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Se conocía como piedad el afecto y cariño de una persona hacia otra

'Pietas filialis erga euthanasiam'

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Para los romanos una de las virtudes de las que debían de verse adornados era la pietas, o sea, la piedad. Esta tenía varias formas de manifestarse, podía corresponderse con el: deber, la religiosidad, el comportamiento religioso, la lealtad, la devoción o la piedad filial.


Se conocía como piedad el afecto y cariño de una persona hacia otra, en virtud de la cual uno depositaba su plena confianza en otro, sabiendo que jamás le fallaría, ni en los momentos más difíciles. Es equiparable a la piedad fraternal, aunque esta es más intensa, puesto que quienes la profesan están unidos por los fuertes lazos de la sangre.


Otra es la piedad hacia la patria, que la demuestra el ciudadano que se siente orgulloso de lugar en el que ha nacido, ha balbuceado sus primeras palabras y se ha abierto a la vida. Esta es tan fuerte que está dispuesto a parecer ante de renegar del lugar que lo vio nacer. Ya lo decían los romanos: "dulce et decorum est pro patria mori”. Es una honra y un honor morir por la patria.


Otra forma de piedad es la religiosa. Se manifiesta en la devoción que sentimos hacia la divinidad o a los Santos. Esta tiene dos formas: latría y dulía. Por la primera expresamos nuestra veneración y amor a un Ser supremo al que consideramos nuestro Creador y al que tendemos por simple inclinación natural. En la segunda manifestamos nuestra afección y devoción a un ser igual a nosotros que ya ha alcanzado la perfección de la Gloria eterna. Según Santo Tomás, ambas son compatibles, pero no intercambiables.


Existe una tercera que es la hiper dulía por lo a que rendimos culto a la Virgen María, quien sin llegar ser un ente de naturaleza divina, por sus atributos y perfecciones ocupa un lugar superior al de los Santos. También existe la pietas fraternalis que ya hemos esbozado. Pero la, posiblemente, para mí sea la más importante en el terreno puramente humano es la pietas filialis. Es la devoción que se manifiesta entre un hijo y un padre y viceversa. El hijo, salvando la intervención divina en todo lo creado, debe todo lo que es a sus padres. Le han dado, siempre que sean unos padres amorosos y preocupados por el bien de sus hijos, todo lo que poseen y le han abierto el camino para que anden solos.


La pietas filialis es la que pone de manifiesto la correspondencia del amor del hijo hacia su padre. El mejor ejemplo de ella lo encontraremos en la obra de Virgilio AENEIDA. En ella, este insigne autor, que narra el nacimiento de Roma cuyo origen lo remonta a los huidos de la Guerra de Troya, tras la toma de ésta por los aqueos, nos expone cómo Eneas, príncipe troyano, hijo de Anquises y Venus, tras haber luchado denodadamente contra los griegos, se ve obligado a emprender la huida, acompañado de su padre Anquises, quien lo engendró en la diosa Afrodita, de su hijo Ascanio, o Julo y su esposa Creúsa.


Su padre, ya de avanzada edad provecta, no estaba en condiciones para emprender la huida con la celeridad que esta requería, por ello Eneas, dado el amor que por él siente, lo carga sobre sus hombros, y, con Julo cogido de la mano y su esposa Creúsa, hija de Príamo, rey de Troya, a la que pierde durante la trayectoria, inician una fuga que, tras largas vicisitudes los llevará al Lacio, donde fundará Roma.


Traer este ejemplo a colación es para que observemos como demuestra Eneas su pietas filialis en contraposición a la actitud que hoy día comienza a prevalecer en muchos países de los que se llaman civilizados, entre ellos Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Canadá, que han permitido y aprobado leyes por las cuales los hijos se pueden quitar la vida a sus padres cuando consideran que por sus achaques, enfermedad o circunstancias similares son un estorbo para ellos. 

'Pietas filialis erga euthanasiam'

Se conocía como piedad el afecto y cariño de una persona hacia otra
Manuel Villegas
viernes, 17 de junio de 2022, 10:06 h (CET)

Para los romanos una de las virtudes de las que debían de verse adornados era la pietas, o sea, la piedad. Esta tenía varias formas de manifestarse, podía corresponderse con el: deber, la religiosidad, el comportamiento religioso, la lealtad, la devoción o la piedad filial.


Se conocía como piedad el afecto y cariño de una persona hacia otra, en virtud de la cual uno depositaba su plena confianza en otro, sabiendo que jamás le fallaría, ni en los momentos más difíciles. Es equiparable a la piedad fraternal, aunque esta es más intensa, puesto que quienes la profesan están unidos por los fuertes lazos de la sangre.


Otra es la piedad hacia la patria, que la demuestra el ciudadano que se siente orgulloso de lugar en el que ha nacido, ha balbuceado sus primeras palabras y se ha abierto a la vida. Esta es tan fuerte que está dispuesto a parecer ante de renegar del lugar que lo vio nacer. Ya lo decían los romanos: "dulce et decorum est pro patria mori”. Es una honra y un honor morir por la patria.


Otra forma de piedad es la religiosa. Se manifiesta en la devoción que sentimos hacia la divinidad o a los Santos. Esta tiene dos formas: latría y dulía. Por la primera expresamos nuestra veneración y amor a un Ser supremo al que consideramos nuestro Creador y al que tendemos por simple inclinación natural. En la segunda manifestamos nuestra afección y devoción a un ser igual a nosotros que ya ha alcanzado la perfección de la Gloria eterna. Según Santo Tomás, ambas son compatibles, pero no intercambiables.


Existe una tercera que es la hiper dulía por lo a que rendimos culto a la Virgen María, quien sin llegar ser un ente de naturaleza divina, por sus atributos y perfecciones ocupa un lugar superior al de los Santos. También existe la pietas fraternalis que ya hemos esbozado. Pero la, posiblemente, para mí sea la más importante en el terreno puramente humano es la pietas filialis. Es la devoción que se manifiesta entre un hijo y un padre y viceversa. El hijo, salvando la intervención divina en todo lo creado, debe todo lo que es a sus padres. Le han dado, siempre que sean unos padres amorosos y preocupados por el bien de sus hijos, todo lo que poseen y le han abierto el camino para que anden solos.


La pietas filialis es la que pone de manifiesto la correspondencia del amor del hijo hacia su padre. El mejor ejemplo de ella lo encontraremos en la obra de Virgilio AENEIDA. En ella, este insigne autor, que narra el nacimiento de Roma cuyo origen lo remonta a los huidos de la Guerra de Troya, tras la toma de ésta por los aqueos, nos expone cómo Eneas, príncipe troyano, hijo de Anquises y Venus, tras haber luchado denodadamente contra los griegos, se ve obligado a emprender la huida, acompañado de su padre Anquises, quien lo engendró en la diosa Afrodita, de su hijo Ascanio, o Julo y su esposa Creúsa.


Su padre, ya de avanzada edad provecta, no estaba en condiciones para emprender la huida con la celeridad que esta requería, por ello Eneas, dado el amor que por él siente, lo carga sobre sus hombros, y, con Julo cogido de la mano y su esposa Creúsa, hija de Príamo, rey de Troya, a la que pierde durante la trayectoria, inician una fuga que, tras largas vicisitudes los llevará al Lacio, donde fundará Roma.


Traer este ejemplo a colación es para que observemos como demuestra Eneas su pietas filialis en contraposición a la actitud que hoy día comienza a prevalecer en muchos países de los que se llaman civilizados, entre ellos Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Canadá, que han permitido y aprobado leyes por las cuales los hijos se pueden quitar la vida a sus padres cuando consideran que por sus achaques, enfermedad o circunstancias similares son un estorbo para ellos. 

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