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Si tuviésemos en cuenta nuestra nadería y poca importancia, se acabarían todas las diferencias que nos hacen padecer y sufrir

Colgados de la nada y soberbia sin límites

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Desde muy pequeño he tenido un pensamiento que me paralizaba y llenaba de terror pánico. En mi mente me preguntaba: qué es todo lo que nos rodea, no solo en este grano de arena comparado con la inmensidad del universo que llamamos Tierra y habitamos. Sino en este Cosmos en el que nos encontramos.

         

Mi terror se originaba cuando comprendía que no solo nosotros, los seres humano, sino este globo en el que nos aposentamos y toda la inmensidad inconmensurable del firmamento en el que gira nuestra pequeña bola, se sostenía, sin sujeción alguna, en la nada más ilimitada y en el vacío absoluto, y que este infinito de estrellas y planetas no tenía sostén alguno, ni nada en lo que sustentarse, es decir que todo el universo conocido y desconocido vagaba y se expandía por una absoluta nada, demostrada hoy por viajes espaciales y quién sabe dentro de años, por los interestelares, como hoy vemos en las películas de ciencia ficción.

         

Las preguntas que han acicateado al hombre, desde que tuvo la capacidad de raciocinio, posiblemente haya sido ¿dé donde vengo? ¿qué soy?¿a dónde voy? Estas interrogantes eran segundarias para mí, la principal era ¿qué es esto en lo que me encuentro? ¿quién sostiene o en qué se apoya todo lo que observo a simple vista y lo que no veo porque es infinito?

         

Como digo, esa interrogante me ha aterrado durante toda mi vida. Nunca me atreví a proponérsela  mis profesores de Filosofía o Religión, pues temía la respuesta que me pudiesen dar que era la que yo me daba y espantaba: en la nada más absoluta, en el vacío más inmenso.

         

Hoy, ya de edad provecta, no me aterra la respuesta, porque he comprendido que no hay otra. TODO EL UNIVERSO ESTÁ SUSPENDIDO, SIN SOSTÉN ALGUNO EN LA CARENCIA DE EXISTENCIA, O SEA, EN EL VACÍO ABSOLUTO.

         

El único pensamiento que me consuela es quede la nada no puede originarse nada ya que es un axioma que de dónde no hay no es posible la existencia, por lo que ha tenido que existir una “causa causarum” que origine todo, es decir un Creador.

         

Mi madre, con la sabiduría de nuestros mayores, nos decía. “Lo que no se ha echado en la olla, no puede sacarlo el cazo”.

         

Es un oxímoron decir que existe la nada, esta no puede ser, porque la carencia absoluta es lo mismo que falta de existencia, pero de alguna manera hemos de expresarnos.

         

El Catolicismo resuelve el problema de la existencia de este “algo” salido de la nada diciendo que la Providencia divina lo sostiene y mantiene, pues si fallase esta, toda la creación desaparecería.

         

Ya Platón en su décimo libro sobre las Leyes manifiesta algo parecido a la Providencia cuando dice:

         

“…el que cuida el universo tiene todas las cosas ordenadas para la salvación y virtud del conjunto, de modo que también cada parte de la multiplicidad padece y hace en lo posible lo que le es conveniente. A cada una de ellas se le han establecido jefes que dirigen continuamente lo que deben sufrir y hacer hasta en el mínimo detalle y hacen cumplir la finalidad del universo hasta en el último rincón...”

         

Resuelta la inmanencia de nuestra parvedad, nos queda otra cuestión sobre el ser humano. Sabiendo que somos “nada entre la nada” a qué viene la soberbie y prepotencia de los hombres.

         

Deberíamos de tener muy presente la frase que la Iglesia Católica nos dice el miércoles al imponernos la ceniza:

         

“Memento homo quia pulvis est in pulvere reverteris”. Acuérdate hombre que eres polvo y en polvo te convertirás.

         

Eso es lo que, desde el macrocosmos al microcosmos es todo: Nada entre Nada. Si tuviésemos en cuenta nuestra nadería y poca importancia, se acabarían todas las diferencias que nos hacen padecer y sufrir.

Colgados de la nada y soberbia sin límites

Si tuviésemos en cuenta nuestra nadería y poca importancia, se acabarían todas las diferencias que nos hacen padecer y sufrir
Manuel Villegas
martes, 13 de diciembre de 2022, 08:52 h (CET)

Desde muy pequeño he tenido un pensamiento que me paralizaba y llenaba de terror pánico. En mi mente me preguntaba: qué es todo lo que nos rodea, no solo en este grano de arena comparado con la inmensidad del universo que llamamos Tierra y habitamos. Sino en este Cosmos en el que nos encontramos.

         

Mi terror se originaba cuando comprendía que no solo nosotros, los seres humano, sino este globo en el que nos aposentamos y toda la inmensidad inconmensurable del firmamento en el que gira nuestra pequeña bola, se sostenía, sin sujeción alguna, en la nada más ilimitada y en el vacío absoluto, y que este infinito de estrellas y planetas no tenía sostén alguno, ni nada en lo que sustentarse, es decir que todo el universo conocido y desconocido vagaba y se expandía por una absoluta nada, demostrada hoy por viajes espaciales y quién sabe dentro de años, por los interestelares, como hoy vemos en las películas de ciencia ficción.

         

Las preguntas que han acicateado al hombre, desde que tuvo la capacidad de raciocinio, posiblemente haya sido ¿dé donde vengo? ¿qué soy?¿a dónde voy? Estas interrogantes eran segundarias para mí, la principal era ¿qué es esto en lo que me encuentro? ¿quién sostiene o en qué se apoya todo lo que observo a simple vista y lo que no veo porque es infinito?

         

Como digo, esa interrogante me ha aterrado durante toda mi vida. Nunca me atreví a proponérsela  mis profesores de Filosofía o Religión, pues temía la respuesta que me pudiesen dar que era la que yo me daba y espantaba: en la nada más absoluta, en el vacío más inmenso.

         

Hoy, ya de edad provecta, no me aterra la respuesta, porque he comprendido que no hay otra. TODO EL UNIVERSO ESTÁ SUSPENDIDO, SIN SOSTÉN ALGUNO EN LA CARENCIA DE EXISTENCIA, O SEA, EN EL VACÍO ABSOLUTO.

         

El único pensamiento que me consuela es quede la nada no puede originarse nada ya que es un axioma que de dónde no hay no es posible la existencia, por lo que ha tenido que existir una “causa causarum” que origine todo, es decir un Creador.

         

Mi madre, con la sabiduría de nuestros mayores, nos decía. “Lo que no se ha echado en la olla, no puede sacarlo el cazo”.

         

Es un oxímoron decir que existe la nada, esta no puede ser, porque la carencia absoluta es lo mismo que falta de existencia, pero de alguna manera hemos de expresarnos.

         

El Catolicismo resuelve el problema de la existencia de este “algo” salido de la nada diciendo que la Providencia divina lo sostiene y mantiene, pues si fallase esta, toda la creación desaparecería.

         

Ya Platón en su décimo libro sobre las Leyes manifiesta algo parecido a la Providencia cuando dice:

         

“…el que cuida el universo tiene todas las cosas ordenadas para la salvación y virtud del conjunto, de modo que también cada parte de la multiplicidad padece y hace en lo posible lo que le es conveniente. A cada una de ellas se le han establecido jefes que dirigen continuamente lo que deben sufrir y hacer hasta en el mínimo detalle y hacen cumplir la finalidad del universo hasta en el último rincón...”

         

Resuelta la inmanencia de nuestra parvedad, nos queda otra cuestión sobre el ser humano. Sabiendo que somos “nada entre la nada” a qué viene la soberbie y prepotencia de los hombres.

         

Deberíamos de tener muy presente la frase que la Iglesia Católica nos dice el miércoles al imponernos la ceniza:

         

“Memento homo quia pulvis est in pulvere reverteris”. Acuérdate hombre que eres polvo y en polvo te convertirás.

         

Eso es lo que, desde el macrocosmos al microcosmos es todo: Nada entre Nada. Si tuviésemos en cuenta nuestra nadería y poca importancia, se acabarían todas las diferencias que nos hacen padecer y sufrir.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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