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Nos empeñamos en establecer barreras sólidas contra la comunicación

Fluidez fronteriza

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Es difícil entenderse en la sociedad actual con muchos compartimentos estanco, por lo tanto, incomunicados entre sí, empezando por los propios individuos. En una huida temeraria hacia delante, progresa esa congoja desorientadora; con la consiguiente repercusión en todos los sectores, sean individuales o colectivos; ni la misma Naturaleza se libra de dichos efectos. Como si se tratara de una CONFABULACIÓN babélica con visos de irremediable. ¿Habrá de admitirse como tal? ¿No existirán al menos alivios temporales? ¿Disponemos de recursos efectivos? Pensar, se puede pensar, sobre la manera de enfocar semejante algarabía; aunque sin la colaboración dialéctica no servirá para mucho.


Hace no mucho tiempo, aún se hablaba de los conceptos como integradores para dar cohesión a la vida en común; ya que no hay otra, el aislamiento total de los individuos no resulta viable. El concepto de moralidad se arrinconó en altas esferas ideológicas, alejándolo del sentido común deseable por parte de los ciudadanos. A la hora de los comportamientos pasó algo similar con la noción de Ética. Y así, alejados de los ciudadanos, ambos se convirtieron en meras apreciaciones PARTICULARES, apenas disponibles para alcanzar acuerdos sostenidos. La evolución posterior ha sido coherente con dichos cambios, la desorientación pendenciera planea sin encontrar obstáculos consistentes.


La multiplicación de las estrategias, sin aquel fondo integrador que no aparece en las gestiones actuales, ha intensificado de una manera progresiva la instauración de organizaciones reguladoras de diverso calado. Sin embargo, lejos de mantenerse una comunicación efectiva con la ciudadanía, atendiendo a necesidades y obligaciones; estas entidades creadas, por su mismo tamaño, pero también por intereses intempestivos, se han ido encerrando en sus mecanismos, cada vez menos accesibles para el ciudadano común y centradas en pequeños grupos. Es una cuestión del funcionamiento, las INSTITUCIONES pergeñadas enlentecen el ritmo de la comunicación anunciada hasta extremos lamentables.


Este empoderamiento de las instituciones a costa de quien sea, no favorece precisamente al ciudadano de a pie. Tienden a encubrir las responsabilidades en un anonimato irreal, falseado; porque en su gestión hay personas concretas e intereses. Se asume el carácter regulador del Derecho, como instrumento de la comunidad para corregir entuertos, dejando a los jueces como eslabón ejecutivo. Aunque suele silenciarse que la JUSTICIA, como una de las organizaciones sociales citadas, comienza en esa serie de legisladores responsables de sus pautas, sus leyes. Queda patente la distancia establecida entre los extremos del proceso. La estructura cruje en cuanto a transparencia, igualdad, objetivos y repercusiones irregulares.


No sé si existió alguna vez, pero aquello de la neutralidad institucional, estatal, encubre posiciones muy concretas y de tendencia impositiva; no siempre bien dispuestas de cara al conjunto de ciudadanos. Los individuos son tratados con actitudes displicentes. Las actitudes de cooperación, civilismos, razonamientos, se sustituyeron por obediencia, adaptación y producción, de una manera subrepticia. La DISTORSIÓN se impone a los equilibrios más elementales. Hemos implantado un lenguaje muy pobre para llevar a cabo la necesaria dialéctica social; con peligrosos ocultamientos, presiones taimadas y reacciones sin escrúpulos. Generan fuertes impulsos dominantes, con auténtico desprecio a las valoraciones cualitativas.


El carácter heterogéneo de la sociedad civil con sus requerimientos locales, choca con los matices de índole general. Sacando a relucir la fluidez de los intercambios para hacer compatibles las diferentes apetencias o necesidades, también topamos con la franqueza o la impostura de los actuantes. En el proceso de la convivencia suelen aparecer LAGUNAS entorpecedoras de los mejores rumbos. En torno al conocimiento, por oscurantismos y falseamientos. El fanatismo partidista y los afanes dogmáticos, pudren la política. La frivolidad cultural es desintegradora y los valores quedan desvirtuados. Se potencian una serie de elitismos desnortados, destructores del sentido comunitario, con los ciudadanos en vilo.


Las bases sociales dependen del buen funcionamiento de las aportaciones, e intercambios; en un dinamismo ubicuo, en el cual no tienen cabida las fijaciones. En dichos mecanismos son imprescindibles los individuos como entes constitutivos de la comunidad; pero no se entiende su papel sin unos mínimos para su libre albedrío, condicionado por el pasado y por el futuro, aunque con un presente decisorio. Cuando la NEBULOSA se impone, queda interrumpida la sensatez del flujo bidireccional. Las búsquedas son de corto alcance y la comunidad no los percibe como elementos responsables; se configuran entes fantasmagóricos inoperantes entre la desorientación general.


Las actuaciones fronterizas son la regla, siempre estamos confrontados con las limitaciones, sabedores de la radical inexistencia de una única respuesta resolutiva. El empirismo simplón de admitir por igual cualquier estímulo natural o artificioso, no resuelve inquietudes. En el otro extremo, hemos de cuidar con esmero las actitudes, para no caer en los peligrosos sesgos CRISTALIZADOS, quizá admitidos como una normalidad falseada. Entre ellos destacan, la tecnología empoderada por encima de las personas, el desinterés por las buenas informaciones, el escudo cobarde de los anonimatos, los fanatismos partidistas, como también esa populista suplantación en torno a los expertos de rango intempestivo.


A través de una desaforada práctica libertaria, hemos devaluado la libertad al servicio de ciertas potencias de diversa consistencia y calado; el dinero, la demagogia, las mentiras reiteradas y en suma, las voces más fuertes del momento en un sentido amplio. Echamos de menos ese discurso público coherente, cuya responsabilidad apunta a la construcción MORAL orientadora, fundamentada en las deliberaciones que aglutinen necesidades, inquietudes y aportaciones. La anhelada meta se aleja con cada logro, porque siempre queremos más, siendo el buen camino el hallazgo, la clave es su orientación. Si no somos capaces de afrontar ese ensamblaje, de sus razonamientos en común, la carencia surge de una necedad peligrosa.


La tolerancia absoluta supone otro falseamiento totalitario, se confunde con la INDIFERENCIA, por su renuncia a la valoración de las cosas y de las actitudes; acaba en una nadería sin rumbo. Pretende aliviarnos de los lindes existenciales, a base de la desfiguración de los componentes de la persona; desquicia los posibles intentos de colaboraciones gratificantes para superar los retos de la vida.

Sin las convicciones personales no hay civilización posible. Son necesarios los participantes para asumir la conveniencia del ENSAMBLAJE comunitario, sería lo esperado, dado el rango de su intelecto y capacidades. Las percepciones fronterizas son cualitativamente cruciales para no endiosarnos con los esquemas rígidos y caprichosos; sobre todo, ante la importancia de los retos.

Fluidez fronteriza

Nos empeñamos en establecer barreras sólidas contra la comunicación
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 5 de mayo de 2023, 10:21 h (CET)

Es difícil entenderse en la sociedad actual con muchos compartimentos estanco, por lo tanto, incomunicados entre sí, empezando por los propios individuos. En una huida temeraria hacia delante, progresa esa congoja desorientadora; con la consiguiente repercusión en todos los sectores, sean individuales o colectivos; ni la misma Naturaleza se libra de dichos efectos. Como si se tratara de una CONFABULACIÓN babélica con visos de irremediable. ¿Habrá de admitirse como tal? ¿No existirán al menos alivios temporales? ¿Disponemos de recursos efectivos? Pensar, se puede pensar, sobre la manera de enfocar semejante algarabía; aunque sin la colaboración dialéctica no servirá para mucho.


Hace no mucho tiempo, aún se hablaba de los conceptos como integradores para dar cohesión a la vida en común; ya que no hay otra, el aislamiento total de los individuos no resulta viable. El concepto de moralidad se arrinconó en altas esferas ideológicas, alejándolo del sentido común deseable por parte de los ciudadanos. A la hora de los comportamientos pasó algo similar con la noción de Ética. Y así, alejados de los ciudadanos, ambos se convirtieron en meras apreciaciones PARTICULARES, apenas disponibles para alcanzar acuerdos sostenidos. La evolución posterior ha sido coherente con dichos cambios, la desorientación pendenciera planea sin encontrar obstáculos consistentes.


La multiplicación de las estrategias, sin aquel fondo integrador que no aparece en las gestiones actuales, ha intensificado de una manera progresiva la instauración de organizaciones reguladoras de diverso calado. Sin embargo, lejos de mantenerse una comunicación efectiva con la ciudadanía, atendiendo a necesidades y obligaciones; estas entidades creadas, por su mismo tamaño, pero también por intereses intempestivos, se han ido encerrando en sus mecanismos, cada vez menos accesibles para el ciudadano común y centradas en pequeños grupos. Es una cuestión del funcionamiento, las INSTITUCIONES pergeñadas enlentecen el ritmo de la comunicación anunciada hasta extremos lamentables.


Este empoderamiento de las instituciones a costa de quien sea, no favorece precisamente al ciudadano de a pie. Tienden a encubrir las responsabilidades en un anonimato irreal, falseado; porque en su gestión hay personas concretas e intereses. Se asume el carácter regulador del Derecho, como instrumento de la comunidad para corregir entuertos, dejando a los jueces como eslabón ejecutivo. Aunque suele silenciarse que la JUSTICIA, como una de las organizaciones sociales citadas, comienza en esa serie de legisladores responsables de sus pautas, sus leyes. Queda patente la distancia establecida entre los extremos del proceso. La estructura cruje en cuanto a transparencia, igualdad, objetivos y repercusiones irregulares.


No sé si existió alguna vez, pero aquello de la neutralidad institucional, estatal, encubre posiciones muy concretas y de tendencia impositiva; no siempre bien dispuestas de cara al conjunto de ciudadanos. Los individuos son tratados con actitudes displicentes. Las actitudes de cooperación, civilismos, razonamientos, se sustituyeron por obediencia, adaptación y producción, de una manera subrepticia. La DISTORSIÓN se impone a los equilibrios más elementales. Hemos implantado un lenguaje muy pobre para llevar a cabo la necesaria dialéctica social; con peligrosos ocultamientos, presiones taimadas y reacciones sin escrúpulos. Generan fuertes impulsos dominantes, con auténtico desprecio a las valoraciones cualitativas.


El carácter heterogéneo de la sociedad civil con sus requerimientos locales, choca con los matices de índole general. Sacando a relucir la fluidez de los intercambios para hacer compatibles las diferentes apetencias o necesidades, también topamos con la franqueza o la impostura de los actuantes. En el proceso de la convivencia suelen aparecer LAGUNAS entorpecedoras de los mejores rumbos. En torno al conocimiento, por oscurantismos y falseamientos. El fanatismo partidista y los afanes dogmáticos, pudren la política. La frivolidad cultural es desintegradora y los valores quedan desvirtuados. Se potencian una serie de elitismos desnortados, destructores del sentido comunitario, con los ciudadanos en vilo.


Las bases sociales dependen del buen funcionamiento de las aportaciones, e intercambios; en un dinamismo ubicuo, en el cual no tienen cabida las fijaciones. En dichos mecanismos son imprescindibles los individuos como entes constitutivos de la comunidad; pero no se entiende su papel sin unos mínimos para su libre albedrío, condicionado por el pasado y por el futuro, aunque con un presente decisorio. Cuando la NEBULOSA se impone, queda interrumpida la sensatez del flujo bidireccional. Las búsquedas son de corto alcance y la comunidad no los percibe como elementos responsables; se configuran entes fantasmagóricos inoperantes entre la desorientación general.


Las actuaciones fronterizas son la regla, siempre estamos confrontados con las limitaciones, sabedores de la radical inexistencia de una única respuesta resolutiva. El empirismo simplón de admitir por igual cualquier estímulo natural o artificioso, no resuelve inquietudes. En el otro extremo, hemos de cuidar con esmero las actitudes, para no caer en los peligrosos sesgos CRISTALIZADOS, quizá admitidos como una normalidad falseada. Entre ellos destacan, la tecnología empoderada por encima de las personas, el desinterés por las buenas informaciones, el escudo cobarde de los anonimatos, los fanatismos partidistas, como también esa populista suplantación en torno a los expertos de rango intempestivo.


A través de una desaforada práctica libertaria, hemos devaluado la libertad al servicio de ciertas potencias de diversa consistencia y calado; el dinero, la demagogia, las mentiras reiteradas y en suma, las voces más fuertes del momento en un sentido amplio. Echamos de menos ese discurso público coherente, cuya responsabilidad apunta a la construcción MORAL orientadora, fundamentada en las deliberaciones que aglutinen necesidades, inquietudes y aportaciones. La anhelada meta se aleja con cada logro, porque siempre queremos más, siendo el buen camino el hallazgo, la clave es su orientación. Si no somos capaces de afrontar ese ensamblaje, de sus razonamientos en común, la carencia surge de una necedad peligrosa.


La tolerancia absoluta supone otro falseamiento totalitario, se confunde con la INDIFERENCIA, por su renuncia a la valoración de las cosas y de las actitudes; acaba en una nadería sin rumbo. Pretende aliviarnos de los lindes existenciales, a base de la desfiguración de los componentes de la persona; desquicia los posibles intentos de colaboraciones gratificantes para superar los retos de la vida.

Sin las convicciones personales no hay civilización posible. Son necesarios los participantes para asumir la conveniencia del ENSAMBLAJE comunitario, sería lo esperado, dado el rango de su intelecto y capacidades. Las percepciones fronterizas son cualitativamente cruciales para no endiosarnos con los esquemas rígidos y caprichosos; sobre todo, ante la importancia de los retos.

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