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Hasta hace poco, la señora Benavides más conocida del Perú era Magda, una de las dos únicas mujeres que estuvieron entre los 100 constituyentes de 1978-79. Ella fue la primera parlamentaria marxista y feminista del país. Juró en su curul "por la revolución socialista, por los trabajadores del Perú y sus reivindicaciones, por la emancipación de la mujer, y por el proletariado internacional”. Para ella “la mujer peruana es doblemente explotada, es doblemente oprimida y no es cierto que tengamos derechos iguales a los que tiene el hombre, por cuanto nosotras, al salir de nuestro trabajo, seguimos laborando en la casa realizando quehaceres del hogar, tampoco tenemos iguales salarios".
Magda y su marido Luis Bordo fueron dirigentes laborales del Banco de Crédito. Como tales participaron en los paros nacionales de julio 1977 y mayo 1978, los cuales produjeron la caída de la dictadura militar. Dicho matrimonio fue despedido, al igual que otros 6 mil líderes sindicales. Magda pasó 3 meses presa. Siendo parlamentaria del POMR y del FOCEP, ella y su hogar fueron dinamitados, mientras que constantemente recibió amenazas de muerte. Su silueta tan característica aparecía en casi todas las movilizaciones, lo contrario de varias congresistas de la actual izquierda que viven de las componendas con la derecha y acumulan prebendas. En 1981 Magda y su esposo fueron repuestos.
A diferencia de esta luchadora social, Patricia se ha convertido en la heroína de los poderosos y de la ultraderecha. Gracias a ella, Pedro Castillo fue empapelado con más de 50 cuadernos fiscales y se convirtió en el único Presidente que bajo un "régimen constitucional" su domicilio fue requisado y luego su libertad fue conculcada.
Cuando Dina Boluarte llega al poder, Patricia no la acosa por sus matanzas y se lleva muy bien con ella. Como ambas ya han cumplido su rol, los magnates del poder buscan removerlas. EEUU pide adelantar las elecciones y la Junta Nacional de Justicia demanda investigar a quien, desde el inicio, muchos criticaron por los lazos que su familia tiene con los narcos y la fuji-dictadura. La fiscal, quien se jactaba de poder investigar a quien quisiese, cuestiona que con ella se quiera hacer lo mismo. Esa altanería trabajará en su contra.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
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