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Los españolitos de a pie nos encontramos inmersos en un torbellino de sensaciones, mensajes, prohibiciones y advertencias que nos están volviendo locos

Vorágine

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Basta con acercarse a los titulares de un telediario para sentirse agobiado por la cantidad de determinaciones de todo tipo que intentan regular nuestra vida, nuestro pasado, nuestro presente y, desgraciadamente, nuestro futuro.

      

A través de decretos, insinuaciones, recomendaciones e, incluso, sanciones, te dicen en qué tienes que creer, cómo te has de comportar, a quien tienes que odiar o admirar, como te tienes que divertir y si has de querer o despreciar a determinadas personas en función de su sexo, color, edad, estado, religión o condición. Te hacen sentirte culpable por ser creyente, monógamo, comerte un chuletón, un huevo frito, unos boquerones o gustarte los toros.

       

Es una especie de bullying (acoso, que diríamos en castellano) general. Nos sentimos atosigados y perseguidos por los dichosos creadores de pensamiento o de imagen. Hasta el punto de que no sabemos a que carta quedarnos. La masa no para de dar bandazos.

    

Viene a mi memoria una anécdota que me contaba mi madre. Sucedió en nuestra familia allá por el año 1937. Por entonces convivía en casa de mis abuelos una mujer mayor, nacida en Churriana, que estaba bastante “reparada” del oído. En aquellos tiempos la mayoría de la gente, con total desconocimiento del tema, se manifestaba a la llegada de “novedades” políticas con enfervorecidos aplausos y asistía a los diversos desfiles que se realizaban para celebrar los cambios. Esta mujer en su memoria recordaba una manifestación en honor de los republicanos en la que la masa gritaba a coro un “viva Azaña”. Ni corta ni perezosa, al entrar las fuerzas franquistas en Málaga, salió alborozada a la calle gritando su “viva Azaña”. Por su sordera no se había dado cuenta que tocaba decir “Viva España”. Inmediatamente fue detenida. Tuvo la suerte de que mi abuelo la rescatara haciendo valer su dificultad auditiva y sus cortas luces. Los españolitos de a pie ya no sabemos que aclamar o que condenar.

      

Algo así nos pasa ahora. Un día tras otro nos transmiten normas de pensamiento y de convivencia. Unos nos consideran “fascistas” y otros “rojos”. Somos de “la manada” o del “sí es sí”. La mayoría de mis contemporáneos pertenecemos a un grupo de “gente rara” que tenemos una familia “a la antigua”, continuamos con la misma esposa, o no, somos creyentes, agnósticos, ateos de una forma civilizada. Votamos a quien nos da la gana y porque nos da la gana. Pero, sobre todo, no estamos pendientes del Boletín Oficial del Estado para saber si tenemos que gastar o ahorrar; de los ministros y ministras para saber que tenemos que comer: de “las expertas” para descubrir con quién y como tenemos que cohabitar.

     

Lo cierto es que en un régimen que presume de libertades, estamos viendo disminuir las mismas. Hay que hablar con papel de estado para no caer en lo “políticamente incorrecto”. Estamos perdiendo el sentido del humor y cayendo en la búsqueda exagerada de la “mota en el ojo ajeno” y, finalmente, con la mandanga de la “memoria histórica” nos quieren hacer entender que nuestros padres eran todos unos borregos, que se tiraban todo el día cantando el “cara al sol” y unos cobardes que se dedicaban a explotar, perseguir y anular a los pobrecitos ascendientes de los que ahora detentan el poder.

     

Mi buena noticia de hoy se basa en que pertenezco a una generación que ha tenido una vida en la que se han ido adquiriendo los derechos y las mejoras económicas o vitales de una forma agradable y progresiva. Que conseguimos una transición política sin demasiados problemas y conseguida a base de muchas cesiones por parte y parte.

      

La buena noticia se cimenta en que aun nos queda el sentido común y la facultad de rebelarnos contra las mentiras, las falacias y las imposiciones. Tenemos la oportunidad, con nuestras palabras y nuestros votos, de impedirles que nos digan lo que tenemos que hacer. Tenemos la posibilidad de pedirles que nos demuestren con su ejemplo que trabajan por el bien común y no por el suyo propio.

     

La buena noticia se fundamenta en que somos muchos los que pensamos así y que, si nos lo proponemos, podemos salir de la vorágine.  He dicho lo que pienso yme he quedado descansado. 

Vorágine

Los españolitos de a pie nos encontramos inmersos en un torbellino de sensaciones, mensajes, prohibiciones y advertencias que nos están volviendo locos
Manuel Montes Cleries
lunes, 13 de marzo de 2023, 09:31 h (CET)

Basta con acercarse a los titulares de un telediario para sentirse agobiado por la cantidad de determinaciones de todo tipo que intentan regular nuestra vida, nuestro pasado, nuestro presente y, desgraciadamente, nuestro futuro.

      

A través de decretos, insinuaciones, recomendaciones e, incluso, sanciones, te dicen en qué tienes que creer, cómo te has de comportar, a quien tienes que odiar o admirar, como te tienes que divertir y si has de querer o despreciar a determinadas personas en función de su sexo, color, edad, estado, religión o condición. Te hacen sentirte culpable por ser creyente, monógamo, comerte un chuletón, un huevo frito, unos boquerones o gustarte los toros.

       

Es una especie de bullying (acoso, que diríamos en castellano) general. Nos sentimos atosigados y perseguidos por los dichosos creadores de pensamiento o de imagen. Hasta el punto de que no sabemos a que carta quedarnos. La masa no para de dar bandazos.

    

Viene a mi memoria una anécdota que me contaba mi madre. Sucedió en nuestra familia allá por el año 1937. Por entonces convivía en casa de mis abuelos una mujer mayor, nacida en Churriana, que estaba bastante “reparada” del oído. En aquellos tiempos la mayoría de la gente, con total desconocimiento del tema, se manifestaba a la llegada de “novedades” políticas con enfervorecidos aplausos y asistía a los diversos desfiles que se realizaban para celebrar los cambios. Esta mujer en su memoria recordaba una manifestación en honor de los republicanos en la que la masa gritaba a coro un “viva Azaña”. Ni corta ni perezosa, al entrar las fuerzas franquistas en Málaga, salió alborozada a la calle gritando su “viva Azaña”. Por su sordera no se había dado cuenta que tocaba decir “Viva España”. Inmediatamente fue detenida. Tuvo la suerte de que mi abuelo la rescatara haciendo valer su dificultad auditiva y sus cortas luces. Los españolitos de a pie ya no sabemos que aclamar o que condenar.

      

Algo así nos pasa ahora. Un día tras otro nos transmiten normas de pensamiento y de convivencia. Unos nos consideran “fascistas” y otros “rojos”. Somos de “la manada” o del “sí es sí”. La mayoría de mis contemporáneos pertenecemos a un grupo de “gente rara” que tenemos una familia “a la antigua”, continuamos con la misma esposa, o no, somos creyentes, agnósticos, ateos de una forma civilizada. Votamos a quien nos da la gana y porque nos da la gana. Pero, sobre todo, no estamos pendientes del Boletín Oficial del Estado para saber si tenemos que gastar o ahorrar; de los ministros y ministras para saber que tenemos que comer: de “las expertas” para descubrir con quién y como tenemos que cohabitar.

     

Lo cierto es que en un régimen que presume de libertades, estamos viendo disminuir las mismas. Hay que hablar con papel de estado para no caer en lo “políticamente incorrecto”. Estamos perdiendo el sentido del humor y cayendo en la búsqueda exagerada de la “mota en el ojo ajeno” y, finalmente, con la mandanga de la “memoria histórica” nos quieren hacer entender que nuestros padres eran todos unos borregos, que se tiraban todo el día cantando el “cara al sol” y unos cobardes que se dedicaban a explotar, perseguir y anular a los pobrecitos ascendientes de los que ahora detentan el poder.

     

Mi buena noticia de hoy se basa en que pertenezco a una generación que ha tenido una vida en la que se han ido adquiriendo los derechos y las mejoras económicas o vitales de una forma agradable y progresiva. Que conseguimos una transición política sin demasiados problemas y conseguida a base de muchas cesiones por parte y parte.

      

La buena noticia se cimenta en que aun nos queda el sentido común y la facultad de rebelarnos contra las mentiras, las falacias y las imposiciones. Tenemos la oportunidad, con nuestras palabras y nuestros votos, de impedirles que nos digan lo que tenemos que hacer. Tenemos la posibilidad de pedirles que nos demuestren con su ejemplo que trabajan por el bien común y no por el suyo propio.

     

La buena noticia se fundamenta en que somos muchos los que pensamos así y que, si nos lo proponemos, podemos salir de la vorágine.  He dicho lo que pienso yme he quedado descansado. 

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