En medio de estos calores mediterráneos que parecen invitar a no hacer mucho más que ver pasar el tiempo, es decir, la vida, esta semana se ha deslizado tímidamente una noticia que solo ha estado en los titulares 24 horas para pasar inmediatamente al olvido más absoluto hasta que llegue la consiguiente noticia de obituario.
Me refiero al reciente tercer grado que le ha sido concedido al que fuera alcalde de Marbella, Julián Muñoz, que cumple prisión por el caso Malaya. El motivo es la enfermedad que padece, que no se ha querido revelar, pero de la cual se ha dicho que es grave e incurable, y de la que se ha añadido que terminará con la vida del enfermo en poco tiempo.
La noticia viene ilustrada con recientes fotos del reo en las que tiene una muy mala cara que no desmiente en absoluto el laconismo del comunicado. Aunque ahora vive, no hace falta ser médico para entender que dentro de pocas fechas será enterrado.
La escueta noticia puede dejar indiferente a quien ya haya perdido el hilo de lo que fue el caso Malaya. De hecho, a la mayoría no le interesa nada hoy día; solo sabe que se trató de unos cuantos chorizos que a través del ayuntamiento de Marbella se quisieron forrar a cuenta de la construcción. Pero les pillaron.
Atrás quedan aquellos días en los que, siguiendo a Jesús Gil, este modesto camarero marbellí llegó a ser alcalde de esa ciudad, disfrutando de todos los honores, fanfarrias y lujos de aquel reducto de oro.
Quedan atrás esos “amigos” que se pegan como moscas a todo aquel que ostenta el poder, aunque se trate del ayuntamiento más pordiosero y con más deudas que se sirva en el mercado. No digamos Marbella, icono de lo que tanta gente, inconfesablemente, querría ser y querría vivir. De esos amigos probablemente no queden muchos. Son un tipo de gente que en las horas bajas, por no dar, no dan ni el saludo. Literal.
También quedan atrás los paseos con la tonadillera, seguidos de una nube de fotógrafos, tras abandonar a la propia mujer, la cabeza perdida, el pasado dilapidado y el futuro incierto, como más tarde los hechos han demostrado.
¡Cuántas tonterías se cometen en la vida!
La reciente foto de Julián Muñoz con su no revelada enfermedad a cuestas indica otra cosa: ¡Qué efímero todo! Todo aquello pasó antes de que los protagonistas pudieran darse cuenta de que las bambalinas habían caído. Por delante solo queda un futuro muy corto…y la eternidad. Sí, la eternidad, porque ante estas situaciones hasta el corazón más duro piensa en la eternidad y estoy seguro de que Julián Muñoz no va a ser menos. De lo contrario no sería humano.
Esa eternidad es además lo que arroja luz para ver con realismo el tiempo pasado y calibrar su valor. Y enfocar atinadamente el poco tiempo que queda en esta vida antes de echar abajo el telón. Aunque sea poco, es un tiempo de especial interés.
La mirada de Julián Muñoz en las últimas fotos tiene pinta de ser una mirada realista, distinta de la de hace años, grave, como de quien ha aprendido o está aprendiendo una importante lección.
¿Será necesario acaso que tengamos que ser todos julianesmuñozes para entender la vida? ¿Acaso alguien puede pensar que tiene asegurado más tiempo en esta vida que el que pueda quedarle al exalcalde de Marbella?
Me pareció oportuna esa fugaz noticia del otro día sobre esta figura efímera de los veranos mediterráneos de hace años. Es un oportuno toque de atención para quienes piensan que en verano no pasa nada.
Pasa, nada más y nada menos, que la vida