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Xabier López de Armentia

Nuestra tierra y nuestra vida

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Nuestras fabricas están matando a nuestra gente. Nuestra avaricia ha terminado por romper el saco. El saco que cubría de terciopelo nuestra tierra. Esta tierra que vimos al nacer está enferma y su cura carece de forma divina, no esperemos milagros. Su cura pasa por la concienciación de todos nosotros, de aceptar que el calentamiento global ha dejado de ser el párrafo de un libro y se ha erigido como nuestro mayor problema.

Las emisiones de gases se están convirtiendo en nuestra mayor pesadilla. Durante el siglo XXI se prevé un aumento de entre 2 y 4 grados centígrados que no dejaran impunes nuestro ecosistema y nuestra sociedad. Los glaciares se derriten como si ardiesen en llamas mientras nosotros cenamos en el sofá de nuestra casa viendo una triste película de amor. Las temperaturas crecen y harán de ciudades enclaves impracticables para la vida del ser humano respirando día tras día los residuos que expulsamos de nuestras fabricas.

Miles de especies desaparecerán de la faz de la tierra por nuestras acciones. Nuestros hijos sentados a nuestras rodillas clavaran sus ojos en nuestra mirada preguntándonos por qué no hicimos algo cuando aún podíamos. Estudiarán nuestra historia como nosotros estudiamos el Cretáceo o el Jurasico. Lo que no vimos nos lo dio la ciencia y miles de huesos. ¿Quién será el que explique todo esto mientras les pretendemos enseñar premisas como el civismo, la solidaridad, la bondad y el compromiso social?

Muchos diremos, ¿qué puede significar 2 grados más en nuestra vida diaria?. La pregunta entraña una de las más temibles respuestas que el ser humano jamás ha querido escuchar, su desaparición. El nivel del mar está aumentando, el 25% de las especies animales desaparecerán, la temperatura global aumenta, el Ártico se derrite y nuestras tierras se desertizan. Las agujas del reloj han comenzado a girar. Cada minuto que pasa hace más difícil el mantenimiento de lo que hoy llamamos sociedad.

Todavía habrá escépticos que negarán la concreción de los datos y la alarma social que están despertando los mismos. Escépticos habrá hasta en la tumba del ser humano pero nadie puede negar ya que nos enfrentamos a nuestro mayor rival, nosotros mismos.

Parece el argumento de una novela fantástica con toques de locura. El ser humano se presenta ante el mundo como la mente enfermiza de un paciente que sufre de trastornos bipolares. Somos capaces de lo mejor y también de lo peor. ¿Cómo acabar con el problema si nosotros somos el problema? Un difícil ejercicio de agudeza que nos hará luchar contra nosotros mismos. Nosotros hemos provocado el calentamiento global con nuestras inconscientes prácticas y nosotros somos los encargados de solucionar el problema antes de que sea demasiado tarde.

Sin duda es nuestra lucha más ardua, larga y duradera. Debemos ser conscientes de que no será fácil pero también que será imposible si no formamos todos parte de esta lucha. Desde los Estados, desde los gobiernos, desde las aldeas más recónditas del planeta, desde los ricos y desde los pobres. Todos debemos ser parte de este proceso y todos nosotros debemos velar porque la llama de la tierra no se apague nunca.

Nuestra tierra y nuestra vida

Xabier López de Armentia
Lectores
martes, 20 de noviembre de 2007, 04:18 h (CET)
Nuestras fabricas están matando a nuestra gente. Nuestra avaricia ha terminado por romper el saco. El saco que cubría de terciopelo nuestra tierra. Esta tierra que vimos al nacer está enferma y su cura carece de forma divina, no esperemos milagros. Su cura pasa por la concienciación de todos nosotros, de aceptar que el calentamiento global ha dejado de ser el párrafo de un libro y se ha erigido como nuestro mayor problema.

Las emisiones de gases se están convirtiendo en nuestra mayor pesadilla. Durante el siglo XXI se prevé un aumento de entre 2 y 4 grados centígrados que no dejaran impunes nuestro ecosistema y nuestra sociedad. Los glaciares se derriten como si ardiesen en llamas mientras nosotros cenamos en el sofá de nuestra casa viendo una triste película de amor. Las temperaturas crecen y harán de ciudades enclaves impracticables para la vida del ser humano respirando día tras día los residuos que expulsamos de nuestras fabricas.

Miles de especies desaparecerán de la faz de la tierra por nuestras acciones. Nuestros hijos sentados a nuestras rodillas clavaran sus ojos en nuestra mirada preguntándonos por qué no hicimos algo cuando aún podíamos. Estudiarán nuestra historia como nosotros estudiamos el Cretáceo o el Jurasico. Lo que no vimos nos lo dio la ciencia y miles de huesos. ¿Quién será el que explique todo esto mientras les pretendemos enseñar premisas como el civismo, la solidaridad, la bondad y el compromiso social?

Muchos diremos, ¿qué puede significar 2 grados más en nuestra vida diaria?. La pregunta entraña una de las más temibles respuestas que el ser humano jamás ha querido escuchar, su desaparición. El nivel del mar está aumentando, el 25% de las especies animales desaparecerán, la temperatura global aumenta, el Ártico se derrite y nuestras tierras se desertizan. Las agujas del reloj han comenzado a girar. Cada minuto que pasa hace más difícil el mantenimiento de lo que hoy llamamos sociedad.

Todavía habrá escépticos que negarán la concreción de los datos y la alarma social que están despertando los mismos. Escépticos habrá hasta en la tumba del ser humano pero nadie puede negar ya que nos enfrentamos a nuestro mayor rival, nosotros mismos.

Parece el argumento de una novela fantástica con toques de locura. El ser humano se presenta ante el mundo como la mente enfermiza de un paciente que sufre de trastornos bipolares. Somos capaces de lo mejor y también de lo peor. ¿Cómo acabar con el problema si nosotros somos el problema? Un difícil ejercicio de agudeza que nos hará luchar contra nosotros mismos. Nosotros hemos provocado el calentamiento global con nuestras inconscientes prácticas y nosotros somos los encargados de solucionar el problema antes de que sea demasiado tarde.

Sin duda es nuestra lucha más ardua, larga y duradera. Debemos ser conscientes de que no será fácil pero también que será imposible si no formamos todos parte de esta lucha. Desde los Estados, desde los gobiernos, desde las aldeas más recónditas del planeta, desde los ricos y desde los pobres. Todos debemos ser parte de este proceso y todos nosotros debemos velar porque la llama de la tierra no se apague nunca.

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