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Un propósito para este año

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El paso de un año a otro, aunque se revista de formas alegres y burbujeantes, no cambia nada de la realidad, excepto el almanaque que colgamos en la pared o ponemos sobre la mesa. El mundo en que vivimos sigue el 1º de enero en la misma situación que estaba el 31 de diciembre, con los mismos problemas, las mismas incógnitas, las mismas amenazas, las mismas injusticias.

Lo peor, a mi parecer, es que seguimos esperando que alguien lo resuelva todo, como los personajes de Beckett en Esperando a Godot, aquella vieja obra de teatro del absurdo. Ahora con nuestra democracia nos entretenemos votando a personas que tampoco sabemos si van a resolver algo o van a empeorar la situación.

Nos hemos acostumbrado a que todas nuestras necesidades deba resolverlas ese ente omnipotente que llamamos Estado en lugar de decidirnos a tomar la vida en nuestras propias manos, las manos de cada uno, para buscar nuestro propio destino, para buscar la verdad y la justicia, para dejar de exigir derechos y entregarnos a nuestro deber de ser personas cabales, honestas, fieles y libres.

Es peligroso que sea el tinglado estatal el que quiera decidir sobre nuestras vidas, sobre nuestra familia, sobre la educación, sobre el bien y el mal, un estado que en lugar de dedicarse a una austera administración, a buscar el bien común y garantizar la libertad, caiga en manos de quienes quieren someternos a sus trasnochadas ideologías de izquierdas o de derechas.

No hay que doblegarse ante los poderosos que quieren mandar en su beneficio ni ante los charlatanes que hablan de emergencia social, de reparto de bienes, de prestaciones sin trabajar, de que el miedo cambie de bando, cuando necesitamos precisamente que sea el miedo el que desaparezca para todos.

Si todos hacemos algún propósito al comenzar el año aunque lo abandonemos pronto, quisiera que el propósito firme y mantenido de muchas personas fuera el no dejarse engañar, el tener un criterio claro sobre la bondad, la verdad y la belleza y esforzarse cada día por llevar a la práctica la justicia, la colaboración con los demás, el cuidado de los más desfavorecidos.

La orientación más segura para nuestra acción es el mensaje cristiano: amar a Dios y amar al prójimo y que no se puede amar a Dios a quien no se ve si no ama al prójimo al que vemos. Recalco lo de al que vemos, pues prójimo viene de próximo, el que tenemos al lado. No se puede decir que uno ama a los pobres, en general, si no se preocupa del bien de su propia familia, su esposa, sus hijos, sus padres, sus hermanos.

Si hacemos el firme propósito de mejorar como personas ello nos ocupará todo el tiempo y no nos preocuparemos demasiado de las luchas por el poder, los partidos políticos, los líderes, ni las estrellas televisivas.

El mal está presente en nuestro mundo en forma de odio, soberbia, envidia, robo, corrupción, lujuria, poderosos adversarios, pero hay que tener la convicción de que el amor, el bien y la verdad pueden triunfar sobre ellos.

Un propósito para este año

Francisco Rodríguez
martes, 5 de enero de 2016, 00:20 h (CET)
El paso de un año a otro, aunque se revista de formas alegres y burbujeantes, no cambia nada de la realidad, excepto el almanaque que colgamos en la pared o ponemos sobre la mesa. El mundo en que vivimos sigue el 1º de enero en la misma situación que estaba el 31 de diciembre, con los mismos problemas, las mismas incógnitas, las mismas amenazas, las mismas injusticias.

Lo peor, a mi parecer, es que seguimos esperando que alguien lo resuelva todo, como los personajes de Beckett en Esperando a Godot, aquella vieja obra de teatro del absurdo. Ahora con nuestra democracia nos entretenemos votando a personas que tampoco sabemos si van a resolver algo o van a empeorar la situación.

Nos hemos acostumbrado a que todas nuestras necesidades deba resolverlas ese ente omnipotente que llamamos Estado en lugar de decidirnos a tomar la vida en nuestras propias manos, las manos de cada uno, para buscar nuestro propio destino, para buscar la verdad y la justicia, para dejar de exigir derechos y entregarnos a nuestro deber de ser personas cabales, honestas, fieles y libres.

Es peligroso que sea el tinglado estatal el que quiera decidir sobre nuestras vidas, sobre nuestra familia, sobre la educación, sobre el bien y el mal, un estado que en lugar de dedicarse a una austera administración, a buscar el bien común y garantizar la libertad, caiga en manos de quienes quieren someternos a sus trasnochadas ideologías de izquierdas o de derechas.

No hay que doblegarse ante los poderosos que quieren mandar en su beneficio ni ante los charlatanes que hablan de emergencia social, de reparto de bienes, de prestaciones sin trabajar, de que el miedo cambie de bando, cuando necesitamos precisamente que sea el miedo el que desaparezca para todos.

Si todos hacemos algún propósito al comenzar el año aunque lo abandonemos pronto, quisiera que el propósito firme y mantenido de muchas personas fuera el no dejarse engañar, el tener un criterio claro sobre la bondad, la verdad y la belleza y esforzarse cada día por llevar a la práctica la justicia, la colaboración con los demás, el cuidado de los más desfavorecidos.

La orientación más segura para nuestra acción es el mensaje cristiano: amar a Dios y amar al prójimo y que no se puede amar a Dios a quien no se ve si no ama al prójimo al que vemos. Recalco lo de al que vemos, pues prójimo viene de próximo, el que tenemos al lado. No se puede decir que uno ama a los pobres, en general, si no se preocupa del bien de su propia familia, su esposa, sus hijos, sus padres, sus hermanos.

Si hacemos el firme propósito de mejorar como personas ello nos ocupará todo el tiempo y no nos preocuparemos demasiado de las luchas por el poder, los partidos políticos, los líderes, ni las estrellas televisivas.

El mal está presente en nuestro mundo en forma de odio, soberbia, envidia, robo, corrupción, lujuria, poderosos adversarios, pero hay que tener la convicción de que el amor, el bien y la verdad pueden triunfar sobre ellos.

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