia a la guillotina, por la osadía de creer que los derechos ganados para los hombres libres también podrían ser aplicados a las mujeres. Está claro que nadie ni siquiera sueña hoy en comparar a Olimpia con Dantón o Marat, sería todo un ultraje a la historia machista que padecemos.

El primer país en conceder irrestricto derecho al voto a las mujeres, dicen las crónicas, fue Nueva Zelanda en el año 1893, gracias a un movimiento liderado por Kate Sheppard.. De todos modos, los exponentes machistas tomaron sus precauciones para no caer en las temibles garras del sexo opuesto: a las mujeres sólo se les permitía votar pero no presentarse a elecciones. La heroica resistencia misógina duró hasta 1919, cuando tuvieron que capitular y ceder a las neozelandesas el derecho a ser elegidas para cargos políticos.

Algunos casos significativos al respecto se dieron en Nueva Jersey y en Colombia. En New Jersey se autorizó en 1776 el primer sufragio femenino, aunque por un error de interpretación semántica. Se usó la palabra personas en vez de especificar “hombres”, despropósito que los exegetas de la misoginia enmendaron en 1807. Un caso similar aconteció en la provincia de Vélez (hoy departamento colombiano de Santander), donde el sufragio femenino aprobado en 1853 fue revocado en 1857 y sólo se restablecería en 1954, aunque debido a la dictadura de Rojas Pinilla sólo pudo ponerse en práctica desde 1957.

Sucede que los apóstoles y hermeneutas del machismo consideraron siempre identificados el sufragio universal con el sufragio exclusivo de los hombres, por lo que al hablar en general en realidad era implícito que las prerrogativas sólo correspondían al sexo masculino. Tal es así que en 1917 los constituyentes mexicanos no creyeron necesario especificarlo, y conservaron su constitución de 1857 tal cual estaba.

En España el voto femenino se considera uno de los logros de la Segunda República española, pero para vergüenza de la izquierda, la mayor parte del mérito se lleva la escritora y abogada de derechas Clara Campoamor, aunque no se niega que contribuyeron con su prédica la pasionaria Dolores Ibárruri y la anarquista Federica Montseny. Lo cierto es que la única mujer que acompañaba a Campoamor en el Parlamento, la entonces diputada izquierdista y directora de prisiones del Gobierno provisional republicano, Victoria Kent, se opuso tenazmente. Victoria opinaba que sus congéneres no comprendían a fondo las bondades del sistema republicano, y puso como ejemplo en su discurso que fueron muy pocas las mujeres que se echaron a la calle el día 14 de abril, fecha de la proclamación de la II República.

El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragismo femenino y de que Victoria Kent se opusiera hicieron las delicias del machismo español. Azaña describió la sesión como muy divertida y en son de burla añadió: “dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo”. Un periódico se preguntó al día siguiente, el 2 de octubre de 1931: ¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?

La feminista que obtuvo el sufragio para su género en España, que de todos modos sería postergado por casi medio siglo de dictadura, no sacó barata su osadía. Durante la guerra civil española debió huir temiendo ser fusilada por cualquiera de los bandos.

En el Perú el voto sería concedido sin mayores convicciones feministas por el populista general Manuel Odría, y sólo porque creyó que la medida podría favorecerlo en las urnas. Desafortunadamente, este traidor al machismo peruano no pudo presentarse a las elecciones de 1955, debido al sentimiento antidictatorial que generó su gobierno, por lo que el voto femenino terminó favoreciendo a Manuel Prado, quien en aquella oportunidad contó con el respaldo del APRA.

Odría pensó que podría repetir lo sucedido en Argentina, donde en esa época se obtuvo el derecho al voto de las mujeres, aunque la heroína fuera una mujer que representaba la antítesis de luchadoras feministas de su país como Alicia Moreau de Justo, Elvira Dellepiane Rawson o Silvina Ocampo. Se trataba de Eva Perón, a quien las mujeres de la alta sociedad veían como una vulgar mujerzuela, aunque esta apreciación no le restaba envergadura y eficacia a su acción política. Su marido Juan Domingo Perón, uno de los más importantes caudillos de la historia Argentina, ganó las elecciones del 11 de noviembre de 1951 en la que votaron tres millones y medio de mujeres. Ya lo señaló Catherine A. Mackinnon, Marx fue reduccionista al opinar que la historia no avanza con la cabeza sino los pies, porque se olvidó considerar el sexo de su cuerpo.

El largo recorrido de las mujeres por la historia parece estar llegando a un punto de inflexión con Hillary Clinton, la primera mujer que salvo una catástrofe, pronto se echará sobre los hombros nada más y nada menos que el liderazgo político mundial.

El camino no fue sembrado de pétalos de rosas para Hillary, obviamente, y las procaces violaciones a su privacidad son un botón de muestra. Pero no es menos cierto que solo delatan la desesperación de sus adversarios, y confirman la frase maestra de Octavio Paz: Una mujer tendida o erguida, vestida o desnuda, nunca es considerada ella misma.

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