Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Muerte | Duelo | Religiosidad | Existencia | Ser humano
Es una parte natural de la existencia humana

La muerte no es un castigo divino

|

Se habló de que la muerte es un castigo divino, perspectiva fatalista que algunos asocian a la palabra bíblica de que la muerte es consecuencia del pecado. Diversas interpretaciones teológicas y filosóficas dirán eso, pero en realidad vemos que la muerte es una parte natural de la existencia humana y no necesariamente un castigo.

   

Lo que Jesús vino a revelar con su vida muerte y resurrección (pascua) es que la muerte es una transición hacia otra forma de existencia más alta, superando visiones orientalistas de reencarnación, pues la vida después de la muerte no necesita volver a esta realidad, sino que la fusión con lo divino se vive en otras dimensiones. La muerte no se ve así como un castigo, sino como una parte intrínseca del ciclo de la vida y la evolución espiritual, el final de un aprendizaje que sigue en la gloria.

   

Aunque en las religiones se ha enseñado la existencia de un juicio divino, la visión cristiana enfatiza la misericordia y el perdón divinos, en el que la muerte no es simplemente un castigo, sino parte de un plan divino más amplio para la redención y la salvación.

   

Así, aunque la visión del karma o destino nos hace responsables de nuestros actos, la mirada amorosa de Dios que nos acompaña es la de un corazón de padre/madre buenos, y elevado al infinito y quitando toda imperfección humana. Así, recuerdo que una persona me caía mal porque no hacía las cosas como a mí me gustaban. Pero cuando un día la vi con su madre, y como la miraba su madre, entendí lo que es una aceptación incondicional. Pues eso es lo que la divinidad, aunque quiera lo mejor para nosotros, es decir una gran capacidad de amor que pueda albergar la felicidad según esa capacidad, no se cierra nunca ahí sino que está abierta a lo que somos y nos ama así.

   

Alguna perspectiva filosófica me dirá que la muerte es una realidad biológica y natural, sin necesidad de atribuirle un significado moral o castigo divino. Sin duda, las ideologías secularizadas o la creencia de que la moralidad y la ética no están necesariamente vinculadas a la idea de vida después de la muerte, pero esto no quiere decir que tengan razón. Es más, la percepción de la muerte define el modo de vivir, y sin entrar en cuestiones teológicas o de sentir a Dios de un modo experiencial en el corazón, diría como muchos pensadores franceses que viviendo con esa fe, se vive mejor.

   

Sin embargo, vamos viendo las cosas según evoluciona nuestra consciencia, nuestra cultura, y esto también lo vemos en la Biblia, es lo que llamamos “condescendencia”, de cómo la revelación divina fue al paso de esa cultura evolutiva, así, se escribió en la cultura de cada época, y encontramos en el Antiguo Testamento un Dios que castiga (según los que lo escribieron, es decir su cultura), y por eso forma parte esta y otras tradiciones de la fundamentación de un tabú que se ha formado, de la muerte como pago de los pecados, de las  maldades de una persona o de un grupo.

   

Por eso, quizá por una visión literal, no interpretativa, de esas tradiciones religiosas, hay veces que, debido a ese ambiente cultural, podemos preguntarnos: “¿Qué he hecho para merecer un castigo tan severo? ¿Merezco ese duelo, mereció él morir de esta forma?” Estas preguntas pueden llegar a distorsionarse hasta ser casi sádicas como decir: “si hubiera sido buena persona, no hubiera muerta de una manera tan vergonzosa”. Esa es la visión que había entre los judíos en tiempos de Jesús, a quien preguntaron por los males que habían hecho quienes murieron sacrificados por los romanos, o a los que cayó una torre encima. Jesús respondió que no era por sus pecados, sino para que se manifestara la gloria de Dios, quitando por un lado esa creencia, y aportando una visión nueva: que no hay mal que por bien no venga...

   

Para entender esa respuesta, hemos de pensar que tanto los de la revuelta contra los romanos, como los que sufrieron un accidente del derrumbamiento del edificio, eran considerados por los judíos como víctimas de pecados de alguien, si no de ellos, de sus antepasados… pero Jesús les hace ver que no tiene nada de castigo divino, sino que Dios permite esas cosas y a partir de la historia, de cada acontecimiento, manifiesta un plan divino, que será para nuestro bien, pues la gloria de Dios es la felicidad del hombre. Y aunque no entendemos eso, de ahí saldrá algo bueno, porque Dios no permitiría aquello si no fuera por un fin de bien.


También dijo Jesús que hiciéramos penitencia. Eso significa que nos sentimos mal ante una pérdida, dentro de nuestra psicología un sentido de penitencia es natural, como señal de expiación querida, lo que llamamos un sacrificio, y eso es muy distinto de un castigo que es expiación impuesta. Precisamente Sacrificio (Offret en sueco) es una película dirigida por Andréi Tarkovski (1986), su último trabajo, y hay otras muchas obras artísticas dedicadas a esto. Así, por ejemplo, podemos pensar que dejaremos de fumar, y que eso lo ofreceremos “por mí y por él” (la persona que murió). O cosas similares. Sobre todo portarnos bien con los demás: cuando pensamos “¿qué más podría haber hecho por él/por ella” hemos de pensar que podemos hacer esas cosas que nos gustaría haber hecho en vida del que murió, en la vida de los que están vivos y nos rodean. Así honramos al difunto y a todos.

   

Es importante salir de ese tabú de “me siento castigado, y no sé qué he hecho para merecer eso”, pues no tiene fundamento. Todo es parte de un aprendizaje, pero no podemos asociar la muerte a un castigo divino; no se trata de que si somos más espirituales no tendremos enfermedad y muerte. Son cosas que influyen pues nuestra composición psicosomática es multifactorial, pero no son los únicos factores. Sino que lo mejor es aceptar la vida como viene, y la espiritualidad nos ayuda a ver más allá de nuestras tres dimensiones de lo que se ve, una cuarta dimensión, que es la fe: que todo forma parte de los planes de Dios, que todo irá bien porque Dios es Padre misericordioso y lo reconduce todo hacia nuestro bien.

La muerte no es un castigo divino

Es una parte natural de la existencia humana
Llucià Pou Sabaté
jueves, 1 de febrero de 2024, 09:41 h (CET)

Se habló de que la muerte es un castigo divino, perspectiva fatalista que algunos asocian a la palabra bíblica de que la muerte es consecuencia del pecado. Diversas interpretaciones teológicas y filosóficas dirán eso, pero en realidad vemos que la muerte es una parte natural de la existencia humana y no necesariamente un castigo.

   

Lo que Jesús vino a revelar con su vida muerte y resurrección (pascua) es que la muerte es una transición hacia otra forma de existencia más alta, superando visiones orientalistas de reencarnación, pues la vida después de la muerte no necesita volver a esta realidad, sino que la fusión con lo divino se vive en otras dimensiones. La muerte no se ve así como un castigo, sino como una parte intrínseca del ciclo de la vida y la evolución espiritual, el final de un aprendizaje que sigue en la gloria.

   

Aunque en las religiones se ha enseñado la existencia de un juicio divino, la visión cristiana enfatiza la misericordia y el perdón divinos, en el que la muerte no es simplemente un castigo, sino parte de un plan divino más amplio para la redención y la salvación.

   

Así, aunque la visión del karma o destino nos hace responsables de nuestros actos, la mirada amorosa de Dios que nos acompaña es la de un corazón de padre/madre buenos, y elevado al infinito y quitando toda imperfección humana. Así, recuerdo que una persona me caía mal porque no hacía las cosas como a mí me gustaban. Pero cuando un día la vi con su madre, y como la miraba su madre, entendí lo que es una aceptación incondicional. Pues eso es lo que la divinidad, aunque quiera lo mejor para nosotros, es decir una gran capacidad de amor que pueda albergar la felicidad según esa capacidad, no se cierra nunca ahí sino que está abierta a lo que somos y nos ama así.

   

Alguna perspectiva filosófica me dirá que la muerte es una realidad biológica y natural, sin necesidad de atribuirle un significado moral o castigo divino. Sin duda, las ideologías secularizadas o la creencia de que la moralidad y la ética no están necesariamente vinculadas a la idea de vida después de la muerte, pero esto no quiere decir que tengan razón. Es más, la percepción de la muerte define el modo de vivir, y sin entrar en cuestiones teológicas o de sentir a Dios de un modo experiencial en el corazón, diría como muchos pensadores franceses que viviendo con esa fe, se vive mejor.

   

Sin embargo, vamos viendo las cosas según evoluciona nuestra consciencia, nuestra cultura, y esto también lo vemos en la Biblia, es lo que llamamos “condescendencia”, de cómo la revelación divina fue al paso de esa cultura evolutiva, así, se escribió en la cultura de cada época, y encontramos en el Antiguo Testamento un Dios que castiga (según los que lo escribieron, es decir su cultura), y por eso forma parte esta y otras tradiciones de la fundamentación de un tabú que se ha formado, de la muerte como pago de los pecados, de las  maldades de una persona o de un grupo.

   

Por eso, quizá por una visión literal, no interpretativa, de esas tradiciones religiosas, hay veces que, debido a ese ambiente cultural, podemos preguntarnos: “¿Qué he hecho para merecer un castigo tan severo? ¿Merezco ese duelo, mereció él morir de esta forma?” Estas preguntas pueden llegar a distorsionarse hasta ser casi sádicas como decir: “si hubiera sido buena persona, no hubiera muerta de una manera tan vergonzosa”. Esa es la visión que había entre los judíos en tiempos de Jesús, a quien preguntaron por los males que habían hecho quienes murieron sacrificados por los romanos, o a los que cayó una torre encima. Jesús respondió que no era por sus pecados, sino para que se manifestara la gloria de Dios, quitando por un lado esa creencia, y aportando una visión nueva: que no hay mal que por bien no venga...

   

Para entender esa respuesta, hemos de pensar que tanto los de la revuelta contra los romanos, como los que sufrieron un accidente del derrumbamiento del edificio, eran considerados por los judíos como víctimas de pecados de alguien, si no de ellos, de sus antepasados… pero Jesús les hace ver que no tiene nada de castigo divino, sino que Dios permite esas cosas y a partir de la historia, de cada acontecimiento, manifiesta un plan divino, que será para nuestro bien, pues la gloria de Dios es la felicidad del hombre. Y aunque no entendemos eso, de ahí saldrá algo bueno, porque Dios no permitiría aquello si no fuera por un fin de bien.


También dijo Jesús que hiciéramos penitencia. Eso significa que nos sentimos mal ante una pérdida, dentro de nuestra psicología un sentido de penitencia es natural, como señal de expiación querida, lo que llamamos un sacrificio, y eso es muy distinto de un castigo que es expiación impuesta. Precisamente Sacrificio (Offret en sueco) es una película dirigida por Andréi Tarkovski (1986), su último trabajo, y hay otras muchas obras artísticas dedicadas a esto. Así, por ejemplo, podemos pensar que dejaremos de fumar, y que eso lo ofreceremos “por mí y por él” (la persona que murió). O cosas similares. Sobre todo portarnos bien con los demás: cuando pensamos “¿qué más podría haber hecho por él/por ella” hemos de pensar que podemos hacer esas cosas que nos gustaría haber hecho en vida del que murió, en la vida de los que están vivos y nos rodean. Así honramos al difunto y a todos.

   

Es importante salir de ese tabú de “me siento castigado, y no sé qué he hecho para merecer eso”, pues no tiene fundamento. Todo es parte de un aprendizaje, pero no podemos asociar la muerte a un castigo divino; no se trata de que si somos más espirituales no tendremos enfermedad y muerte. Son cosas que influyen pues nuestra composición psicosomática es multifactorial, pero no son los únicos factores. Sino que lo mejor es aceptar la vida como viene, y la espiritualidad nos ayuda a ver más allá de nuestras tres dimensiones de lo que se ve, una cuarta dimensión, que es la fe: que todo forma parte de los planes de Dios, que todo irá bien porque Dios es Padre misericordioso y lo reconduce todo hacia nuestro bien.

Noticias relacionadas

Utilizar al Rey como actor forzado en la escena final de su opereta y ni siquiera anunciar una moción de confianza prueban que este hombre buscaba - sin mucho éxito - provocar a los malos, al enemigo, a los periodistas y tertulianos que forman parte de ese imaginario contubernio fascista que le quiere desalojar del poder.

En bastantes ocasiones he escrito sobre este pobre hombre que preside, para desgracia de todos, el gobierno de España. Y otras tantas le he tachado de cateto (solo hay que ver cómo se contonea, para exhibir su supuesta guapura), también de plagiador (porque ha plagiado más de una vez) y de embustero (porque ha mentido en innumerables ocasiones).

El 30 de abril de 1935 el embajador mexicano en Río de Janeiro, el conocido escritor Alonso Reyes Ochoa, informaba al gobierno de Lázaro Cárdenas del súbito interés brasileño en la resolución del conflicto entre Paraguay y Bolivia. El gobierno brasileño, invitado en Washington para participar con Argentina y Chile en la conferencia de Buenos Aires para pacificar el Chaco, declinó al principio este ofrecimiento.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto