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La realidad es que las palabras Macron, sobre el envío de tropas europeas a Ucrania, han conseguido el efecto contrario. El gobierno alemán se ha apresurado a dejar claro que esta idea está muy lejos de su posición, y ningún gobernante europeo secunda a Macron. Tampoco parece que la ciudadanía europea respaldara hoy una iniciativa de esta trascendencia.
Es evidente que Putin es una amenaza y que Ucrania es la víctima con la que Rusia amenaza a Europa. Pero la gravedad del momento no se afronta con declaraciones desproporcionadas y unilaterales que ponen en jaque la política exterior de la Unión. Una cosa es la audacia intelectual, que Europa necesita, y otra jugar a ser el “Llanero Solitario”.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
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