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Las mil dudas de tres candidatos en busca de la solución correcta

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El primer artificiero examina como en el mejor de los clichés los dos cables que asoman entre todo el conjunto de mecanismos apretujados en circuito dentro del explosivo programado para explotar según plazos y mandato establecidos por las Cortes. Uno de estos cables, de un rojo desvaído, cuelga como flácido, algo similar a un pegote de intrascendencia. Justo debajo de él serpentea el otro, de un morado intenso que parece provocar con la mirada a las pinzas del alicate que unas manos algo sudadas sostienen casi con desidia. El artificiero tiene una ligera idea de lo que ocurrirá si corta ese cable, pues su presencia y complejidad de algún modo justifican su existencia como especialista en desactivar problemas. Esto no quita que también tenga sus dudas con el cable rojo, pues sospecha que el artefacto está diseñado de tal manera que eliminar la amenaza del cable morado no eliminará sino aplazará la detonación final. Decide no tocar de momento ninguno de los dos mientras se frota las manos y espera que alguna parte del mecanismo falle por su mal diseño.

El segundo artificiero examina mientras las cartas que le han tocado en suerte con su explosivo. Aquí hay un cable más, de un suave color mandarina que en algunos tramos parece enredarse con un segundo cable de color azul claro. También aparece ese morado provocador con la diferencia que aquí suena más como opción a respetar. En cambio todo su ser le pide cortar el cable azul por más que a su alrededor otros artificieros de medio pelo (subordinados) le indican que se lo piense, que se está precipitando, que el cable que hoy no corta terminará enredándosele alrededor del cuello como una sentencia. En resumidas cuentas, que este artefacto se le queda demasiado grande y que si es posible, le vaya dejando el sitio a otro/a.

El tercer artificiero no lleva aún dos años en esto y en ese tiempo ya ha demostrado que vale para un oficio donde el estómago y el cálculo a medio plazo son bagaje fundamental. Ya lo ha demostrado en alguna situación límite que el instinto de hecho etiquetaba como un “Sálvese quien pueda”. Mientras contempla las tripas de su bomba en la que destaca el sendero que marcan dos cables ensortijados (uno rojo y otro azul), se pregunta qué es lo que ocurriría realmente si cortara los dos.

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Las mil dudas de tres candidatos en busca de la solución correcta
Ángel Pontones Moreno
sábado, 23 de enero de 2016, 00:44 h (CET)
El primer artificiero examina como en el mejor de los clichés los dos cables que asoman entre todo el conjunto de mecanismos apretujados en circuito dentro del explosivo programado para explotar según plazos y mandato establecidos por las Cortes. Uno de estos cables, de un rojo desvaído, cuelga como flácido, algo similar a un pegote de intrascendencia. Justo debajo de él serpentea el otro, de un morado intenso que parece provocar con la mirada a las pinzas del alicate que unas manos algo sudadas sostienen casi con desidia. El artificiero tiene una ligera idea de lo que ocurrirá si corta ese cable, pues su presencia y complejidad de algún modo justifican su existencia como especialista en desactivar problemas. Esto no quita que también tenga sus dudas con el cable rojo, pues sospecha que el artefacto está diseñado de tal manera que eliminar la amenaza del cable morado no eliminará sino aplazará la detonación final. Decide no tocar de momento ninguno de los dos mientras se frota las manos y espera que alguna parte del mecanismo falle por su mal diseño.

El segundo artificiero examina mientras las cartas que le han tocado en suerte con su explosivo. Aquí hay un cable más, de un suave color mandarina que en algunos tramos parece enredarse con un segundo cable de color azul claro. También aparece ese morado provocador con la diferencia que aquí suena más como opción a respetar. En cambio todo su ser le pide cortar el cable azul por más que a su alrededor otros artificieros de medio pelo (subordinados) le indican que se lo piense, que se está precipitando, que el cable que hoy no corta terminará enredándosele alrededor del cuello como una sentencia. En resumidas cuentas, que este artefacto se le queda demasiado grande y que si es posible, le vaya dejando el sitio a otro/a.

El tercer artificiero no lleva aún dos años en esto y en ese tiempo ya ha demostrado que vale para un oficio donde el estómago y el cálculo a medio plazo son bagaje fundamental. Ya lo ha demostrado en alguna situación límite que el instinto de hecho etiquetaba como un “Sálvese quien pueda”. Mientras contempla las tripas de su bomba en la que destaca el sendero que marcan dos cables ensortijados (uno rojo y otro azul), se pregunta qué es lo que ocurriría realmente si cortara los dos.

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