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A Emiliano Zapata se le achaca una frase que lo dice todo de él: «Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”

Política sin principios, el principio de la barbarie

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Siempre he sentido una especial fascinación por Emiliano Zapata, el revolucionario mexicano. No precisamente porque fuese padre de 16 hijos de 14 mujeres, aunque eso me parezca una auténtica heroicidad que, por demás, parece que no le resultó incompatible con las relaciones que tuvo con algunas personas de su mismo sexo. Me fascina porque me parece que actuó siempre guiado por un impulso moral liberador de los demás tan generoso como inquebrantable. Se le achaca una frase que lo dice todo de él: «Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”.


Hoy me he levantado con tres noticias que me sitúan en un universo político en el que me temo que ocurre más bien todo lo contrario.


La ministra española de economía y candidata a presidir el Banco Europeo de Inversiones, Nadia Calviño, forma parte de un gobierno liderado por un partido que está en contra de la energía nuclear. Sin embargo, leo que ha manifestado estar de acuerdo en que el banco financie su desarrollo en Europa. ¿Porque piensa que es lo mejor o porque necesita los votos de Francia para acceder al cargo? Naturalmente, no puedo dar respuesta a esa pregunta. Sólo Calviño lo sabe, pero me barrunto que no puede haber principios muy sólidos si se hace esa declaración cuando se forma parte de un gobierno que rechaza el uso de esa fuente de energía.


Una segunda noticia es la disposición más o menos abierta, tanto de PSOE como de Sumar, para satisfacer, también más o menos íntegramente, las demandas de Junts per Catalunya. Y me pregunto lo mismo: ¿se está dispuesto a satisfacerlas por cuestión de principios o de conveniencia, sólo para poder formar gobierno? Tampoco puedo responder, aunque sí me puedo plantear una modesta conjetura: si es por principios, porque se cree que una amnistía, algún tipo de consulta y un trato favorecedor a Cataluña es la mejor solución para España, ¿por qué no se incluyeron esas propuestas en los programas electorales con los que se solicitó el voto a la ciudadanía?


La tercera noticia es que el fondo de inversiones de Arabia Saudí STC se ha convertido en accionista mayoritario de nuestra antigua empresa pública quizá más emblemática, Telefónica. Como otras, en su día fue privatizada argumentándose que no podía haber empresas en manos del Estado, lo cual no fue obstáculo para que alguna de ellas, como ENDESA, fuese a parar a manos de una empresa del Estado italiano y, ahora, después de muchas vueltas, de un fondo que controla la autócrata familia que gobierna Arabia Saudí. También me pregunto si los políticos españoles que malvendieron nuestras empresas públicas y sometieron nuestros intereses estratégicos a los de grandes capitales extranjeros o incluso a los de otras naciones actuaron por principios o por interés. Tampoco puedo saberlo, pero sí sé que prácticamente todos los que tomaron esas decisiones terminaron forrándose en esas mismas empresas o en sus filiales o asociadas cuando dejaron la política. ¿Por cuestión de principios?


Quien actúa en política sin principios está en su derecho. A mí me parece, sin embargo, que hacer política sin principios es el inicio de la barbarie. Por eso me pregunto constantemente si será o no evitable la tragedia que expresó tan claramente José Saramago: «El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian con la suciedad del poder».

Política sin principios, el principio de la barbarie

A Emiliano Zapata se le achaca una frase que lo dice todo de él: «Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”
Juan Torres López
jueves, 7 de septiembre de 2023, 10:14 h (CET)

Siempre he sentido una especial fascinación por Emiliano Zapata, el revolucionario mexicano. No precisamente porque fuese padre de 16 hijos de 14 mujeres, aunque eso me parezca una auténtica heroicidad que, por demás, parece que no le resultó incompatible con las relaciones que tuvo con algunas personas de su mismo sexo. Me fascina porque me parece que actuó siempre guiado por un impulso moral liberador de los demás tan generoso como inquebrantable. Se le achaca una frase que lo dice todo de él: «Quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”.


Hoy me he levantado con tres noticias que me sitúan en un universo político en el que me temo que ocurre más bien todo lo contrario.


La ministra española de economía y candidata a presidir el Banco Europeo de Inversiones, Nadia Calviño, forma parte de un gobierno liderado por un partido que está en contra de la energía nuclear. Sin embargo, leo que ha manifestado estar de acuerdo en que el banco financie su desarrollo en Europa. ¿Porque piensa que es lo mejor o porque necesita los votos de Francia para acceder al cargo? Naturalmente, no puedo dar respuesta a esa pregunta. Sólo Calviño lo sabe, pero me barrunto que no puede haber principios muy sólidos si se hace esa declaración cuando se forma parte de un gobierno que rechaza el uso de esa fuente de energía.


Una segunda noticia es la disposición más o menos abierta, tanto de PSOE como de Sumar, para satisfacer, también más o menos íntegramente, las demandas de Junts per Catalunya. Y me pregunto lo mismo: ¿se está dispuesto a satisfacerlas por cuestión de principios o de conveniencia, sólo para poder formar gobierno? Tampoco puedo responder, aunque sí me puedo plantear una modesta conjetura: si es por principios, porque se cree que una amnistía, algún tipo de consulta y un trato favorecedor a Cataluña es la mejor solución para España, ¿por qué no se incluyeron esas propuestas en los programas electorales con los que se solicitó el voto a la ciudadanía?


La tercera noticia es que el fondo de inversiones de Arabia Saudí STC se ha convertido en accionista mayoritario de nuestra antigua empresa pública quizá más emblemática, Telefónica. Como otras, en su día fue privatizada argumentándose que no podía haber empresas en manos del Estado, lo cual no fue obstáculo para que alguna de ellas, como ENDESA, fuese a parar a manos de una empresa del Estado italiano y, ahora, después de muchas vueltas, de un fondo que controla la autócrata familia que gobierna Arabia Saudí. También me pregunto si los políticos españoles que malvendieron nuestras empresas públicas y sometieron nuestros intereses estratégicos a los de grandes capitales extranjeros o incluso a los de otras naciones actuaron por principios o por interés. Tampoco puedo saberlo, pero sí sé que prácticamente todos los que tomaron esas decisiones terminaron forrándose en esas mismas empresas o en sus filiales o asociadas cuando dejaron la política. ¿Por cuestión de principios?


Quien actúa en política sin principios está en su derecho. A mí me parece, sin embargo, que hacer política sin principios es el inicio de la barbarie. Por eso me pregunto constantemente si será o no evitable la tragedia que expresó tan claramente José Saramago: «El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian con la suciedad del poder».

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