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“Las revoluciones las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos y todas acaban por crear una nueva casta privilegiada” Carlos Fuentes Escritor, intelectual y diplomático mexicano

Hace 40 años

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Mientras los niños españoles que hoy tienen 45 o 50 años disfrutaban con Gabi, Fofó y Miliki, los payasos de la tele, completamente ajenos a la humillación que Hasán II infringía a España con la Marcha Verde, anexionando el Sahara español a Marruecos, y ajenos a ETA y los GRAPO, Franco agonizaba, primero en un miserable botiquín de El Pardo convertido improvisadamente en quirófano, y después en La Paz.

Durante 40 días se estuvo debatiendo entre la vida y la muerte, resistiendo como buen legionario a los infartos, hemorragias gástricas masivas y tres operaciones a tumba abierta. Casi 100 litros de sangre le transfundieron. Ninguno de los inhumanos esfuerzos realizados evitaron que llegara a ser un enfermo terminal que finalizaría sus días a los 82 años, el 20 de noviembre de 1975, hace 40 años.

En la mañana del 27 de septiembre de aquel mismo año habían sido ejecutados en Hoyo de Manzanares, dos terroristas de ETA y tres del FRAP, penas de muerte que el Gobierno había dictado días atrás, desoyendo las peticiones de indulto hechas por los familiares de los condenados, líderes políticos y gobiernos extranjeros, y especialmente la petición de clemencia hecha por el Papa Pablo VI.

Eran los últimos estertores del franquismo. La condena internacional por estas ejecuciones, se tradujo en masivas manifestaciones en las principales capitales europeas; en los Campos Elíseos, miles de manifestantes exigieron que se condenase al Régimen, al paso que destrozaban oficinas comerciales y el mobiliario urbano; en Lisboa una muchedumbre asaltó e incendió la embajada de España; Olof Palme, primer ministro de Suecia, salió a pedir con una hucha por las calles de Estocolmo, para los “patrióticos luchadores antifranquistas de ETA”, lo que no dejó de ser un gesto de ridículo patetismo; la Comunidad Económica Europea, interrumpió las conversaciones que con vistas a su integración en el Mercado Común, mantenía con España; varios países llamaron a consultas a sus embajadores y hasta dirigentes tan poco respetuosos con los derechos humanos como el presidente de México, Luis Echevarría, autor y responsable de la matanza de estudiantes en la plaza de las Tres Culturas y el rey Hassan II, también elevaron su protesta.

Durante los 39 años en los que Franco ostentó el poder, los españoles tuvimos tiempo de aprender bien la lección. No queríamos volver a las andadas y lo demostramos con entusiasmo en la transición. Hicimos nuestro el espíritu de la frase de Adolfo Suárez: “Aquí a nadie se le pregunta de dónde viene, sino a dónde va.”

Era necesario que los españoles nos librásemos de nuestros demonios internos, aprendiésemos a perdonar —puesto que ninguno de los bandos contendientes estaba libre de pecado— y asumir que debíamos comenzar a querer y a querernos. Querer a nuestro país y querernos entre nosotros.

Hoy, transcurridos 40 años de aquel histórico proyecto que tan esplendorosos frutos ha dado, somos muchos los que nos preguntamos ¿De dónde nace ese odio, ese resentimiento de aquellos que no habiendo conocido el franquismo ni sus consecuencias, aquellos que gracias al sacrificio y privaciones de sus padres, han gozado de todo lo bueno que ha producido el período más largo de paz y prosperidad de que jamás haya gozado España, con resentida obcecación se empeñan en talar los árboles que les han proporcionado la sombra bajo la cual han logrado ser lo que son, y ello, por el solo hecho de que hace 40 años, ellos aún no estaban allí?

Hace 40 años

“Las revoluciones las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos y todas acaban por crear una nueva casta privilegiada” Carlos Fuentes Escritor, intelectual y diplomático mexicano
César Valdeolmillos
viernes, 20 de noviembre de 2015, 06:26 h (CET)
Mientras los niños españoles que hoy tienen 45 o 50 años disfrutaban con Gabi, Fofó y Miliki, los payasos de la tele, completamente ajenos a la humillación que Hasán II infringía a España con la Marcha Verde, anexionando el Sahara español a Marruecos, y ajenos a ETA y los GRAPO, Franco agonizaba, primero en un miserable botiquín de El Pardo convertido improvisadamente en quirófano, y después en La Paz.

Durante 40 días se estuvo debatiendo entre la vida y la muerte, resistiendo como buen legionario a los infartos, hemorragias gástricas masivas y tres operaciones a tumba abierta. Casi 100 litros de sangre le transfundieron. Ninguno de los inhumanos esfuerzos realizados evitaron que llegara a ser un enfermo terminal que finalizaría sus días a los 82 años, el 20 de noviembre de 1975, hace 40 años.

En la mañana del 27 de septiembre de aquel mismo año habían sido ejecutados en Hoyo de Manzanares, dos terroristas de ETA y tres del FRAP, penas de muerte que el Gobierno había dictado días atrás, desoyendo las peticiones de indulto hechas por los familiares de los condenados, líderes políticos y gobiernos extranjeros, y especialmente la petición de clemencia hecha por el Papa Pablo VI.

Eran los últimos estertores del franquismo. La condena internacional por estas ejecuciones, se tradujo en masivas manifestaciones en las principales capitales europeas; en los Campos Elíseos, miles de manifestantes exigieron que se condenase al Régimen, al paso que destrozaban oficinas comerciales y el mobiliario urbano; en Lisboa una muchedumbre asaltó e incendió la embajada de España; Olof Palme, primer ministro de Suecia, salió a pedir con una hucha por las calles de Estocolmo, para los “patrióticos luchadores antifranquistas de ETA”, lo que no dejó de ser un gesto de ridículo patetismo; la Comunidad Económica Europea, interrumpió las conversaciones que con vistas a su integración en el Mercado Común, mantenía con España; varios países llamaron a consultas a sus embajadores y hasta dirigentes tan poco respetuosos con los derechos humanos como el presidente de México, Luis Echevarría, autor y responsable de la matanza de estudiantes en la plaza de las Tres Culturas y el rey Hassan II, también elevaron su protesta.

Durante los 39 años en los que Franco ostentó el poder, los españoles tuvimos tiempo de aprender bien la lección. No queríamos volver a las andadas y lo demostramos con entusiasmo en la transición. Hicimos nuestro el espíritu de la frase de Adolfo Suárez: “Aquí a nadie se le pregunta de dónde viene, sino a dónde va.”

Era necesario que los españoles nos librásemos de nuestros demonios internos, aprendiésemos a perdonar —puesto que ninguno de los bandos contendientes estaba libre de pecado— y asumir que debíamos comenzar a querer y a querernos. Querer a nuestro país y querernos entre nosotros.

Hoy, transcurridos 40 años de aquel histórico proyecto que tan esplendorosos frutos ha dado, somos muchos los que nos preguntamos ¿De dónde nace ese odio, ese resentimiento de aquellos que no habiendo conocido el franquismo ni sus consecuencias, aquellos que gracias al sacrificio y privaciones de sus padres, han gozado de todo lo bueno que ha producido el período más largo de paz y prosperidad de que jamás haya gozado España, con resentida obcecación se empeñan en talar los árboles que les han proporcionado la sombra bajo la cual han logrado ser lo que son, y ello, por el solo hecho de que hace 40 años, ellos aún no estaban allí?

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