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Es invisible, intangible y, sin embargo, nos atraviesa por completo. Puede cambiarnos el humor en cuestión de segundos, hacernos llorar sin motivo aparente, evocarnos un recuerdo lejano o unirnos a desconocidos en un mismo latido. La música es mucho más que una forma de entretenimiento, es una fuerza capaz de modificar nuestro estado físico, emocional, mental y hasta social. A veces sin que siquiera lo notemos.
Del mismo modo que siempre hay una primera vez para lo que hacemos –primer llanto, primeras palabras, primeros pasos, primeros amores…–, sucede lo mismo con su antónimo, que también hay siempre una última vez para todo, aunque, a diferencia de la otra, en muchas ocasiones desconozcamos que no habrá más.
Foucault describió a la escuela, la fábrica y la cárcel como "dispositivos de secuestro": espacios que confinan, normalizan y adiestran cuerpos para integrarlos en la lógica de la producción y del control. Hoy, sin embargo, ya no hace falta salir de casa para ser capturados: la inteligencia artificial se ha convertido en un nuevo dispositivo de secuestro, más sutil y penetrante, que no necesita muros ni rejas para gobernar nuestras vidas.
En tiempos donde el amor parece medirse por gestos visibles, declaraciones públicas o promesas rimbombantes, es fácil olvidar lo esencial: ese lazo invisible y profundo que une a dos personas más allá del deseo, del hábito o del enamoramiento inicial. Porque sí, el amor comienza con una chispa… pero se sostiene con una conexión real. Una que no se impone ni se fuerza, sino que se elige cada día.
A veces, sin que haya pasado nada concreto, la tristeza se instala dentro de nosotros. No es una tristeza que se necesite llorar, ni tiene razones claras. Es más bien una sensación de estar rotos por dentro, como si algo muy hondo hubiera hecho grietas sin avisar.
Vivimos tiempos de incertidumbre. A veces, a nivel personal: pérdidas, rupturas, enfermedades. Otras veces, como hemos vivido recientemente, la sacudida es colectiva: crisis sanitarias, sociales, económicas. Son momentos en los que la vida, imprevistamente, nos saca de nuestra zona de confort. Y con ello, nos lanza a una pregunta fundamental: ¿quién soy cuando ya no puedo controlar lo que me rodea?
Decía Woody Allen en la película Annie Hall, aquella gran película que ganó el Óscar en 1977, que “uno siempre está intentando que las cosas salgan perfectas en el arte, porque conseguirlo en la vida es realmente difícil”. Dicen algunos que van de literatos que el proceso de ficción creativa conlleva implícito un mensaje falso, y hay quien piensa, porque lo he leído, que “los poetas son unos fingidores”...
Durante décadas, la psicología cognitiva ha defendido una idea poderosa y sencilla: lo que pensamos determina cómo nos sentimos. Esta premisa, que ha dado origen a terapias tan efectivas como la cognitivo-conductual, ha ayudado a miles de personas a enfrentar la depresión, la ansiedad o los estados de ánimo negativos. Pero, como toda idea fuerte, también necesita matices.
Ha muerto Mariano Ozores, pero, al morir, ha renacido de una tacada mi infancia y adolescencia, el primer reproductor VHS de casa, el videoclub de mi barrio, la liturgia familiar de acudir cada viernes por la tarde a él para coger tres películas, una por cada día del fin de semana, con la condición indispensable de que una había de ser de Mariano Ozores, imposición de mis padres, el resto les daba igual, pero una de Ozores.
En el entramado de las emociones humanas, pocas experiencias son tan desgastantes como la irritabilidad persistente. No hablamos aquí de un enfado pasajero, sino de ese malestar sordo que se filtra por los intersticios del día a día, en forma de reproches velados, respuestas defensivas, agotamiento acumulado y una sensación de injusticia flotante.
No hace falta creer en fantasmas, ni esperar a que la noche caiga con luna llena y ajos colgando de la puerta y las ventanas. Los vampiros existen. No tienen capa ni colmillos, pero andan sueltos por las oficinas, por los pasillos de casa, por las cenas familiares o entre amigos, están entre nosotros.
En un mundo donde, si se tiene la conciencia activada, la derrota es continua, uno encuentra perversos oasis placenteros donde mostrar la rebeldía en los pequeños detalles que ofrece la cotidianidad. Pesar tomates buenos como tomates del montón, llamar mexicana a la americana de tu traje como venganza al mundo lingüístico de Trump o elegir completamente al azar entre libros, películas y música para escapar del algoritmo.
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Quirónsalud y la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) dan a conocer los resultados del proyecto Emociones a través del arte, una investigación iniciada en mayo de 2024 que une el arte, la salud y la educación. Este estudio tiene como objetivo descubrir e identificar las emociones inconscientes que producen las obras de arte en las personas que las observan.
Atrapados cada día entre las noticias producidas por las causas y efectos de lo que decide Donald Trump (ahora los aranceles), así como la concatenación de borrascas potentes con nombres alfabéticos en nuestro país (Nuria es la próxima), ha pasado inadvertida la llegada de la primavera, así como el día mundial de la poesía, el pasado 21 de marzo. Como cada año, puntuales a su cita, nos traen la promesa de un tiempo mejor.
Las emociones forman parte de nuestra vida cotidiana, nos guían en la toma de decisiones y dan sentido a nuestras experiencias. Sin embargo, cuando una emoción intensa nos desborda, puede nublar nuestro juicio y llevarnos a actuar de manera impulsiva, con consecuencias potencialmente graves.
Vamos a tratar de un tema que, aunque parece sencillo, tiene un impacto profundo en nuestra vida: el perdón. Perdonar y practicar el perdón, incondicionalmente y siempre, es el único camino para alcanzar la paz interior. La falta de perdón nos consume energía vital, generando emociones amargas como el resentimiento y, en los casos más extremos, el odio.
Existen épocas en las que la vida no va como uno quisiera, momentos que nos pueden desbordar o, en su defecto, que nos hacen dudar de si las cosas más adelante volverán a su cauce. Y es que a lo largo de nuestra existencia viviremos instantes de gran felicidad y otros en los que parezca que todo se tuerce.
Tapada con sábanas va mi corazón, que volando entre olas no encuentra el amor, Manuel, Norberto, Gregorio, Lucrecio, estoy tan confusa que no sé qué hacer. A casa de Gilberto me pienso marchar, ese amor maduro me hará feliz y progresar, salir de las penas admirando el mar en su inmensidad.
El hecho de tener hijos o no tenerlos es algo completamente opcional para las parejas o para la propia mujer en caso de hacerlo en solitario. La sociedad, a veces, según el entorno, nos impone en mayor o menor medida los hitos que debemos haber conseguido cuando alcanzamos determinadas etapas.
La idea de que la inteligencia artificial pueda desarrollar su propia consciencia en los próximos años ha generado mucha curiosidad y debate. Algunos expertos señalan que hay un 20% de probabilidad de que esto ocurra en la próxima década. Sin embargo, ¿qué significa que una IA sea “consciente”? ¿Podría llegar a tener emociones y deseos como los seres humanos?
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