A una hora no necesariamente intempestiva llaman a gabinete de presidencia. Es a la vez la llamada más esperada e inesperada del año y todo porque la comunicación entre ambas partes lleva rota mucho más que ese tiempo, y conviene que siga así pues sirve de excelente cortina de humo para unos y otros, amén de proporcionar munición especulativa para todo tipo de mítines y tertulias. El procedimiento a seguir desde presidencia empieza por dejar la llamada en espera unos dos minutos, acunada por un hilo musical imperceptible hasta que aparezca el portavoz correspondiente, pero es en este caso el mismo presidente el que responde con premura. Parece ansioso por contentar a su interlocutor, y no han terminado los saludos de rigor cuando ya busca una fecha para un futuro encuentro. Es entonces cuando el autor de la llamada, que no es desde luego quien dice ser, da marcha atrás y pretextando una urgencia repentina, emplaza todo para la semana siguiente. El presidente, que desde luego tampoco es quien dice ser, comprueba que el nuevo filtro anti-coñas radiofónicas funciona a la perfección.
El quid de la cuestión es ahora convencer a la otra parte de que quien llama día sí día también desde hace unos meses y buscando formalizar una cita, es realmente el presidente que dice ser.