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¿Quién moverá la curiosidad, el ansia de saber, de conocer, de buscar la verdad?

La realidad supera a la ficción

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La realidad siempre supera a la ficción. Recuerdo que Orwell, en su novela 1984, detallaba los variados procedimientos para controlar a la población. Uno de ellos consistía en la instalación en cada vivienda de una tele-pantalla que no podía silenciarse y a través de la cual se pregonaban los éxitos del poder, las batallas ganadas al enemigo, los datos estadísticos demostrativos de que todo iba bien y además desde la pantalla el Gran Hermano vigilaba a los telespectadores para castigar a los dijeran o hicieran algo contrario a las consignas del poder. Sin pantalla somos vigilados ¿o no?

No ha sido necesaria la instalación de tal tele-pantalla imposible de apagar ya que los ciudadanos no tienen ninguna intención de apagarlas y se pasan buena parte de su jornada entretenidos mirándola, sin observar que están siendo bombardeados por la omnipresente publicidad tanto de los bienes de consumo como de las ideas políticas en circulación. Pueden cambiar de canal pero con el mismo resultado. Todo se ofrece elaborado, pensar no es necesario, ver la televisión sí.

En el inquietante mundo que describe Orwell se habla de una “neo lengua” en la que las palabras se juntaban con otras y cambiaban de significado, para lo cual se había editado un nuevo diccionario. Aquí y ahora podemos comprobar que sin cambiar el María Moliner, estamos cambiando el Diccionario del uso del español mediante la eliminación de palabras que, al dejar de usarse, es como si aquello designaban hubiera dejado de existir y si las usamos siempre van acompañadas de algún complemento destructivo. Por ejemplo, si los cristianos rechazan el aborto, la mayoría de los medios los citarán como grupos ultras, enemigos de las libertades o de los derechos de la mujer.

He leído que en la Albania comunista se editó un diccionario en el que se obligaba a añadir a la palabra religión, el añadido de “hoy desaparecida” y cuando se aludía al arte anterior a la instauración del comunismo, había que señalar que correspondía a oscuros tiempos pasados. Sin necesidad de un diccionario obligatorio cualquier grupo que se declare de derechas será citado como grupo ultra o facha en los medios de comunicación.

Otra cosa que imaginaba Orwell era un gigantesco organismo, el Ministerio de la Verdad, dedicado a reescribir la historia, modificándola en cada momento de acuerdo con los intereses políticos. Pues bien, nuestra historia se está reescribiendo aquí y ahora con técnicas más depuradas y eficaces a través de los planes de enseñanza. Los vencidos ayer resultan vencedores hoy, los gloriosos conquistadores se transmutan en perversos colonizadores, como puede ser difícil refutar a muchos historiadores se les silencia sin más, dejan de ser citados, salvo para hacerlos sospechosos.

Para la mayoría de le gente Sánchez de Albornoz, Américo Castro, Salvador de Madariaga, José María Pemán o Menéndez y Pelayo no existen ni tampoco saben nada de los hispanistas ingleses como Raimon Carr, Payne, Preston, Thomas o Brenan. El magnífico historiador Jaume Vicens Vives ¿será apreciado en Cataluña?

Me pueden decir que todos están en Google a disposición de quien desee leerlos o consultarlos, pero ¿quién moverá la curiosidad, el ansia de saber, de conocer, de buscar la verdad? El estudio de lo que se llamaban humanidades, que servía ante todo para aprender a pensar, me parece que no está en su mejor momento.

La realidad supera a la ficción

¿Quién moverá la curiosidad, el ansia de saber, de conocer, de buscar la verdad?
Francisco Rodríguez
martes, 9 de junio de 2015, 22:01 h (CET)
La realidad siempre supera a la ficción. Recuerdo que Orwell, en su novela 1984, detallaba los variados procedimientos para controlar a la población. Uno de ellos consistía en la instalación en cada vivienda de una tele-pantalla que no podía silenciarse y a través de la cual se pregonaban los éxitos del poder, las batallas ganadas al enemigo, los datos estadísticos demostrativos de que todo iba bien y además desde la pantalla el Gran Hermano vigilaba a los telespectadores para castigar a los dijeran o hicieran algo contrario a las consignas del poder. Sin pantalla somos vigilados ¿o no?

No ha sido necesaria la instalación de tal tele-pantalla imposible de apagar ya que los ciudadanos no tienen ninguna intención de apagarlas y se pasan buena parte de su jornada entretenidos mirándola, sin observar que están siendo bombardeados por la omnipresente publicidad tanto de los bienes de consumo como de las ideas políticas en circulación. Pueden cambiar de canal pero con el mismo resultado. Todo se ofrece elaborado, pensar no es necesario, ver la televisión sí.

En el inquietante mundo que describe Orwell se habla de una “neo lengua” en la que las palabras se juntaban con otras y cambiaban de significado, para lo cual se había editado un nuevo diccionario. Aquí y ahora podemos comprobar que sin cambiar el María Moliner, estamos cambiando el Diccionario del uso del español mediante la eliminación de palabras que, al dejar de usarse, es como si aquello designaban hubiera dejado de existir y si las usamos siempre van acompañadas de algún complemento destructivo. Por ejemplo, si los cristianos rechazan el aborto, la mayoría de los medios los citarán como grupos ultras, enemigos de las libertades o de los derechos de la mujer.

He leído que en la Albania comunista se editó un diccionario en el que se obligaba a añadir a la palabra religión, el añadido de “hoy desaparecida” y cuando se aludía al arte anterior a la instauración del comunismo, había que señalar que correspondía a oscuros tiempos pasados. Sin necesidad de un diccionario obligatorio cualquier grupo que se declare de derechas será citado como grupo ultra o facha en los medios de comunicación.

Otra cosa que imaginaba Orwell era un gigantesco organismo, el Ministerio de la Verdad, dedicado a reescribir la historia, modificándola en cada momento de acuerdo con los intereses políticos. Pues bien, nuestra historia se está reescribiendo aquí y ahora con técnicas más depuradas y eficaces a través de los planes de enseñanza. Los vencidos ayer resultan vencedores hoy, los gloriosos conquistadores se transmutan en perversos colonizadores, como puede ser difícil refutar a muchos historiadores se les silencia sin más, dejan de ser citados, salvo para hacerlos sospechosos.

Para la mayoría de le gente Sánchez de Albornoz, Américo Castro, Salvador de Madariaga, José María Pemán o Menéndez y Pelayo no existen ni tampoco saben nada de los hispanistas ingleses como Raimon Carr, Payne, Preston, Thomas o Brenan. El magnífico historiador Jaume Vicens Vives ¿será apreciado en Cataluña?

Me pueden decir que todos están en Google a disposición de quien desee leerlos o consultarlos, pero ¿quién moverá la curiosidad, el ansia de saber, de conocer, de buscar la verdad? El estudio de lo que se llamaban humanidades, que servía ante todo para aprender a pensar, me parece que no está en su mejor momento.

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