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Intentan desvirtuar el bagaje personal..., y les seguimos el juego

Fugaces y diseminados

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Cuando escuchamos a los expertos acabamos convencidos de que nuestro estado natural es la controversia; un poco de aquí, otro poco de allá, y vamos a condimentar alguna componenda. Se nos suele olvidar el carácter interrogativo de cualquier aproximación a la realidad; expertos o no, caemos en el error de comenzar avasallando con la idea propia. Como resultado coherente, ante los muchos estímulos circundantes, los sobrevolamos sin detenernos en consideraciones, nos EVADIMOS del sustrato vital. Se resiente nuestra capacidad de adaptación, el desconcierto es patente; con el consiguiente desarraigo de las relaciones con los demás seres vivos y con el mundo en general. La frustración delata aquellos rumbos disgregados y aplaudidos.


En la actuación diaria, las impresiones percibidas brotan alrededor con ritmos curiosos, también los impulsos propios del participante varían según las circunstancias de ese momento. El resultado configura un conjunto heterogéneo de sensaciones. Los matices introducidos por una persona concreta incrementan la densidad de señales, se mezclan las casualidades y las aportaciones voluntarias. Centrados en el ámbito personal, los interminables CONTACTOS surgen desde procedencias complejas, a veces simultáneos, y sobre todo, dispersos; algunos se efectúan en términos cercanos al subconsciente. La intervención específica de un individuo requiere del esfuerzo discriminatorio y la búsqueda de los enlaces oportunos con cuanto ocurre.


Abundan las expresiones con señales de desaliento en los ambientes actuales; no me entero, no entiendo nada, nos tienen al margen, sólo se sirven de nosotros. Vienen a reflejar algunas de las realidades sociales de lo más acuciantes y frustrantes; pero también indican numerosos deslices cometidos por los mismos individuos quejosos. Nadie asume eso de sentirse cómplice de alguna manera con los desaguisados bien patentes en las actuaciones comunitarias. Uno de esos deslices poco afortunados gira en torno a la experiencia de las cosas, presupone la DISPOSICIÓN espontánea del participante, que se entrega al acercamiento y se involucra en la calibración de las circunstancias. Sin esa disposición, se quedan al margen.


Es verdad que las charlas de eruditos nos enredan hasta la saciedad, a base de alambicadas razones, suspicacias y leyendas; las mezclan con pretendidos recursos nacidos de mentes menesterosas, como las de todos. Las obras se multiplican, pero tampoco hallamos en ellas las respuestas resolutivas, queremos basarnos en debates, conceptos relativos, gustos y meras opiniones, sin llegar a propuestas elaboradas. La supuesta calidad de las aportaciones tampoco se acerca demasiado a las personas. Quizá porque, en cada caso, asistimos a una suerte de EFECTOS especiales, sólo aplicables a la persona implicada. Ese sería un buen punto de partida para enhebrar los hilos de un buen tapiz existencial.


De lo anterior se deduce la importancia de evitar los perjuicios a las demás personas. Dicho así, se muestra como una conclusión sencilla y evidente, pero un tanto compleja en la práctica. Los efectos desplegados por una actuación concreta, una obra, no son su único condicionante, las posibilidades técnicas y la orientación de los proyectos pueden generar múltiples variantes interpretativas. Surge la gran cuestión sobre eso que apreciamos como la CALIDAD de la labor efectuada. El concepto flaquea si la consideramos como un ente aislado, sus múltiples cualidades son inseparables de sus efectos sobre las personas. En especial, si su valoración se realiza desde posiciones sectarias, políticas o comerciales.


Si todo estuviera escrito, ya carecería de interés, me explicaré. Estaría expuesto en una neta indiferencia estática de lo establecido previamente. Ni la repetición conseguiría extraerlos de su frio pedestal. Nada que ver con el estado natural que nos acoge, el dinamismo impulsa su permanente vitalidad. La apuesta por permanecer impasibles, sin compromisos en plena vorágine, es antinatural. La presencia personal es TRANSGRESORA por naturaleza, entra como un elemento nuevo en la madeja de un sinfín de conexiones chispeantes. La potencia y las cualidades del nuevo elemento se verán contrapuestas con los efectos provenientes del exterior, invitando a su interpretación o comprensión.


En ese aterrizaje individual, no damos abasto para controlar las numerosas variantes; si acaso, con algo de consuelo, comprobamos idénticas dificultades para el resto de los humanos. Con los arrestos de su condición, cada uno trasiega con sus cuitas, sabedores de la nulidad de las renuncias, de la inacción letal; qué menos, estar presentes con su interpretación peculiar, siempre en persecución del señuelo de la insinuada COMPRENSIÓN, aunque nunca nadie la confirmó. Para bien o para mal, el concepto de común se centra en la multiplicidad y diferenciación de los protagonistas. Los compendios interesados son introductores de la falsedad radical frente a la vitalidad de los intérpretes.


Nadie nació con el conocimiento pleno de las teclas de la vida. Sin embargo, una cosa es la dependencia de muchos aprendizajes necesarios, sin nada que ver con quedar arrollados por sus maniobras y desaparecer como ente personal. Es habitual el empoderamiento de los conceptos previos, de las numerosas tecnologías utilizadas y del manido sistema con sus notables forzamientos; no son los únicos, pero sí, los principales encorsetamientos implantados. Actúan como potentes FÉRULAS, en cierto modo ambivalentes, son portadoras de ideas valiosas, pero su monopolio intransigente aleja a los individuos hacia posiciones secundarias. Contribuyen a la disgregación de las actitudes personales.


En la vida se imbrican un cúmulo de ignorancias, determinados conocimientos y buen número de duendecillos notados a flor de piel, pero imprecisos e incontrolables. No existe ninguna manera indiscutible de afrontar esa complejidad; como consecuencia, suele prevalecer la tendencia a proveerse de la mayor cantidad de complementos útiles. Aún así, siempre falta algo y por eso cobra realce la figura del BUEN IMPULSOR, capaz de inculcarnos el ímpetu personal, inquisitivo y entusiasta; puede tratarse de una situación estimulante, una persona concreta o sólo de una inspiración, pero con la suficiente influencia, para promover la mayor prestancia de las facultades constitutivas de cada sujeto.


Al contemplar una zona boscosa, el extenso contenido de una biblioteca u otro ambiente, comprobamos la rutilante coherencia de la DISPERSIÓN. Con lo que viene sucediendo, apenas nos encontramos con versiones fugaces llenas de incertidumbre. Cuando atisbamos chispas, topamos con cenizas, pero en las cenizas no faltan algunas brasas y se vuelven a renovar fervientes entusiasmos.


El detonante subyacente en tan complicadas andanzas, provoca el destello del ENGIMA personal, dibujado con toda clase de esquemas y circunloquios. A través de su influjo, acogemos los indicadores de la belleza, buscamos el conocimiento de las cosas, percibimos la afectividad, el sentido comunitario y el valor de la bonhomía, con la intención de no perdernos por rumbos estrafalarios.

Fugaces y diseminados

Intentan desvirtuar el bagaje personal..., y les seguimos el juego
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 26 de enero de 2024, 09:43 h (CET)

Cuando escuchamos a los expertos acabamos convencidos de que nuestro estado natural es la controversia; un poco de aquí, otro poco de allá, y vamos a condimentar alguna componenda. Se nos suele olvidar el carácter interrogativo de cualquier aproximación a la realidad; expertos o no, caemos en el error de comenzar avasallando con la idea propia. Como resultado coherente, ante los muchos estímulos circundantes, los sobrevolamos sin detenernos en consideraciones, nos EVADIMOS del sustrato vital. Se resiente nuestra capacidad de adaptación, el desconcierto es patente; con el consiguiente desarraigo de las relaciones con los demás seres vivos y con el mundo en general. La frustración delata aquellos rumbos disgregados y aplaudidos.


En la actuación diaria, las impresiones percibidas brotan alrededor con ritmos curiosos, también los impulsos propios del participante varían según las circunstancias de ese momento. El resultado configura un conjunto heterogéneo de sensaciones. Los matices introducidos por una persona concreta incrementan la densidad de señales, se mezclan las casualidades y las aportaciones voluntarias. Centrados en el ámbito personal, los interminables CONTACTOS surgen desde procedencias complejas, a veces simultáneos, y sobre todo, dispersos; algunos se efectúan en términos cercanos al subconsciente. La intervención específica de un individuo requiere del esfuerzo discriminatorio y la búsqueda de los enlaces oportunos con cuanto ocurre.


Abundan las expresiones con señales de desaliento en los ambientes actuales; no me entero, no entiendo nada, nos tienen al margen, sólo se sirven de nosotros. Vienen a reflejar algunas de las realidades sociales de lo más acuciantes y frustrantes; pero también indican numerosos deslices cometidos por los mismos individuos quejosos. Nadie asume eso de sentirse cómplice de alguna manera con los desaguisados bien patentes en las actuaciones comunitarias. Uno de esos deslices poco afortunados gira en torno a la experiencia de las cosas, presupone la DISPOSICIÓN espontánea del participante, que se entrega al acercamiento y se involucra en la calibración de las circunstancias. Sin esa disposición, se quedan al margen.


Es verdad que las charlas de eruditos nos enredan hasta la saciedad, a base de alambicadas razones, suspicacias y leyendas; las mezclan con pretendidos recursos nacidos de mentes menesterosas, como las de todos. Las obras se multiplican, pero tampoco hallamos en ellas las respuestas resolutivas, queremos basarnos en debates, conceptos relativos, gustos y meras opiniones, sin llegar a propuestas elaboradas. La supuesta calidad de las aportaciones tampoco se acerca demasiado a las personas. Quizá porque, en cada caso, asistimos a una suerte de EFECTOS especiales, sólo aplicables a la persona implicada. Ese sería un buen punto de partida para enhebrar los hilos de un buen tapiz existencial.


De lo anterior se deduce la importancia de evitar los perjuicios a las demás personas. Dicho así, se muestra como una conclusión sencilla y evidente, pero un tanto compleja en la práctica. Los efectos desplegados por una actuación concreta, una obra, no son su único condicionante, las posibilidades técnicas y la orientación de los proyectos pueden generar múltiples variantes interpretativas. Surge la gran cuestión sobre eso que apreciamos como la CALIDAD de la labor efectuada. El concepto flaquea si la consideramos como un ente aislado, sus múltiples cualidades son inseparables de sus efectos sobre las personas. En especial, si su valoración se realiza desde posiciones sectarias, políticas o comerciales.


Si todo estuviera escrito, ya carecería de interés, me explicaré. Estaría expuesto en una neta indiferencia estática de lo establecido previamente. Ni la repetición conseguiría extraerlos de su frio pedestal. Nada que ver con el estado natural que nos acoge, el dinamismo impulsa su permanente vitalidad. La apuesta por permanecer impasibles, sin compromisos en plena vorágine, es antinatural. La presencia personal es TRANSGRESORA por naturaleza, entra como un elemento nuevo en la madeja de un sinfín de conexiones chispeantes. La potencia y las cualidades del nuevo elemento se verán contrapuestas con los efectos provenientes del exterior, invitando a su interpretación o comprensión.


En ese aterrizaje individual, no damos abasto para controlar las numerosas variantes; si acaso, con algo de consuelo, comprobamos idénticas dificultades para el resto de los humanos. Con los arrestos de su condición, cada uno trasiega con sus cuitas, sabedores de la nulidad de las renuncias, de la inacción letal; qué menos, estar presentes con su interpretación peculiar, siempre en persecución del señuelo de la insinuada COMPRENSIÓN, aunque nunca nadie la confirmó. Para bien o para mal, el concepto de común se centra en la multiplicidad y diferenciación de los protagonistas. Los compendios interesados son introductores de la falsedad radical frente a la vitalidad de los intérpretes.


Nadie nació con el conocimiento pleno de las teclas de la vida. Sin embargo, una cosa es la dependencia de muchos aprendizajes necesarios, sin nada que ver con quedar arrollados por sus maniobras y desaparecer como ente personal. Es habitual el empoderamiento de los conceptos previos, de las numerosas tecnologías utilizadas y del manido sistema con sus notables forzamientos; no son los únicos, pero sí, los principales encorsetamientos implantados. Actúan como potentes FÉRULAS, en cierto modo ambivalentes, son portadoras de ideas valiosas, pero su monopolio intransigente aleja a los individuos hacia posiciones secundarias. Contribuyen a la disgregación de las actitudes personales.


En la vida se imbrican un cúmulo de ignorancias, determinados conocimientos y buen número de duendecillos notados a flor de piel, pero imprecisos e incontrolables. No existe ninguna manera indiscutible de afrontar esa complejidad; como consecuencia, suele prevalecer la tendencia a proveerse de la mayor cantidad de complementos útiles. Aún así, siempre falta algo y por eso cobra realce la figura del BUEN IMPULSOR, capaz de inculcarnos el ímpetu personal, inquisitivo y entusiasta; puede tratarse de una situación estimulante, una persona concreta o sólo de una inspiración, pero con la suficiente influencia, para promover la mayor prestancia de las facultades constitutivas de cada sujeto.


Al contemplar una zona boscosa, el extenso contenido de una biblioteca u otro ambiente, comprobamos la rutilante coherencia de la DISPERSIÓN. Con lo que viene sucediendo, apenas nos encontramos con versiones fugaces llenas de incertidumbre. Cuando atisbamos chispas, topamos con cenizas, pero en las cenizas no faltan algunas brasas y se vuelven a renovar fervientes entusiasmos.


El detonante subyacente en tan complicadas andanzas, provoca el destello del ENGIMA personal, dibujado con toda clase de esquemas y circunloquios. A través de su influjo, acogemos los indicadores de la belleza, buscamos el conocimiento de las cosas, percibimos la afectividad, el sentido comunitario y el valor de la bonhomía, con la intención de no perdernos por rumbos estrafalarios.

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