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Con cada vida mueren miles de secretos que no se confesaron, miles de anhelos que no se saciaron, miles de amores que nunca se declararon

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The Water of Tyne es una canción tradicional inglesa que, por cierto, conozco gracias a mi buen amigo Joaquinito. Es una canción delicada y sencilla, como los guijarros que desgasta el agua hasta hacerlos suaves como hoja de palma. En ella, en la canción, una joven amante llora por la separación de su amado. Entre los dos corren las caudalosas aguas del río Tyne —“the water of Tyne runs between him and me”, dice la letra—, así que la chica no puede hacer otra cosa que quedarse ahí, en su lado de la orilla, sin más muestra de dolor que una lágrima en los ojos, sabiendo que unos metros más allá está su otra mitad del mundo. Su única esperanza es que llegue un barquero y le cruce el río. “Where is the boatman? Bring him to me”, suspira la cantante.


Es maravilloso el modo en que la lírica tradicional hace coincidir anhelos. No es muy distinto este lamento inglés de aquel que expresaba la famosa cantiga gallega del siglo XII “Ondas del mar de Vigo”, en la que una mujer le preguntaba al mar por su amado. Esta voz popular se caracteriza por que el sentimiento queda despojado de lo anecdótico: no importa quiénes son ellas, quiénes son ellos o por qué están separados. Es el sentimiento el que pervive a través del tiempo y el que nos conmueve hoy, en este mundo nuestro de continuos “aquís” y “ahoras”.


Con cada vida mueren miles de secretos que no se confesaron, miles de anhelos que no se saciaron, miles de amores que nunca se declararon. Sin embargo, es consolador pensar que algo queda de cada uno en esta voz que es la de todos, en esta voz popular, que, de algún modo, aún sigue latiendo en esta edad del dígito y el algoritmo donde cada uno solo puede ser su pequeño dios, como un pulso moribundo, para recordarnos que nada se pierde del todo, que somos una única especie, que el último hombre que habite la tierra seguirá aterrorizado ante la última pregunta.


Y seguramente no haya cobertura para que Google le dé una respuesta. 

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Con cada vida mueren miles de secretos que no se confesaron, miles de anhelos que no se saciaron, miles de amores que nunca se declararon
Raúl Galache
lunes, 6 de marzo de 2023, 10:05 h (CET)

The Water of Tyne es una canción tradicional inglesa que, por cierto, conozco gracias a mi buen amigo Joaquinito. Es una canción delicada y sencilla, como los guijarros que desgasta el agua hasta hacerlos suaves como hoja de palma. En ella, en la canción, una joven amante llora por la separación de su amado. Entre los dos corren las caudalosas aguas del río Tyne —“the water of Tyne runs between him and me”, dice la letra—, así que la chica no puede hacer otra cosa que quedarse ahí, en su lado de la orilla, sin más muestra de dolor que una lágrima en los ojos, sabiendo que unos metros más allá está su otra mitad del mundo. Su única esperanza es que llegue un barquero y le cruce el río. “Where is the boatman? Bring him to me”, suspira la cantante.


Es maravilloso el modo en que la lírica tradicional hace coincidir anhelos. No es muy distinto este lamento inglés de aquel que expresaba la famosa cantiga gallega del siglo XII “Ondas del mar de Vigo”, en la que una mujer le preguntaba al mar por su amado. Esta voz popular se caracteriza por que el sentimiento queda despojado de lo anecdótico: no importa quiénes son ellas, quiénes son ellos o por qué están separados. Es el sentimiento el que pervive a través del tiempo y el que nos conmueve hoy, en este mundo nuestro de continuos “aquís” y “ahoras”.


Con cada vida mueren miles de secretos que no se confesaron, miles de anhelos que no se saciaron, miles de amores que nunca se declararon. Sin embargo, es consolador pensar que algo queda de cada uno en esta voz que es la de todos, en esta voz popular, que, de algún modo, aún sigue latiendo en esta edad del dígito y el algoritmo donde cada uno solo puede ser su pequeño dios, como un pulso moribundo, para recordarnos que nada se pierde del todo, que somos una única especie, que el último hombre que habite la tierra seguirá aterrorizado ante la última pregunta.


Y seguramente no haya cobertura para que Google le dé una respuesta. 

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