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La impiedad cotiza al alza. Sin ella los emolumentos peligran. Deben mostrarse implacables u otro ocupará su lugar

El capital, a pelo

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La impiedad cotiza al alza. Sin ella los emolumentos peligran. Deben mostrarse implacables u otro ocupará su lugar. A la hora de laminar derechos interesan dos lenguajes. Nuestro equipo de gobierno, más inmediato para la opinión pública, procura no carecer de piel: “España crece”, “ya hemos salido”, “llegaremos a veinte millones de puestos de trabajo”… Voltaire lo resumía con su magistral “un día todo irá bien: he aquí nuestra esperanza; todo va bien hoy: he aquí nuestra ilusión”. En el fondo no son sino meros capataces al servicio de intereses más elevados. La mayoría hará mutis muy pronto. Nadie les echará en falta disfrutando de su merecido retiro.

Reforzando al primer plantel, es donde encontramos un segundo lenguaje; toda una batería de evangelistas de voz apagada y perfil gris, acólitos de la banca y la gran empresa. Son las rémoras de tiburón encargadas de travestir el sentido común de la población: que si hay que trabajar más y cobrar menos; que si es preferible trabajar por 400 € al mes que no trabajar... Luis María Linde, gobernador del Banco de España a propuesta del Gobierno, es uno de ellos; llama sentido común a la austeridad y opina que los salarios de los españoles deben reducirse aún más.

Frente al lenguaje con piel de los primeros, Linde es más de los del aquí te pillo, y además a pelo. Ahora nos anuncia que el sistema público de pensiones está condenado; habla de una reducción inexorable de las mismas en poco tiempo y avisa a todo aquel que no lo haya hecho ya, de la necesidad de un plan privado para su jubilación. Debemos de una vez asumir la nueva realidad: por encima del viejo Estado moribundo que a nadie interesa, Linde nos advierte de que sólo sus amigos serán capaces de garantizarnos un plácido final.

Se trata de inculcar la inexorable realidad. Debemos comprender que éste no es un debate ideológico. Igual que la tierra gira en torno al sol, o la luna empuja las mareas, el viaje de los viejos derechos hacia la nada llegará a buen puerto sí o sí, más allá de toda ideología. La ecuación es sencilla: si son las cotizaciones las que garantizan el sistema, lo que en ningún caso va a modificarse son las nuevas relaciones laborales encargadas de acabar con la vieja Europa populista; llevaban mucho tiempo esperando. Es el designio de la nueva política, la seria y con mayúsculas. Para los más notorios, hemos superado lo peor; en la sombra en cambio, el juego no ha hecho sino empezar. Los derechos menguantes de los españoles se encuentran en las mejores manos.

El capital, a pelo

La impiedad cotiza al alza. Sin ella los emolumentos peligran. Deben mostrarse implacables u otro ocupará su lugar
Alex Vidal
miércoles, 1 de julio de 2015, 06:00 h (CET)
La impiedad cotiza al alza. Sin ella los emolumentos peligran. Deben mostrarse implacables u otro ocupará su lugar. A la hora de laminar derechos interesan dos lenguajes. Nuestro equipo de gobierno, más inmediato para la opinión pública, procura no carecer de piel: “España crece”, “ya hemos salido”, “llegaremos a veinte millones de puestos de trabajo”… Voltaire lo resumía con su magistral “un día todo irá bien: he aquí nuestra esperanza; todo va bien hoy: he aquí nuestra ilusión”. En el fondo no son sino meros capataces al servicio de intereses más elevados. La mayoría hará mutis muy pronto. Nadie les echará en falta disfrutando de su merecido retiro.

Reforzando al primer plantel, es donde encontramos un segundo lenguaje; toda una batería de evangelistas de voz apagada y perfil gris, acólitos de la banca y la gran empresa. Son las rémoras de tiburón encargadas de travestir el sentido común de la población: que si hay que trabajar más y cobrar menos; que si es preferible trabajar por 400 € al mes que no trabajar... Luis María Linde, gobernador del Banco de España a propuesta del Gobierno, es uno de ellos; llama sentido común a la austeridad y opina que los salarios de los españoles deben reducirse aún más.

Frente al lenguaje con piel de los primeros, Linde es más de los del aquí te pillo, y además a pelo. Ahora nos anuncia que el sistema público de pensiones está condenado; habla de una reducción inexorable de las mismas en poco tiempo y avisa a todo aquel que no lo haya hecho ya, de la necesidad de un plan privado para su jubilación. Debemos de una vez asumir la nueva realidad: por encima del viejo Estado moribundo que a nadie interesa, Linde nos advierte de que sólo sus amigos serán capaces de garantizarnos un plácido final.

Se trata de inculcar la inexorable realidad. Debemos comprender que éste no es un debate ideológico. Igual que la tierra gira en torno al sol, o la luna empuja las mareas, el viaje de los viejos derechos hacia la nada llegará a buen puerto sí o sí, más allá de toda ideología. La ecuación es sencilla: si son las cotizaciones las que garantizan el sistema, lo que en ningún caso va a modificarse son las nuevas relaciones laborales encargadas de acabar con la vieja Europa populista; llevaban mucho tiempo esperando. Es el designio de la nueva política, la seria y con mayúsculas. Para los más notorios, hemos superado lo peor; en la sombra en cambio, el juego no ha hecho sino empezar. Los derechos menguantes de los españoles se encuentran en las mejores manos.

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