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Hace más de un año que decidí mudarme a una zona de la ciudad desconocida para mí

Mi barrio

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Reconozco que soy un enemigo acérrimo de los cambios. Le cojo gran aprecio a las casas en las que habito y a las cosas que utilizo. Pero hay dos circunstancias que me enervan especialmente. El cambio de vivienda y el de vehículo.

      

Las necesidades logísticas de mi familia, me obligaron a tomar la determinación de abandonar la vivienda que había disfrutado durante los últimos cuarenta años. Con gran alborozo de mis familiares decidimos mudarnos a un precioso ático en medio de un populoso nuevo barrio de la periferia malacitana.

       

El abandono de mi viejo despacho, mi deteriorada piscina, mi chimenea, mi pequeño jardín y, sobre todo, el lugar en el que había visto crecer a mis hijos y nietos, fue para mí una especie de tránsito hacia lo ignoto y lo amenazante. Una especie de muerte en vida.

    

Mi buena noticia de hoy se basa en el refrán español que pontifica: “No hay mal que por bien no venga”. Efectivamente, cada día me siento más contento de asomarme a la terraza y ver el mar, los niños jugando, un nudo de carreteras con su atasco correspondiente; tres restaurantes, una heladería, una pastelería de lujo, una farmacia, un estanco, un vendedor de cupones y un despacho de loterías y quinielas.

   

¿Qué más le puedes pedir a la vida? Tengo de todo: dos pizzerías, un bar de copas y otro de “pescaito”, una parada de metro y dos de autobuses. Para colmo la UMA a doscientos metros.

    

¿Por qué les cuento todo esto que supongo que a ustedes no le importa? Porque desgraciadamente no encuentro otra buena noticia que contarles en una mañana de otoño llena de guerras, de mentiras, de engaños, de tensiones y de enfrentamientos.

    

Me gustaría que el mundo adoptara este microespacio territorial que apenas abarca doscientos metros cuadrados. Un lugar, como tantos otros de nuestro país, que hemos conseguido con nuestros esfuerzos, convertir en una especie de paraíso y que los malasombras que nos rodean, se han empeñado en trocar en un país agriado que no nos gusta nada.

     

Me quedo con la utopía. Como Martín Lutero King he tenido un sueño. Que algún día tengamos nuestros medios de comunicación  llenos de buenas noticias. Mientras tanto me conformo con ver a los niños jugando en un tobogán.

Mi barrio

Hace más de un año que decidí mudarme a una zona de la ciudad desconocida para mí
Manuel Montes Cleries
lunes, 30 de octubre de 2023, 09:51 h (CET)

Reconozco que soy un enemigo acérrimo de los cambios. Le cojo gran aprecio a las casas en las que habito y a las cosas que utilizo. Pero hay dos circunstancias que me enervan especialmente. El cambio de vivienda y el de vehículo.

      

Las necesidades logísticas de mi familia, me obligaron a tomar la determinación de abandonar la vivienda que había disfrutado durante los últimos cuarenta años. Con gran alborozo de mis familiares decidimos mudarnos a un precioso ático en medio de un populoso nuevo barrio de la periferia malacitana.

       

El abandono de mi viejo despacho, mi deteriorada piscina, mi chimenea, mi pequeño jardín y, sobre todo, el lugar en el que había visto crecer a mis hijos y nietos, fue para mí una especie de tránsito hacia lo ignoto y lo amenazante. Una especie de muerte en vida.

    

Mi buena noticia de hoy se basa en el refrán español que pontifica: “No hay mal que por bien no venga”. Efectivamente, cada día me siento más contento de asomarme a la terraza y ver el mar, los niños jugando, un nudo de carreteras con su atasco correspondiente; tres restaurantes, una heladería, una pastelería de lujo, una farmacia, un estanco, un vendedor de cupones y un despacho de loterías y quinielas.

   

¿Qué más le puedes pedir a la vida? Tengo de todo: dos pizzerías, un bar de copas y otro de “pescaito”, una parada de metro y dos de autobuses. Para colmo la UMA a doscientos metros.

    

¿Por qué les cuento todo esto que supongo que a ustedes no le importa? Porque desgraciadamente no encuentro otra buena noticia que contarles en una mañana de otoño llena de guerras, de mentiras, de engaños, de tensiones y de enfrentamientos.

    

Me gustaría que el mundo adoptara este microespacio territorial que apenas abarca doscientos metros cuadrados. Un lugar, como tantos otros de nuestro país, que hemos conseguido con nuestros esfuerzos, convertir en una especie de paraíso y que los malasombras que nos rodean, se han empeñado en trocar en un país agriado que no nos gusta nada.

     

Me quedo con la utopía. Como Martín Lutero King he tenido un sueño. Que algún día tengamos nuestros medios de comunicación  llenos de buenas noticias. Mientras tanto me conformo con ver a los niños jugando en un tobogán.

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