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La sociedad tunecina ha de ser cauta y no olvidar, conservar lo que han conseguido y mejorarlo, sin pasos hacia atrás

​Túnez: una democracia ante constantes dificultades

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Una vez más, el país magrebí nos brinda un episodio de tensión que pone en peligro la joven democracia, manteniendo una sociedad civil activa ante las distintas estrategias e intereses de los actores políticos. La pandemia de la Covid-19 ha agravado la precaria situación económica del país, profundizando en la herida abierta del desempleo, la pobreza y el hambre. A ello se le une la inversión insuficiente y tardía por parte del gobierno, que aumenta la desafección política y que ha provocado múltiples protestas. Sin mencionar el constante colapso del sistema de vacunación.


Después de producirse dos cambios de gobierno desde 2020, que han sumido al país en una inestabilidad gubernamental más profunda aun, el último episodio de crisis política se ha producido en julio de este año. Tiene que ver con la suspensión del primer ministro, la congelación del parlamento y el levantamiento de la inmunidad de los parlamentarios por parte del presidente de Túnez, Kaïs Saied.


Amparándose en un precepto constitucional, el presidente ha mantenido el estado de excepción desde julio hasta hoy mismo, cuando ha nombrado un nuevo gobierno con Najla Romdhane como primera ministra, un perfil sin afiliación política conocida. Al inicio las decisiones de Saied fueron recibidas con cierto apoyo por ciertos sectores de la población, pero a medida que pasaban las semanas sin nombramiento de un nuevo gobierno, sin hoja de ruta y con arrestos domiciliarios justificados en “corregir la democracia y la revolución” o en “la persecución de la corrupción”; se iniciaron también protestas en contra de la situación y en contra del presidente. Además, partidos como el islamista Ennahda habían calificado estos actos como “golpe de Estado”, e incluso se había llegado a conformar una coalición de pequeños partidos para oponerse al control de los poderes por parte de Saied.


El nombramiento del nuevo gobierno no ha dejado a nadie indiferente, convocándose nuevas protestas donde se habla de “defender la democracia sobre la dictadura” y en repulsa por las actuaciones del presidente. Todo ello nos deja un panorama de tensión, ya que también se teme que puedan producirse enfrentamientos entre manifestantes partidarios de Saied y manifestantes contrarios.


Es cierto que nos encontramos ante un país que arrastra dificultades tanto políticas como económicas desde que se instauró la democracia tras la caída del dictador Ben Ali en la revolución que dio comienzo a la Primavera Árabe en 2011. Sigue existiendo la corrupción, una gran brecha en lo relativo a la pobreza, una crisis estructural en la economía, una inestabilidad gubernamental muy fuerte agravada por un parlamento muy fragmentado que dificulta la gobernabilidad y una dependencia hacia la ayuda exterior, que condicionan los posibles movimientos políticos. Incluso existe una sociedad civil muy fuerte, que tiene la capacidad de salir a la calle y presionar por la situación, llegando a impedir que el gobierno pudiera llevar a cabo algunas reformas económicas que son aconsejadas desde órganos exteriores pero que asustan a la población.


Sin embargo, todo ello no justifica la concentración de poder en manos del presidente Kaïs Saied, y mucho menos la suspensión durante meses del corazón de una democracia, el parlamento. Es cierto que la situación es inestable, a veces insostenible, pero estas prácticas nos recuerdan a tiempos pasados en los que el parlamento solo era un teatro de un partido controlado por un líder.


La campaña anticorrupción que llevó al presidente Saied a su asiento (que era independiente) es posiblemente la razón por la que alguna gente todavía confía en él. Pero hay límites que no se pueden pasar, y más cuando hay que cuidar ciertos logros que costaron mucha sangre y sudor conseguir. La lucha contra la corrupción es algo muy noble y legítimo por lo que batallar, pero no olvidemos que Ben Ali también agitaba el “fantasma del Islamismo” mientras se dedicaba a concentrar poder y a reprimir muy duramente a la sociedad civil.


La sociedad tunecina ha de ser cauta y no olvidar, conservar lo que han conseguido y mejorarlo, sin pasos hacia atrás. Por suerte, la democracia parece ser algo que todo el mundo sabe lo que vale y lo importante que es conservarla; y de nuevo por suerte, se escucha entre la gente común muchas voces que no olvidan.

​Túnez: una democracia ante constantes dificultades

La sociedad tunecina ha de ser cauta y no olvidar, conservar lo que han conseguido y mejorarlo, sin pasos hacia atrás
José Luis Salido
martes, 12 de octubre de 2021, 10:04 h (CET)

Una vez más, el país magrebí nos brinda un episodio de tensión que pone en peligro la joven democracia, manteniendo una sociedad civil activa ante las distintas estrategias e intereses de los actores políticos. La pandemia de la Covid-19 ha agravado la precaria situación económica del país, profundizando en la herida abierta del desempleo, la pobreza y el hambre. A ello se le une la inversión insuficiente y tardía por parte del gobierno, que aumenta la desafección política y que ha provocado múltiples protestas. Sin mencionar el constante colapso del sistema de vacunación.


Después de producirse dos cambios de gobierno desde 2020, que han sumido al país en una inestabilidad gubernamental más profunda aun, el último episodio de crisis política se ha producido en julio de este año. Tiene que ver con la suspensión del primer ministro, la congelación del parlamento y el levantamiento de la inmunidad de los parlamentarios por parte del presidente de Túnez, Kaïs Saied.


Amparándose en un precepto constitucional, el presidente ha mantenido el estado de excepción desde julio hasta hoy mismo, cuando ha nombrado un nuevo gobierno con Najla Romdhane como primera ministra, un perfil sin afiliación política conocida. Al inicio las decisiones de Saied fueron recibidas con cierto apoyo por ciertos sectores de la población, pero a medida que pasaban las semanas sin nombramiento de un nuevo gobierno, sin hoja de ruta y con arrestos domiciliarios justificados en “corregir la democracia y la revolución” o en “la persecución de la corrupción”; se iniciaron también protestas en contra de la situación y en contra del presidente. Además, partidos como el islamista Ennahda habían calificado estos actos como “golpe de Estado”, e incluso se había llegado a conformar una coalición de pequeños partidos para oponerse al control de los poderes por parte de Saied.


El nombramiento del nuevo gobierno no ha dejado a nadie indiferente, convocándose nuevas protestas donde se habla de “defender la democracia sobre la dictadura” y en repulsa por las actuaciones del presidente. Todo ello nos deja un panorama de tensión, ya que también se teme que puedan producirse enfrentamientos entre manifestantes partidarios de Saied y manifestantes contrarios.


Es cierto que nos encontramos ante un país que arrastra dificultades tanto políticas como económicas desde que se instauró la democracia tras la caída del dictador Ben Ali en la revolución que dio comienzo a la Primavera Árabe en 2011. Sigue existiendo la corrupción, una gran brecha en lo relativo a la pobreza, una crisis estructural en la economía, una inestabilidad gubernamental muy fuerte agravada por un parlamento muy fragmentado que dificulta la gobernabilidad y una dependencia hacia la ayuda exterior, que condicionan los posibles movimientos políticos. Incluso existe una sociedad civil muy fuerte, que tiene la capacidad de salir a la calle y presionar por la situación, llegando a impedir que el gobierno pudiera llevar a cabo algunas reformas económicas que son aconsejadas desde órganos exteriores pero que asustan a la población.


Sin embargo, todo ello no justifica la concentración de poder en manos del presidente Kaïs Saied, y mucho menos la suspensión durante meses del corazón de una democracia, el parlamento. Es cierto que la situación es inestable, a veces insostenible, pero estas prácticas nos recuerdan a tiempos pasados en los que el parlamento solo era un teatro de un partido controlado por un líder.


La campaña anticorrupción que llevó al presidente Saied a su asiento (que era independiente) es posiblemente la razón por la que alguna gente todavía confía en él. Pero hay límites que no se pueden pasar, y más cuando hay que cuidar ciertos logros que costaron mucha sangre y sudor conseguir. La lucha contra la corrupción es algo muy noble y legítimo por lo que batallar, pero no olvidemos que Ben Ali también agitaba el “fantasma del Islamismo” mientras se dedicaba a concentrar poder y a reprimir muy duramente a la sociedad civil.


La sociedad tunecina ha de ser cauta y no olvidar, conservar lo que han conseguido y mejorarlo, sin pasos hacia atrás. Por suerte, la democracia parece ser algo que todo el mundo sabe lo que vale y lo importante que es conservarla; y de nuevo por suerte, se escucha entre la gente común muchas voces que no olvidan.

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