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Opinión
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Es una experiencia profundamente dolorosa y que toca de lleno la emotividad

Pérdida de un amigo íntimo

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Emma y Lucas habían sido inseparables desde la infancia, compartiendo la intimidad de sus sentimientos, las risas y las penas, eran muy amigos. Lucas enfermó de muerte, y Emma estuvo a su lado, le leía sus libros favoritos, hablaban, o se cogían de la mano silenciosamente. Al poco de irse, Lucas le agradeció a Emma: "Gracias por estar aquí. Eres lo mejor que me podía haber pasado". Emma sintió mucho su pérdida, pero también estaba agradecida por haber tenido la amistad de Lucas todos esos años.


La pérdida de un amigo íntimo es una experiencia profundamente dolorosa y que toca de lleno la emotividad: “Mi corazón estaba negro de dolor”, decía Agustín de Hipona a la muerte de su amigo; y ahondaba en que el amigo merece ser amado: “oh locura, que no sabes querer a los hombres como éstos deben ser amados” (Confesiones, IV 7). Y es que cada persona es digna de ser amada, es “amable” (cualidad de ser amada). Los amigos con quienes compartimos nuestra intimidad, y cuando cesa la relación por muerte, una ruptura en la amistad u otras razones, suele haber un duelo.


Es sanador permitirse entonces sentir las emociones que vengan, sin juzgarse a uno mismo. Poder compartir esos pensamientos y emociones ayuda a procesar toda la carga emotiva, y recibir apoyo. Aprendemos que como todo amor no podemos absolutizarlo, ni divinizarlo, pero si bien amar es participar de algo divino, y participar siempre es algo relativo, cuanta más capacidad de amar tengamos más podemos sentir esa pérdida.


El verdadero amigo es un gran bien, pero nos damos cuenta que en esta vida no hay bien permanente. El gozo se vuelve sacrificio con frecuencia… Al ver cortadas para siempre esas relaciones afectuosas y seguras, nos sentimos zarandeados y tristes hasta lo más profundo. Pero el amigo difunto estará mejor si nosotros guardamos su recuerdo pero llenos de esperanza. Así, honrar su memoria, recordar al amigo por ejemplo escribiendo algo sobre él, para expresar los pensamientos y sentimientos, participar en actividades que honren su nombre, son formas muy bonitas de hacerlo. Y es bueno sentir esa unión con la persona que nos dejó. San José Oriol, viendo a sus amigos llorarle con desconsuelo en sus últimos instantes, les dijo: “no os aflijáis; la muerte es la puerta de la vida. En el cielo os amaré como os he amado sobre la tierra; rogaré a Dios por vosotros, y os haré todo el bien que Dios me permita haceros”.


Las almas gemelas son un ejemplo de esa unión más allá de la muerte. Podemos recordar la amistad de Santa Teresita y el sacerdote misionero Maurice. De él predijo un martirio escondido. Ella estaba contenta de “conocer el hermano de mi alma”, unidos en la distancia, y esa “alma gemela” le dará felicidad: “tengo que remontarme a los días de mi infancia para encontrar el recuerdo de estas alegrías tan vivas que el alma es demasiado pequeña para que quepan en ella. Nunca, desde hacía muchos años, había vuelto a probar este tipo de felicidad. Sentía que mi alma era nueva, era como si hubieran tocado por primera vez unas cuerdas musicales que hasta entonces estaban olvidadas".


Cuando ella muere, Maurice viajaba en barco, y tuvo una premonición: aquella noche, en la cubierta mirando las estrellas siente algo especial, pensaba en ella mientras Teresita tenía su agonía. Esa conexión con Teresita acompañará a Maurice el resto de su vida, y cuando acabó en un manicomio, despreciado de todos, pero años más tarde se vio que murió de la enfermedad del sueño, producida por la mosca tse-tse.


En esos momentos de pérdida, es muy útil buscar la amistad con las personas que tenemos cerca (y pedir ayuda si hace falta). Aprender a aceptar la pérdida, también la tristeza, de un modo adecuado, facilita el proceso de adaptación, de resurgir de ese cambio, proceso que va unido a cuidar del bienestar físico y emocional (aunque no haya ganas, cuidar la comida, sueño, ejercicio…). Y saber que hay una riqueza en el amor, que aunque esa persona deja de estar visible, podemos llegar a sentir su presencia desde esa otra dimensión, y que sigue esa amistad más allá de la muerte.

Pérdida de un amigo íntimo

Es una experiencia profundamente dolorosa y que toca de lleno la emotividad
Llucià Pou Sabaté
miércoles, 11 de octubre de 2023, 10:58 h (CET)

Emma y Lucas habían sido inseparables desde la infancia, compartiendo la intimidad de sus sentimientos, las risas y las penas, eran muy amigos. Lucas enfermó de muerte, y Emma estuvo a su lado, le leía sus libros favoritos, hablaban, o se cogían de la mano silenciosamente. Al poco de irse, Lucas le agradeció a Emma: "Gracias por estar aquí. Eres lo mejor que me podía haber pasado". Emma sintió mucho su pérdida, pero también estaba agradecida por haber tenido la amistad de Lucas todos esos años.


La pérdida de un amigo íntimo es una experiencia profundamente dolorosa y que toca de lleno la emotividad: “Mi corazón estaba negro de dolor”, decía Agustín de Hipona a la muerte de su amigo; y ahondaba en que el amigo merece ser amado: “oh locura, que no sabes querer a los hombres como éstos deben ser amados” (Confesiones, IV 7). Y es que cada persona es digna de ser amada, es “amable” (cualidad de ser amada). Los amigos con quienes compartimos nuestra intimidad, y cuando cesa la relación por muerte, una ruptura en la amistad u otras razones, suele haber un duelo.


Es sanador permitirse entonces sentir las emociones que vengan, sin juzgarse a uno mismo. Poder compartir esos pensamientos y emociones ayuda a procesar toda la carga emotiva, y recibir apoyo. Aprendemos que como todo amor no podemos absolutizarlo, ni divinizarlo, pero si bien amar es participar de algo divino, y participar siempre es algo relativo, cuanta más capacidad de amar tengamos más podemos sentir esa pérdida.


El verdadero amigo es un gran bien, pero nos damos cuenta que en esta vida no hay bien permanente. El gozo se vuelve sacrificio con frecuencia… Al ver cortadas para siempre esas relaciones afectuosas y seguras, nos sentimos zarandeados y tristes hasta lo más profundo. Pero el amigo difunto estará mejor si nosotros guardamos su recuerdo pero llenos de esperanza. Así, honrar su memoria, recordar al amigo por ejemplo escribiendo algo sobre él, para expresar los pensamientos y sentimientos, participar en actividades que honren su nombre, son formas muy bonitas de hacerlo. Y es bueno sentir esa unión con la persona que nos dejó. San José Oriol, viendo a sus amigos llorarle con desconsuelo en sus últimos instantes, les dijo: “no os aflijáis; la muerte es la puerta de la vida. En el cielo os amaré como os he amado sobre la tierra; rogaré a Dios por vosotros, y os haré todo el bien que Dios me permita haceros”.


Las almas gemelas son un ejemplo de esa unión más allá de la muerte. Podemos recordar la amistad de Santa Teresita y el sacerdote misionero Maurice. De él predijo un martirio escondido. Ella estaba contenta de “conocer el hermano de mi alma”, unidos en la distancia, y esa “alma gemela” le dará felicidad: “tengo que remontarme a los días de mi infancia para encontrar el recuerdo de estas alegrías tan vivas que el alma es demasiado pequeña para que quepan en ella. Nunca, desde hacía muchos años, había vuelto a probar este tipo de felicidad. Sentía que mi alma era nueva, era como si hubieran tocado por primera vez unas cuerdas musicales que hasta entonces estaban olvidadas".


Cuando ella muere, Maurice viajaba en barco, y tuvo una premonición: aquella noche, en la cubierta mirando las estrellas siente algo especial, pensaba en ella mientras Teresita tenía su agonía. Esa conexión con Teresita acompañará a Maurice el resto de su vida, y cuando acabó en un manicomio, despreciado de todos, pero años más tarde se vio que murió de la enfermedad del sueño, producida por la mosca tse-tse.


En esos momentos de pérdida, es muy útil buscar la amistad con las personas que tenemos cerca (y pedir ayuda si hace falta). Aprender a aceptar la pérdida, también la tristeza, de un modo adecuado, facilita el proceso de adaptación, de resurgir de ese cambio, proceso que va unido a cuidar del bienestar físico y emocional (aunque no haya ganas, cuidar la comida, sueño, ejercicio…). Y saber que hay una riqueza en el amor, que aunque esa persona deja de estar visible, podemos llegar a sentir su presencia desde esa otra dimensión, y que sigue esa amistad más allá de la muerte.

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