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“La venganza es siempre un placer de los espíritus estrechos, enfermos y encogidos” Juvenal

La bilis vengativa de la izquierda se ceba en España

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La cortedad de algunos, la memoria enconada de otros y la deformación de la realidad que, con empeño edigno de mejor causa, se han comprometido n transmitir, de generación en generación, aquellos que salieron trompicados de la Guerra Civil española; han permitido que unos advenedizos, unos verdaderos filibusteros de raigambre comunista, apoyados por una prensa de izquierdas y favorecidos por apoyos económicos de otros países, con el malévolo objetivo de sembrar en España la semilla del descontento, la traición, el engaño y la venganza, para lograr que, una nación en paz, comprometida con la UE, en el camino de superar los restos de la crisis que azotó a toda Europa y que, gracias al esfuerzo y sacrificio de todos los españoles empezaba, felizmente, a ser superada; se dejara arrastrar a la división, el enfrentamiento de los ciudadanos, el desgobierno de las ciudades y de las comunidades y el retorno a las prácticas frente populistas de aquellos malhadados tiempos de las postrimerías de la II República.

Los resultados de las últimas elecciones autonómicas y municipales se puede decir que fueron nefastos para nuestra nación, dando pie a que las instituciones fueran invadidas por las hordas de desarrapados votados por una ciudadanía que no supo entender la necesidad de asumir los sacrificios de la crisis y que, cuando ya se empezaban a notar los primeros efectos de la mejora económica, no quisieron esperar a ver sus resultados y prefirieron castigar con su voto a aquellos que, con mejor o peor suerte, supieron capear el temporal y evitar que España tuviera que ser rescatada por la UE. Los resultados de aquella locura que, posteriormente fueron ratificados con un giro a la izquierda de una parte importante de la ciudadanía, que llegó al colmo de otorgarles a los bolivarianos de Podemos cinco millones de votos que los pusieron a la altura del PSOE y por encima de Ciudadanos.

Estamos, nuevamente, enfrentados a una nueva consulta popular. Unas nuevas elecciones sin garantía alguna de que sean lo suficientemente decisivas para que aclaren lo que fue la dispersión del voto entre distintas formaciones políticas, algunas de nuevo cuño, que, contrariamente a lo que era costumbre, consiguieron deshacer el acostumbrado bipartidismo para crear una situación que, aparte de insólita, impidió que tras tres meses de encuentros infructuosos y de intrigas partidistas, el resultado haya sido el esperado terminando en fracaso. Ello ha supuesto la necesidad de que se convoquen unos nuevos comicios que, con toda probabilidad, se celebrarán el día 26 de Junio próximo. Quizá estamos en unos momentos en los que el peligro de ruptura sea más cercano que nunca. Unos resultados parecidos a los del 20D, después del fracaso para formar un gobierno estable en España, salidos de la consulta del próximo mes de Junio, pondría al país en una situación de gran tensión ya que, las posibilidades de conseguir alianzas, al menos las que la nación precisaría para inspirar confianza al resto de Europa y mantener las inversiones que precisamos para sostener nuestra deuda, puede que fueran nulas.

El peligro de que, después de la próximas elecciones, se volviera a repetir una situación como la pasada, la posibilidad de que las fuerzas revolucionarias se aprovecharan de ello para apoderarse de las calles, como ya ocurrido en otras ocasiones, intentando imponer la voluntad de unos pocos revolucionarios por la fuerza, los destrozos, los ataques personales, el terror o el caos, como ha sucedido en estos gobiernos sudamericanos que están en manos de dictadores, sin respeto por las instituciones, la justicia y el orden; sólo impulsados por sus instintos autoritarios y de control del pueblo al que, como es evidente, tienen sometido a la miseria, la falta de alimentos y de libertades, apoyados por tribunales corruptos y ejércitos vendidos a la dictadura y sobornados por el dinero.

España, sin duda, no está en condiciones de pasarse otro año con un gobierno interino, sin posibilidad de proponer leyes, sin estar autorizado para llegar a acuerdos con otros países y la imposibilidad de aplicar las medidas indispensables para que la nación pueda llevar a término las políticas indispensables para afrontar los imprevistos que se puedan producir en una Europa amenazada por el yihadismo, por el terrorismo y dependiendo de los vaivenes económicos derivados de lo que ocurra en los otros países y, entre ellos, del coloso chino, que se encuentra en un periodo de inestabilidad económico que pudiera llegar a generar nuevas crisis que es necesario que se puedan afrontar con la unión de toda la CE y, para ello, con gobiernos estable y fuertes capaces de tomar decisiones difíciles, en muchas ocasiones, sin posibilidad de retrasarlas indefinidamente.

El peligro que se cierne sobre el país es que, como ya comentamos en otro artículo, los ciudadanos dejen de confiar en los políticos, se aburran de escucharles y piensen que no vale la pena perder el tiempo en acudir a votar en una nueva ocasión; convencidos de que los resultados serán los mismos y que, a este país, no hay quien lo meta en cintura. No tenemos la certeza de que aquellos que votaron para castigar al actual gobierno en funciones o los que confiaron en que, en un caso de un partido ganador, pero sin mayoría absoluta, se solucionaría con un gobierno de coalición entre el PP y el PSOE, en el que las cesiones mutuas permitirían conservar la confianza de nuestro vecinos europeos y de aquellos que han venido apoyando nuestra deuda pública e invirtiendo en las bolsas. No ha ocurrido en el caso de las pasadas elecciones y, si siguen los mismos personajes al frente del PSOE y el PP, pueda suceder en los próximos comicios, si los votos recomendaran tal solución.

Lo peor es que vamos teniendo ocasión de observar lo que se puede esperar de gobiernos progresistas, en el caso que nos ocupa, comunistas bolivarianos y sus franquicias, como las que gobiernan las alcaldías de Madrid, con la señora Carmena o de Barcelona con Ada Colau o el mismo gobierno de Valencia o de Zaragoza. Todos ellos nos vienen demostrando las características de su forma de gobernar, basada en el método comunista soviético, consistente en un afán incontenible por recaudar, poniendo tasas, multando a los coches, interviniendo en cuestiones de carácter privado como ha sido el caso de la moratoria (las trabas a la apertura de hoteles, restaurantes o bares); la prohibición a los cafés y restaurante de instalar mesas y sillas en las aceras; las imposición de tasas turísticas, el gravar los pisos vacíos con impuestos especiales, el obligar a las sociedades poseedoras de inmuebles a alquilarlos a unos alquileres sociales etc. Este intervencionismo, la pretensión de imponer sus ideas aunque sea incumpliendo las leyes, forzando o chantajeando a las empresas, amenazando a los que no se sometan e imponiendo técnicas anticonstitucionales, amparándose en presuntas mejoras sociales o ayudas a los necesitados, viene siendo algo de lo que se valen antisistemas, como la señora Colau o la señora Carmena, para justificar su desprecio por las leyes que, cuando no les gustan, prefieren ignorarlas.

Por eso, señores, es evidente que lo que nos estamos jugando en estos inesperados comicios, provocados por la falta de acuerdos entre las fuerzas políticas, no es simplemente algunas incomodidades, restricciones menores o políticas más o menos sociales; no señores, en esta ocasión nos jugamos el dar entrada en nuestro gobierno, nuestras instituciones o en nuestra vida como individuos a unos señores cuyas intenciones es establecer en España un régimen bolivariano, un verdadero cambio de sistema, mediante el cual nuestras libertades constitucionales van a ser revisadas, el derecho de propiedad, reconocido en la Constitución, reducido mediante interpretaciones restrictivas de su ejercicio y amplias de su sentido social. Los pasos hacia una economía estatalizada ya son conocidos por el programa de Podemos y de sus posibles aliados, para los próximos comicios, de la IU del señor Garzón.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, los que no comulgamos con el régimen soviético o con los planteamientos de Maduro o Evo Morales, debemos reflexionar sobre el sentido de nuestro voto porque, en esta ocasión, no se trata de elegir entre PP o PSOE, sino que nos estamos jugando el modelo de sociedad: una sociedad libre, con respeto a la propiedad privada, con libertades individuales y compatible con las normas europeas o, y aquí si que ponemos en cuestión nuestro bienestar y nuestras pensiones, les damos entrada a la izquierdas extremas para que, como ya nos demuestran en aquellos lugares en los que tienen poder, implanten su régimen autoritario de opresión económica y administrativo sobre los españoles.

La bilis vengativa de la izquierda se ceba en España

“La venganza es siempre un placer de los espíritus estrechos, enfermos y encogidos” Juvenal
Miguel Massanet
sábado, 30 de abril de 2016, 11:11 h (CET)
La cortedad de algunos, la memoria enconada de otros y la deformación de la realidad que, con empeño edigno de mejor causa, se han comprometido n transmitir, de generación en generación, aquellos que salieron trompicados de la Guerra Civil española; han permitido que unos advenedizos, unos verdaderos filibusteros de raigambre comunista, apoyados por una prensa de izquierdas y favorecidos por apoyos económicos de otros países, con el malévolo objetivo de sembrar en España la semilla del descontento, la traición, el engaño y la venganza, para lograr que, una nación en paz, comprometida con la UE, en el camino de superar los restos de la crisis que azotó a toda Europa y que, gracias al esfuerzo y sacrificio de todos los españoles empezaba, felizmente, a ser superada; se dejara arrastrar a la división, el enfrentamiento de los ciudadanos, el desgobierno de las ciudades y de las comunidades y el retorno a las prácticas frente populistas de aquellos malhadados tiempos de las postrimerías de la II República.

Los resultados de las últimas elecciones autonómicas y municipales se puede decir que fueron nefastos para nuestra nación, dando pie a que las instituciones fueran invadidas por las hordas de desarrapados votados por una ciudadanía que no supo entender la necesidad de asumir los sacrificios de la crisis y que, cuando ya se empezaban a notar los primeros efectos de la mejora económica, no quisieron esperar a ver sus resultados y prefirieron castigar con su voto a aquellos que, con mejor o peor suerte, supieron capear el temporal y evitar que España tuviera que ser rescatada por la UE. Los resultados de aquella locura que, posteriormente fueron ratificados con un giro a la izquierda de una parte importante de la ciudadanía, que llegó al colmo de otorgarles a los bolivarianos de Podemos cinco millones de votos que los pusieron a la altura del PSOE y por encima de Ciudadanos.

Estamos, nuevamente, enfrentados a una nueva consulta popular. Unas nuevas elecciones sin garantía alguna de que sean lo suficientemente decisivas para que aclaren lo que fue la dispersión del voto entre distintas formaciones políticas, algunas de nuevo cuño, que, contrariamente a lo que era costumbre, consiguieron deshacer el acostumbrado bipartidismo para crear una situación que, aparte de insólita, impidió que tras tres meses de encuentros infructuosos y de intrigas partidistas, el resultado haya sido el esperado terminando en fracaso. Ello ha supuesto la necesidad de que se convoquen unos nuevos comicios que, con toda probabilidad, se celebrarán el día 26 de Junio próximo. Quizá estamos en unos momentos en los que el peligro de ruptura sea más cercano que nunca. Unos resultados parecidos a los del 20D, después del fracaso para formar un gobierno estable en España, salidos de la consulta del próximo mes de Junio, pondría al país en una situación de gran tensión ya que, las posibilidades de conseguir alianzas, al menos las que la nación precisaría para inspirar confianza al resto de Europa y mantener las inversiones que precisamos para sostener nuestra deuda, puede que fueran nulas.

El peligro de que, después de la próximas elecciones, se volviera a repetir una situación como la pasada, la posibilidad de que las fuerzas revolucionarias se aprovecharan de ello para apoderarse de las calles, como ya ocurrido en otras ocasiones, intentando imponer la voluntad de unos pocos revolucionarios por la fuerza, los destrozos, los ataques personales, el terror o el caos, como ha sucedido en estos gobiernos sudamericanos que están en manos de dictadores, sin respeto por las instituciones, la justicia y el orden; sólo impulsados por sus instintos autoritarios y de control del pueblo al que, como es evidente, tienen sometido a la miseria, la falta de alimentos y de libertades, apoyados por tribunales corruptos y ejércitos vendidos a la dictadura y sobornados por el dinero.

España, sin duda, no está en condiciones de pasarse otro año con un gobierno interino, sin posibilidad de proponer leyes, sin estar autorizado para llegar a acuerdos con otros países y la imposibilidad de aplicar las medidas indispensables para que la nación pueda llevar a término las políticas indispensables para afrontar los imprevistos que se puedan producir en una Europa amenazada por el yihadismo, por el terrorismo y dependiendo de los vaivenes económicos derivados de lo que ocurra en los otros países y, entre ellos, del coloso chino, que se encuentra en un periodo de inestabilidad económico que pudiera llegar a generar nuevas crisis que es necesario que se puedan afrontar con la unión de toda la CE y, para ello, con gobiernos estable y fuertes capaces de tomar decisiones difíciles, en muchas ocasiones, sin posibilidad de retrasarlas indefinidamente.

El peligro que se cierne sobre el país es que, como ya comentamos en otro artículo, los ciudadanos dejen de confiar en los políticos, se aburran de escucharles y piensen que no vale la pena perder el tiempo en acudir a votar en una nueva ocasión; convencidos de que los resultados serán los mismos y que, a este país, no hay quien lo meta en cintura. No tenemos la certeza de que aquellos que votaron para castigar al actual gobierno en funciones o los que confiaron en que, en un caso de un partido ganador, pero sin mayoría absoluta, se solucionaría con un gobierno de coalición entre el PP y el PSOE, en el que las cesiones mutuas permitirían conservar la confianza de nuestro vecinos europeos y de aquellos que han venido apoyando nuestra deuda pública e invirtiendo en las bolsas. No ha ocurrido en el caso de las pasadas elecciones y, si siguen los mismos personajes al frente del PSOE y el PP, pueda suceder en los próximos comicios, si los votos recomendaran tal solución.

Lo peor es que vamos teniendo ocasión de observar lo que se puede esperar de gobiernos progresistas, en el caso que nos ocupa, comunistas bolivarianos y sus franquicias, como las que gobiernan las alcaldías de Madrid, con la señora Carmena o de Barcelona con Ada Colau o el mismo gobierno de Valencia o de Zaragoza. Todos ellos nos vienen demostrando las características de su forma de gobernar, basada en el método comunista soviético, consistente en un afán incontenible por recaudar, poniendo tasas, multando a los coches, interviniendo en cuestiones de carácter privado como ha sido el caso de la moratoria (las trabas a la apertura de hoteles, restaurantes o bares); la prohibición a los cafés y restaurante de instalar mesas y sillas en las aceras; las imposición de tasas turísticas, el gravar los pisos vacíos con impuestos especiales, el obligar a las sociedades poseedoras de inmuebles a alquilarlos a unos alquileres sociales etc. Este intervencionismo, la pretensión de imponer sus ideas aunque sea incumpliendo las leyes, forzando o chantajeando a las empresas, amenazando a los que no se sometan e imponiendo técnicas anticonstitucionales, amparándose en presuntas mejoras sociales o ayudas a los necesitados, viene siendo algo de lo que se valen antisistemas, como la señora Colau o la señora Carmena, para justificar su desprecio por las leyes que, cuando no les gustan, prefieren ignorarlas.

Por eso, señores, es evidente que lo que nos estamos jugando en estos inesperados comicios, provocados por la falta de acuerdos entre las fuerzas políticas, no es simplemente algunas incomodidades, restricciones menores o políticas más o menos sociales; no señores, en esta ocasión nos jugamos el dar entrada en nuestro gobierno, nuestras instituciones o en nuestra vida como individuos a unos señores cuyas intenciones es establecer en España un régimen bolivariano, un verdadero cambio de sistema, mediante el cual nuestras libertades constitucionales van a ser revisadas, el derecho de propiedad, reconocido en la Constitución, reducido mediante interpretaciones restrictivas de su ejercicio y amplias de su sentido social. Los pasos hacia una economía estatalizada ya son conocidos por el programa de Podemos y de sus posibles aliados, para los próximos comicios, de la IU del señor Garzón.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, los que no comulgamos con el régimen soviético o con los planteamientos de Maduro o Evo Morales, debemos reflexionar sobre el sentido de nuestro voto porque, en esta ocasión, no se trata de elegir entre PP o PSOE, sino que nos estamos jugando el modelo de sociedad: una sociedad libre, con respeto a la propiedad privada, con libertades individuales y compatible con las normas europeas o, y aquí si que ponemos en cuestión nuestro bienestar y nuestras pensiones, les damos entrada a la izquierdas extremas para que, como ya nos demuestran en aquellos lugares en los que tienen poder, implanten su régimen autoritario de opresión económica y administrativo sobre los españoles.

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