¿Qué hace posible que jóvenes universitarios decidan un día unirse al Estado Islámico, coger un kalasxnikov y apretar el gatillo contra unas personas sentadas tranquilamente en la terraza de un café? ¿Qué los impulsa a ponerse un cinturón cargado de explosivos e inmolarse en un mercado causando una carnicería? ¿Qué les impulsa a asaltar una iglesia o mezquita causando una mortandad entre los fieles reunidos para invocar a Dios? ¿Qué pasa en sus almas que están saturadas de un odio tan profundo que borra el más mínimo sentimiento de amor?
Joana Bonet finaliza su escrito El vacío de la identidad, así: “Pero al otro lado, más escondido, se encuentran a estos jóvenes aburridos que un día deciden arriesgar y chatear con integristas islámicos por Facebook. Ellas cambian el flequillo y los pendientes por el burca, ellos aprenden a usar armas y explosivos, bien lejos del abrigo de la cultura. No sé si se interrogarán sobre el clavo al rojo vivo al que se cogían, pero lo peor es que nosotros no lo hicimos”. Al inicio de su escrito Joana Bonet redacta: “En situaciones límite” decimos que nos cogemos “a un clavo al rojo vivo”. “Es una imagen terrible: hierro que hierve, y así y todo es el único resorte que creemos capaz de contener nuestra desesperación”.
Me acojo al título del escrito de Joana Bonet: El vacío de la identidad”. cuando el alma de un joven está vacía, cuando ha perdido el sentido de la vida, dicho vacío tiene que llenarse con lo que sea. El ser humano que está aburrido porque no encuentra nada que le satisfaga, busca emociones cada vez más fuertes que lo llenen. Esta es la cusa del incivismo juvenil que llena el vacío existencial quemando contenedores, destrozando mobiliario público, practicando violencia en los estadios, ejerciendo opresión sobre la mujer, matando indigentes que buscan refugio contra las inclemencias atmosféricas en los cajeros bancarios, apaleando a personas por el color de la piel o religión… El alma no puede permanecer vacía: la ausencia de amor debe suplirse con odio.
El odio como la droga necesita más para alcanzar el mismo grado de satisfacción. He aquí la razón por la escalada de violencia de la que es testigo nuestra sociedad. Si no basta con la urbana se busca más emocionante al exterior. Pienso que esta es la razón por la que chicos y chicas educados en nuestra cultura buscan en el islamismo radical la violencia que nuestra sociedad no les permite. Se zambullen en una ideología carente de amor, se inoculan de anti amor y, estos jóvenes aparentemente normales de repente se sabe que han regresado de Siria preparados para la guerra, dispuestos a cometer una masacre. Hacer daño por el mero placer de hacerlo.
Morten Storm que se convirtió al Islam después de leer una biografía de Mahoma “que lo había alejado de todos aquellos años de palizas propinadas por su padrastro, peleas con bandas juveniles, drogas, reformatorios y cárceles que había conocido hasta entonces”. Explica la causa la causa que le llevó a abrazar el yidahismo: “Ahora que pienso en ello veo que se aprovecharon de mi debilidad. Yo era el candidato perfecto para ser captado por aquellos tipos con barba que me hablaban del paraíso que me esperaba en la otra vida si me comportaba como un buen creyente. No había echado raíces en la cultura de mi país, ni sentía que nadie de mi entorno me amase. Tampoco arrastraba un pasado digno de orgullo. En cambio, el Islam daba sentido a mi vida, me permitía lavar mi conciencia y mis hermanos se preocupaban de mi y hacían que me sintiese importante”.
El antídoto contra el odio es el amor. La filosofía haz el amor y no la guerra no es el amor que inmuniza contra la violencia. Es una invitación al sexo desenfrenado que objetiva al hombre y a la mujer con el propósito de conseguir gratificación sexual y, una vez obtenida y calmada la pasión, si te he visto no me acuerdo. Amor de usar y tirar.
El amor que vacuna contra la violencia no es cualquier tipo de amor. No es el amor filosófico que enseña que debemos amar, pero que no proporciona la fuerza para practicarlo. Este amor no sirve para poner fin a la violencia social y mucho menos para frenar la violencia que exporta el Estado Islámico.
En Navidad se intensifica el uso de la palabra amor. Los villancicos nos hablan de él. Al recibir regalos nos abrazamos, besamos y decimos: te amo. Este es un amor egoísta. Te amo porque me has dado. El amor navideño que respiramos es un amor adulterado. Es una parodia del amor de Jesús. En nuestra cultura cristiana la Navidad está relacionada con Jesús, a pesar de que se va paganizando a paso ligero. Decimos que nos amamos porque es tradicional hacerlo. En el fondo no existe amor. Es un sentimiento que el viento se lleva con la misma facilidad con que el sol disipa la niebla matinal.
El amor que arranca de cuajo la violencia del corazón es el amor de Dios manifestado en su Hijo Jesús que por la fe en su Nombre lo inocula en el corazón del creyente, haciendo que el odio en él agazapado sea substituido por el amor de Dios que busca el bien del otro. A menudo son pequeñas cosas: un silencio que dice mucho ante un infortunio. Una palabra de consuelo que nace ante situaciones difíciles. Sustituir el rencor por la comprensión. La animadversión hacia Dios en amor sincero a Él.
Al final Morten Storm “abrió los ojos y descubrió que todo lo que le habían explicado fue un engaño”. Al final los cristianos también descubrimos que la Navidad materialista y paganizada que se nos vende también es un fraude. Entonces, ¿qué? Jesús que otorga vida eterna y que vacuna contra la violencia no se encuentra en el montaje comercial que se ha levantado alrededor de su persona. Se le halla en la quietud y silencio en el alma que busca. Jesús garantiza: “Quien busca encuentra”, En la persona que ha creído en Jesús la violencia empieza a desaparecer porque ya no le satisface practicarla.