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Juan Antonio Narváez Sánchez, Madrid

El fracaso de la moral laica

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La denominada “moral laica” viene de bastante tiempo atrás. Personas que perdieron su fe en Dios o que nunca llegaron a creer consecuentemente, rechazaron la moral católica por su referencia a Dios y dieron forma a una “moral laica” con obligaciones en parte coincidentes, pero sin una trascendencia divina; era algo así como el “deber por el deber”. Sin embargo, el sentido del deber se ha ido debilitando e incluso perdiendo poco a poco: deber de actuar honestamente, deber de cumplir las leyes cívicas con respecto a la sociedad y, más aún, con la nación, deber de trabajar eficazmente, deber de respetar al prójimo y a la familia, su integridad física y su propiedad, deberes con la naturaleza… 


Pero cuando no hay un fundamento categórico que le de valor a esos deberes, éstos se van desvaneciendo. La “moral cristiana” fue rebajada a “moral laica”, para dar paso luego a la “moral del interés” y a la “moral del placer”. El hombre se ha empobrecido hasta despojarse de los valores connaturales anejos a su ser como persona. Podemos apreciar desgraciadamente que hasta la vida carece de importancia: el aborto y la eutanasia se han encargado de ello.


Por desgracia se han perdido multitud de actividades que en el fondo tienen su trascendencia en la divino: amistad, fraternidad, compañerismo, afectividad, hermandad, civilidad, cortesía, cordialidad, solidaridad, apoyo, devoción, identidad… Esto ya no cuenta, no forma parte del deber. Lo que prima ahora es el egoísmo, el individualismo, el egocentrismo, en una palabra: la egolatría, la adoración y el amor excesivo de sí mismo. Yo soy mi propio dios.


Rectificar es de sabios. Todavía es tiempo oportuno de examinar nuestras actitudes ante la vida y corregir e invitar a corregir todo aquello que ayude a eliminar el “deber por el deber” y orientarnos hacia el “deber por los demás” y, como telón de fondo, por Dios.

El fracaso de la moral laica

Juan Antonio Narváez Sánchez, Madrid
Lectores
sábado, 9 de marzo de 2024, 11:31 h (CET)

La denominada “moral laica” viene de bastante tiempo atrás. Personas que perdieron su fe en Dios o que nunca llegaron a creer consecuentemente, rechazaron la moral católica por su referencia a Dios y dieron forma a una “moral laica” con obligaciones en parte coincidentes, pero sin una trascendencia divina; era algo así como el “deber por el deber”. Sin embargo, el sentido del deber se ha ido debilitando e incluso perdiendo poco a poco: deber de actuar honestamente, deber de cumplir las leyes cívicas con respecto a la sociedad y, más aún, con la nación, deber de trabajar eficazmente, deber de respetar al prójimo y a la familia, su integridad física y su propiedad, deberes con la naturaleza… 


Pero cuando no hay un fundamento categórico que le de valor a esos deberes, éstos se van desvaneciendo. La “moral cristiana” fue rebajada a “moral laica”, para dar paso luego a la “moral del interés” y a la “moral del placer”. El hombre se ha empobrecido hasta despojarse de los valores connaturales anejos a su ser como persona. Podemos apreciar desgraciadamente que hasta la vida carece de importancia: el aborto y la eutanasia se han encargado de ello.


Por desgracia se han perdido multitud de actividades que en el fondo tienen su trascendencia en la divino: amistad, fraternidad, compañerismo, afectividad, hermandad, civilidad, cortesía, cordialidad, solidaridad, apoyo, devoción, identidad… Esto ya no cuenta, no forma parte del deber. Lo que prima ahora es el egoísmo, el individualismo, el egocentrismo, en una palabra: la egolatría, la adoración y el amor excesivo de sí mismo. Yo soy mi propio dios.


Rectificar es de sabios. Todavía es tiempo oportuno de examinar nuestras actitudes ante la vida y corregir e invitar a corregir todo aquello que ayude a eliminar el “deber por el deber” y orientarnos hacia el “deber por los demás” y, como telón de fondo, por Dios.

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