El ser humano es placer de casa ajena. Sólo en la guerra la proximidad geográfica acrecienta la cordialidad y por motivos obvios –véase el caso de los rifeños y los españoles en tiempos de Abd el Krim-. En la paz, en cambio, cuanto mayor es la cercanía mayor es la animadversión. Todos los países que integran la UE están encantados de ello, sin embargo la mayoría se quiere atomizar de puertas adentro. Bélgica es un proyecto fallido de convivencia entre flamencos y valones. España sigue sin convencer a vascos y catalanes. Austria ha llevado a cabo un “genocidio estadístico” con sus minorías eslovenas, húngaras y croatas, con lo que niega la realidad a través del dato. Alsacia-Lorena, Bretaña, Cataluña del Norte, Córcega, Niza, Normandía, Occitania y País Vasco francés, sueñan con ser países independientes dentro de la UE. Lo mismo ocurre con Baviera en Alemania; con Flandres, Valonia y Bruselas en Bélgica; con Islas Feroe y Groenlandia en Dinamarca; con Aland y Laponia en Finlandia; con Padania, Sicilia, Tirol del Sur y Ausonia, en Italia; con Laponia, en Noruega; con Firsia en Holanda; con Silesia, en Polonia; con Algarbe, Azores e Madeira y Terra de Miranda, en Portugal; con Escocia, Gales, Isla de Man e Irlanda del Norte, en Gran Bretaña; con Moravia, en la República Checa; con Escania y Laponia, en Suecia. En fin, con todo el mundo.
Digo yo. Aprovechando la ocasión de que todavía no tenemos Constitución europea: ¿no se podría estudiar la posibilidad de hacer de Europa un Estado conformado por todas y cada una de las comunidades que la integran en el régimen que a cada una de ellas les de la real gana?