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Pongamos una ilusión en la vida

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Vivimos unos momentos realmente desoladores, la falta de ilusiones es lo que nos hunde en la mayoría de las veces. Precisamos retomar la esperanza como diario de vida, como acontecer en nuestra existencia, como sostén, pues es la existencia misma esperanzándose la que nos hace crecer, para así, poder tomar otras actitudes más positivas. A veces parece como si nada funcionase. Los ciudadanos ven que la Unión Europea no funciona. Con frecuencia diversos expertos de Naciones Unidas instan al mundo a comprometerse con los derechos humanos. El planeta cada día se acrecienta más de injusticias, reflejándose una desigualdad entre los sexos muy arraigada, lo que constituye una discriminación contra mujeres y niñas. La realidad a veces supera a la ficción; pero aún así, tenemos que tener la capacidad de soñar para poder transformar este cúmulo de sinsabores que nos tensan el alma y nos impiden vivir.

Por muy fuertes que sean las adversidades la invención jamás puede perderse. Desde luego, no debemos dejarnos abatir nunca por una situación anclada en los sufrimientos. No hay mal que cien años dure, dice el sabio refranero a propósito. Y ciertamente, la vida no puede entenderse sin un afán por vivir, sin un desvelo por salir de esta corrupta mundanidad que nos acorrala, con el anhelo de levantarse, despertar y de ponerse en acción, un estímulo vital muy superior a la suerte. En ocasiones nos veremos frustrados, pero es en las caídas, como nos hacemos fuertes y proseguimos ilusionados. Mil puertas se cierran cada noche, pero también mil puertas se abren al amanecer cada día. Es cuestión de persistencia, de sustentarse en la convicción aunque la cuerda esté tirante. No olvidemos que mientras hay vida, también hay esperanza. Eso es lo que todos necesitamos, ya no digamos si nos ponemos a trabajar juntos, haremos borrón y cuenta nueva por muchas que sean las decepciones y arrojaremos todas las inútiles luchas al olvido. Eso sí, habremos aprendido una lección más.

Claro está que, en cada despertar, nace un deseo. No debemos desaprovecharlo. A veces, yo mismo pienso, que la vida es eso, un caminar de una esperanza a otra. Hoy el ser humano necesita hermanarse en su propio mundo, sentirse parte del mundo, ilusionarse por ese mundo al que estamos dispuestos a custodiar. Es verdad que el escenario es grotesco: hay muchos, muchos pueblos, ciudades y gente, mucha ciudadanía, que sufre; muchas guerras, mucho odio, mucha envidia, mucha venganza y mucha podredumbre; pero todo esto se derrumbará más pronto que tarde en la medida en que el espíritu ciudadano se despoje de vicios y retorne a la belleza del amor, que es la auténtica imagen que nos transforma. Naturalmente, nunca será tardío para buscar un mundo más habitable, donde nadie quede sin cobijo, si en este natural empeño ponemos el coraje necesario y la providencia del sueño.

No podemos pasar por la vida sin haber tejido un montón de entusiasmos, cuando menos debemos de intentarlo. Cada vez que un ser humano defiende un ideal, no sólo es para sí, transmite un aliento de luz para todos. Sería absurdo dejarse morir poco a poco. Son tantas las miserias humanas, que hasta las mismas necesidades humanitarias deben mantenerse separadas de los temas políticos. Hay cuestiones que son razón de vida como la desnutrición. Nunca se da tanto como cuando se da posada y pan; o lo que es lo mismo, amor y esperanzas. Quizás deberíamos grabar esto en nuestro corazón: cada día es un nuevo día; y ese día, el mejor del año para compartir conviviendo.

En cualquier caso, hemos de tomar mayor conciencia de humanidad para poder fraternizarnos de manera nueva, renovándonos en la recreación de lo que somos, ciudadanos de un orbe siempre con vistas al sol, y hasta para soñar tenemos la luna como compañera de quimeras. Al fin y al cabo, la utopía es el principio de todo avance y el diseño de un expectante ascenso poético; y, tras la poesía, siempre repunta el horizonte de la verdad. De la que estamos tan necesitamos, por la maldita mentira que todo lo trastoca y confunde. Más vale ignorar mil verdades que imbuirse de falsedades. Cuidado con ser cómplices, la autenticidad triunfará por sí misma, y hará de la vida un poema eterno e interminable.

Pongamos una ilusión en la vida

Víctor Corcoba
jueves, 4 de febrero de 2016, 00:47 h (CET)
Vivimos unos momentos realmente desoladores, la falta de ilusiones es lo que nos hunde en la mayoría de las veces. Precisamos retomar la esperanza como diario de vida, como acontecer en nuestra existencia, como sostén, pues es la existencia misma esperanzándose la que nos hace crecer, para así, poder tomar otras actitudes más positivas. A veces parece como si nada funcionase. Los ciudadanos ven que la Unión Europea no funciona. Con frecuencia diversos expertos de Naciones Unidas instan al mundo a comprometerse con los derechos humanos. El planeta cada día se acrecienta más de injusticias, reflejándose una desigualdad entre los sexos muy arraigada, lo que constituye una discriminación contra mujeres y niñas. La realidad a veces supera a la ficción; pero aún así, tenemos que tener la capacidad de soñar para poder transformar este cúmulo de sinsabores que nos tensan el alma y nos impiden vivir.

Por muy fuertes que sean las adversidades la invención jamás puede perderse. Desde luego, no debemos dejarnos abatir nunca por una situación anclada en los sufrimientos. No hay mal que cien años dure, dice el sabio refranero a propósito. Y ciertamente, la vida no puede entenderse sin un afán por vivir, sin un desvelo por salir de esta corrupta mundanidad que nos acorrala, con el anhelo de levantarse, despertar y de ponerse en acción, un estímulo vital muy superior a la suerte. En ocasiones nos veremos frustrados, pero es en las caídas, como nos hacemos fuertes y proseguimos ilusionados. Mil puertas se cierran cada noche, pero también mil puertas se abren al amanecer cada día. Es cuestión de persistencia, de sustentarse en la convicción aunque la cuerda esté tirante. No olvidemos que mientras hay vida, también hay esperanza. Eso es lo que todos necesitamos, ya no digamos si nos ponemos a trabajar juntos, haremos borrón y cuenta nueva por muchas que sean las decepciones y arrojaremos todas las inútiles luchas al olvido. Eso sí, habremos aprendido una lección más.

Claro está que, en cada despertar, nace un deseo. No debemos desaprovecharlo. A veces, yo mismo pienso, que la vida es eso, un caminar de una esperanza a otra. Hoy el ser humano necesita hermanarse en su propio mundo, sentirse parte del mundo, ilusionarse por ese mundo al que estamos dispuestos a custodiar. Es verdad que el escenario es grotesco: hay muchos, muchos pueblos, ciudades y gente, mucha ciudadanía, que sufre; muchas guerras, mucho odio, mucha envidia, mucha venganza y mucha podredumbre; pero todo esto se derrumbará más pronto que tarde en la medida en que el espíritu ciudadano se despoje de vicios y retorne a la belleza del amor, que es la auténtica imagen que nos transforma. Naturalmente, nunca será tardío para buscar un mundo más habitable, donde nadie quede sin cobijo, si en este natural empeño ponemos el coraje necesario y la providencia del sueño.

No podemos pasar por la vida sin haber tejido un montón de entusiasmos, cuando menos debemos de intentarlo. Cada vez que un ser humano defiende un ideal, no sólo es para sí, transmite un aliento de luz para todos. Sería absurdo dejarse morir poco a poco. Son tantas las miserias humanas, que hasta las mismas necesidades humanitarias deben mantenerse separadas de los temas políticos. Hay cuestiones que son razón de vida como la desnutrición. Nunca se da tanto como cuando se da posada y pan; o lo que es lo mismo, amor y esperanzas. Quizás deberíamos grabar esto en nuestro corazón: cada día es un nuevo día; y ese día, el mejor del año para compartir conviviendo.

En cualquier caso, hemos de tomar mayor conciencia de humanidad para poder fraternizarnos de manera nueva, renovándonos en la recreación de lo que somos, ciudadanos de un orbe siempre con vistas al sol, y hasta para soñar tenemos la luna como compañera de quimeras. Al fin y al cabo, la utopía es el principio de todo avance y el diseño de un expectante ascenso poético; y, tras la poesía, siempre repunta el horizonte de la verdad. De la que estamos tan necesitamos, por la maldita mentira que todo lo trastoca y confunde. Más vale ignorar mil verdades que imbuirse de falsedades. Cuidado con ser cómplices, la autenticidad triunfará por sí misma, y hará de la vida un poema eterno e interminable.

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