Son las 6:30 del fatídico domingo 29 de mayo. Lentamente apago el despertador, con languidez me levanto, salgo a la calle y con desgana me apercibo de que el cielo está misteriosamente oscuro y me digo:"Esto no pinta bien".
Sin ilusión, me dirijo a la arboleda de Macanaz, allí he quedado con los amigos. Llegan todos a la hora acordada, ¡lástima! −pensé−. Nos vamos a Albalate del Arzobispo y en el bar del Agustín, tomamos un incógnito café. Después, con desmayo nos vamos al tenebroso barranco de Valdoria. En el kilómetro 25 de la A-233 de Albalate a Andorra encontramos el indescifrable desvío. Caminamos por un lúgubre sendero. Una siniestra estaca pintada de rojo nos indica el trayecto a seguir, ¿será sangre?−me dije−. El camino se va estrechando peligrosamente y nos vemos amenazados por la criminal vegetación, nos defendemos como podemos.
Con riesgo para nuestras vidas, subimos y bajamos: fantasmagóricas escaleras, serpenteantes ferratas, monstruosas rocas, aterradoras cavernas, sobrecogedoras cisternas... En el mirador de la Silleta cogemos aire, restañamos las heridas y nos adentramos en la tétrica cueva Negra. Como alma que lleva el diablo, salimos de allí despavoridos y llegamos al coche. De vuelta en el Agustín, brindamos por la vida, ¡puf! Esto del montañismo tiene sus más y sus menos, ¿no creen?